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"El hombre que amaba a los perros"  es el título de una inquietante novela  escrita por el cubano Leonardo Padura, formada por  una fascinante indagación histórica en torno a los motivos y razones que pervirtieron la gran utopía del  siglo XX: la construcción de una sociedad justa por medio de la instauración del socialismo. Tres son los personajes centrales de esta historia, y los tres aman a los perros: Iván,  un escritor cubano que debido a la censura está dedicado a atender un humilde gabinete veterinario para sobrevivir. Ramón Mercader, el asesino de León Trotski asilado en la Habana y a quien Iván conocerá un día de 1977. Los acercará su mutuo cariño por los perros. El tercer personaje es León Trotski, quien  a lo largo de su exilio y antes de ser asesinado en México, estará siempre acompañado por perros a los que ama.



En 2004, solitario después de la muerte de su mujer, Iván vuelve los ojos al episodio de su vida en que siendo muy joven conoció a un enigmático hombre que acompañado por un alto guardaespaldas mulato pasea por una playa de la Habana a sus dos exóticos galgos rusos. El hombre se presenta con un pseudónimo, pero poco a poco Iván irá adivinando que es Ramón, el anarquista catalán recién liberado de su prisión en México después de cumplir su condena por el asesinato de Trotski. Iván y él  establecen una rara amistad, centrada en la necesidad de Ramón de contar no solo su historia, sino la historia de una generación perdida en la que justificados por la defensa de las ideologías todos son capaces de todo, de las peores traiciones, de los más crueles asesinatos y de grandes mentiras, incluidas las dichas en nombre del amor.

Tres miradas sobre una época crucial del siglo XX: la de Ramón y su juventud cruda y violenta , en la que él pierde los ideales en aras de la ideología inculcada con fiereza por  su madre, Caridad, una fanática estalinista que opera en España en los tiempos de la república española y la posterior guerra civil. Caridad no duda en ofrendar a su hijo para que sirva de verdugo y sicario a la causa del socialismo soviético. La segunda mirada es la de León Trotski y su amargo destierro, perseguido siempre a la distancia por el ojo de Stalin y sus seguidores. Trotski  vivirá expulsado de la Unión Soviética de 1929 a 1940, y será en esos  años un ratón con el que Stalin jugará antes de matarlo;  lo dejará vivo mientras le sea útil para justificar represiones y aniquilamientos de todo lo que sea oposición a su persona al interior de la Unión Soviética.

Las historias de León Trotski y Ramón Mercader alcanzarán su clímax en  el México post revolucionario de 1940, cuando Ramón, después de enamorar y seducir paciente pero  falsamente a una asistente de Trotski, Silvia Ageloff, logre  introducirse al estrecho círculo de la casa celosamente custodiada, ganándose la confianza del más desconfiado de los hombres  hasta lograr matarlo como a un cordero. Ramón nunca olvidará el grito de Trotski al ser herido de muerte en la nuca por un piolet.

--Ese grito --le confesaría a Iván--, ese grito nunca me abandona.

 El relato no omite contarnos que también Trotski, en su momento de máximo poder al inicio de la revolución rusa, tampoco se tocó el corazón para aniquilar y matar a los que él consideraba enemigos de la revolución. No escatimó muertos con rusos ni polacos.  Pasó sin mayor pudor de idealista a ideólogo, de luchador social a  perseguidor y verdugo implacable: luego sería  humillado y perseguido y al final, víctima.

El libro nos da un inteligentísimo atisbo por las barbaridades del nazismo, fascismo, franquismo, comunismo y todos los "ismos" posibles dominantes en el siglo XX,  en el que al final, los hombres del poder, para defender el poder, son igual de implacables y crueles unos y otros, sin importar sus causas y creencias pero utilizándolas como justificante.

La tercera mirada del libro es la de Iván, que se unifica con la mirada de los perros que acompañan fielmente a los hombres que acarician sus cabezas, ignorantes de su condición moral. Iván es un hombre sensible, bueno y común, dominado por sus afectos y su bonhomía, poco influenciable a las ideologías, o más bien, consciente acerca del riesgo que significa ser fanático de la causa que sea. Su mirada es el hilo conductor de la novela y su voz narrativa ya viene de regreso de todos los vaivenes de la revolución cubana. Pareciera ser que la lección del libro, si es que alguna pretende dar, es que el fanatismo y el abuso de poder que este suele generar, nublan la conciencia, matan la bondad y vuelven de piedra el corazón de los humanos, pero sobre todo, dejan sabor a ceniza, dolor y desencanto en los pueblos silenciosos que padecen las dictaduras, vengan de donde vengan.

 El tan poco entendido término medio y la aceptación de la gradualidad para ir alcanzando mejoras sociales nos queda como una convicción certera cuando la última página de este inquietante y ambicioso libro se cierra.

Como dato curioso, un nieto de Trotski fue traído con él a México.  La bisnieta ruso mexicana  de León  Trotski, Nora Volkow,  ha dedicado su vida a la lucha contra el abuso de las drogas. León Trotski yace enterrado en México, en el jardín de la misma casa en donde fue asesinado y que hoy es un Museo. Todos los escritos de Trotski estuvieron prohibidos en Rusia hasta 1989. Todos sus hijos varones fueron mandados a asesinar por Stalin antes de que Trotski muriera.

Ramón Mercader murió en Rusia y acabó decepcionado del Estalinismo y distanciado de su madre. Sylvia Ageloff, la mujer que Ramón sedujo para infiltrar el círculo trotsquista, trató de suicidarse la noche en que Ramón Mercader asesinó a Trotski. De ahí, pasó a odiarlo de por vida. El presidente mexicano que se atrevió  a dar asilo a Trotski cuando en todo el mundo por temor a Stalin se lo negaban, fue Lázaro Cárdenas. Trotsky y su esposa Natalia Sedova llegaron a vivir a  la Casa Azul de Coyoacán  acogidos por Frida y Diego Rivera. Siqueiros y un grupo de comunistas estalinistas intentaron asesinar a Trotsky en mayo de 1940. Ramón lo lograría unos meses después.

Cuando Ramón fue interrogado por la policía mexicana después del asesinato, confesó que el  sonido del grito de Trotsky lo recordaría toda la vida. Así fue.  

Video: Diego, Frida y Trotzky