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El autor es académico de la Universidad Autónoma Metropolitana y miembro del Círculo Podemos México

 

 

La irrupción de Podemos en el escenario político español ha supuesto un auténtico terremoto que ha desbordado las previsiones de simpatizantes y opositores. Auténticos ríos de tinta compiten hoy por apropiarse de la definición legítima de este acontecimiento con el fin, en ocasiones confeso, de vislumbrar el inmediato porvenir del país. En este marco, un ejercicio de síntesis puede ser de ayuda como introducción para un público interesado en posteriores indagaciones. Dividiré esta exposición en cinco apartados. El primero, más extenso, tratará las condiciones históricas de posibilidad del fenómeno. En el segundo se presentará el 15M como primera respuesta de la sociedad española a esas condiciones y como antesala del fenómeno de Podemos. Los otros tres apartados se adentran en el origen y desarrollo de Podemos. Insisto en que el enfoque es esencialmente histórico e informativo, y si bien el ensayo lanza algunas hipótesis interpretativas no aspira, dado su carácter introductorio, a embarcarse en un debate de teoría o estrategia política.

 

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Spain is different

 

A mediados del siglo pasado, el gran historiador francés Fernand Braudel produjo una auténtica revolución historiográfica al desarrollar una concepción múltiple del tiempo histórico[1]. La labor del historiador debía consistir, señalaba Braudel, en romper y descomponer la supuesta homogeneidad bajo la que el sentido común percibe el tiempo e identificar secuencias y ritmos históricos diversos. De esta manera, un fenómeno histórico debía estudiarse como la resultante del cruce de diferentes temporalidades, definidas en función de su mayor o menor resistencia al cambio: la larga duración, la mediana y la corta. 

            Estas indicaciones tienen un valor especial en nuestro caso. Frente a la tentación de interpretar la irrupción de Podemos desde una óptica presentista, muy a tono con la rabiosa actualidad periodística o el fragor de la batalla política, la apuesta de Braudel nos permite rescatar las raíces históricas y las complejas condiciones que posibilitaron este acontecimiento. Estas condiciones de posibilidad se identifican con una palabra: crisis. Recordando a Braudel, se trataría en realidad de la sincronización de una triple crisis que afecta a procesos históricos con temporalidades diversas: la crisis de las estructuras de larga duración del régimen de 1978; la de la coyuntura económica del ciclo depresivo del capitalismo que comenzó en 2008; y finalmente, la crisis inmediata asociada a la gestión neoliberal de ese ciclo económico depresivo por parte de los gobiernos del Partido Socialista y especialmente del Partido Popular. Veamos brevemente en qué consiste cada una de ellas.

            En el imaginario colectivo, la Transición española ha sido considerada como un modelo de cambio político pacífico y sereno que llevó a los españoles desde las sombras de una dictadura hacia las luces de la democracia[2]. Auténtico mito fundador del régimen político actual, sintetizaba el anhelo de romper con la secular anomalía española en Europa y la posibilidad de abrirse por fin a la modernización del Continente. Se trataba de dejar atrás el famoso eslogan del franquismo, pensado para atraer turistas pero preñado de crudo realismo castellano: “Spain is different”. La Constitución de 1978 sería la expresión de una serie de acuerdos políticos y económicos que permitirían por fin a los españoles tomar la tan ansiada senda de la normalización y poner fin a siglos de excepcionalidad[3].

Los acuerdos políticos fueron de dos tipos. Por un lado, establecieron un régimen democrático de partidos en el que convivirían los agentes políticos del franquismo reciclados en nuevos partidos políticos y quienes habían sido excluidos tras la derrota en la Guerra Civil: el Partido Socialista, el Partido Comunista y los nacionalistas. Por otro lado, bajo una forma monárquica, la estructura territorial quedaba definida en el Estado de las Autonomías, resultado de una transacción entre centralismo y reivindicaciones nacionalistas. En relación a los acuerdos socioeconómicos alcanzados en los denominados Pactos de la Moncloa, lo más característico fue la conservación en bloque de la élite económica franquista y el reconocimiento al derecho de libertad sindical, con lo que quedaba establecido el campo de juego entre las fuerzas del capital y las del trabajo.

