• Sergio Mastretta
  • 07 Febrero 2013

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Pregunto por las flores más vendidas. El rosal se produce todo el año, en corte y en maceta. Son sesenta productores en Atlixco. A ocho pesos la maceta. Así que cada planta tiene su tiempo. La nochebuena, con 54 productores, tiene su venta en noviembre y diciembre, entre 18 y 35 pesos. El malvón, mejor conocido como geranio, lo venden todo el año, a 10 pesos la de seis pulgadas. El belén, a 7.50 la maceta.

Cada socio de la comercializadora tiene sus camas en el vivero. Y por camas entienden esos rectángulos alargados y separados por pasillos en los que se exponen plantas y flores. Compiten entre sí. Y no hay precios amarrados. Si trabajaste más tu planta, si le invertiste más recursos y tiempo, si te respetó el clima, o como quieras verlo, valoras más tu planta que el vecino. Y que el cliente escoja.

Y se aplican recursos de mercadotecnia.

“Tenemos los carritos --me dice una señora--, como en los supermecados. Nos dimos cuenta que así la gente no se cansa, y como va en con su carrito, pues lleva más”.

Y cada planta y cada flor contempla sus sumas y restas. Por ejemplo, lo que viene del extranjero. El bulbo de la dalia holandesa cuesta .9 euros, contra los tres pesos del bulbo mexicano; el tulipán, también de los holandeses, vale un cuarto de euro, y lo tienes en floración a las cinco semanas, y como viene frío, rápido agarra energía y revienta; los alcatraces de color cuestan dos euros; y los amariles entre 80 y 90 pesos, pero los venden hasta en 180; y los anturios, que viene en plántula que sacan in vitro, 18 pesos, y se  lleva un año para la floración.

 

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Y luego viene el problema mayor, la falta de tierra. Porque no queda un metro libre en la calle de Cabrera.

Para llegar a Cabrera tomas la avenida que te lleva por la vieja entrada al centro de Atlixco, pero muy pronto, después de la gasolinera, tomas la calle que derechito apunta al Popocatépetl. Unas cuadras adelante encuentras los viveros, a izquierda y derecha, en un largo de dos kilómetros. Los viveristas organizados o no en comercializadoras, tienen ahí sus puntos de venta, y si pueden sus invernaderos y campos de producción.

La mayor parte de esa tierra está en renta. Pocos son los propietarios que producen flor. Y se entiende si por una hectárea en esa zona pueden sacar hasta 300 mil pesos anuales por la renta. El punto principal es el agua que baja del volcán desde Atlimeyaya: las acequias cruzan en laberinto con sus derechos de agua y le dan valaor a la tierra. Terrenos en Coyula, Axocopan o Metepec cuestan entre 20 y 50 mil pesos hectárea al año, y eso se tienen agua; sin embargo, los viveristas no pueden imaginarse fuera de Cabrera.

Cada productor instala su propia infraestructura en el terreno que renta, y es una inversión sin la que sería imposible volver productiva para las flores a la tierra: una o dos pozas cisterna de más de 180 mil litros; oficina, bodegas, cuartos para los trabajadores, puentes de acceso y cruce de acequias, cercas, maquinaria, herramientas, y los propios invernaderos con sus fierros y plásticos de por medio. A ojo calculan el costo por hectárea de uno de ellos en 800 mil pesos.

Por eso identifican con claridad los beneficios de una comercializadora: bajan los costos de producción del vivero (renta, instalación de invernadero, personal, mantenimiento, insumos, etc.); multiplican la variedad de especies; logran espacio suficiente de estacionamiento al público; se aseguran de contar con una administración eficiente con gerencia, código de barras, seguridad y servicios al público (baños, restaurante, etc.); discuten y analizan colectivamente los asuntos, entre todos se vigilan; se facilitan el acceso a la capacitación y a la tecnología.

 


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