".$creditoFoto."

Esto es una crónica dedicada parcialmente a mí  y una retrospectiva sin cronología de mi paso por el primer año en una escuela confesional.

 

Siete y cuarto de la mañana y acordémonos que estamos ante la santa presencia de Dios, adorémosle. Luego a San Juan Bautista de la Salle y que ruegue por favor por nosotros, y gracias Dios por un día más de vida (yeeih).

Y mañana igual e igual e igual e igual.

 

Yo había llegado a este patio ateo tras una serie de razonamientos de niño de doce años que se preguntó si había sido Darwin o el sexto día de la creación, y no sentía nada al rezar (y sí, vio Dios que era bueno pero infundado), entre otras discordancias más recientes. Yo llegué y en primer día de estar en la escuela religiosa me denominé extranjero pero no en honor a Meursault, sino más como un espectador cómplice esperando a que pasaran nueve meses para invalidar mi extranjeridad.

--¿No crees en nada?

—Creo en mí.

Sí, muy John Lennon, y Juanpa, te veías tan mamón, tan badass que raparte el coco, y eso sólo sirvió como variable en aquel ciclo de prejuicios, apariencias y el ¿qué le pasó a ese güey?

Ay Juanpa, qué pendejo, y tú pretendiendo ser lector cómplice de los cuentos de Cortázar mientras todos rezan, y que le faltas al respeto y que no crees en Dios y que Einstein dice que Dios existe y la maestra te llama la atención y corrige. Cuando tú leías a Cortázar religiosamente y tu momento de lectura era sagrado (ja, pero no se juega con eso, ojo); irónicamente repetías una frase de De la simetría interplanetaria (una reencarnación de Jesucristo en artrópodo narrada por el escritor argentino). Luego aflojaste, ¿qué te pasó? ¿Por qué dejaste de contestar? ¿Por qué evadiste la polémica? ¿Dónde quedó tu rebelión y denuncia de lo que estabas en contra? Ateo. Tal vez sentiste que no valía la pena, tal vez te quitaron los ánimos de decir lo que piensas y pensar lo que dices, tanto llevar la contra, quizá sentiste una carencia de argumentos (no lo sabes, pero sólo divagas un ratito, enemigo silencioso).

 

Dos minutos para el examen, Jesús crucificado mirándonos a todos, amándonos, unos cuantos haciendo acordeones (no te hagas, tú también), otros escribiendo en la banca, también hay un patrón de respuestas para la opción múltiple de boca en boca, pasan dos minutos y en coro todos “Padre nuestro que estás en el cielo [...] líbranos del mal, amén.” Contando con cuarenta minutos para resolver una prueba mediocre… ¡a sacar lo mejor de nosotros, chinga'! (Sabes que hay excepciones Juanpa, la generalización es peligrosa, estás consciente; la fe mueve a montañas, lo han visto). 

 

La religión es cuul: ¿no te daban ganas de vez en cuando de pararte sobre el techo del Auditorio Benito Massard con un par de alas enormes de un señor muy viejo y mirar a todos y escuchar sus pensamientos mientras te decías a ti mismo “Cuando el niño era niño no sabía que era un niño, muy como Der Himmel über Berlin? Y todo se volvería monocromo con un aire nublado y yo un vagabundo desapercibido y auto marginal, etiquetas estimulantes. No, aún no lo decides. Lee en las esquinas recónditas de los pasillos, siéntate en las escaleras, que no te vean, pero recuerda que no tienes dónde esconderte, mister wanderer.

  

Fotograma de El cielo sobre Berlín, de Vin Wenders, 1987.

 

Sólo será un año, me dije, luego hago lo que me dé la re chingada gana; y tal vez me guste, también me dije, pero no lo sé, no lo quiero ahora. Una serie de eventos desafortunados, negligencia emocional, ¿por qué fuiste allí, si desde el primer día sólo esperabas que llegara el último? Te sentiste forzado, pero siempre pudo existir una salida. Seguías despierto en tu mirada onírica, luego oscuridad.

El tiempo puede ser el mayor rompe-corazones, el tiempo diluirá la tristeza. Tus lágrimas riegan al árbol de la esperanza, se mantendrá firme. De repente no despertaste, decidiste bloquear tus pensamientos, dejar que las cosas pasaran, y tu imaginación se secó en ese entonces. Lloraste más que otras veces, el añoro de cosas que jamás pasaron, pero ya no importa, ya no importó. Jajajajá, acento en la última “a”.

