• Sergio Mastretta
  • 27 Junio 2013
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Por: Sergio Mastretta

(Primera parte)

 

El bosque que perdimos. El bosque que podemos recuperar.

¿Es posible recuperar el bosque en México? ¿Los esfuerzos en Puebla son suficientes? Puedo empezar este reportaje con cifras: la CONAFOR respaldó para este 2013 en 35 municipios poblanos 251 proyectos y 36,733 hectáreas con poco más de 23 millones de pesos, algo así como 634 pesos por hectárea que se destinarán a aprovechamientos comercial maderable, caminos forestales, cultivos, prácticas de manejo y tecnificación silvícola. Respaldó también 36 proyectos de plantación forestal comercial con 17 millones de pesos, e impulsa 14 proyectos de restauración de la cuenca hidráulica Izta-popo (que incluye también a Tlaxcala, Morelos y Estado de México) con 21 millones de pesos para 864 hectáreas --y aquí la cuenta por hectárea sube significativamente a 24,400 pesos.

¿Es esto suficiente en relación a la magnitud del problema ambiental que enfrenta nuestro país?

¿Por dónde encarar el problema? ¿Cómo lograr que el Estado mexicano asuma finalmente la condición de gravedad extrema en la que sobreviven los bosques, azotados por la pobreza campesina, la presión de la tala ilegal, los conflictos agrarios por la tenencia de la tierra, la carencia de financiamientos a largo plazo, la violencia brutal? ¿Ayuda conocer y entender las particularidades de una región forestal en la Sierra de Puebla?

Eso intentará Mundo Nuestro con esta serie de reportajes que hoy inicia.

 

El bosque que estamos perdiendo



1.- El bosque es denso y la niebla no deja paso al sol. Damos vueltas buscando los tocones que han quedado para pudrirse en el húmedo silencio de la tierra. Pronto he perdido el norte, y el único sentido que me queda es el que percibe la ladera que cae hacia el arroyo, unos doscientos metros abajo. Las brechas cortafuego discurren de un lado a otro, y dan cuenta de que estos hombres de ninguna manera perderán su monte.

Aquí y allá los hongos. Corto uno que identifican como escobeta. Y luego encontramos un panza, que también llaman tlacuayel o poposos. Y luego los venaditos, que se comen, pero no te confíes, me dicen. Y esos rojos punteados, son los yema de mosco, esos sí declaradamente venenosos. Como sea, son hermosos. 





En medio del monte, sin luces del norte o del sur, sin atisbo del sol, la mirada sigue las líneas de los pinos chinos (de la especie pseudostrobus), con su corteza rugosa que recuerda el rostro de un viejo, hasta las copas arriba, a treinta metros, lejanas, que filtran la luz grisácea del mediodía entre el fino tejido de las ramas. El mundo no gira entonces, se mece.

2- La amenaza les llegó directa, a la vista de los funcionarios de la PROFEPA que contaban uno por uno los tocones repartidos a lo largo del predio.

“A ti te va a cargar la chingada”, le dijeron a uno de los campesinos que guiaba la inspección en el ejido atacado por los talamontes. Los toparon en un claro, tras varias horas de recorrido buscando aquí y allá las huellas de la sierra mecánica. “El predio es nuestro”, afirmaron, y con ello dieron cuenta de una larga disputa legal por la tenencia de la tierra entre el ejido y los pequeños propietarios vecinos, dueños de siete aserraderos en su comunidad.

Los ingenieros de PROFEPA contaron y asentaron en el acta la cantidad de 202 tocones cortados en los últimos tres años en ese ejido ubicado en los linderos de los municipios de Ahuazotepec y Huauchinango, en la Sierra Norte de Puebla.

La amenaza la cumplieron en septiembre del 2012: un sicario contratado entre las bandas que operan en la región de Necaxa y Xicotepec ejecutó al ejidatario a las puertas de su casa.

 

3.- “Yo acabo de sembrar diez mil árboles --me dice un hombre de 54 años, campesino en la región de Huauchinango, que hoy defiende su bosque contra los taladores--. Yo no los voy a ver, ya voy a ser viejo. Los verán mis hijos y mis nietos.”