            Si bien la Transición española no puede comprenderse sin la presión popular que reivindicaba el fin de la dictadura y la apertura hacia un escenario democrático, lo cierto es que el propio capitalismo español requería deshacerse de unas formas políticas que suponían un impedimento para el ingreso en el mercado de la Europa comunitaria. El empuje desde abajo se vio contenido por un proceso político tutelado desde fuera (Estados Unidos y Alemania) y desde dentro (por esas élites económicas y políticas del franquismo que apostaban por el cambio)[4]. Pese a la promesa de redención europeísta, el nuevo régimen no suponía una ruptura completa con la dictadura sino una fórmula de compromiso que integraba lo viejo en lo nuevo. No obstante, y no sin razón, la sustitución de una dictadura de mas de 40 años por un régimen democrático de partidos fue percibida como un gran avance y logró contar con el apoyo mayoritario de la ciudadanía española[5].

            Aunque el capitalismo español ya había realizado ajustes para poder ingresar en la CEE, los cambios más profundos se produjeron a raíz de los acuerdos de Maastricht de 1992[6]. Este tratado supuso la reestructuración del proyecto europeo a partir de criterios claramente neoliberales, en el marco de una reactivación de la competencia capitalista a nivel mundial provocada por la caída de la Unión Soviética y la reunificación alemana[7]. La socialdemocracia española, que había contribuido a desarrollar un incipiente estado social de bienestar durante 10 años de gobierno, comenzó a aplicar políticas de privatización, de desregulación de mercados y de desmantelamiento del ya frágil tejido industrial español[8]. Con la llegada al gobierno del Partido Popular en 1996 estas políticas se intensificaron, si bien es cierto que el ciclo económico progresivo –en parte consecuencia de la apertura de los mercados latinoamericanos al capital español[9]- generó un fuerte crecimiento de la economía española, ocultando las debilidades estructurales del sistema[10].  

            Estas debilidades se pondrían de manifiesto a partir de 2008 cuando la crisis económica internacional llegó a España y hundió el mercado inmobiliario arrastrando consigo buena parte del sistema financiero y del tejido productivo. Es importante entender cómo se originó esta crisis puesto que pone de manifiesto las dependencias económicas y políticas de España respecto a Europa, así como la prioridad que han adquirido las políticas de rescate financiero entre la elite política española[11].

            A finales de la década de los 90, la crisis bursátil de las empresas tecnológicas –que se cebó con los países ricos del norte de Europa- volvió atractivo para el capital europeo la inversión en los países del sur. Esto se vio favorecido por el hecho de que, con el fin de ayudar a las dañadas economías del norte, especialmente a Alemania, el Banco Central Europeo bajó los tipos de interés facilitando el crédito y la liquidez. En el caso español, la industria inmobiliaria se convirtió en objeto prioritario de inversionistas; lo que fue promovido desde el gobierno conservador de José María Aznar, quien había elaborado una ley del suelo por la cual se liberalizaba el mercado y se favorecían las inversiones. Desde 1998 hasta 2008, la industria inmobiliaria se convertiría en el motor de la economía española, impulsando al resto del tejido económico. En este marco de crédito fácil y aumento de la demanda inmobiliaria, los bancos y especialmente las cajas de ahorros (entidades financieras cuyos puestos directivos son designados por los partidos políticos) facilitaban créditos a la construcción (especialmente a los ayuntamientos) y créditos hipotecarios a particulares, partiendo de la idea, definitivamente utópica pero no por ello desinteresada, de que el sector inmobiliario nunca iba a sufrir una caída importante de precios. En definitiva, el capital financiero y todo el sistema económico español estaba peligrosamente expuesto a la industria de la construcción. Pese a que ya a medidos de la década del 2000 se daban algunas señales de riesgo –el ritmo de construcción (que superaba al resto de los grandes países de la Unión en conjunto) o el precio desorbitado de la vivienda- ninguna instancia política quiso tomar riendas en el asunto por los posibles costes que tendría intentar revertir una situación de la que, por el momento, todo el mundo se beneficiaba.

