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"Soy parte de quienes han amado los objetos hermosos y han velado por ellos, de quienes los han buscado cuando estaban perdidos y han procurado conservarlos y rescatarlos mientras pasaban literalmente de mano en mano, salvándolos del naufragio del tiempo para llevarlos a los brazos de otra generación de amantes cautivados." Donna Tart




"Het puttertje" (El jilguero) , de Carel Fabritius. El cuadro, un óleo sobre madera, supera sus delicadas dimensiones (33,5 por 22,8 cm) con la luz tangible y la equilibrada composición, más oriental que europea. Se titula Het puttertje (en holandés, El jilguero) y forma parte de la colección permanente del museo Mauritshuis —hogar también de Meisje met de parel (La joven de la perla) de Vermeer y De anatomische les van Dr Nicolaes Tulp (La lección de anatomía), de Rembrandt—. Las tres obras fueron pintadas en la edad dorada, la primera mitad del siglo XVI, de la llamada escuela de Delft, una ciudad del sur de Holanda situada a medio camino entre Rotérdam y La Haya. (La tragedia tras el cuadro de la nueva novela de Donna Tartt Trasdós, Helena Celdrán y José Ángel González)

 

En 1654, a los 32 años, Carel Fabritius pintaría la obra maestra por la que es más conocido, El Jilguero,  o en traducción exacta, "Jilguero atado", un  cuadro pintado sobre una tabla de tan solo 30 centímetros de altura. Una joya perfecta e invaluable. Cuando pintó ese cuadro, el pintor holandés ya era un famoso y reconocido artista por su especial manera de dar  luz y atmósfera a sus creaciones. En ese mismo año contrajo matrimonio y  también, en el mes de Octubre, perdería la vida mientras pintaba en su taller, en la explosión de la fábrica de pólvora ocurrida en la ciudad de Delft. Casi todas sus obras desaparecieron, pero El Jilguero encontraría su camino hasta llegar al siglo XXI, y ahí está, 350 años después,  en la casa que alberga a la Colección  Freack, en Nueva York.  En el  cuadro, el jilguero es el centro de una composición adelantada a su época por su simplicidad, sin más entorno que un muro desnudo que refleja una luz envolvente de un amarillo pálido; el jilguero  fija en el espectador una mirada enigmática desde la repisa de madera a la que se encuentra atado por una cadena dorada. Un toque de amarillo fuerte vibra en las plumas de sus alas obscuras.




Renbrandt, 'The Anatomy Lesson of Dr. Nicolaes Tulp' 1632.

Fabritius es el eslabón entre dos de los más grandes maestros de la pintura universal, ya que fue alumno de Rembrandt  y maestro nada menos que de Vermeer. Ambos pintores fueron maestros de la luz, y Carel también lo es de una manera conmovedora en el pequeño cuadro del jilguero, que podría no solo ser un autorretrato del autor, sino del espíritu humano atrapado en las complejidades de la vida terrenal, obligado a posarse siempre en el mismo lugar sin esperanza. Hay una extraña similitud entre la forma de mirar al espectador en los dos autorretratos que se conservan  de Fabritius y la forma de mirar hacia nosotros del jilguero. 




La joven de la perla, de Johannes Vermeer, 1665.

 

La escritora norteamericana Donna Tart ha tomado  el cuadro de El Jilguero como hilo conductor y centro de la extraordinaria novela  que la hiciera merecedora del premio Pulitzer en 2014. Ha tomado también del cuadro el título de su novela. 


Donna Tartt con su novela The Goldfinch, ganadora del Premio Pulitzer 2014.

 

 

Donna Tart ha escrito tres novelas extraordinarias y en cada una se ha tardado más de diez años. Con una cara hermosa y enigmática, pequeña de estatura, empezó a escribir a los 18 años y publicó su primera novela, El Secreto, a los 28. Es imposible hacer una  reseña de esta última novela de 800 páginas llenas de complejidad y belleza. Solo puedo decir que el personaje del joven protagonista que Donna Tart construye en su libro es un reflejo del espíritu del cuadro de Fabritius. En el pequeño cuerpo del jilguero  podemos ver el reflejo de nuestra propia vida, un pequeño ejemplo de coraje, todo plumaje hinchado y huesos frágiles, negándose a retirarse del mundo a pesar de su cautiverio, igual que nos pasa a nosotros cuando la vida se nubla, o no la comprendemos y la encontramos cruel. Somos como el jilguero, imposibilitados para volar, y sin embargo, libres.

 

 Los dos jilgueros, el libro y el cuadro, dos obras maestras desgarradoras e irresistibles, se honran mutuamente, o están, cada uno en su género, en el mismo nivel de perfección y profundidad. La indiferencia no cabe cuando uno entra en contacto con estas dos obras de arte intemporales y fantásticas.

 

Si existiera la reencarnación y el personaje del joven Theo Decker creado por Donna Tart fuera real, quizás en otra vida habría sido la  digna  y trágica gran alma del ave prisionera representada en el cuadro de Fabritius, y  el espíritu ascético, creativo y genial del pintor estaría quizás entre nosotros en la persona de esta novelista, cuya única ambición es escribir con toda calma, en la soledad de la casa de campo en la que vive, otros dos libros más antes de irse.