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Por: Emma Yanes y Sergio Mastretta

La riqueza de una nación se explica por el trabajo de sus mujeres y hombres. El trabajo en su relación con la naturaleza. Y más allá de los nacionalismos, decía el viejo Marx, en la propiedad de los medios de producción. En esta hora de riesgo extremo para México, cuando la élite en el poder apuesta por la vuelta a los tiempos de don Porfirio y, como entonces, todo lo funda en el término “modernización”, vale la pena escuchar la voz del trabajador mexicano. Y de un petrolero en los años ochenta, cuando la empresa paraestatal PEMEX iniciaba su declive hacia el desastre que conocemos hoy, arrebatada por los políticos en la corrupción administrativa y sindical. La historia del ChPT la recuperamos del libro Con el sudor de tu crisis, de Emma Yanes y Sergio Mastretta, publicado por la BUAP en 1989.

De una cosa puedo estar seguro: ninguno de los senadores y diputados que hoy desnacionalizan el petróleo, ellas y ellos, ha tomado en sus manos para ganarse la vida una herramienta, una llave inglesa, un azadón,  ¿Por qué alguien quiere exigirles que piensen en el trabajo que ha llevado construir una nación? (Mundo Nuestro)

 

Enero de 1983

José Hernández trabaja en la Superintendencia General de Mantenimiento y Construcción de pemex. En su dependencia son 500 trabajadores. Su salario es de 310 pesos diarios (tabulado) más 400% en prestaciones. Tiene 47 años y es operario especialista en varios oficios desde hace ocho años. Llegamos a la vecindad de José Hernández un domingo a las doce del día; tiene compradas dos viviendas para su familia. En la sala tipo colonial, sus hijos ven las caricaturas en una televisión Panasonic a colores. José tiene cuatro hijos. Su señora nos sirve un caldo de camarón, él destapa una botella de tequila Herradura. “Es el más caro,” dice, “pero el más sabroso.”

            “Somos siete operarios. A finales de 82 disminuyeron los viáticos y el tiempo extra. El salario del tabulador aumentó de 240 a 300 pesos, pero se triplicó la chamba. ¿Cuáles ganancias, si Petróleos les regala todo a las empresas? De 79 a 81, pedimos 30% de aumento y sólo nos dieron 13%. En aumento de emergencia de noviembre y hasta 82 ‘La Quina’ renunció al aumento y hasta ‘donamos’ tres días del salario para el Fondo de Solidaridad: estamos de acuerdo con ayudar a la nación pero no para que otros se paren el cuello. No reclamamos porque dizque somos la bandera del sindicalismo nacional: necesitamos mostrarnos fuertes moralmente. Pero aquí nadie es libre de reclamarle nada a nadie, la cosa es ponerse a mano y ya. Gritamos y lo único que nos dan es dedo. A ver quién es el macho que se pone a darle de patadas a Sansón. No es tan fácil echarse el trompo a la uña, arriesgar el empleo y el futuro de los hijos. ¿La carestía? Cada vez hay menos para la botella y el pozole; 15% más de iva por un alcohol son chingaderas. Antes, los jueves en Acapulco nos preparaban un pozole especial; ahora, con el corte del tiempo extra, cuál pozole, ai pa’ lo que alcance: unos taquitos de canasta si bien nos va. Ya no hay horas extra y hay que buscarle por otro lado: de mecánicos, de lo que sea. Estás recortado de lana y ya no hay quién te pase el día. Y cuidado con alguna transita porque ya aumentó la vigilancia. De las viejas también hay que cuidarse: entre más tienes más te piden y se agandallan de tu salario. Hay que tener centavos para divertirse con ellas pero no reconocerlas.

“El año pasado fue el año de Hidalgo. Las áreas de trabajo casi se duplicaron, pero no el presupuesto para refacciones. Es posible darse abasto. A cada rato dan carpetazos en los almacenes del df. El mantenimiento no es constante y así no se puede hacer un trabajo preventivo. De 81 a 82 la gasolina almacenada en los tanques pasó de 60 mil a 100 mil y las instalaciones están programadas para menos. Te dicen de repente: ‘vete con tu carro-taller a Oaxaca, urge la fundición para un tanque.’ Llegas y te tratan como un Dios, un mago, un brujo, pero quieren que les resuelvas más problemas de los que se pueden, y si no te la hacen de pedo.

