• Sergio Mastretta
  • 17 Enero 2013
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Por: Sergio Mastretta

 

“Recibí el mandato inequívoco de transformar el estado para bien y para todos”, ha dicho por la mañana en el viejo edificio del Congreso el gobernador Rafael Moreno Valle a los diputados en un discurso de siete minutos.

Por lo pronto ha transformado el territorio de Angelópolis. El CIS está plantado en un terreno salvado por el gobierno estatal de la voracidad de Mario Marín. Lo observo desde la esquina de la calle Morelos, en la colonia Concepción Guadalupe, la que encerrara contra el río Atoyac con una barda de piedra de tres metros y medio kilómetro de largo el gobernador Piña Olaya, justo en 1989, cuando vendía ilegalmente a los respetables empresarios poblanos la tierra expropiada a los campesinos de Tlaxcalancingo. En donde estoy parado corría la barda bautizada por la voz popular como el “Muro de Verdín” en referencia al militar y jefe policiaco que una y otra vez arrojo a sus granaderos contra los vecinos descontentos. Justo en 1989, cuando caía el muro de Berlín.

El Estado transforma, pienso, y me pregunto por el destino final de todas esas piedras. Transformar. Es indudable, los políticos siempre tienen un propósito. Y lo externan, nos los recuerdan en sus inefables informes con el poder absoluto que tienen sobre control de la obra pública.

Así que este es el CIS. Supongo que en unas cuantas generaciones será valorado como Monumento Histórico, el modelo del Estado empresario constructor. ¿Cómo la verán sus constructores? ¿Se mirarán en el espejo y encontrarán a Pericles? ¿La pensarán como nuestra Acrópolis con el poderoso Zeus bajando en helicóptero desde el Olimpo de Casa Puebla? ¿O la verán con espíritu laico como nuestra pequeña Brasilia a la que llegarán los deslumbrados automovilistas a cambiar sus placas?

Ir y venir en el tiempo. Eso haré en esta crónica, el género lo permite. Puedo soñar y volver al viernes 11 de enero, a las oficinas gubernamentales antes del CIS. O más lejos, cuando Manuel Bartlett ni siquiera dijo que recibió mandato alguno para llegar a “recuperar la grandeza de Puebla”. O irme al día siguiente de la inauguración de sus nuevas oficinas para encontrar a decenas de obreros instalando el baño del mandatario, atornillando puertas, puliendo el mármol, platicando en el balcón que mira a Catedral.

El Centro Integral de Servicios en el corazón de Angelópolis. El Estado expropia, la tierra campesina. El Estado promueve la mayor especulación inmobiliaria en la historia de la ciudad. Recuperar, transformar.  Dos verbos utilizados por dos gobernadores emblemáticos y polémicos. Bartlett y Moreno Valle, tan distintos y tan parecidos. En medio, los gobernadores Melquiades Morales y Mario Marín. Recuperar es expropiar sin justificar la causa de utilidad pública. Transformar es utilizar los recursos públicos para fortalecer a grupos empresariales y políticos afines.

Aquí estoy entonces parado, sobre la línea imaginaria del Muro de Verdín, mirando a saltos la trasformación del espacio. Atrás de mí la colonia Concepción Guadalupe, y más allá la afortunadísima recuperación de la ribera del río Atoyac, promovida por la asociación civil Puebla Verde y respaldada y llevada a la práctica por Moreno Valle. Enfrente, el Estado constructor con sus tres torres. Dos extremos de la obra pública.

Salto a la modernidad. ¿Y desde cuándo estaremos brincando? Un pasito para aquí, un pasito para allá. Si no es un baile. ¿Ayer ya habíamos saltado? Y si mañana brincamos, ¿de qué me sirvió saltar ayer? Bueno, calma, no te alteres. Ayer inauguraron el CIS, eso quiere decir que todos dimos un salto, el gobierno nos cargó a fuerza de helicópteros y nos sacó de la premodernidad. Ah, ¿qué es ese tumulto? ¿Quiénes son los que desbordan las jardineras de Atlixcáyotl? ¿Es una masa la que salta del pasado hacia el futuro sin pasar por el puente peatonal? Son los burócratas de Finanzas. ¿Qué no han oído hablar de urbanidad?

