• José María Pérez Gay
  • 30 Mayo 2013
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Por: José María Pérez Gay (1944-2013)


Lágrimas que haig enjugó

Las duras condiciones de la paz en Vietnam, el incesante bombardeo estadunidense y la larga penetración del khmer rojo en todo el país, fueron minando el gobierno de Phom Penh. Lon Nol sabía que era inútil seguir combatiendo sin un ejército respaldado por los Estados Unidos. Reclutados en la leva y entrenados en un campo de golf sus ciento veinte mil hombres fueron diezmados sin piedad. Treinta días después del golpe, sin una estrategia determinada, desaparecieron doce batallones. Los primeros escarceos con las guerrillas costaron quince mil muertos. Aparte de los errores tácticos y la inexperiencia de sus tropas, el khmer rojo cerraba sus pinzas sobre Phom Penh. Washington decidió retirar sus efectivos, pues el Congreso vetaba la nueva aventura de Nixon. Alexander Haig entra entonces en acción. Su trayectoria política nació en Kampuchea, la primera misión importante como asistente de Kissinger. A sólo unos meses de la invasión, Haig se entrevistó con Lon Nol. Era sumamente problemático hacerle ver la necesidad de Nixon. Por lo pronto, seguirían contando con el apoyo aéreo, ya que se trataba de cortarle la salida al Vietcong. Haig buscaba dar coherencia a las decisiones de su gobierno sobre todo claro las globales viendo y tratando de resolver los principales problemas de Indochina en su conjunto, y no como casos locales, aislados, independientes unos de los otros. Lon Nol hizo un enorme esfuerzo por describir el carácter nacional de los khmer, explicando que los bombardeos lanzaban al grueso de la población hacia las filas comunistas. Haig respondió escuetamente. Dijo que Nixon, presionado por el Congreso, había decidido retirar sus tropas en unos meses; pero a cambio ofrecía un vasto programa económico y militar. Nol rompió en llanto repitiendo, desesperado, que estaba perdido sin los ejércitos estadunidenses. Desconsolado y fuera de sí, le dio la espalda sollozando. Haig que contaba con todo menos con esa reacción, le pasó un brazo por el hombro y se quedó ahí reconfortándolo un buen rato. Le prometió renegociar la decisión en Washington. Es verdad que en el Congreso se luchó por la no intervención en Camboya, pero el designio de continuar los bombardeos era la condición misma del éxito de la nueva política de paz. Pocas cosas, sin embargo, han desacreditado tanto al tratado de paz entre Hanoi y Washington como el no haber suspendido el bombardeo sobre Camboya. Al día siguiente de la firma del tratado, el poderío bélico de los Estados Unidos se descarga de pronto sobre el país de los khmer. Del 28 de enero al 15 de agosto de 1973, un bombardeo de saturación raras veces conocido en la historia arrasa el país. Cientos de B-52 lanzaron no sólo explosivos de tipo convencional, sino también bombas de percusión, napalm defoliadores químicos y gas paralizante. De las quinientas cuarenta mil toneladas de bombas arrojadas desde el comienzo de la operación Breakfast, doscientas cincuenta mil cayeron en esos últimos siete meses, vale decir: dos veces más que todas las que lanzaron sobre Japón durante la segunda guerra mundial. Según las cifras oficiales del Pentágono, dos millones de kampucheanos salieron huyendo de las zonas no controladas por Lon Nol. Hou Yun calculaba que ochocientas mil personas habían muerto bajo los bombardeos, entre ellas diecisiete mil combatientes del khmer rojo. Hacia el ocho de febrero, Henry Kissinger salió rumbo a Bangkok. Había citado a una conferencia de embajadores en el sudeste asiático. Los representantes de Washington en Laos, Vietnam del Sur y Camboya aguardaban instrucciones sobre la nueva táctica después de la firma del tratado de paz. Emory Swank, embajador en Phom Penh, recibió la orden de convertir a su embajada en un puesto de combate, pues la consolidación de la paz reclamaba el bombardeo implacable y extensivo. De allí en adelante Swank no seguiría pasando información estratégica a la Séptima Flota sino que le tocaba elegir aprobar y controlar las zonas de bombardeo. Coby Swank, orgulloso diplomático de carrera, no quiso mancharse las manos en la empresa. Delegó la responsabilidad diaria, el trabajo de alcantarillado, a su consejero, Thomas Ostrom Enders, el actual subsecretario parlamentario para asuntos de América Latina. 


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