Y los ha contado uno por uno, pues con sus manos los plantó. Pinos de las especies pináceas patula y pseudostrobus que se reproducen de manera natural aquí, en este inicio de las barrancas serranas, pero que también obtuvo de los programas gubernamentales de reforestación. Dice que va a tener la paciencia. Si el gobierno lo ayuda, qué bien. Si no, él ha decidido que los árboles se vayan largos para arriba, aunque ya no los mire.

De cualquier modo, su plantación necesitará cultivo. El pino patula, dicen los ingenieros forestales, tiene un “turno técnico” que se estima según el territorio en el que se plante. Para la región de Chignahuapan y Zacatlán consideran 45 años el tiempo indispensable para una buena explotación, con 40-50 centímetros y alturas superiores a los treinta metros. Y si se plantan mil árboles por hectárea tendrán que ir haciendo cortes a los cinco años, a los diez, a los veinte, de manera que los pinos respeten unos a otros su espacio, por lo que al final, en el ideal, quedarán 250 árboles por hectárea.

Y se necesitará muchísima paciencia.

 

 

La dimensión de la sociedad campesina

1.- Se miran los campos pero no se comprende el paso del tiempo. No asimilamos la acción humana y sus consecuencias. Maíz, ovejas, aldeas. La historia campesina en las planicies de la Sierra Norte de Puebla.

Es muy claro el bosque que perdimos. Y no de ayer. Poco a poco, a lo largo de invisibles centurias, la meseta que corre desde las montañas al norte de Tlaxco (que alcanzan los tres mil metros de altura), en la actual frontera entre Tlaxcala y Puebla, y que corre al norte por el este, ceñida por la barranca que forma el río Ajajalpan al que se asoman Chignahuapan pero sobre todo Zacatlán, se fue extendiendo hacia los montes en pastizales y sembradíos cruzados por arroyos innumerables en los que se han refugiado los árboles. Es una planicie irregular que en su extensión sur arranca por sobre los 2,600 metros sobre el nivel del mar) y baja hasta fundirse en el extremo norte una serranía no muy alta (no más de los 2,500 metros sobre el nivel del mar), en los linderos municipales de Zacatlán y Huahuchinango. Mucha de esa extensión de tierra nunca estuvo cubierta de árboles: han sido desde siempre llanos naturales que por la humedad excesiva y las heladas no dio ventajas al bosque.  Pero un buen tanto contuvo una gran variedad de especies sobre la que se lanzaron hachas y ovejas.



2.- Se puede tomar una vista más amplia, y sin salirse del territorio serrano, identificar otros espacios claros desde el satélite: la cañada de Aquixtla, en uno de los arranques del río Zempoala; y el lamparón blanquecino de la cañada del río Apulco en su cuenca más alta, en Ixtacamaxtitlán, Zautla y Xochiapulco, con su infinidad de parcelas abiertas al maíz, la cebada, el trigo. ¿Cómo eran esas cañadas? ¿Qué tan densos fueron sus bosques? ¿Todo lo arrebató el cultivo? ¿Tanto empuje tuvo el hambre insaciable de  ovejas y chivos; ¿Tanta madera se necesitó para las casonas coloniales, los hornos alfareros, las cocinas campesinas? 




3.- Y podemos ir al encuadre más limitado. Se puede imaginar el avance de la geografía campesina contra el monte. Tal vez en los tiempos de las haciendas. O más acá, con la revolución y el reparto agrario. Tal vez un hombre se metió en el monte y abrió a hachazos un claro. Con el tiempo llegó se instaló un vecino. Y por allá buscaban su pasto las ovejas del hacendado. Y con la vereda llegaron las mulas y los bueyes para sacar la madera al pueblo más cercano. Y tras ellas, las mujeres, la choza de tejamanil, el fogón al amanecer y las jornadas largas de trabajo duro e incierto en la montaña. Con el tiempo el claro creció y las casas desperdigadas y los matrimonios formaron las aldeas, dos, tres, seis casas más juntas, y los maizales y trigales alumbraron el verano, cuando el sol le ganaba por un instante a la niebla. Irregulares, caprichosos, los avances contra el bosque formaron un rompecabezas inasible, y sólo la línea de las brechas largas ayuda a imaginar que esos retazos de cultivo formaban parte de una sociedad humana oculta tras los cerros, cuando la palabra pueblo identificaba la línea avanzada de la civilización lejana. Uno a uno se fueron los pinos, derribados con el hacha y cortados con la sierra voladora, el avance tecnológico que le arrebató la vida al bosque.  A la espera de su verdugo principal: la sierra mecánica.