 

Parejas que se acercan tanto sus cuerpos que ni el Espíritu Santo pasa entre ellos,

—Ey, nada de parejitas, y menos si son de tres... ¡y menos si son hombres! —disciplina; que te peines, porque te ves más guapo; corbata roja y arreglada todo el día; uniforme de pants y playera blanca; castigado, vienes de gala el resto de la semana; repartan libros de texto; córtense el cabello, varones.

Qué hueva.

 

Un rarito en la última fila y esquina derecha del salón, sí, que no sé si fui yo o la voluntad de Dios, inclusive ambas, que nos confinaron allí. Te divertías más llevándote con los valemadres fumadores, sí, y te sigue gustando. Te sigue gustando el estilo malhablado, quién sabe por qué. Que si puedo probar el cigarro, no quiero fumar (o sea, hacerlo costumbre), pero una curiosidad espontánea me induce a salir de aquella incertidumbre (Juanpa, no necesitas quemarte para saber que el fuego es peligroso), reajusta el temporizador de vida. Siente el humo danzar en tus pulmones y di “esto no me excita tanto como una buena lectura”.

 

 Tuviste crisis amistosas, pasaron, pasaron, ahora ya puedes tener amigos, sí, sin afinidad, solo por echar el ‘coto, y ellos se vuelven tu único remordimiento a la hora de desear abandonar la institución. Eres especial, inusual, profundo, sin convencionalismos; frases superficiales. Sí los extrañaré a algunos pocos, hermanos míos, pero sin razón alguna me dan ganas de mentar la madre a tantas cosas que dejo atrás (a veces los “te quiero” sobran).

 

Oh, tú. Te deprimías de cuando en cuando, decías sarcásticamente “me odio a mí mismo y deseo morir” o “mátenme” en una diversidad de situaciones y entonaciones. Tus amigos te aguantan, hippie-vagabundo-hipster-hobbit-semi-emo. Estabas hasta atrás del grupo, a la mayoría le valías un carajo.

 

—¿Vienen a la escuela por una nota o a aprender? —preguntan.

—Por mi pinche nota, suputamadre —replicaba algún Juanpa, burlándose de las clases, llorando profundamente. No serás el primero en criticar el sistema educativo, en buscar algo outstanding pero sintiéndote solitario ante el desinterés de las personas (otra generalización peligrosa), y sentirte fuera de lugar. ¿Pseudo intelectual…? No sé. Oh, yo.

 

La educación cristiana no es taaaaan mala, nos dicen sin decirlo así precisamente.

Los ateos son una bola de ignorantes acomplejados que al primer temblor son los primeros en rezar, eso lo escuchaste decir a un profesor, y te quedaste callado, ¿por qué?

Laic y comparte si amas a Jesus, sí amas a Satan ignora está foto.  Opio del pueblo.

No te quieres burlar de ello, no, sabes que alberga valores importantes, a veces faltan en la sociedad, quién sabe si la educación cristiana lo arregle: no lo sabes, pero piensas que no. Si fuese así, solo faltarían más cristianos inteligentes (sin ánimo de sarcasmo): conociste uno allí.

—Si apenas y creo en Dios, ¿cómo voy a creer en la magia?— respondiendo a la pregunta que cuestionaba la existencia de la magia, respectivamente. 

Los cristianos hablaban del arrepentimiento ante Dios, pero tú nunca te arrepentiste de nada, pues cada pendejada era primordial.

 

Al final, todas las clases eran basura, sí, basura, decías --usaste mucho esa palabra en algún tiempo--, aunque sabías que unas cuantas clases de ciencia no venían mal. Las clases relativas a las letras, la historia, las ciencias sociales, a todas les quitaste seriedad, las criticaste y burlaste sabiendo que tenías tus razones. Lo mejor sucedió al final, en la cúspide y catarsis de críticas consumidas en una sonrisa de Guy Fawkes, en la que ya nada importaba demasiado. Ateo, católico, agnóstico, no sé.  

 

La única clase que te gustó, fue la de religión.