• Sergio Mastretta
  • 22 Octubre 2015
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Por qué escribe Gabriel Wolfson. Para quién escribe.

¿Y por qué be y pies empieza en una carnicería?

Trato de pensar rápido: la historia, como la vida toda, empieza en una carnicería. Todo lo que siga está filtrado por esa imagen brutal de los cuerpos que cuelgan desangrados. Toda la trama que se encuentre, que apenas y se define, arranca de estos cuerpos y esta palabra. Realidad y lenguaje, ¿quién domina, quién contiene? Partir desde ese territorio crudo y frío de desgajamientos y cortes brutales hacia la comprensión de la literatura como el ámbito por el que se reconoce la futilidad de este mundo fragmentado.

Y desde la literatura, la angustia por las palabras que nunca serán suficientes para contener tu existencia en ese mundo.

En esto pienso tras la conversación con Gabriel,  un escritor mexicano decidido a creer que la literatura es ante todo la creación de mundos propios en la apuesta radical por el lenguaje. Y que son vitales para todos nosotros.

En ello pienso a la vista de Be y pies, esos dos relatos de Gabriel Wolfson (Puebla, 1976) contenidos en un libro que su editor (Tumbona ediciones, 2015) nos  presenta como anómalo y digresivo, complejo y decidido a traicionar nuestras expectativas, espeso en un lenguaje que apuesta contra la solvencia narrativa.

Lo he leído y no me lo parece.

Que poco ocurre en la vida de sus personajes, es cierto.  En Be, un profesor recientemente despedido que acude al velorio de la madre del peluquero que lo trasquila desde niño. En Pies, un periodista a punto del despido visita a un reo en una difusa cárcel y es apabullado por el discurso indescifrable con el que lo recibe su anfitrión. Y en uno y otro territorio, el perfil velado de la posibilidad de un negocio que te permita decir que tienes asegurada la presencia en el mundo.

No hay mayor trama. Y sin embargo, cuánto pasa por la cabeza de Jota y Hugo, los protagonistas de uno y otro relato, que yo, su lector, acabo por encontrar tan próximos entre ellos y tan cercanos a mí mismo. Nada ocurre y nada es el ámbito al que se remiten las palabras, los acontecimientos y su sinsentido. En la definición del tiempo el desencanto y el hastío, pero también la búsqueda del mundo en un ir y venir entre el narrador y el personaje, siempre en sitios precisamente descritos de una ciudad que es la de cualquiera de nosotros, pero que seguro es la del escritor por la escalinata en el cerro de La Paz o la arboleda en el barrio de Xonaca, la ciudad de Puebla que se perfila en su más genuina cotidianidad: la carnicería y el gancho, la tabla y la cuchilla del matancero; la peluquería y el sillón y el espejo y las tijeras del barbero; la sala de redacción y el escritorio y la compu y el encono del jefe contra el periodista; la fonda y el ventanal y la alfombra y la barra de cantina y el mesero, la charola y la sopa de jaibas; la calle y el árbol y la banqueta y la mano que te lleva;  la cama y el cuerpo y la piel y el yoga de Ana; los patios y las rejas y la celda y el camastro y el suelo; la puesta en escena, el teatro imaginado, el actor que se mete en el cuerpo del personaje.  La imaginación que se encierra en una celda. Las palabras que nos contienen pero que nunca serán suficientes.

Es el mundo que nos ofrece Gabriel Wolfson: como un tren que viaja sin moverse, como un vagón con vacas y la lengua suelta,  como el polvo que quita el hambre en un restaurante y la vida que sobrevive gracias al polvo.

 

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De una conversación con Gabriel Wolfson en Profética:

SM: las palabras no nos contienen. El juego de los tiempos, la mirada en el espejo, quién se refleja, el niño, el Jota… ¿Por quién habla el Jota?

GW: A ver, ya conozco al Jota, el personaje ya ha aparecido en otros relatos míos…

SM: Cada relato se contiene, como cuento corto, pero forman un conjunto. Sumo a los dos personajes y las dos historias, me gusta verlas como una novela… No pasa nada, pero las cosas ocurren, va de Ana a Nur, Jota se mueve, no está paralizado, acaba en un velorio.

GW: Está enamorado de Ana, pero también un poco de Nur… Pero el libro no se trata de ‘otras aventuras de Jota’. No es una novela, son dos relatos separados, dos historias que terminan. Cada una con su personaje principal, cada una se cierra. Ni de cerca es una novela. No es un asunto programático, pero no es una novela.

SM: Dicen que el libro es digresivo. Digresión es divagación, darle vueltas a las cosas. ¿Estás de acuerdo con esa caracterización?