 

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 Los helicópteros sobrevuelan el área de Angelópolis. Los veo y pienso que cada año tengo en ellos la manera de evaluar qué tan moderno es un gobierno, qué tan sometida está la sociedad mexicana a sus príncipes, qué tan precario es el avance democrático de nuestras instituciones.

Lo de todos los eneros: con el informe del gobernador en turno llegan los helicópteros en tropel, de todas las marcas, de todos colores, más o menos nuevos, más o menos escandalosos. Treinta y cuatro, me dicen, será la marca del día. Se les van acabando los baldíos para el aterrizaje con sus invitados de honor, pues el descampado atrás del Hospital Ángeles, en Cúmulo de Virgo, está ya ocupado por un nuevo proyecto de torres de departamentos. Sigo el ruido y la hora, antes del mediodía del martes 15. No he ido al evento. Tiene muchos años que he dejado de relatar los informes de gobierno. Hace tiempo que utilizo el término de Virreyes para referirme a los mandatarios en turno, aunque ya me queda corto para describir su absolutismo. Es un asunto de contrapesos.

Me interrumpen los golpes metálicos de los martillos que excavan los hoyos para los pilotes. “Arts” es el nombre que han escogido los desarrolladores para las nuevas torres en los terrenos expropiados a los campesinos de Tlaxcalancingo. Expropiaciones y “rascacielos”, otra medida del avance del concepto que los políticos tienen de la modernidad. Pero los helicópteros se revuelven y se imponen sobre cualquier oficio. En ellos aparecen algunos de los poderosos de México, pero no llegan los de Presidencia, Peña Nieto ha preferido inaugurar la planta número cien de la Volkswagen, en el bajío de Guanajuato. Carne para los columnistas. Al final, por dos horas, en el aire imperan los martillos, pues los políticos se meten en las carpas que levantaron para ellos, pues en eso son estrictos y disciplinados, cumplen con el engorro de escuchar al mandatario colgarse por sí mismo los milagritos. Para esta hora habrán desaparecido los piquetes de trabajadores que desde ayer han bajado de camiones cholultecas innumerables ruedas de pasto y que han desenrollado y acomodado como alfombras en las áreas abiertas del CIS. Más tarde regresarán  los helicópteros para llevarse a los magnates desde el helipuerto en la azotea del edificio principal del CIS, que ocupará en su planta alta por entero la oficina de Moreno Valle.

Pero esas oficinas las recorreré mañana. Es un lujo del cronista dar brinquitos, ir y venir en el tiempo. Modernidad, fraccionamientos y rascacielos. Arcaicos, los ciudadanos que hacen cola en los módulos de Finanzas.

 

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Oficina de Finanzas en Parque Milenio, el viernes anterior al informe del gobernador Moreno Valle. No hemos dado el salto todavía, estas oficinas están ancladas todavía en el sótano premoderno de Parque Millenium. Bendito pasado, aquí no hay problema de estacionamiento. La plaza está prácticamente en quiebra comercial, así que los que tenemos un auto o buscamos un pasaporte nos estacionamos a nuestras anchas. Aquí trabajan los que en unos días ocuparán uno de los edificios del CIS, el que queda frente al Hospital Puebla, al sur del conjunto, en la otra orilla de la avenida Atlixcáyotl. Pero eso ocurrirá en un futuro. Ahora estoy aquí sin más propósito que la búsqueda de mi plaga, atorada en un escritorio dentro de un recoveco de la electrónica que maneja el sistema digital.

La cola arranca en la puerta, vigilada por un poli hosco que no deja sin embargo de controlar entradas y salidas y responder a todo tipo de incertidumbres automovilísticas. La cola va a dar hasta media pista de hielo, con su óvalo solitario y frio en una plaza comercial que no ha acabado de morir justo porque aquí se enderezan todos los entuertos que acompañan al elemental evento de tener un auto.

