• Verónica Mastretta
  • 31 Julio 2014

Después de los tristes acontecimientos sucedidos en Chalchihuapan el 9 de Julio, mucha tinta ha corrido en los periódicos y muchas palabras han viajado por las redes sociales. Creo que independientemente de la manera desafortunada y trágica en la que se desarrollaron los hechos, estoy convencida de que ninguno de los involucrados tuvo la intención de matar a un niño. El espíritu de la ley bajo la cual actuaron de manera mal dirigida los policías, pretendía precisamente regular  limitar  y acotar el uso de la fuerza pública. No creo que en medio del operativo que derivó en un zafarrancho en el que ambos  grupos, policías y manifestantes se enfrentaron con violencia, que de ninguna de las dos partes existiera la intención de matar, aunque al final una joven vida haya quedado como saldo de una serie de despropósitos y situaciones mal calculadas de ambos lados. Los bloqueadores pensaron que sería un vuelta de tuerca más, sin consecuencias ni impedimento alguno,  al cierre de carreteras. Los policías no esperaron una resistencia apoyada en cohetones, piedras y un número de personas muy superior al de ellos.  Insisto, independientemente de lo que resulte de las investigaciones para determinar de manera exacta y puntual qué acabó con la vida de un niño, si un cartucho de gas disparado demasiado cerca, si un cohetón, si una bala de goma o una piedra, la mano que lanzó el proyectil que acabó con una vida no pudo premeditar, ni pensar, ni consentir, ni planear, matar a un menor de edad. Es claro que de ambos lados la adrenalina del miedo y el coraje formaron una mezcla fatal. Ciertamente hay responsables. Pero detrás de eso no hubo la intención premeditada de ninguno de los seres humanos involucrados en ese evento de matar a alguien. Lo que sí hubo fue la capacidad de hacerlo. Los objetos usados en el enfrentamiento provocaron un gran número de heridos en ambos lados. Desatadas las furias, todos fueron potencialmente peligrosos.  El miedo y el desconcierto son malos consejeros. Las condiciones del enfrentamiento fueron inesperadas para  policías y manifestantes. Ambos iban a una cosa y se encontraron con otra.

 

 

Hace ya muchos años que los bloqueos carreteros se han vuelto una forma común de pedir cosas a las autoridades, de hacerse escuchar por ellas o de protestar. Regresando de México hace un mes, la carretera de cuota México Puebla estaba bloqueada por habitantes de Chalco que protestaban porque se habían inundado la víspera. La carretera fue cerrada a las nueve de la mañana y reabierta a las tres de la tarde por un grupo de granaderos. No hubo heridos, pero si empujones, gases, y muchísimo enojo de parte de todos los que estuvieron atrapados en la carretera desde las nueve hasta las tres. El derecho a manifestarse y a opinar existe, pero también debe de tener como límite el no atropellar el derecho de otros a transitar libremente. Eso está claro. Sin embargo, como se ha consentido durante tantos años, muchos de los manifestantes van a los paros y cierres de carreteras de manera despreocupada porque el mensaje ha sido que será tolerado. De ahí la importancia de comunicar bien que los bloqueos carreteros no son legales. No les gusta a muchos oírlo, pero es una violación a un derecho constitucional. Retener a una persona contra su voluntad es un delito. Se le puede detener en una carretera, en una calle, en una bodega o se le puede impedir salir de su casa. Eso es un delito. Hay que aceptarlo. Es una violación a la ley. Por eso, si va a dejar de ser letra muerta que bloquear una carretera está prohibido, las policías deben de contar con un buen manual de procedimiento para evitar que eso suceda. Para eso se presentó la famosa "Ley Bala", de larguísimo nombre oficial que no tengo a la mano.  Dicha ley, aunque avalada por la CNDH y apegado a los procedimientos de la ONU, fue enviada por el ejecutivo Rafael Moreno Valle a un Congreso que la aceptó sin mayor esfuerzo, que no la debatió, que no la cabildeó, que no la digirió, que no la consensó, que no la compartió y que no la divulgó correctamente ni entre sí ni con la sociedad.

La fortaleza de la existencia de la división de poderes se pierde cuando los congresos no aprovechan la diversidad de su conformación para debatir y discutir las leyes y procedimientos que se les encargan. Un congreso sumiso no es enriquecedor ni apoya al que gobierna, por el contrario, lo acaba debilitando. Nada mejor que aprobar una ley debidamente discutida. Entre todo lo que he leído sobre la tan traída y llevada ley, la voz de Víctor Giorgana me ha parecido sensata: no hay que abolir la ley para remediar el tsunami político derivado del enfrentamiento en Chalchihuapan, hay que revisarla, corregirla, perfeccionarla  y construirla, porque es necesario que los procedimientos policiacos para enfrentar problemas como el del 9 de julio sean impecables, claros, ordenados, bien dirigidos, de manera que se pueda hacer un desalojo sin consecuencias que lamentar. 

Creo que un congreso sumiso es malo para un gobernante y por lo tanto para la sociedad en su conjunto. No se trata de que el congreso sea un cuerpo que paralice el funcionamiento de un estado, sino al contrario, debe de servir como un sano contrapeso al poder que ejecuta, que actúa. Nada mejor que la ayuda y la riqueza de ideas para funcionar. El cuestionar, pensar, disentir de manera generosa solo puede ser bueno. Alguien escribió por ahí que nada hay más peligroso que los mundos cerrados, los mundos sin contrapesos.

 Ya pasó en muchos congresos que estuvieron sometidos al presidente de la república por decenios al igual que muchos congresos locales. Los resultados fueron desafortunados y muchas veces terribles. Hay una regla de la naturaleza y de las obras de arte: unidad dentro de la diversidad, y diversidad dentro de la unidad. Nos está faltando eso, pero lo podemos tener si lo volvemos un reto y un empeño. Señores diputados, llenen su espacio,  además de ser su obligación todo mundo se los va a agradecer. El que resiste- decía un político- apoya. El escuchar a otros y el tener que compartir la toma de decisiones y acciones, nos hace mejores, nos hace más fuertes. Genera desde luego, mejores gobernantes. 

 

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