• Por Verónica Mastretta
  • 07 Marzo 2013
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Verónica Mastretta

El Papa se fue. Se cansó, se desilusionó, sepa Dios. La Iglesia Católica está atorada, y entre otras cosas la estanca su machismo. Y si alguien no fue machista fue Jesucristo. Siempre dispensó un trato amable, cordial e igualitario a las mujeres. Martha y María fueron sus amigas del alma. Y a Martha le decía: "¿Qué haces en la cocina? Vente aquí a platicar, que es aquí donde está lo importante".  Ni qué decir de su comprensión hacia María Magdalena. Y por eso, a la hora de la hora, al pie de la cruz estaban bravíamente dos mujeres y el más  joven de los apóstoles, Juan. De los demás,  ni sus luces.  ¿Cómo es que la iglesia católica vino a parar en lo que ahora es? No lo acabo de entender.

 Fui a la misa dedicada a  una amiga. Hace mucho que no estaba en una de principio a fin. ¡Qué de ritos¡ ¡Qué de ideas atrasadas puede decir un cura en un sermón!  El que ofició  la misa habló sobre San Francisco de la Salle, diciendo que  era muy amable con la gente, en especial con los opositores del poderoso movimiento protestante que se gestaba ya en Ginebra, en donde él era obispo y los calvinistas cuestionaban muchas de las formas contradictorias de la iglesia católica de entonces, como por ejemplo la venta de indulgencias. Dudaban también acerca de  la virginidad de la Virgen María. ¿Si Dios iba a venir al mundo ¿Por qué tendría que nacer de una manera anti-natural? ¿No todos somos, de acuerdo a la iglesia católica, hijos de Dios? Si Dios se iba a tomar la molestia de mandarse a sí mismo al mundo en la forma de su hijo muy amado, que era él mismo, ¿Para qué elegir casi casi una fertilización in-vitro de parte del Espíritu Santo? Si  lo más bello de la creación son las reglas de la naturaleza, en la que nada es ocioso y en la que la forma de engendrar humanos, cuando es con amor, es muy bonita. Recordaba que oí muchas ideas que no me gustaron, porque el señor cura que dio la misa se refirió a una escena en que el supuestamente amable San Francisco de la Salle salió a caminar por el campo y se encontró a un campesino con una vaca muy bien cuidada y le dijo: -¡Qué bien cuidada está tu vaca! ¿Cuánto tiempo le dedicas?  y el campesino le dijo: "Dos veces al día la llevo a pastar y la ordeño. Pero además también trabajo mi campo y mis siembras seis horas al día; hago quesos y mermeladas con los frutos de mis árboles." Y aquí el supuestamente amable y piadoso obispo se arranca a decirle al trabajador campesino- "Si algo de ese tiempo se lo dedicaras a tu espíritu y a atender a Dios nuestro señor otra cosa sería tu alma".- ¿Qué podía saber el señor obispo del alma de este hombre trabajador? Si le hubiera dedicado más tiempo al "Señor" seguro sería mexicano, andaría de procesión y tendría a la pobre vaca descuidada  , sus campos desatendidos y estaría apuntado y atenido  a una dádiva de pro-campo ,del programa de adultos mayores, oportunidades o de  SEDESOL. ¡Qué sermón más equívoco!...pero todos en la iglesia asentían piadosamente con la cabeza. ¿Qué no se puede trabajar y honrar a dios al mismo tiempo? ¿No se puede al trabajar  tu campo y estar en profundo contacto con la naturaleza, estar amando a dios? Seguro el obispo  sí tenía tiempo para dedicarle horas de ocio a su espíritu, ya que por bueno y atento que fuera, vivía de las limosnas, en el palacio episcopal de Ginebra y muy bien atendido por las monjas, que en realidad siempre han tenido dentro de la iglesia la jerarquía de amas de llaves, lo cual le dejaba al obispo ese tiempo libre para andar rindiendo cultos de forma a Dios. Eso pensé del sermón que estaba oyendo. Me impacientó. También me impacientó que el señor que ayudaba al sacerdote a oficiar era un  seglar, ahora llamados "diáconos". Una mujer también andaba en el altar asistiendo a los dos, al diácono y al padre, pero con mucha menor