• Blas Cernicchiaro
  • 11 Diciembre 2013
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Por: Blas Cernicchiaro

Por el enorme ventanal del barco me asomo a los fiordos espectaculares del ártico. Las horas transcurren mágicas en el minimalismo blanco y azul. En cualquier momento se puede iluminar el horizonte. Mientras tanto sólo queda esperar, mirar las montañas, pensar, meditar, alucinar. Mi vida detenida en el paisaje boreal. Aquí estoy, metido en mí, a la espera de la manifestación de los dioses…



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Escandinavia, diciembre 2013. En mi gusto por viajar y experimentar, desde hace tiempo tenía la inquietud de estar expuesto a las auroras boreales. No llamaba tanto mi atención el visitar Escandinavia y sus países nórdicos, los que consideraba fríos, aburridos y poco prioritarios en mi escala de lugares a visitar. Sólo me interesaba éste gran espectáculo sensorial. Por fin hice este viaje con mis dos hijos, y mi perspectiva cambió.

En un largo trayecto vía Nueva York, hicimos escala en Copenhague. En dos días nos peinamos en bicicleta esta deliciosa ciudad danesa prolífica en diseño, en un clima frío, pero afortunadamente transparente.

 

Volamos a Bergen, puerto importante de Noruega, situado en la parte más sureña del país. En tres pasos lo recorres. Un pueblo precioso, con vistas espectaculares que se pueden apreciar desde lo más alto de un teleférico. Después de comer en el mercado de pescados y mariscos frente al embarcadero rodeado de barcos monumentales y pasear por la noche en sus frías calles, nos embarcamos al día siguiente.



El barco, de compañía 100% noruega de última generación, de buen gusto y sobrio interiorismo, nos recibe con 220 pasajeros, 70% escandinavos, 20% europeos y 10% del resto del mundo, aproximadamente. Esta mezcla racial de un alto porcentaje de fríos escandinavos provoca un ambiente de zombis que no saludan, hablan muy poco, nunca sonríen y deambulan por las estancias y pasillos con un tarro en la mano que el barco les promovió, adquirido por 220 coronas noruegas, equivalentes a 470 pesos mexicanos, para consumir toda la cafeína y teína posible durante nuestro recorrido de navegación.



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Así comienza esta aventura por toda la costa noruega, siete días en la persecución de las que son conocidas como "northern lights" o "auroras boreales". Este es, sin duda, el fenómeno visual más importante e impresionante producido por la naturaleza en nuestro planeta. El sol, en su generación del magma solar despide partículas minúsculas, protones y neutrones transportados por los vientos solares y que en su trayecto cercano a la tierra son atraídos por el magnetismo de los polos, y al contacto con la atmósfera se produce un fenómeno físico en el cual cada mini partícula se ilumina creando caudales de colores en el firmamento que van desde los tonos verdes hasta los violáceos y los rojizos, que se pueden observar con mayor claridad en condiciones de bajas temperaturas durante los meses de octubre a marzo. ¡Algo realmente espectacular!

 

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Regresemos a la rutina del barco. Durante estos siete días a bordo las horas pasan lentas, muy lentas, el cuerpo experimenta cambios notables que yo atribuyo al mismo efecto del magnetismo polar. La diferencia de horarios en los alimentos (sanos y nutritivos pero poco emotivos en su sabor), el jet lag y la poca actividad física, todo provoca que el sueño sea profundo e irregular. A medida que avanzamos hacia el polo norte las horas de luz se acortan, empezamos con el amanecer a las 8:30 am y el anochecer  a las 4:00 pm; así se van reduciendo las horas de la luz del sol; y cuando se cruza el círculo polar ártico solo resplandece en el horizonte hasta que de una buena vez no aparece en absoluto y alcanzas la "polar night", esto es, oscuridad total las 24 horas. Así nos sucedió en Honningsvag, el punto habitado más al norte del continente. 



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Al siguiente día bajamos en un puerto para un recorrido en trineo jalado por perros. Gran experiencia llegar a las 2:30 de la tarde, en la obscuridad total de la noche polar, a una villa con 300 huskies, todos ladrando y aullando al unísono anunciando nuestra llegada. Christine, una preciosa y delicada lugareña con una lámpara de minero en su cabeza manejaba el trineo con doce animales, que más que trabajar, disfrutan del recorrido en las congeladas montañas en medio de la nada. El premio, además de gozar el mágico trayecto, es llegar al campamento a una cabaña con una fogata en el interior y tomar un té caliente.