GW: Sí me gusta la caracterización que hace La Tumbona sobre el libro, su carácter digresivo. La contraportada me parece fantástica. Dice mucho de lo que pienso o deseo, un montón.

SM: ¿Ves la historia de todos nosotros, la tuya misma, como una divagación…?  ¿Qué dices tú de be y pies?

GW: No sé si de todos. De algunos sí, es decir, yo no escribí estas historias pensando en ello, pero ya que están ahí puestos, de pronto sí me quedó muy claro que son lo mismo. Lo que no quita que sean dos textos distintos, pero de alguna manera cuentan la misma historia, en los dos hay un personaje protagonista, alguien que está en una situación difícil, que está por perder su trabajo o ya lo perdió… En un caso es un profesor de prepa, al que ya echaron, y en el otro es un reportero que trabaja en un periódico infame, como muchos de nuestra ciudad… Y en los dos casos se topan, de manera poco común, se tropiezan con un empresario truculento, que les propone algo turbio, y son dos personajes desagradables, que parece que no pueden plantear una relación más que autoritaria, prepotente, aunque a primera vista quieran dar una versión positiva. Y ahí están Jota y Hugo, en una situación de indefinición en sus vidas, complicados en su situación laboral, y son personajes que están un poquito solos. Los dos tienen tiempo, un tiempo especial, un tiempo difícil de manejar…

SM: ¿Llevan a algún lado estas historias? ¿Importa que pase algo, que la historia tenga un rumbo, una conclusión final? ¿Se quedan en sí mismos? ¿Todo se queda en las palabras que los contienen?

GW: Si la pregunta es para el personaje, pues sí, están atoradones. En el caso de Jota, que ha aparecido en otros relatos, como aquél en que está encerrado en su casa, sí va a algún lado. No sé a dónde, pero al final se decide a salir a la calle, no importa a dónde vaya, pero tiene que buscarse algo. Pero si me lo preguntas como el que escribió estas cosas, si diría eso no me importa tanto como a dónde van mis relatos, a dónde van los personajes supongo que dependerá de a dónde voy yo, a dónde ando…

SM: ¿Y a dónde andas?

GW: No lo sé. Muchos de mis relatos han consistido en contar la historia de alguien que renuncia a algo… Desde Ballenas, ahí había cuentos con músicos, un pianista, que deciden dejarlo, que renuncian a ese mito de ‘yo soy músico’, a todo ese mundito de la música clásica. Aquí los renuncian, claro. Pero esa idea siempre ha estado en mí, la idea de alguien que renuncia al mundo, y que se encierra en su casa o donde pueda. Ahora creo que mis personajes empiezan a salir a la calle,  a ver si hacen otra cosa, ya no se quieren quedar encerrados.

SM: ¿Entre el personaje y el narrador hay un esfuerzo por contener el mundo?, ¿que las palabras sirvan para decir que estamos vivos?

GW: A lo mejor el resultado es el opuesto, que las palabras, de la misma manera que nos pueden ayudar a articularnos con el mundo, a comprenderlo, también te pueden desprender de ese mundo. En algunos de estos relatos de esta serie, los personajes empiezan a darle vueltas a una palabra, a una frase, no por lo que está diciendo con esa frase, es decir, que se está perdiendo el nexo, el referente con el mundo, y empiezan a trabajar con la pura frase, una palabra que se les grava, que la repiten y de la que empiezan a derivar cosas de esa palabra, de esa frase, y puede ser un momento muy creativo del personaje, pero también puede ser un momento de aislamiento, donde el lenguaje los desequilibra, los despega del mundo.

SM: Contra lo que dicen, la novela no me parece difícil…

GW: Sobre todo porque no es novela…

SM: Bien, asumámoslo, las historias no me lo parecen, crean una atmósfera, entrometen a esta ciudad, la vuelve necesaria, y me atrapan. No son historias que me lleven emocionalmente a nada…

GW: Bueno, a mí tampoco. En la experiencia que tengo, a muchos de quienes los han leído antes de su publicación me dicen, ‘puta madre, me costó entrarle’, bueno, está bien. Entiendo que son historias que por el tipo de narrador, por las estructuras temporales, por el narrador que no te explica, con fragmentos que empiezan muy de lleno con la voz de alguien y tú no sabes ni quién está hablando, ni dónde está, y tienes que seguir avanzando y tienes que distinguir a fulanito y están acá… A ver, no es ninguna novedad, ni mayor complejidad, pero en relación con otra narrativa que te explica y que tiene una historia clara de ascenso y de caída mucho más clara, pues sí puede resultar no tan sencilla. Pero para mí también, son textos que hablan de esta ciudad, con personajes que hablan de esta ciudad.

