• Errin Whack/Fusión/Revista Sin Permiso
  • 21 Agosto 2014
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Todavía me parece increíble lo que pasó hace apenas unas pocas horas. Yo andaba tratando de evitar que me alcanzara una nube de gas lacrimógeno que invadía una urbanización de bellos jardines en el corazón de los Estados Unidos, mientras que unos policías lanzaban a mi amigo y colega, el periodista Wesley Lowery, contra una máquina de venta de refrescos, y luego lo detuvieron cerca de allí.  

Yo vine a Ferguson, Missouri, como parte de mi trabajo para Fusion, buscando respuestas tras la muerte de un adolescente afroamericano por las balas de un policía. Desde que llegué he procurado comprender algo de la dinámica entre la comunidad y las autoridades locales, esperando que cualquier perspicacia obtenida me sirva para explicar la tragedia.  

Esta noche fui testigo material de dicha dinámica.

Una de mis fuentes me invitó a que me reuniera con él en su vecindario, a pocos minutos de la tienda QuikTrip, ya quemada y saqueada, donde decenas de jóvenes, en su mayoría afroamericanos, se han reunido cada noche para protestar de manera pacífica la muerte de Michael Brown Jr. El sitio no es muy lejos de donde Brown murió acribillado por balas la noche del sábado pasado. Cada noche han ocurrido altercados con la policía en áreas aledañas.

Una hora antes le había enviado un mensaje de texto a Wesley, quien trabaja para el diario Washington Post, para averiguar si se encontraba bien. Me respondió diciéndome que estaba muy cerca en un McDonald’s. Intercambiamos algunas bromas y luego me dirigí hacia Ferguson.

Mi experiencia cubriendo noticias durante los últimos 12 años me han enseñado a no estacionar el vehículo cerca del acontecimiento; de modo que estacioné a unas cuadras y me fui a pie hasta el lugar de la protesta. Me encontré con una escena surreal: música religiosa a todo volumen desde un altoparlante cerca de unas mujeres que rezaban; un grupo de jóvenes bailando y cantando; y una muchedumbre muy molesta, en su mayoría jóvenes afroamericanos, burlándose de los policías que bloqueaban el otro extremo de la calle.

La imagen de cualquier persona afroamericana retando a la autoridad es algo raro. Aún más extraño es ver a la policía con cascos puestos, portando armas semiautomáticas, cargando escudos y delante de vehículos blindados. Todo esto estaba pasando a pocos metros de la pequeña urbanización digna de verse en una tarjeta postal típica de lo que es el corazón de los Estados Unidos.

 “¿Qué defienden ustedes?” preguntaba un manifestante.

 “Ellos no quieren pelear; ellos quieren disparar”, decía otro.

 “Mie#$% de cobardes”, dice un tercero.

Los policías se mantuvieron silenciosos mientras la muchedumbre desataba su frustrada diatriba. Pero sus acciones pronto servirían para expresar más que palabras.

A medida en que se acercaba la puesta del sol apareció un helicóptero sobre el lugar y la atmósfera se tornó cada vez más tensa. Los policías vociferaban mediante un megáfono, dando órdenes a los manifestantes: “Favor retírense de los vehículos. Mantengan una protesta pacífica. Necesitan alejarse del vehículo más allá de los 25 pies. Aléjense, ¡AHORA!”

Uno de los policías se encaramó sobre uno de los dos vehículos blindados y apuntó su fusil hacia la muchedumbre, poniendo al grupo en la mira del fusil. Tomé una foto con mi iPhone y sentí escalofríos al pensar que este hombre podía disparar contra alguien más tarde.

De las decenas de policías alineados contra los manifestantes, sólo tres eran afroamericanos.

El resto, apenas visibles tras su equipamiento anti-motín, parecían ser blancos. Uno de los policías aguantaba la correa que frenaba a un perro pastor alemán.

En Ferguson, casi el 70% de los residentes son afroamericanos y más o menos el 30% son blancos, según los datos más recientes del Censo. La composición racial de la muchedumbre era más bien 9:1 afroamericanos a blancos. Pero los afroamericanos forman sólo el 6 por ciento de la fuerza policial.

Después de unos minutos, el sol se ocultó tras los árboles y me preparé para el inminente enfrentamiento. La policía local había estado tratando de disuadir contra las protestas después del anochecer, y yo ya sabía que una confrontación sería muy probable.

