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Un divorciado le dice a un amigo que se quiere volver a casar: "No te cases compadre, es el mismo infierno, nada más te cambian de diabla."

Diremos  que este dicho es el triunfo del  escepticismo sobre la fe. ¿Valen la pena la revolución del amor y la revolución social en aras de una nueva utopía? Francesco Alberoni, autor del libro "Enamoramiento y amor" compara el proceso de enamoramiento con el proceso de una revolución social. En ambos procesos hay un período que aunque puede ser relativamente breve, suele estar lleno de extraordinaria violencia y complejidad, pues se van a poner en riesgo las estructuras existentes. Puede suceder que nunca se llegue al punto de no retorno, regresando al estado de cosas que  existía antes. Los movimientos pueden disolverse o triunfar; cuando triunfan, surgirá un nuevo ciclo de formaciones estables, de "institución", que significa "querido", fundado con la intención de durar para hacer realidad los objetivos, proyectos y  sueños derivados del enamoramiento o la revolución. Todo es removido hasta sus cimientos, para luego construir un sistema nuevo, un amor estable en el caso de las parejas, o en un nuevo pacto social en el caso de, por ejemplo, una nación. En ambos casos puede haber resultados mejores o peores, pero casi siempre a cambio de un alto costo en emociones o sangre.

En los dos casos, los amantes o las sociedades, se imponen durísimas pruebas. El enamoramiento y la revolución tienen mucho de pasional e intuitivo. El enamoramiento nubla la razón, impide pensar, te hace creer que eres invisible, por lo que toda clase de tonterías son cometidas en medio de la ceguera del amor. Por eso, quienes se están enamorando- dice Alberoni- intentan resistirse al amor, porque es difícil aceptar ponerse en manos de un otro que trastoca nuestro mundo. Cuando los potenciales enamorados tienen ya una pareja estable, y quizás hijos con esa pareja, tratarán de sustraerse a este proceso de cambio porque presienten que habrá de llegar el caos que todo lo arrasa, con resultados impredecibles  y que, si no hay mucha inteligencia, se llevará a lo construido con anterioridad entre las patas. Con las revoluciones es igual. La tentación de crear un nuevo estado de felicidad de pareja o de sociedad con un golpe de timón puede ser muy tentadora, pero también es engañosa, porque los resultados pueden ser muy buenos o desastrosos.  Crear instituciones no es fácil, destrozarlas si lo es. A veces vale la pena arrasar con matrimonios infelices porque ya todos los involucrados la están pasando francamente mal. Cruzar el punto de "no retorno" es necesario para intentar cuajar lo que el enamoramiento nos ofrece para luego aterrizarlo en una relación amorosa estable y gratificante. 

Con las estructuras sociales deterioradas el proceso es muy parecido, y es cuando las revoluciones pueden llegar y tentar a todo un país, para bien o para peor. La grandiosa Comedia Humana escrita por Balzac habla mucho sobre la sociedad y las instituciones emergentes después de la revolución francesa y  sobre la transición que en su momento se llamó " La restauración", en donde el triunfo  es de la burguesía y el dinero el nuevo Dios.  Detrás del líder o el héroe glorioso de hoy, puede estar oculto el dictador del mañana. Ahí está Fidel Castro, que sigue sin estar satisfecho con sus 55 años de gobierno lleno de promesas. Vestido en pijama, pero sigue "haciendo la revolución". Los enamoramientos y las verdaderas revoluciones  duran poco en el tiempo. No hay "revoluciones institucionales".  Después de que son arrasadas las instituciones, se tiende a crear nuevas que con el tiempo se volverán estables. Lo que es un hecho es que hay que pagar un alto costo por ello.   Es indudable que a pesar de su huella de sangre, la revolución francesa y las ideas que emanaron de ella cambiaron la forma de pensar en el mundo hacia un concepto más moderno de estado.  Para los que no perdieron a todos sus hijos en la revolución de Robespierre, Danton y Marat o en las guerras napoleónicas, valió la pena, pero para todas las madres que vieron morir a sus hijos y para esos hijos carne de las revoluciones, por supuesto que no. En las revoluciones siempre hay una generación  que paga con sus vidas el costo de los cambios logrados con la violencia. La revolución mexicana, la rusa, la de Mao, la de los talibanes, las de izquierda o de derecha, todas, sacrifican a una generación, o a dos o tres, en aras de un futuro que quizás nunca llegue.  

Para los que hoy tienen veinte años en México, seguramente les parece mediocre e insuficiente el estado de cosas existente. Es difícil entender en 2014 que hubo un tiempo no muy lejano en el que cuestionar la figura de un presidente en un periódico podía costarte la vida. Hubo un 1968 en que los medios de comunicación reportaron dos muertos en la noche de Tlatelolco. Hubo un tiempo en que una marcha pacífica como lo fue la del 10 de junio de 1971, acabó con una estela de muertos provocada por el peligrosísimo dualismo del presidente Luis Echeverría. Es difícil para los que hoy tienen veinte años entender lo que fue la hegemonía absoluta del PRI, entender que por eso se inventaron los hoy absurdos e inútiles plurinominales, entonces necesarios en aras de ir fortaleciendo una diversidad política ¿Cómo darle valor a eso  si los partidos han resultado calcas de las formas de hacer las cosas del PRI, incluso, pésimas calcas? La idea de crear nuevas instituciones por medio de una revolución es tentadora para muchos, pero creo que también es ligera. Quizás soy una estúpida, pero creo mucho más en los beneficios de la gradualidad y en el fortalecimiento de la ciudadanía por la vía de la no violencia y las nuevas herramientas de comunicación existentes para reformar de fondo las instituciones sin necesidad de violentos derramamientos de sangre. El estado mexicano de hoy surgió de una violentísima revolución. Nuestra clase gobernante es hija de esa revolución. La revolución tuvo cachorritos y ellos  a su vez tuvieron los suyos.

 El camino violento escogido por los normalistas de Ayotzinapa desde hace muchos años, a quienes hicieron pensar que secuestrar camiones e incendiar gasolineras era un  quehacer sin consecuencias, ya tuvo un horrible resultado el 26 de septiembre, en que los estudiantes más jóvenes fueron enviados como borregos al matadero, creyendo que jugaban un juego en el que las reglas eran la impunidad para todos los bandos. Ahí se toparon con la cara más obscura y negra del poder. La violencia, una vez desatada, es impredecible. El punto de "no retorno", como dice Alberoni para los enamorados y los revolucionarios, siempre pasa por un extraordinario periodo de violencia  impredecible que no necesariamente recala en mundos mejores y más felices.  No se trata de tener miedo a los cambios, sino de escoger el camino que menos daño y dolor generen para construir  mejores instituciones o para encontrar una razonable felicidad. Lo único que no tiene remedio es la muerte, y en las revoluciones, la muerte tiene permiso de todo en todos los bandos. ¿Hemos llegado ya al punto de "no retorno", como dicen muchas voces de manera ligera? ¿Podemos construir un mejor país sin dejar una estela de muertos? Esa es la pregunta cuya respuesta debería preocuparnos a todos. No vaya a ser que en el afán de mejorar rápidamente solo cambiemos de diablo.  

 

Foto de portadilla: del libro Enamoramiento y amor, de Francesco Alberoni. Ed. GEDISA