Sentados frente a un gran ventanal de la estancia de esta gran embarcación, en el único espacio con señal de wi-fi, conectados a internet, transcurren las horas con vistas espectaculares de los fiordos. A medida que avanzamos hacia la zona boreal la panorámica se pinta mágicamente de un minimalismo blanco y azul. Ver cómo avanzan las montañas sobre el mar en movimiento, pensar y pensar, meditar y alucinar, desayunar, comer y cenar...y volver a empezar. Una introspección muy interesante a la que no estoy acostumbrado por el agitado acontecer de mi vida. Los dos primeros días fueron muy difíciles, por un momento pensé que no soportaría tal prueba de reflexión e inactividad.

 

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Avanzamos sin ver todavía la aurora boreal. En el quinto día de travesía se rompió la monotonía del viaje: sucedió algo que NO le debe ocurrir a un barco que pesa equis miles de toneladas de acero, equivalente al peso total de la torre Eiffel. Al salir del puerto de Tromso, se escuchó un fuerte golpe en la parte izquierda trasera, justo abajo de la estancia donde acostumbramos hibernar. Al pasar por debajo de un puente, ¡El barco golpeó la base de uno de los grandes pilares que lo sostiene! Mis hijos y yo nos asustamos mucho pues el impacto sacudió fuertemente el barco y todos los que estábamos en la sala nos miramos unos a otros y corrimos a los ventanales a ver qué había sucedido.

El capitán nos convocó a todos en el auditorio y al dar los por menores del incidente nos dijo que estaba en manos de las autoridades el decidir si la embarcación se encontraba en condiciones de seguir navegando. ¡Esto podría implicar el fin de nuestra aventura! Al cabo de un par de horas anunciaron que zarparíamos. ¡Uffff! Estuvimos a dos de la frustración. Esta anécdota subreal, enfatiza lo ya de por sí surrealista del viaje y los personajes a bordo. Gran ironía, si algo saben hacer bien los nórdicos, desde sus ancestros los vikingos, es navegar haciendo "slalom" entre los fiordos.

 

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Por las noches, en el bar contiguo a mi estancia de reflexiones, el Sr. Hooker, un mini Elton John, pianista intérprete de música country (bastante bueno) intenta amenizar a la aburrida concurrencia escandinava sin grandes resultados. Esta es la única muestra de entretenimiento a bordo, a diferencia de los cruceros occidentales tradicionales que incluyen en la tripulación payasos entretenedores, divertólogos organizadores de concursos, shows decadentes en grandes salas de espectáculo, pizzas y hamburguesas 24 horas, cocteles etílicos de colores y bandas intérpretes de Bob Marley en la alberca de cubierta.

 

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Por el sonido local constantemente se escuchan los anuncios en noruego, alemán y un muy mal inglés del capitán, al que hay que poner mucha atención para no perderse el… ¡northern light a la vista! y, en ese momento salir corriendo a cubierta para observar el fenómeno. Este puede ser a cualquier hora, incluso a media noche; sentir el efecto "alarma de bombero en servicio" al salir del camarote: cámara en mano, gorro, guantes, chamarra, y los pantalones a media asta. Son grandes contrastes, que van de estar calientito en pijamas, soñando profundamente, hasta encontrarte en segundos a la intemperie con quince grados bajo cero... ¿Vacación? ¿Masoquismo? ...Después de algunos intentos de insipientes formaciones de auroras boreales, fue la última noche cuando por fin pudimos observar una en pleno esplendor. Se formó una gran columna verde fosforescente a todo lo largo de la bóveda celeste, de proa a popa, 180 grados de iluminación. Algo realmente espectacular. Todos, pasajeros y tripulación nos encontrábamos en el deck 9 a media noche extasiados, con cámaras, tripiés y una gran emoción y satisfacción por haber logrado el objetivo de nuestra travesía desde México. ¡Lo habíamos logrado! ¡El último día como premio divino lo habíamos logrado! Así consideraban los antiguos nórdicos a este fenómeno: una manifestación de los dioses.

 

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Al séptimo día de navegación desembarcamos en Kirkenes, ahí pernoctamos con una temperatura de 19 grados bajo cero. Al día siguiente volamos a Estocolmo, disfrutamos dos días en esta súper fotografiable ciudad, rica en sitios que visitar repartidos en sus catorce islas urbanizadas… Y de regreso a casa.

Mucho que aprender de esta gélida, pero mágica experiencia, de su gente progresista con tan alta calidad de vida. Pero mucho más, estar eternamente agradecidos de vivir en nuestro querido México, con calidez humana y clima maravilloso.

(Las fotografías que ilustran esta crónica de viaje fueron tomadas por el autor)



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