            Esta situación sufriría un abrupto giro en 2008. Las crisis crediticia y del mercado inmobiliario que comenzó en Estados Unidos tuvo como principal efecto a nivel mundial una interrupción del flujo de capital. Tras el paro cardiaco que sufrió el capitalismo a mediados de octubre de 2008, la multimillonarias sumas que los gobiernos inyectaron en el mercado con la intención de reanimarlo no lograron a mediano plazo conjurar la desconfianza mutua. Nadie se fiaba de nadie y el sistema financiero español dejó de contar con liquidez para continuar bombeando crédito hacia el motor de la economía hispana. Descarrilada la locomotora, el resto del tren le fue a la zaga. Las empresas que dependían de que la burbuja inmobiliaria continuara inflándose indefinidamente colapsaron y comenzó un reguero de despidos que en poco tiempo situó el paro en un 25% de la población activa. Hay que recordar que esta población desempleada o sometida a una intensa erosión de las condiciones laborales era la misma que había sufragado los inflados costes de su vivienda con los créditos fáciles del periodo de bonanza. Recordemos que la precariedad laboral y la contención salarial habían sido una constante desde los años 90 y que por tanto el préstamo era la única manera por la cual las viviendas podían venderse en España y, en consecuencia, el único modo de sostener el modelo de crecimiento por el que había optado el capitalismo español y las élites políticas. Población joven en situación de precariedad adquiría una deuda impagable con los bancos, quienes reclamaban como contrapartida la vivienda sin que ello supusiera la condonación de la deuda. Daba así inicio el drama de los desahucios y el exilio económico[12].

            Por otra parte, el problema no podía desvincularse de la situación internacional y de la denominada crisis de la deuda soberana. Gran parte de la deuda de las cajas y los bancos españoles había sido contraída con entidades financieras alemanas, ya que estas contaban con gran liquidez como resultado de su capacidad para financiarse de manera casi ilimitada (al 0%, llegando incluso en determinados momentos a valores negativos, es decir, a cobrar por financiarse). La solidez de la economía germana le permitía contar con capital  suficiente para convertirse incluso en prestamista de los países del sur. Pero esta capacidad para actuar como prestamista privilegiado no podría entenderse sin el control político que ejerce Alemania sobre el entramado institucional de la Unión[13]. Son estos mecanismos los que el país germano activa para asegurarse el cobro de la deuda contraída por los países del sur. Bajo estas presiones políticas y legales, estos países que carecen de una política económica y de una moneda propias se ven obligados a orientar la mayor parte de su presupuesto hacia el pago de la deuda y, aún así, como en el caso griego, ésta continúa resultando impagable. Para contribuir a todo este buen ambiente, “opinólogos” y tecnócratas pro-germanos exigen el pago de lo que se debe, bien apelando al gentleman que todo griego desahuciado lleva dentro, bien acusando a un pueblo entero de derrochar el dinero y vivir por encima de sus posibilidades. Los continuos rescates que la Troika (el FMI, el BCE y la Comisión Europea) ha negociado con los países del sur pretenden refinanciar la deuda con el fin de que éstos puedan hacer frente a los acreedores, aunque lo que en realidad han provocado con sus draconianas condiciones es una recolonización económica y un enorme sufrimiento social[14]. No obstante, frente a las demandas del capitalismo alemán, frente al racismo inherente a las acusaciones sobre la secular indolencia mediterránea, cabría preguntarse si la situación actual sería la misma sin las reformas que trajo consigo el Tratado de Maastricht y que desnivelaron aún mas la diferencia económica e industrial del norte frente al sur[15]. Y cabría preguntarse también si la situación actual no supone un gran beneficio para la propia Alemania que ve como el ciclo virtuoso se reproduce cuando el capital internacional rehúye financiar las decadentes economías del sur para refugiarse en el país teutónico, quien por este medio se convierte en acreedor y juez de la Unión Europea.

            A los países del sur, sumidos en esta crisis de la deuda y con una situación de emergencia social se le presentan varios escenarios. La victoria de Syriza en Grecia supone un mandato de la ciudadanía griega para romper con el escenario impuesto por la Troika y reestructurar la deuda, orientando parte del crecimiento económico hacia la creación de riqueza y su redistribución entre los sectores más golpeados por la crisis. En España, en cambio, los últimos gobiernos del PSOE y el PP optaron por una “política responsable” y por hacer frente al pago de las deudas contraídas por el sistema financiero. Con este fin, ambos partidos reformaron “responsablemente” la Constitución sin consultar a la ciudadanía, estableciendo un artículo que priorizaba el pago de la deuda sobre el gasto social. Serían los conservadores quienes, tras el triunfo por mayoría absoluta en 2011 llevarían a cabo una intensa política neoliberal orientada hacia el recorte del gasto y la priorización del pago del rescate bancario (con cifras que rondan desde los 60 mil a los 130 mil millones de euros)[16]. Un estado de bienestar ya de por sí débil sufría las envestidas constantes de un gobierno que aplicaba con gozo sistemático las recetas dictadas desde Bruselas y Berlín[17]. La crisis, por otro lado, no iba a ser igual para todos. Como si de la pesadilla de Robin Hood se tratara, las privatizaciones y una profunda reforma laboral contribuyeron a que se produjera una incesante acumulación de riqueza en manos de las grandes fortunas. España se iba a convertir en uno de los países occidentales donde más crecía la desigualdad durante esos años[18]. Las crisis, ya se sabe, son ventanas de oportunidades.