“Vaya al final de la cola y busque a un muchacho alto con una chamarra azul”, es la orden el poli para determinar que no puede dejarme pasar así como así a preguntar por el trámite de mi placa.

“Oiga, pero si yo no vengo a pagar la tenencia…”

Porque he descubierto que ocho de cada diez vienen a pagar su tenencia, claro, estamos en enero y hay facilidades, eso lo sabe cualquiera. Pero esos ocho de cada diez no han descubierto que desde hace años se puede pagar la tenencia desde la computadora, con grandes facilidades de pago, tarjeta bancaria y seis meses por delante.

“Es que la gente no confía en el sistema, o le da miedo la computadora o no sé qué”, me dice el muchacho alto de chamarra azul después de responder a otras seis incertidumbres automovilísticas.

Y sí, claro, yo no tengo que formarme en la cola. “Dígale al poli que usté va con el del internet, ahí está instalado el módulo 2, porque ya no hay espacio.”

Órale, qué ilusión, no haré cola.

También el muchacho del Módulo 2 reconvertido en muchacho del internet desvanece incertidumbres. Por lo menos no le preguntan si ahí se paga la tenencia. Las chicas gestoras de Puebla Automotriz, con unos expedientes tamaño legajos juzgado Cerezo San Miguel, apenas le han dejado una silla. Han vendido muchos autos en diciembre. Bien por ellos, vengan las placas. Pero no hay problema, la silla se cede a la primera insinuación a la señora que no tiene idea de lo que puede llevar una alta de placas. Bonita palabra. Del argot que abruma a los vendecoches. Alta rima con salta. Aquí todos, oficinistas y clientela, dentro de una semana seremos dados de alta en la modernidad.

Al fin me atiende el muchacho del módulo 2. Cualquiera diría que ayer salió de la Preparatoria. Economista por la BUAP, especializado en Administración Pública, yo diría que salió de Psicología. Escucha mi larga historia. Yo vivo en el pasado. Mi auto viene del pasado. Es un asunto de números de serie y coincidencias. No me reconoce el sistema, digo, pago mis tenencias, pero me dan la placa, sí, desde el 2006. Ya escribí cartas, ya me contestaron, ya preguntaron en México, y quedaron de hablarme. Ah, eso fue hace en julio del 2011, sí, ya ve, deja uno pasar el tiempo, sí, ni qué decir, soy el primer responsable. Bueno, ya le entendí, me dice, déjeme, voy allá adentro, y veo quién está cargo de su placa. Ya vuelvo.

Ya vuelve. Bueno, no hice cola. Y como no soy filósofo saco mi libreta y espero.

¿Cómo se mide el paso del tiempo en la oficina de Finanzas antes del salto a la modernidad? Tic tac, no, el reloj somete, se mueve él, nos paraliza. Además, no uso reloj. Observo alrededor: el sillerío frente a los módulos está totalmente ocupado. La gente espera su turno, algún mecanismo los controla, porque esos rostros plantados no llevan ahí toda la mañana, el poli deja pasar a gotas a los de la cola, los veo entrar ilusionados con sus papeles como salvoconductos en busca de un asiento, y aunque todos estén ocupados, ellos se sientan, las sillas se desocupan y vuelven a ocupar en un parpadeo. ¿Quién controla ese movimiento? ¿Quién dice pasas? La pizarra está en negro, no estuve en la cola, no sé si en el módulo de entrada te dan un numerito. ¡La chicharra!, ahí está la palanca. No es un silbato, no es un pitido, no es un chillido. Es un chasquido. Sí, es un chirrido, es una chicharra que opera algún mecanismo infernal en las computadoras, las mismas que han negado mi placa desde el 2006. Escucho, apunto, balbuceo en la libreta, virrvrbiiirr, no así no suena, tal vez biirrvriiivt. Es voluble, de repente suena tres veces en diez segundos. Luego se olvida de nosotros por cinco minutos, y vuelve, y va, y el tiempo se mueve.

 


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