”Por lo general le tapamos el ojo al macho y ya, o esperamos si llegan más refacciones. Pues en el calendario mi buen, ai mero. Las cuadrillas son insuficientes, somos trabajadores de emergencia y a la hora de la hora nos toca matar al enfermo: ‘si se cura fue la virgen, si se chinga fue la cuadrilla.’ De 60 refacciones que se piden, llegan quince. La chamba es ingrata: hay veces que te reciben como rey porque vas a arreglar algo, y si lo terminas luego luego, terminan acusándote de flojo. Y como el trabajo no se ve, no es evidente, no te lo reconocen ni te dan chance de ascender.

“El país ha hecho cambios que dicen son para la mejoría del pueblo. Ya veremos de a cómo nos toca en el tercer año de gobierno. El pueblo tiene el gobierno que merece. Votamos por ellos, ahora ya nada de que ahora ya nos aprietan los zapatos. Yo lo que voy a hacer es dejar el carro-taller y volverme oficial de algo. En México somos aprendices de todo y oficiales de nada, por eso todo sale al aventón. Quiero que se me reconozca mi trabajo y poder ascender. Hasta me gustaría cambiarme a la administración, ser de confianza, y si la pinche sapiencia me da, pues llegar a ayudante de agente de ventas."

Nos terminamos el tequila. La señora insiste en que pasemos a comer: caldo de camarón, cabrito, tortillas, frijoles con chorizo, refrescos. De postre, natilla y café. Alguien propone ir a comprar una botella.

Febrero de 1985

 

Esta vez acompañamos la plática con mezcal. José vierte un poco en sus manos; se las frota, el mezcal se seca de inmediato, señal de que no está curado. Entre trago, recorre sus últimos días de trabajo.

"Nadie se explicaba bien a bien qué pasó en San Juanico. El producto elaborado tiene cien por ciento de riesgo, sin herramienta y personal adecuado no se puede tener trabajo preventivo. Los petroleros, sobre todo de mantenimiento, nos ofendimos con lo de San Juanico. ¡Carajo!, pensamos, si la empresa, si la administración anterior hubiera escuchado lo que los obreros pedían, las herramientas, el equipo de seguridad, lo más probable es que las cosas no hubieran sido así. Nadie se explica qué fue exactamente lo que sucedió. En PEMEX, con problemas administrativos y lo que quieras, el trabajador siempre está al pie del cañón, pero no hay equipo de seguridad, ni herramientas para el mantenimiento, la mayoría del material es de importación. Y si a eso le agregas los problemas administrativos, la cosa se pone peor. Oficialmente en San Juanico murieron tres personas en la planta. No es posible, esa planta por lo menos tuvo que contar con diez gentes; si en verdad sólo murieron tres, de todas maneras hay gato encerrado: es un error grave que cuatro gentes cuiden una planta para la que se requieren diez personas. Nos dolió San Juanico, sacó a luz los problemas de mantenimiento en PEMEX. Te mandan a arreglar una bomba, haces el presupuesto, te dicen con lo que vas a poder contar, ¡seis meses después! Para entonces la bomba ya dejó de funcionar.

“No le prestan al obrero especializado la atención que deberían. Le hacen más caso a un profesionista con un título cualquiera, sin saber si puede o no desempeñar el trabajo para el que lo contrataron. Antes un especialista de distintos oficios tenía a cargo el mantenimiento con sus respectivos jefes; ahora hay un ingeniero por encima de ellos sin mucha idea de la chamba. Hace diez años sí tomaban en cuenta a las cuadrillas, los trabajadores éramos importantes, la cuadrilla sabía arreglarlo todo, ahora los que aprendieron de nosotros nos quieren quitar la chamba. Tú llegas a mi nivel, ya no puedes subir de categoría, entonces compites contra mí. Si me mandan a trabajar contigo, te pido herramientas y me las escondes, te pido un chalán y lo mismo. Claro, en lugar de reparar las cosas, de ser magos como antes nos decían, dejamos las cosas exactamente igual: las desarmamos, las armamos, y ahí se acabó la chamba.