4.- O puedes buscar en cualquier esquina del monte contra el cultivo, como la que aparece arriba. Hay claros perfectamente identificados y que hace tiempo han establecido sus linderos contra la mancha boscosa. Otros, sin embargo, hablan de un tratamiento reciente, de un corte tal vez quirúrgico, o de una plantación nueva, que poco a poco recupera el espacio  de los pinos. Las líneas blancas de las brechas llevan a imaginar el paso cargado de los camiones con el pino en rollo rumbo al aserradero. A la derecha, el espacio campesino, parcelado en triángulos intricados, como pueden serlo las historias particulares  cada predio, de cada escritura, de cada familia establecida ahí desde tiempos antiguos. O no tanto. ¿Lo sabe alguien? ¿Tendrá un freno ese impulso conquistador del cultivo contra los árboles?

 

El bosque que se disputa

 

1.- Puede ser cualquier bosque. Igual en Zacatlán, en Ahuazotepec o en Huauchinango. Son tierras ejidales que provienen del reparto agrario cardenista. Extensiones que van de las 200 a las 500 hectáreas y que se entrecruzan con las pequeñas propiedades, igual boscosas que abiertas al cultivo. Hubo una hacienda un tiempo. Hubo peones acasillados. Hubo revolución, sangre, desvarío. Y hubo dotación y parcelamiento. Y nuevos centros de población. De los ranchos dispersos a las pequeñas aldeas, a la iglesia, a la escuela, a la cancha de futbol, al centro de salud. Un pueblo, con un arriba y un abajo, con un antes sin tierra a un después sin monte. Todo entre 1940 y 1990. El tiempo suficiente para quebrar la historia del bosque.

 

Pero todavía hay monte. 



4.- O puedes buscar en cualquier esquina del monte contra el cultivo, como la que aparece arriba. Hay claros perfectamente identificados y que hace tiempo han establecido sus linderos contra la mancha boscosa. Otros, sin embargo, hablan de un tratamiento reciente, de un corte tal vez quirúrgico, o de una plantación nueva, que poco a poco recupera el espacio  de los pinos. Las líneas blancas de las brechas llevan a imaginar el paso cargado de los camiones con el pino en rollo rumbo al aserradero. A la derecha, el espacio campesino, parcelado en triángulos intricados, como pueden serlo las historias particulares  cada predio, de cada escritura, de cada familia establecida ahí desde tiempos antiguos. O no tanto. ¿Lo sabe alguien? ¿Tendrá un freno ese impulso conquistador del cultivo contra los árboles?

 

El bosque que se disputa

 

1.- Puede ser cualquier bosque. Igual en Zacatlán, en Ahuazotepec o en Huauchinango. Son tierras ejidales que provienen del reparto agrario cardenista. Extensiones que van de las 200 a las 500 hectáreas y que se entrecruzan con las pequeñas propiedades, igual boscosas que abiertas al cultivo. Hubo una hacienda un tiempo. Hubo peones acasillados. Hubo revolución, sangre, desvarío. Y hubo dotación y parcelamiento. Y nuevos centros de población. De los ranchos dispersos a las pequeñas aldeas, a la iglesia, a la escuela, a la cancha de futbol, al centro de salud. Un pueblo, con un arriba y un abajo, con un antes sin tierra a un después sin monte. Todo entre 1940 y 1990. El tiempo suficiente para quebrar la historia del bosque.

 

Pero todavía hay monte. 

