• Verónica Mastretta/Vida y milagros
  • 20 Abril 2015
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Ilustración de portadilla: Manao tupapau (pensamiento y aparecido o el espíritu de los muertos vela), de Gauguin, 1892.

 

Insomnio, calor, sabanas revueltas y quemantes, almohadas en el suelo o encima de la cara. --¿Todo en ti fue naufragio? --me pregunta Neruda desde la esquina de un poema, mientras pretendo que no he despertado a media noche. Quedan pocas horas antes del amanecer, defendiendo conmigo  la plaza  de los sueños con la espada desenvainada, luchando contra las poderosas estrategias de guerra que atesora el insomnio. Estoy en ese  raro e inquietante  momento  en que confundimos el desencanto con la verdad.  ¿Qué nos da insomnio? ¿Por qué, de un día para otro, más bien de una noche a otra, resulta que el insomnio ya es viajero frecuente y distinguido, sentado en la clase premier de nuestras noches? ¿Será que lo invocamos cuando nos da por pensar que en los tiempos de ayer, no vimos o entendimos el mañana que fatalmente llegaría con su factura de inconformidades? ¿Lo invoca la falta de fe en el futuro y el miedo a volver a malinterpretar el hoy, que nos hará no entender el mañana otra vez?  Peligrosa es  la fe, cuando- como dice Gil Games -, toma el lugar de los acontecimientos verificables. Pero pienso que  a veces resulta más peligrosa  la ausencia de ella. ¿Qué daña más, una esperanza o un desengaño?   Por mi cabeza ronda  una película  llamada originalmente "Flores Raras" y titulada en México "Tocando la luna", una historia de amor entre dos mujeres, la poetisa americana Elizabeth Bishop y la arquitecta brasileña autodidacta Lota de Macedo. La historia está regida por la ausencia de convencionalismos, el juego del poder, la certeza de que en los desencuentros amorosos no hay géneros, la política, el alcoholismo de Bishop, la bipolaridad de Lota, pero sobre todo, por el arte de dominar las pérdidas. Pienso en esas dos mujeres notables,  viviendo su amor  en el alto medioevo del siglo XX, en 1950.

  

(Fotograma de la película Flores raras)

 

 

Me estoy desviando y perdiendo el tema de la fe como asidero  a falta de acontecimientos verificables. Y lo estoy perdiendo porque estoy recordando que la película de "Flores Raras" empieza con el poema de Elizabeth, llamado  ONE ART. Ella nos tienta con la idea de que  perder es un arte de dominio fácil, porque a diario lo practicamos, queramos o no. Nos reta a aceptar el hecho de que la vida es una continua pérdida. ¡Perdemos tantas cosas y tanto! Perdemos las llaves, la paciencia, el movimiento ágil, la juventud, las ansias, los recuerdos, la infancia, el monedero, los amores, el tiempo, continentes y ríos.  La práctica constante puede conducirnos a la maestría y a la aceptación  del desastre perfecto que suelen ser las pérdidas.  Si vamos a ser artistas de la pérdida, asumamos que también perderemos el sueño, y perdamos de una vez la fe, porque es un estorbo que nos dificulta la contemplación cruda de la realidad. Cuando la pérdida de fe y el insomnio se dan la mano, entonces sí que la noche se vuelve un cabaret de corceles galopando furiosos sobre el ring en que se convierten los lechos en que nos embarcamos a cruzar nuestros mares nocturnos. En una cama  se pueden desatar batallas memorables de amor, odio, encuentro y desencuentro, de insomnios inclementes, regidos por los demonios de la memoria que nos dice al oído hubieras hecho esto, hubieras hecho lo otro, y lo de más allá, y ahorita estarías por aquí, y por acá, dando batallas diferentes.

¿Qué batallas estaría yo dando? He caído en el riesgo de especular e interpretar mal el posible mañana que no fue. Y me dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos, y  las tres... Las horas que me quedan de sueño y mi persona, estamos siendo derrotadas despiadadamente por el insomnio, que  va dejando sobre la arena del colchón  minutos descuartizados, horas mutiladas y las ilusiones rotas de  recuperar retazos de sueño. Tenemos desventaja en la batalla porque el insomnio  es como los búhos y los murciélagos, que no se guían por los ojos ni necesitan la luz para atacar. Los tres son maestros de la noche, con sonares en las orejas, las plumas y la piel que  los hacen tremendamente peligrosos. Yo estoy a ciegas. --¡Horas a mí!-- Y las convoco a  retirada y conciliábulo en la orillita de la cama,  a tratar de recuperar posiciones con fe de iluminados, que nos haga creer que aún es posible dormir bien unas horas.

Tengo fe o tengo armas verificables? Tengo armas: la pálida luz del celular y las sorpresas de correos no leídos. Tengo las perfectas síntesis informativas y los mejores artículos del día que aún no amanece,  que manda el Maestro Ulloa entre cuatro y cinco de la mañana. Y mi libro electrónico detenido en el capítulo de "La Regenta", en el momento de la historia en que el obispo de una ciudad española del siglo XIX, está a punto de seducir en el confesionario a la más casta y hermosa de sus fieles. Este libro mágico es un alfil clave contra el insomnio, porque es un libro que puedes leer a obscuras, al que tocas y prende en la página en la que te quedaste dormido hace dos horas. ¿Qué más tengo? Pasiflorina en jarabe y en pastillas,  las gotas homeopáticas disueltas en alcohol y  de las cuales puedes chupar directamente de la botellita hasta quedar más borracha que Bishop. Tengo aceite activador anti estrés.  ¿Es suficiente el arsenal con el que regreso al ring a tratar de vencer al insomnio? El insomnio tiene, como todo agente de poder, traidores infiltrados en las filas enemigas, o sea, yo. Su aliada es la mente que se regodea en el "hubiera" que nos desvió por la senda que modificaba el mañana. Que complicado. Esta noche yo tengo el arma vencedora en el poema de "Perder es arte de fácil  dominio”, que tradujo espléndidamente Luis Miguel Aguilar y que Bishop terminó de escribir cuando su pasión por  Lota estaba en su apogeo. Seré una maestra en el arte de perder. Aprenderé en las horas robadas al sueño , contando  y procesando las  pérdidas de este día, esta semana, este mes, esta vida, y así contando, repito como  mantra un solo verso:  "Pierde algo a diario, asume el desconcierto…"

Acepta ya las quietas explosiones, la aparente catástrofe, y quédate dormida.

 

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