Gran parte de mi carrera como periodista ha sido escribiendo sobre derechos civiles; muchas veces escribí sobre los eventos de las décadas del 50 y del 60. Algunas de las escenas que presencié anoche no se diferenciaban mucho de las cosas que he descrito en historias de aquella época ya remota. Me sentí como si que estuviera en una película.

Tal como si la puesta del sol fuera un reloj, se oyó el estallido de un botellazo entre la muchedumbre. Pronto se oyó retumbar la voz de la policía: “Esto ya no es una protesta pacífica. Necesitan dispersarse ya.” Casi simultáneamente, y antes de que nadie pudiese salir de la zona, la policía empezó a lanzar bombas lacrimógenas hacia la muchedumbre.

Empezamos a correr. En otras ocasiones había respirado gas pimienta y no tenía ganas de repetir la experiencia. El gas se extendía rápidamente, más rápido de lo que podíamos correr. Me empezaron a arder los ojos y la nariz. Me di más prisa.

Resultó ser más difícil dispersarse de los que yo esperaba. Con muy pocas opciones para conseguir una ruta de escape, nos metimos por un parque para llegar al vecindario donde vive la persona que me sirve de fuente. Nos fuimos a pie hasta su casa y esperamos allí hasta que el disturbio disminuyera.

Después de más de una hora nos atrevimos a salir para regresar al automóvil. El olor a gas lacrimógeno se sentía levemente en el vecindario, al no estar tan lejos. Pero antes de que pudiésemos salir del vecindario el olor se hizo más fuerte. Había caído una bomba lacrimógena en la calle dentro de la urbanización—lejos de cualquier protesta. El cielo todavía lucía encendido por el humo. En la distancia cercana estallaban bombas lacrimógenas y granadas de aturdimiento. Nos devolvimos hacia la casa.

Más temprano esa misma noche, antes de dirigirme hacia este vecindario, había asistido a una rueda de prensa convocada por Jon Belmar, el Jefe de Policía del Condado de San Luis. Cuando le preguntaron sobre el uso del gas lacrimógeno por parte de sus policías, Belmar les dijo a  los reporteros que él no había “encontrado otros medios que fueran efectivos para dispersar a la gente”.

Belmar descartó la idea del toque de queda, diciendo que la gente sin ley “no va a prestar atención a eso”.

Pero claramente esto era un toque de queda de facto que no distinguía entre aquellos que viven sin ley y los residentes que obedecen las leyes. Parecía que la policía tuviera al vecindario sitiado y que yo no podría salir de allí.

Pero sabía que al fin y al cabo yo podría salir, a diferencia de los residentes de esta comunidad, quienes han tenido que aguantar estas condiciones durante los últimos cuatro días. Ya se me hacía más fácil ver por qué los residentes desconfían de los policías a quienes se les ha designado servir y proteger a su comunidad. Aquí no existe la buena voluntad.

Permanecí sintiéndome agitada mientras esperaba salir del vecindario. Me enteré de que las cosas iban peor para Wesley. Lo habían arrestado en aquel McDonald’s; aunque pronto fue puesto en libertad, el incidente parecía ser prueba adicional de que el departamento de policía operaba de manera inconsulta e injusta. Durante el proceso, dos periodistas fueron detenidos de manera injusta, junto con otros ciudadanos que no pudieron salir del restaurante con la rapidez que exigían los policías.

Después de otra hora más, decidimos intentar de nuevo salir del vecindario. Al acercarnos a la entrada de la urbanización, una muralla de luces azules nos bloqueaba la salida. Cuando tratamos de pasar, los policías nos dijeron que esperáramos mientras que ellos atendían una situación. Después de más o menos 15 minutos el cruce quedó abierto y por fin pudimos llegar hasta el auto y salir de allí.

Me quedé pensando, cómo es posible que ciudadanos de Estados Unidos pudiesen ser tratados de esta manera. Cómo tal maltrato será como un puñetazo para una comunidad que sufre en carne viva la muerte de uno de los suyos. Me alejé de ese vecindario rápidamente, ansiosa de alejarme de la fealdad de lo que acababa de presenciar.

Errin Whack es periodista de la cadena de noticias Fusion.

http://fusion.net/justice/story/america-2014-witnessed-night-ferguson-appalling-

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