• Juan Daniel Flores/Taller de Literatura y Producción Audiovisual
  • 10 Diciembre 2015
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Si el hombre camina dentro de sí, de seguro que encontrará a la ciudad

 

Mundo Nuestro: La ciudad se camina y se contiene en los ojos de todos nosotros. Y también puede escribirse. En la mirada de cada uno de nosotros esté el germen de la inmensa metrópoli, dirá Italo Calvino en una frase que remata el video que presentamos. Elaborado por el escritor Juan Daniel Flores dentro del Taller de Literatura y Producción Audiovisual de La Casa del Escritor, apuesta por ese puente tendido entre la literatura y el cine: entre la ciudad que vemos y pensamos puede estar la ciudad que escribimos.

Juan Daniel Flores dice de sí mismo: “Soy egresado de la UAP, de la licenciatura en Sociología. Nacido de parto natural tres cuadras abajito y a la izquierda de donde se fundó la Puebla de los Ángeles en la generación de allá por los 70´s,  antes de que el presidente Portillo arrojara sus primeras lagrimitas de cocodrilo y cuando el Padrino II nos daba una clase magistral de buenas maneras. Cocino, soy docente y publico en medios. Alumno de Casa de Escritor, ECL, del ITESM y permanente tocador de puertas con el proyecto Críticas Vitales entre otros quehaceres doméstico-reivindicatorios que le hacen a uno la vida sabrosa y poliédrica.”

Y ha escrito este texto para presentar su ejercicio literario audiovisual sobre su barrio de El Alto:

“Todo gira en la ciudad, imposible que pare.  Posible la indiferencia ciudadana. Estorba la pedantería. Plausible el silencio y las palabras que edifican. Mirando detrás del espejo es como nos encontramos, pero solo avanzaremos en colectivo. Solidaridad y colectividad nos resucitarán acaso de este apabullante ruido de arriba y de abajo. Ser y hacer nos resucitarán acaso del fastidio materialista. Ser uno mismo en construcción permanente.”  

 

Fragmentos del texto El barrio:

…porque solo con palabras construimos al mundo y sin ellas no hay ciudad.

 

La muerte y la fiesta en el barrio. Imágenes sonideras de un tiempo en la ciudad en blanco y negro. En esa soltería de la ciudad casada ahora y de a fuercita  con el concreto y el internet, con la brújula atípica del clima, con la anarquía del caos institucional, con la indolencia del tele espectador; cruzados de brazos, callados del corazón, militantes etílicos de cada fiesta patria.

El barrio como la arena pública donde los lenguajes, ritos e imaginarios legitiman la estructura porosa de una ciudad moderna.

La tortillería, la farmacia, la miscelánea, la peluquería tres colores, la carnicería, el carbonero bascula, la verdulera, el zapatero, el masajista de rusa Tehuacán, la molotera, el cura de domingo y bicicleta, el empleado de almacén, la pulquería, el timbre de los vecinos ricos, el ruletero, los altos techos de la textilera acumulando migraciones rurales, el voto duro del hueso corporativo, los meseros royalty, los patios lastimados por los hoyos madrigueras de las lagartijas, ladrillo, gritos, tendederos como líneas fronterizas entre los Pérez y los Chávez.

En el barrio como en el alma, hay sonidos, formas, estamentos, personajes, hábitos, rarezas, ritos y discursos que son a su vez códigos, cartografías, laberintos de azoteas y callejones creados por el lenguaje y el imaginario colectivo.

Porque cada nueva imagen de la posmoderna medusa de los Ángeles lleva dentro de si de un gen del Alto, de la Santa María, de Xonaca, de la Luz o del Tamborcito.  

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