".$creditoFoto."
Por: Ana Mastretta Yanes

Mi salón de clases es una escenificación del reventón del viernes. Ya han repetido x=y+5 veces la misma anécdota borracha y hasta los que no fuimos (o ni nos invitaron) nos enteramos de cada detalle del fiestón del año. No me interesa ninguna de las típicas conversaciones  que surcan el salón, mañana es el examen y mi querido maestro de mate planteó una serie de problemas matemáticos para reforzar nuestros conocimientos antes de que nos sentencie.

Soy la más feliz. Más que el compañero que se siente cool por destruirse poco a poco con el cigarro, o que toda mi escuela (incluidos los maestros) cuando llegan las vacaciones.

Me encuentro en medio de toda una aventura. Las manecillas del reloj danzan a su ritmo, pronto acabará la clase, pero en este salón no cabemos las dos. Solo una saldrá ¿Yo o la última ecuación?

Se siente la tensión, la punta del lápiz se consume, me ha traicionado, por eso sin compasión la someto a una sesión de uña quita maderita. Minutos intensos transcurren y aún hay una larga travesía por delante. Más risas estruendosas interrumpen mi batalla, pero no son un obstáculo. Gracias a ellas diviso a otro guerrero que apuñala los ejercicios… Y perdida en el horizonte se encuentra una hechicera quien con un conjuro derrota a sus enemigos.

El fuego de un dragón crece sobre mí, me concentro en mi lucha ahora con más esperanza. Mis manos se mueven inconscientes, mientras mi cerebro destripa x y yes y zetas. Finalmente enterrados en mis emociones, los ejercicios están terminados.

Cuando el grupo se sale de control, el maestro nos domestica y nos recuerda que quién entregue todo el repaso correcto tendrá un punto en evaluación. Como los primeros individuos ante el fuego, mis compañeros empiezan a trabajar.

Verifico tres veces mis procedimientos y resultados. Todo correcto. En vano intento unirme a alguna de las pláticas clandestinas.

Entonces contemplo a la recién vencida y extraño la adrenalina de batalla. Podría borrar todo y fingir que es la primera vez que estamos una frente a la otra. Pero nunca renacerá la efervescencia de los primeros instantes ante lo desconocido.

El mundo se mueve y no le importa si queremos suspendernos para siempre en un momento que el paso del tiempo nos arranca. Pero hay sustancias, como la vida, que necesitan revolverse para gozar de todas sus propiedades. El  desequilibrio crea que fortalezcamos nuestras raíces para sostenernos mejor, por eso quiero caminar por las hojas de agua donde brincan las ranas, puede que sea un fallo en el experimento que provocará una conclusión inesperada, pero crucial. Sólo así crecerán los horizontes donde extiendo mis ramas.

--Están todas mal --dice mi maestro cuando las ve. Le respondo que está equivocado, el ríe y pone las tres bonitas palomitas, botín de guerra.

Hay personas que saben leer jeroglíficos, otras cuantas que saben leer personas. Entienden lo temerosos que somos los seres humanos y de manera inversamente proporcional la valentía con la que caminamos en la vida. Nos dan un empujoncito hacia los senderos que flanqueamos al explorar los caminos que se extienden ante nosotros, porque saben que encontraremos muchas sorpresas, unas bonitas, otras no tanto, pero sean cuales sean hay que vivirlas.

Además comprenden a los tercos, no importa si no están de acuerdo con ellos; aconsejan a los confundidos, pues dominan el arte de despejar frases inconclusas con las que tratamos de expresar sentimientos; escuchan a los platicadores, solo con las interrupciones necesarias para imaginar que la plática tiene coherencia; guardan silencio con aquellos quienes necesitan escuchar al mundo para saberse. Y de alguna u otra forma ayudan a quienes pueden. Una de sus virtudes es aceptar a todos tal y como son. Porque al ser ellos de nuestra misma especie (humanos como cualquier otro), están conscientes de que todos tenemos errores que remediar; eso emociona sus corazones, porque les gusta vernos crecer. Hay unos menos pacientes, pero entre sus gritos tan estruendosos --todos se enteran de mi incompetencia como jugadora de futbol-- se esconde un “confío en ti”.

Algunos pelean feroces con sus propios demonios, y no se dan cuenta de cuánto los queremos.

Hay personas para todo tipo de gente, ¿pero cómo llamarles? ¿Flores? ¿Ángeles de la guarda? ¿Padrinos mágicos? ¿Súper héroes? ¿Súper humanos? ¿Amigos? ¿Familia? ¿Maestros? ¿Guías? ¿Momo? ¿Gandalf? ¿Yoda? ¿Tía Ester? ¡Sí! ¡Los llamaré por su nombre!

Me gusta esa idea, me recuerda que son seres humanos, claro que sus nombres son tan diversos como todos nosotros, porque quien puede ser muy importante para mí para alguien es una persona más en la fila del mercado o una luz desconocida que camina por el zócalo de cualquier ciudad.

 La memoria de todas las personas en las que pienso al escribir esta reflexión es lo que necesito cuando me refiero a México. Porque entre más problemas tengamos más somos quienes queremos resolverlos.

Ha pasado un año desde esas feroces batallas, es un receso y en el salón de mate solo hay dos almas. Mi maestro y yo platicamos mientras él anota en el pizarrón la condena para los de primero. La observo, pienso un poco y le digo la respuesta.

No, me dice.

Preocupada verifico y sin encontrar el error. Volteo desconcertada y sin burlarse se ríe.

Para Alfonso, porque él hizo que me diera cuenta de la existencia de esas personas.

(Ilustración por Jean-Christophe Benoist, tomada de Wikipedia. Para ilustrar la dualidad del Mundo sirve también la Ecuación de Schrödinger, fundamental en la mecánica cuántica.)