SM: A mí me gusta la estructura: las escenas breves, perfiladas con retratos, que tienen un propio cierre, y que se van sumando sin que tengan mucho que ver unas con otras, pero que van dando el sentido…

GW: Bueno, es que tiene mucho que ver con la forma de leer. Sí estás atento, no tiene problema.

SM: A partir de estos relatos, de estos personajes, ¿no tienes pensado ir más lejos? ¿No estás pensando en una novela? ¿No tienes pensado contar desde la ficción esta ciudad nuestra? Yo no la encuentro en la literatura actual, no la veo, si existe, con una repercusión profunda…

GW: ¿Y Ángeles Mastretta?

SM: No es de tu generación. Y no veo que lo hayan logrado escritores como Palou, al menos no veo una obra que nos brinde la intensidad de una ciudad moderna, contradictoria y compleja como esta ciudad de Puebla en este 2015.

GW: Palou sí tiene al menos una novela que quiere ser ‘la novela de Puebla’… Pero te lo diría así: a mí de lo que más me ha gustado que esté escrito sobre la ciudad en literatura es la de Alejandro Meneses, el tlaxcalteca que vivió aquí un montón de tiempo, y lo logra porque justamente el cuate no tiene el propósito de hablar de Puebla, pero lo que aparecen son los oxxos, la colonia Santa María, las azoteas desde las que se ven las cúpulas, y tan tan. Pero sí se me antoja pensar en algo más grande, y ya empiezo a tomar notas y a pensar en un relato más largo. Pero no me gustaría plantearme el asunto de ‘la novela de la ciudad’, del ‘libro de la ciudad’, aunque sí me interesa mucho que algo de esto quede, pero de manera incidental.

SM: Yo creo que tus relatos ya lo hacen, nos plantas en la peluquería, en la carnicería, en el velatorio, en la cárcel…

GW: Yo creo que sí, eso sí se me antoja, pero bajo ninguna circunstancia me gustaría que un texto mío se publicitara como la novela de la ciudad de Puebla, pero sí quiero escribir sobre la colonia del Carmen sin tener que pedir permiso, como los que escriben de Nueva York y te hablan de la tercera avenida, y no le importa un pepino si la conoces o no.

SM: ¿Pero por qué no escribir sobre esta ciudad, la complejidad de los procesos que ocurren en ella, la densidad de la realidad social que contiene? ¿En qué medida nuestra literatura puede lograr representarla?

GW: Creo que podría, y sería chingón que lo hiciera más, me queda claro,  A ver, que cada quien haga lo que quiera, pero sí, en lugar de que los escritores nos preocupemos porque nos traduzcan o nos distribuyan en España, puro sueño guajiro, pero no estaría mal que nos preocupáramos por eso, sin duda. Pero en mi caso concreto, lo veo muy difícil, pero me doy cuenta, no que sea un viejo, pero lo veo leyendo tus pinches notas, la ciudad que yo veo no es la que es ahora, las dimensiones simbólicas de la ciudad, donde miro a mis personajes, son el centro, la plaza dorada, el Carmen, los lugares de mi infancia. Yo no estoy ahorita, ni por lo que hago ni por lo que puedo, por lo que me dedico, por el ánimo que tengo, no puedo conocer esa ciudad de hoy mínimamente, no estoy allí. Yo tengo presenta la ciudad de mi adolescencia, esa es la que conocí, la que anduve a pie y en camiones, no la del primer carro, cuando ya valiste gorro, la del trabajo en el que estás todo el día metido…

SM: Bueno, a mí Jota me representa, me veo viéndome en el espejo en la peluquería… Sí me veo en esa ciudad que vive. Esa es la otra parte de la literatura, no todo tiene que ser épico. Jota y Hugo sí representan una emoción y una realidad histórica. Sea no una novela, ahí están juntos esos dos relatos.

 

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Releoí las líneas que he escrito a mano en las hojas blancas del libro de Gabriel Wolfson:

Seguir la pista de be:

Primero, la carnicería, las frases cortas para describir ese sitio entrañable e infernal. No hay olores. Es la mejor carnicería en la historia de este país:

“Una fila de cabezas, otra de troncos o esternones, como se diga, torsos, troncos. Lo que uno diría: cuerpos. Esa palabra, cuerpo, lleva a eso, la gran masa central. Cuerpos colgando de sus ganchos en el refrigerador, atrás. La sangre no congelada pero sí quieta, una combinación única de limpieza y sangre. La tabla que no es tabla en realidad, porque la madera, cómo le digo, está viva, más viva que todas esas patas y cabezas.”