Un ejemplo, el que recorro en las inmediaciones de Ahuazotepec y Huauchinango. Un bosque que pelean los pueblos contra los taladores: conservado en un 95 por ciento, es un bosque con mayoría de pinos patula y pseudostrobus pero también encinos y ailes; algunos tienen más de 80 o 100 años y alturas superiores a los 35-40 metros. Una gran parte son árboles de 20-30 años, y tiene muchísima reforestación natural. 

Encuentro en el mapa las comunidades forestales: Beristáin, Tenejac, Tejamaniles y Buenavista, en Ahuazotepec; Venta Grande y Teopancingo en  Huauchinango; Rancho Nuevo, Las Lajas, Camotepec, Pueblo Nuevo y Nanacamila en Zacatlán; La Bóveda, La Cima, Acaxochitlán y Chacalapa en Hidalgo.

Es el territorio de Piedras Encimadas.

2.- Hay aserraderos desperdigados en los pueblos y rancherías de toda la región. Es un hecho que hay una presión muy fuerte, cotidiana, permanente, hacia el corte clandestino. La motosierra corta con su escape el silencio en cualquiera de los lomeríos. La venta ilegal le supone al campesino que vende unos cinco mil pesos en la mano, según el árbol. El manejo forestal legal aliviaría mucho la presión contra el robo y la venta ilegal.

Son 26 aserraderos:

Venta Grande: 1

Tenejac: 1

Teopancingo: 7

Camotepec: 7

Ahuazotepec: 2 (cerrados por PROFEPA el año pasado)

Las Lajas: 4

La Cima: 1

Chacalapa: 1

Nanacamila: 1

Buenavista: 2

 

Todos trabajan con una sierra cinta movida por un motor diésel. Algunos tienen otras máquinas, pero con aquella es suficiente para sacar tablas, polines, vigas, barrotes, huacales, tarimas que van a dar a sus propias madererías dispersas en la región, en Veracruz y en el Estado de México.

El sistema es sencillo: el aserradero compra madera legal, con guía forestal, pero trabaja con madera ilegal. Trabajan por las noches cuando es necesario. La guía los sacará del apuro en caso de una inspección oficial.

Los campesinos de la región afirman que un aserradero clandestino procesa 15 metros cúbicos al día. Un ingeniero forestal entrevistado al respecto sostiene que su capacidad es para diez metros. Con ese último número hago la cuenta: 10 M3 salen de tres árboles jóvenes, que son los que roban o compran de manera ilegal los aserraderos; si hablamos de 26 aserraderos, tenemos un total de 78 árboles diarios, chuecos o derechos. Si suponemos que trabajan alrededor de 300 días al año, tenemos la cifra de 23,400 árboles o 234 mil metros cúbicos, que a precios del 2013 (1600 pesos el metro en la región) da un global de 374 millones de pesos para este negocio.

Una idea de sus ganancias: la madera legal cuesta 1,600 pesos puesta en el aserradero; 1,300 si se recoge en el monte. Un metro cúbico da 300 pies de tabla (cada tabla tiene 5 pies, por lo tanto, 60 tablas), a 8 pesos el pie, 2,400 pesos. El metro cúbico ilegal les cuesta 1,000 pesos, así que llevan una ganancia de 1400 pesos por metro cúbico.

Si el árbol es robado, negocio perfecto.





4.- Por supuesto, la región es prueba de la propagación a nivel nacional de la delincuencia que más afecta a los mexicanos: secuestros, extorsiones, sicariatos salen a la primera conversación.

En octubre del 2011 una banda secuestró a dos personas propietarias de un aserradero. Su familia pagó por ellos un millón de pesos, un carro y una camioneta. Nunca aparecieron.

Pero los asesinatos no son extraordinarios en las comunidades forestales. Tampoco la contratación de matones. Un sicario de la región --de Tenango de las Flores, por ejemplo, cobra 75 mil por adelantado y 25 al terminar el trabajo. La memoria campesina registra la ejecución de por lo menos dos comisariados ejidales a manos de bandas de taladores --en Tenejac, hace diez años, y Pueblo nuevo en el 2012--, y la del ejidatario de Teopancingo, Eleazar Hernández Garrido, el 21 de septiembre del año pasado.

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