investidura, porque el que armó la echada de incienso del final, tocó las campanas a la hora de la elevación y protagonizó en segundo lugar, fue el  diácono y no la devota señora, que lo más que pudo hacer fue trajinar detrás del altar pasando las campanas y recogiendo lo que hiciera falta del cuidadoso rito. -No, si estos no van a cambiar -pensé-,  las señoras por favor en segunda fila y atendiendo al macho dominante del altar y de su casa. A la hora de la comunión el diácono y el padre atendieron a los comulgantes, todos los cuales se fueron con su hostia en la boca, pero por ser jueves, el padre anunció que daría la bendición con el Santísimo expuesto. Se fueron de nuevo al sagrario, en donde acababan de guardar las hostias sobrantes y al cual le habían puesto encima una cobertura blanca de encaje. Lo volvieron a abrir  con gran ceremonia para sacar una hostia de tamaño mayor, la colocaron dentro de una custodia de oro y plata... y entonces la asistente del asistente,  salió de atrás con una chalina dorada de aparente seda, que le dio al diácono y el diácono al padre. Con dicha estola el padre envolvió la custodia para no tocarla directamente con sus manos porque adentro ya estaba la hostia, una igual a la que se acababa de comer... entonces ¿por qué no puede tocar la custodia sin chalina?¡No! Entre sus manos, la custodia y la hostia tenía que haber una chalina, un freno, un tope. Ahí fue cuando el diácono se puso loco con la echada de incienso, y la verdad fue la mejor parte, porque a mí el incienso me encanta, huele a pecados perdonados pero antes puntualmente cometidos... Hacía mucho que no me tocaba oler esas cantidades de incienso. ¡Fue mucho el  que echó el diácono en el  incensario! Y para mi fortuna yo estaba en las primeras filas, me tocó un montón.  Con el diácono ocupado en la ceremonia del incienso,  a la señora le dieron la oportunidad de tocar las campanas, lo cual hizo con mucho más entusiasmo, pero en cuanto el diácono terminó de ahumar a la feligresía, recuperó las campanas  y cayó de rodillas a recibir la bendición, con una mano al pecho y la otra en las campanas, dejando a la esmerada colaboradora  con las manos sin quehacer. ¡Díscolo! Si la otra tocaba las campanas mucho mejor. Pero bueno, era de esperarse. Terminada la bendición, el diácono acompañó al padre a  guardar la hostia, cerrar el sagrario y a volverle a poner su telón primorosamente bordado.  Manos de mujeres para bordar siempre han sobrado, y ya desde la edad media decidieron meterle al altar toda clase de aditamentos hechos por las dóciles mujeres dedicadas al servicio de Dios. Y como la iglesia es gran conservadora de costumbres, pues siguen teniendo todo eso en los altares y vistiendo a los padres con más capas que una cebolla y de una manera que sería impensable en Jesucristo. ¡Vean la ropa de los Cardenales ahora que llegaron al cónclave! Como última ocupación, a la señora asistente del diácono le tocó doblar y guardar la chalina, cosa que hizo con gestos devotos y lentos. Tenía que darle algo de ceremonia y boato a las sencillas labores que le dejan en un altar dominado por la masculinidad. Decía Krisnamurti que las ceremonias visibles son para espíritus poco desarrollados y que necesitan ritos para conectarse con la espiritualidad. Ahora, ¿qué impide el desarrollo de un espíritu? ¡Los ritos! La gente se queda con el rito y con lo que otros les dicen en lugar de ejercitar su mente en la búsqueda de la espiritualidad, y en su caso, en la búsqueda de la nada o el todo. De todo lo que vi, me quedo con el incienso. Es imprescindible. Lo demás, por el momento, no va a cambiar. Ahí viene otro cónclave, más ritos, más continuidad de una iglesia eminentemente estancada. ¿Qué haría Jesucristo si regresara a poner orden? No se quedaría en medio del dorado Vaticano. Su reino, - lo dijo muy claro- no era de este mundo.

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