• Verónica Mastretta
  • 30 Enero 2014
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Por: Verónica Mastretta

Marcella Pattyn murió en Bélgica el año pasado a la edad de 92 años. Fue la última cuenta de un largo rosario de mujeres extrañamente libres, la última representante de  las comunidades laicas llamadas beguinatos o "beaterios" que nacieran en los países bajos en el siglo trece, con reglas y formas creadas por las mujeres, sin tomar en cuenta la opinión de los hombres. Marcela ingresó en 1919 a una de las comunidades más antiguas, la fundada en 1242 en lo que hoy es territorio Belga. Marcella nació casi ciega, pero una tía la ayudó a entrar en uno de los últimos beguinatos y ahí pudo llevar una vida de servicio, dedicada a la música, a la cocina y al cuidado de las mujeres enfermas de la comunidad .Dicho por ella, vivió una vida plena y feliz.



 ¿Cómo es que nació este movimiento tan singular y favorable a las mujeres?  Las guerras santas y las guerras entre las ciudades- estado del siglo XIII, generaron una  enorme desproporción entre el número de hombres y mujeres, --¡y es que cómo les ha gustado a los hombres matarse entre sí!--, así que las mujeres, que en esa época debían necesariamente depender de los hombres, se vieron obligadas a aliarse para sobrevivir. Fundaron más de cien  mini comunidades autónomas que llegaron a tener hasta 800 miembros cada una; sus actividades  productivas eran el cultivo de huertos y hortalizas, el hilado y tejido de telas, la confección de prendas y la producción de quesos y conservas. Tenían una profunda vida espiritual y hacían votos de castidad, obediencia y humildad, pero podían abandonar la comunidad para casarse o regresar con sus familias si así lo deseaban. Salían y entraban del área del claustro formado por pequeñas casas de madera, para atender enfermos, educar a los niños, cuidar de los ancianos o a vender sus productos, pero siempre regresaban al atardecer a compartir una vida de corte monacal, en la que además  se fomentaba la música, la poesía, la literatura y la pintura. Sus comunidades eran laicas, pero profundamente religiosas, algo lógico en el mundo teocrático del siglo XIII y de  otros ocho largos siglos por venir. Estas interesantes instituciones laicas no estaban ligadas a la estructura de la iglesia católica romana, o sea, no tenían registro de convento, y la intromisión de los hombres estaba vetada, incluida la de los sacerdotes. Iban a misa a las iglesias cercanas, pero  adentro del claustro ellas  tenían sus propias ceremonias litúrgicas en lenguas "vulgares", en el lenguaje común de cada día; sus cantos y rezos eran en el idioma con el que una mamá habla a su hijo, sin usar jamás el latín, el lenguaje del poder de los hombres de la jerarquía eclesiástica católica que duró hasta que llegara Juan XXIII y lo aboliera en 1963. Los beguinatos nacieron de la necesidad de tener que prescindir de los hombres, y luego, volvieron de esa necesidad una fortaleza, ya que dentro de sus comunidades las mujeres gozaban de una libertad inimaginable en la vida de los conventos tradicionales o incluso en la vida de cualquier hija o esposa de familia.



A lo largo de los siglos, sus actividades suscitaron la desconfianza y la discolería  del clero masculino, alegando que en dichas comunidades se podían hacer interpretaciones equivocadas de las escrituras, y que dentro de los claustros podían esconderse brujas o herejes. En 1310, la escritora beguina Margarete Porete, autora del  poema "El espejo de las almas simples", fue quemada en la hoguera en París porque el Papa Clemente V consideró heréticos y subversivos algunos de sus poemas. Si las comunidades beguinas lograron sobrevivir, fue  gracias a los grandes servicios que prestaban a las ciudades y pueblos cerca de los cuales vivían. Su alta espiritualidad y su compromiso con los desvalidos llenaban un hueco asistencial que los estados de entonces de ninguna manera podían llenar. Su organización interna permaneció casi intacta durante ocho siglos. La reforma de Lutero las respetó, ya que algo central de lo que Lutero proponía, que era "religión en tu idioma", ellas ya lo venían haciendo desde mucho antes;  la inquisición las acabó dejando en paz debido al aprecio que se les tenía en la sociedades de entonces; en el norte de Francia y Bélgica se consolidaron y construyeron 13 comunidades de casas de piedra, hoy protegidas por la UNESCO, y que podemos conocer en Brujas o dentro de la Universidad de Lovaina. Ahí están aún los silenciosos jardines llenos de álamos y narcisos en flor, sus casas de piedra en pie mostrándonos el sutil tejido social que lograron construir y hacer prevalecer mujeres inteligentes, sensibles y altruistas. Solo el tiempo pudo acabar con todo ello. La paulatina emancipación de las mujeres y la secularización de la vida espiritual hicieron que llegado  el  siglo XX el movimiento perdiera sentido. En 1960, Marcella era una de las nueve mujeres que habitaban el beguinato de Saint Amand de 40 casas. Dormían aún en  blancas sábanas de lino tejidas por ellas, en las estrechas camas de sus celdas. Con la muerte de Marcella Pattyn, el claustro de Sant Amand en Bélgica, fundado en 1242, perdió a la última de sus mujeres, al último reflejo en el espejo de un movimiento extraordinario.



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