Cómo le digo, la frase corta el párrafo, ¿el autor se dirige a mí, lector? ¿Es Jota quien me está contando a mí la historia?

La carnicería: la descripción absoluta, el lenguaje hecho para no perder detalle. Así empieza este viaje al interior de Jota y de nosotros mismos. El lenguaje sí sirve para delimitar el mundo exterior.

Digresivo, dicen que es este texto. ¿La vida es una divagación? Hablamos de todo, no agarramos nada. ¿Qué nombran las palabras? ¿Todo discurso es vacío?

Ensoñación. El equilibrio de las frases cortas. Todo, entonces, es inmediato, tiene sentido en la multitud de imágenes.

En el lenguaje la angustia es el lienzo blanco en el que ocurre la vida del escritor. Las palabras nunca alcanzan para estar en el mundo.

La mirada que nos devuelve el espejo turbio: nunca lograremos ver el mundo nítido, cristalino. Nuestra mirada nos devuelve un mundo velado, como las palabras mismas.

La nada como territorio tangible. Para nada estamos en el mundo.

El lenguaje en el otro extremo: las palabras nunca serán suficientes para confirmar que tenemos un lugar en el mundo. Las palabras son la angustia ganada a palmo por la conciencia de nuestra futilidad.

 

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Vuelvo a la conversación con Gabriel Wolfson. Al final, el interrogante tiene que ver con esta frase repetida en Pies, dicha primero por Hugo y después por un tal PM: "Esa angustia suya (frase de PM) --y pensada por Hugo-- de estar en el mundo sin contar con las palabras suficientes para dar constancia de que se está en él." Te leo, y te escucho ayer, en la presentación en Profética, y no puedo dejar de preguntarme por qué, entonces, escribes...

Viene esta respuesta larga, que nos da la entraña del escritor:

 

A ver, mi querido Sergio, la frase esa es de un escritor que me gusta, Pierre Michon, escribe relatos. Esa frase creo que viene de un libro llamado "Señores y sirvientes", por cierto. Y así como esa -y como habrás visto- hay otras frases que me gustaron, tomadas de distintos libros (de Kafka, de Michel Tournier, de Ulises Carrión, etcétera) y que busqué la manera de que pudieran insertarse naturalmente en el texto, que pudieran caber en el parlamento de alguno de los personajes. En fin.

Pero a ver, no es que se trate de una frase que resuma esencialmente alguna posición mía: cuando la leí me gustó, la anoté en una libretita, y después, junto con las demás, busqué insertarla. Pero, al mismo tiempo, es cierto que suelen gustarme mucho frases como esa, que hablen del lenguaje o de la pertenencia o no pertenencia que alguien pueda sentir con respecto al mundo (o de la relación entre ambas cosas: el lenguaje que te permite sentirte en el mundo o que no te lo permite, e incluso que te conduce a sentirte desligado del mundo, "anywhere out of the world", como el poema en prosa aquel de Baudelaire).

En el fondo, la idea de que el lenguaje, al mismo tiempo que te singulariza, te dota de una subjetividad particular, puede también des-singularizarte o des-subjetivizarte. El lenguaje nos antecede, no nos pertenece, no lo inventamos nosotros: te lo apropias conforme lo aprendes y lo dominas, pero también podría verse al revés: el lenguaje se apropia de ti, te atraviesa, te posee.

Y en el fondo, también, ciertas ideas no bien articuladas que me interesaron a partir de la lectura de un libro importantísimo para mí, "Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo", de Giorgio Agamben, que entre otras cosas habla justamente de la posibilidad de hablar, es decir: de que hablar (usar el lenguaje) no es, contra lo que el humanismo clásico siempre ha dicho, una necesidad humana, lo que define al ser humano, sino una posibilidad, una contingencia: se es humano no porque se hable, sino porque se puede no hablar. Un libro, además, que habla de los campos de concentración y de la posibilidad -o no- de dar testimonio de lo que ahí ocurrió. Agamben básicamente dice en relación con esto que hablar o escribir fue hablar en nombre de quienes no pudieron hacerlo, hablar por quienes habían perdido definitivamente su lenguaje.

En fin, en fin. No sé, diría que no veo tanto desencanto en una frase como esa. Veo una crisis, eso sí. Pero en general, ya no en relación con esa frase específica sino en general (por qué escribo), pienso un poco en esa idea del testimonio: escribir para dar testimonio por ciertas personas -o posibilidades de personas, o de situaciones- que, por una u otra razón, no han podido hacerlo.

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