• Sergio Mastretta
  • 07 Febrero 2013

Flores y sueños en los viveros de Atlixco



Un pensamiento grato: flores y sueños desde una vida simple, dominada por el sol del sur y el agua de la montaña. Una vida fincada en la tierra negra, la del maíz antiguo y el trigo europeo, la del aguacate negro, esplendor del fruto mexicano, la tierra conocedora de sus riesgos añejos, de sus insectos y sus fríos, atenta siempre a sus cambios impredecibles, a los rumores del viento, al silencio de la cigarra, a la descarga de la tormenta.

Son, de los trabajadores de la tierra, los floricultores de Atlixco. Una historia grata y colorida, como una flor de pensamiento en este mundo nuestro tan espinudo.

 

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Hay una cuenta sencilla para entender lo que ocurre en el barrio Cabrera, al norte del cerro de San Miguel, cada vez más absorbido por la ciudad de Atlixco: en 1998, y con mucho esfuerzo de unos cuantos productores, apenas se producían 30 mil plantas de nochebuena en los viveros; esta temporada que terminó en diciembre arrojó al mercado un millón cuatrocientos mil Euphorbia pulcherrima. La nochebuena, el cuetlaxóchitl  o planta de cuero para los antiguos mexicanos que allá por Taxco, en Guerrero, tal vez en 1830, tuvieron a bien o a mal mostrársela a Joel Roberts Poinsett, botánico, político y gringo de todos nuestros pleitos recién hallados en la vida independiente, quien para su tierra la llevó para rebautizarla (poinssetia) y convertirla después de la rosa en la planta más vendida en el planeta.

Si, las nochebuenas, comercializadas en los viveros de Atlixco en macetas igual a 18 que a 35 pesos, según el tamaño de la planta y la habilidad del vendedor, quien al mismo tiempo puede ser uno de 180 productores de flores que en más de sesenta hectáreas de invernaderos dan empleo a por lo menos mil quinientas personas. Así, domingo tras domingo, los viveristas, como se llaman a sí mismos, se han convertido en uno de los principales sectores productivos de la economía de Atlixco.

Y en los provocadores de sueños para los corazones ilusionados, para las mujeres prevenidas que alumbran de colores los balcones y jardineras en sus casas.

 

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Martes 5 de febrero en el “Vivero Cabrera La Unión”. La comercializadora de plantas, flores y árboles celebra su primer año de existencia. Ocho asociados y sus familias. Barbacoa, cervezas y baile para la tarde entera. No es la única, si la más nueva. Y no hay muchas más: Megaviveros, con siete años de trabajo, es sin duda la más avanzada, igual por el sinfín de sus productos (más de 250 variedades) que por sus instalaciones (área de estacionamiento, restaurante, sanitarios,etc). Pero la del festejo le sigue la huella, de entrada por un servicio fundamental en Los Cabrera, por lo menos dos mil metros de estacionamiento. Y una enorme variedad de flores.

Nadie se fija en eso ahora. La tarde es de fiesta, y las familias y amigos de los floricultores cuentan su historia, y nombran a sus amores: primaveras (prímulas), conchitas, lágrimas de niña, malvones, crisantemos, petunias, dalias, helias, belenes, verónicas, fresas, peces, árnicas, zapatitos, alfombrillas, pecesitos, hojas santas, orquídea, violas, clavellinas, margaritas, anémonas, arañas, tulipanes, alcatraces, jacintos, anturios, polares, cyclamen, ranúnculos, aquilegias, cuna de moisés, palos de Brasil, violetas, y por demás, italianas…

Y pensamientos, bellísimos, para estos difíciles tiempos.

 


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