• Stella Cuéllar
  • 08 Enero 2015
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¿Cuánto del país que fue permanece en la literatura? Ahí está el México de Juan Rulfo para responder ese interrogante: lo recordamos como en un sueño, lo reconocemos en sus sonidos, lo atrapamos en una ráfaga de viento, descubrimos que nunca se ha ido.

             Stella Cuéllar, editora y escritora mexicana, ha escrito esta carta al autor de Pedro Páramo y El llano en llamas a 29 años de su muerte. La fotografía de portada es del propio Juan Rulfo, y fue tomada del libro México: Juan Rulfo, fotógrafo (Herederos de Juan Rulfo. Lunwerg Editores, Barcelona, 2001)

 

            Carta a Juan Rulfo. Puebla, México, a 4 de enero de 2015.

            Tú lo sabes, Juan, no tengo que recordártelo: el viento nos transmite lo que somos. Por eso nos rodea, toca, envuelve… llega incluso a moldearnos en su terquedad. Su habilidad nos hace creer que las cosas están más cerca o más lejos de lo que en realidad están. Nos trae olores, sensaciones, y su huella se traduce en nuestra piel: eriza los vellos, la suaviza, enfría o hiela, también la entibia o la hace sudar. El viento da cuenta de vida cuando algo la tiene. No te hagas, lo sabes, lo descubriste en Pedro Páramo y en El Llano en llamas.

¿Quién no sabe que el movimiento es sinónimo de vida, y que cuando no lo hay, cuando la inmovilidad y el silencio se imponen, la muerte ha llegado? Es también la voz de quienes ya no respiran. Por su conducto estos seres se vuelven trascendentes y llegan a infundirnos miedo. Lo anotaste en Pedro Páramo: “Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños” (p. 62).

Cuando escuchamos andar o correr al viento escuchamos también la voz de la naturaleza, por su conducto se expresa, ya sea en susurros, palabras suaves o a gritos y lamentos. La voz, sin aire, sin viento, es nada. ¿Recuerdas cómo narraste esto cuando los murmullos, la inmaterialidad de las voces de vivos y muertos mataron a Juan Preciado? Y es que el viento se cuela por donde puede; en nosotros por los oídos, por la nariz, por la boca. Se pega a la piel, helado, tibio, a veces lacerando con quemaduras.  

No lo niegues: Comala es la antesala del infierno, y Luvina… ¿qué es Luvina si no un averno con aire incandescente? Hoy, Juan… ¿hoy qué es México?, con vientos que pasan de helados a calcinantes… Los abuelos dicen que somos de la tierra que arropa a nuestros muertos. Tú crees lo mismo, lo sé.

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