”Hace diez años las cuadrillas sí funcionaban, reparábamos lo irreparable, nomás con creatividad y apoyo de los cuates. Hasta el más chalán metía su cuchara, y hasta inventábamos las herramientas. Ahora no, cada agencia tiene su operario, nos mandan a la cuadrilla para aquí y para allá, y cuando llegamos, los operarios se molestan con nosotros, no colaboran, piensan que les vamos a quitar la chamba, y así no se puede sacar el burro de la barranca.

”Cuando tenía el camión de mantenimiento todo era distinto. Pero el camión se desgastó y la empresa no quiso cambiarlo. Choqué hace poco de regreso de Acapulco, se me chorrearon los frenos y me fui contra el cerro. Uno no puede estar arriesgando la vida por la chamba. Se acabó, nunca más tendré camión. Para qué decir que no, le tenía mucho cariño a la unidad. La empresa nunca quiso repararlo, y uno pues de dónde. Al principio siempre andábamos los tres operarios juntos: un mecánico, un electricista, un soldador. Los tres teníamos escrito en nuestro casco CHPT que quería decir: Chingones para todo. Éramos como Juan Camaney, llegábamos a la planta, a cualquier planta y jalábamos mano, les ayudábamos a buscar chamba, les conseguíamos ficha como ayudante de operario. El camión era nuestra casa, nuestra vida: teníamos estufa, cama, refrigerador, música, luz. La estufa la organizábamos con botes de petróleo, la cama con tablas de madera, el refrigerador era una cubeta con muchos hielos, la luz nos la robábamos de la planta con un diablito. Era nuestra casa. Pero eso sí, al otro día, el camión ya era un taller. A las cinco de la mañana recogíamos todo: en lugar de la estufa aparecía el servicio de autógena, el material para soldar. Y así, íbamos los tres CHPT de arriba para abajo: un día a Acapulco, la mañana siguiente a Pachuca. Donde llegáramos éramos bien recibidos, la gente colaboraba con nosotros de veras, reparábamos lo irreparable. Luego los tres aprendimos a trabajar lo de los tres: yo aprendí del eléctrico y el eléctrico de mí, los dos del soldador y él de nosotros. Y así los tres éramos chingones para todo. Fue nuestra cadena. La empresa se puso abusada y nos dividió: ya no nos mandábamos juntos; uno sólo podía hacer el trabajo de los tres. Nos dividieron. Nos convertimos en milusos, la empresa la supo hacer, nos chingó.

”Total, hace seis meses choqué el camión. Se acabó todo. Era el mismo desde 1974. Solo que sin herramienta adecuada, en el inventario aparece la misma desde 1975, pero ya no existe, sólo existe la que nosotros fuimos inventando: `cincel de punta hechiza´, `martillo provisional´, así decía en el inventario. Está bien, adiós el camión. No ganaba con él ni un centavo extra, ni siquiera me pagaban como chofer. No me quejo de lo del camión, total. Me quejo de que no me paguen lo que me merezco por mi trabajo, que no me dejen trabajar. Hace poco, en Hidalgo, fuimos a darle mantenimiento a una bomba a la que no le habían dado trabajo desde hace diez años, cuando se le debe hacer cada tres meses. Pedí las herramientas elementales: baleros, rectificación de flechas, sellos mecánicos, etc. No me dieron nada. ¿Qué hice?, muy fácil: desarmé la bomba me hice tonto y la volvía a armar. La dejé igualita, claro. Y eso es no respetar el trabajo de uno. No me queda otra.

            “Por eso le digo que ahora, en lugar de CHPT, que quería decir chingón para todo, quiere decir: chingado por trabajador. CHPT al fin y al cabo. Diga si no: como obrero especialista mecánico gano 67 mil pesos mensuales, y arriba de mí un ingenierito viene ganando casi el triple. Simplemente un chofer, tan solo un chofer sin ser obrero especializado, gana más que yo. Yo no le pido a PEMEX condecoraciones, sólo que me pague mi trabajo. Hasta pena me da llegar, después de 20 años de chamba en PEMEX, con la raya a la casa. ¿La raya?, me dice mi señora, cuál raya si ni plancha tenemos. No sé, si dentro de dos o tres meses las cosas no cambian, me voy a salir de la chamba: voy a poner un puesto de tacos sudados a la salida del metro, o una cantina para mis cuates.”

            La botella de mezcal, vacía, queda sobre la mesa, a un lado del casco naranja de José Hernández con las iniciales de CHPT escritas con plumón.