• José María Pérez Gay
  • 30 Mayo 2013
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Por: José María Pérez Gay (1944-2013)



El primero de abril, Lon Nol huyó.

Abril 17 de 1975. El victorioso khmer Rojo entró a Phnom Penh y de inmediato empezó a evacuar la ciudad por la fuerza.

 

La ciudad fantasma en el país de los niños

 

Según cálculos de los políticos chinos, a finales de 1975 habían muerto un millón de kampucheanos de la tercera categoría, entre ellos noventa mil monjes budistas aproximadamente, quienes encarnaban el poder de la tradición dentro del Estado. El khmer rojo se ensañó con ellos, pues los consideraba parásitos de la nueva sociedad: no sembraban arroz, lo recibían de los campesinos. Un principio enunciado por San Pablo, motor de la ética protestante y después artículo de la Constitución Soviética tomaba en Kampuchea el carácter de una amenaza de muerte: "El que no trabaja no come". Además, campesino que diera comida a un monje, podía considerarse muerto. Khieu Samphan definía la nueva religión: "El único Buda importante es el pueblo. El pueblo lo puede todo, hasta lo imposible. Si le somos fieles, nada importa eliminar a un monje budista". Al comenzar 1976, el khmer rojo proclama la Constitución de la República Democrática de Kampuchea. En ella se prometía trabajo a todos los khmer y se subrayaba: "En nuestra república no existe el desempleo. Todos los khmer pueden creer libremente cualquier cosa, pero las religiones reaccionarias están prohibidas... En Kampuchea deben regir en la misma medida la igualdad, la justicia, la armonía y la felicidad". De esta utopía asesina -como la ha llamado Pin Yathay- quedaron sólo las comunas de trabajo, en donde vivían hacinados millares y millares de campesinos y gente de las ciudades que buscaba sobrevivir. La medida del Partido Comunista de reinstalar al príncipe Sihanouk en el poder fue de índole estrictamente política y se dirigió contra sus enemigos del exterior. Una circunstancia facilitaba sus propósitos: el estar ya en marcha el sistema de espionaje y aprovisionamiento ideado desde el principio. Pol Pot designó varios jefes subalternos: Ieng Sary, ministro de relaciones exteriores; Khieu Samphan, primer ministro; Hu Nim, Prensa y Propaganda; Son Sen, Ministro de la defensa. Los demás cuadros importantes cambiaron de nombre e identidad. Aunque parezca increíble, Kampuchea se cerró durante tres años (1975-1978). A finales del siglo XX, una nación cierra sus fronteras, congela todas sus relaciones diplomáticas rechaza cualquier ayuda económica, menos la de China, y expulsa a todos los extranjeros. La directiva de Angka autorizó un solo vuelo quincenal a Pekín. El dinero desapareció como transmisor de corrupción, los correos y los teléfonos se suspendieron para siempre, dinamitaron el edificio del banco central y quemaron todos los archivos, bibliotecas, expedientes, actas de nacimiento y defunción. Como si fuera un capítulo de la obra de Elías Canneti, Phom Penh era una ciudad fantasma y nadie, salvo algunos funcionarios, podía vivir en ella. Habían alejado sus temores y exterminaban la memoria del pasado. Un film yugoeslavo para la televisión mostraba por primera vez, en 1977, algunas imágenes. Ciudades desoladas, cientos de edificios vacíos, carrocerías de automóviles abandonadas, diplomáticos confinados a sus casas y algo tan extraño como incomprensible: los nombres de todas las calles habían sido borrados. Las únicas fuentes que corroboraron los sucesos en Kampuchea eran los testimonios de refugiados, las emisiones de Radio Phom Penh captadas en Tailandia y las narraciones hechas después por los sobrevivientes. Sihanouk, que había regresado a finales de 1975, fue recibido con todos los honores, destituido de sus cargos más tarde y puesto bajo arresto domiciliario. Doce años en la jungla y la guerrilla, perseguidos por los B-52, sin contacto con el exterior, temiendo ser anexados por Hanoi, fueron creando sin duda una actitud paranoica. Vivo aún el recuerdo del bombardeo estadunidense, los militantes del khmer rojo aseguraban que la invasión era inevitable. Soldados, desde luego, no escaseaban. Pero algo llamó la atención de un grupo de diplomáticos yugoeslavos y suecos. En su rápido recorrido por el país vieron más jóvenes que adultos. Los niños trabajaban en las fábricas y en los astilleros de Kompong Som, formaban grupos en los puertos y organizaban el comercio. Los campos de arroz que vieron al pasar estaban llenos de gente joven y era como si la mayoría de los adultos hubiera desaparecido. Los diplomáticos no hicieron conjeturas al respecto, pero uno de ellos declaró: "fue como un film absurdo, como una cruenta pesadilla. Es difícil creerlo, pero es verdad". 


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