• José María Pérez Gay
  • 30 Mayo 2013
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Por: José María Pérez Gay (1944-2013)


Abril de 1973, Sihanouk, el lider nominal de los comunistas, visita de a los guerrilleros, Aquí abraza a Khieu Samphan.

Lon Nol, Que sufrió un infarto en 1971. 



Luego de un bombardeo comunista a Penh en febrero de 1974, fueron destruídas unas diez mil casas. Fotografía de Christine Spengler (http://memoriandofotografia.blogspot.mx)

 

Visión de los heridos y evacuación de las ciudades

 

La nublada mañana del 17 de abril de 1975, los contingentes del khmer rojo entraron en la ciudad de Phom Penh. Vestidos de negro y con la pañoleta de los campesinos al cuello, desfilaron en silencio por el Boulevard Monivong. Lo que más llamaba la atención eran esos muchachos de doce y quince años con la metralleta AK-46 al hombro. Fueron colocándose en los cruces más estratégicos de la ciudad como si la conocieran de memoria. A los once de la mañana, varios comandos se presentaron en el hospital general el Preah Ket Melea, recorrieron los pasillos llenos de heridos y ordenaron que se pusieran de pie y abandonaran la ciudad. De todos los hospitales salieron miles de enfermos y heridos. Poco a poco fue formándose una caravana grotesca. En el candente calor de aquel verano, dio comienzo un éxodo inenarrable. Hombres sin piernas se arrastraban por las calles, niños y muchachos ciegos se ayudaban poniendo las manos sobre los hombros de los lisiados, una procesión de soldados paralíticos y mutilados caminaba a empellones. Decenas de personas traían a sus niños envueltos en bolsas de plástico y un grupo de camas improvisadas avanzaba lentamente dejando atrás una estela de sangre y sueros. Muchos heridos cargaban a sus muertos, pero los iban abandonando en el camino. Setenta mil enfermos y heridos abandonaron Phom Penh en un lapso de tres horas. Por los magnavoces la directiva de Angka ordenaba la total evacuación de la ciudad. Se recomendaba llevar sólo los alimentos necesarios, abandonar sus pertenencias y no protestar. Los extranjeros debían concentrarse en la Embajada francesa; los demás, hacerse al camino. Al caer la tarde del 17 de abril, las multitudes se había congregado en las vías de salida, apenas podían avanzar unos metros y miles de familias se desmembraron para siempre. El congestionamiento de ese tráfico humano era tan intenso que los vigilantes no se dieron abasto. En sólo cuatro días tres millones de personas abandonaron Phom Penh rumbo a las comunas de trabajo. El año cero comenzaba, la historia se había detenido. Los evacuados eran el pueblo de hombres nuevos, cuyo destino sufría una transformación de fondo. Hechizados por el vértigo de la purificación, los líderes del Khmer rojo pusieron en práctica su teoría. Las ciudades eran el centro de la corrupción capitalista y alentaban a las fuerzas contrarrevolucionarias. Un comisario político justificaba la evacuación diciendo claramente: "La ciudad es intrínsecamente perversa, pues en ella domina el dinero. Podemos transformar a los individuos, pero nunca a las ciudades. Nuestros hombres deben aprender a dominar la naturaleza, es decir: ponerse a cosechar y sembrar. Deben aprender también, y no olvidar jamás, que la ciudad los pervirtió. Las ciudades han sido sinónimos del capitalismo". Dos meses antes de la victoria, el Partido Comunista de Kampuchea había celebrado su último congreso. Más que un congreso fue un enfrentamiento de facciones. Hou Yun se opuso a todas las medidas, sobre todo a la evacuación de las ciudades, argumentando que se trataba de una locura. Los guardaespaldas de Pol Pot, al parecer, lo asesinaron cuando regresaba a su casa. La primera fase del proceso de purgas internas y exterminio, empezaba con su muerte. Pol Pot, el hombre fuerte del khmer rojo había dividido en tres amplias categorías a la población de su república campesina: en primer lugar estaban los elegidos que recibían una ración completa de alimentos y podían ocupar puestos políticos dentro del partido. Es decir, los miembros del Partido Comunista y los campesinos más desposeídos; en segundo lugar venían los candidatos, quienes recibían media ración alimenticia y trabajaban en puestos administrativos; eran los revolucionarios urbanos y los campesinos medios; y por último los desarraigados, que apenas recibirían una ración y que encabezaban la lista de fusilamientos. Ese género de enemigos del pueblo lo constituían los habitantes de las ciudades, los intelectuales, los monjes budistas y los campesinos incorregibles al servicio del capital. Nadie había contado con que algún día lo llevaría a la práctica. Por otra parte, el temor paranoico de los jefes de Angka iba creciendo mientras más se consolidaban en el poder: a siete meses de la victoria el gobierno de Pekín les ofreció ochenta tanques. El khmer rojo careció de ellos siempre y los chinos ofrecieron también entrenar a sus pilotos. La directiva de Angka seleccionó a un grupo de niños entre los nueve y los once años. Los militares chinos se negaron a entrenarlos y resolvieron capacitar a varios soldados del khmer rojo. Al regresar a Phom Penh los nuevos pilotos fueron pasados por las armas. 



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