Y no obstante, ni siquiera había dinero para todos los de arriba. Al igual que cuando se hunde el barco, el deterioro de la situación económica contribuyó a que aflorara todo un entramado de corrupción que afectaba a los grandes partidos, a las cajas de ahorros, a las inmobiliarias e incluso a la familia real. Estas complejas redes de intercambio de favores, secretos de familia y complicidades, difícilmente podían mantenerse sin el engranaje del dinero. Una ciudadanía empobrecida es testigo día tras día de cómo una larga lista de políticos y banqueros colapsa lo tribunales de justicia, imputados por concesiones ilegales, pagos en negro, financiación irregular, blanqueo de capitales, tráfico de influencias, etc. La sensación que reina es que la corrupción, lejos de ser una falla puntual del sistema, es un elemento que lo estructura[19].

Entre los años 2011 y 2014 la situación se agrava de manera dramática. La gestión neoliberal de la crisis y la corrupción que aflora desembocan en un descontento social que expresa algo más que el desagrado ante la precaria situación económica. Se trata de una crisis profunda de legitimidad de todo el sistema heredado de la Transición. El relato que fundaba el mito de la modernización de España se desmorona entre desahucios, paro y cuentas opacas en Suiza. De la noche a la mañana, los españoles se levantan tras la borrachera del boom inmobiliario y descubren presos de una gran resaca que el Rey ya no es esa simpática figura que representa el consenso entre los españoles y que los respetables partidos del turno gobiernan para los intereses de unos pocos (entre los que se encuentran los de ellos) y no de todos. Son las creencias políticas compartidas las que se resienten cuando el sueño se evapora. Es el sentido común del poder en la forma que adquirió en la historia reciente de España el que se deslegitima. Y con la crisis de legitimidad se abren nuevas preguntas que habían sido clausuradas por el consenso de la Transición.  

 

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El amigo griego: Spanish Revolution

El 15 de mayo de 2011 fue uno de esos días que, como decía Karl Marx, vale por años. A través de las redes sociales se produce una llamada a una manifestación espontanea desde la Plaza de la Cibeles a la Puerta del Sol, por parte de algunas plataformas y asociaciones civiles, bajo la reivindicación genérica de una auténtica democracia. Al finalizar la manifestación, un grupo de personas decide espontáneamente no irse a casa: “¿Y si nos quedamos a dormir? ¿Y si nos quedamos en la plaza?”. A la mañana, la policía intentaría desalojarles, lo que produjo una reacción en cadena que convocó a cientos de personas. La protesta, que rápidamente se extiende a otras ciudades de España, logra un poder de convocatoria que sobrepasa las expectativas de los convocantes. Convergen miembros de movimientos sociales (plataformas de estudiantes, jóvenes sin futuro, V de Vivienda, Democracia Real, etc.), asambleas de vecinos, ciudadanos a título individual. Las discusiones sobre los problemas locales y nacionales se reproducen en pequeños grupos que poco a poco van articulando agendas de trabajo. La organización asamblearia comienza a regular los intercambios y las decisiones sobre el funcionamiento interno. Ningún partido político, por lo demás poco interesados, intenta monopolizar el movimiento. Las consignas no parece que puedan asignarse a ningún agente político reconocible. Los “opinólogos” se preguntan en los medios quiénes son, qué quieren, decretan su defunción en pleno parto o advierten la promesa de la aurora revolucionaria. El desconcierto es total. Un nombre comienza a circular en algunos medios, vinculado al famoso libro de Stéphane Hessel Indignaos. El nombre cala y en las plazas comienza a hablarse de los indignados.

Tras unos meses, no sólo no parece que el movimiento decline sino que su capacidad de organización aumenta y empieza a ser ejemplo en otros países. Esto ya no gusta tanto. Desde los medios, se empieza a hablar de los derechos de los comerciantes de las plazas, se pide a los indignados que abandonen las calles para presentarse a las elecciones y reivindicar institucionalmente lo que sea que reivindiquen, mientras que algunos corazones melancólicos, añorando viejos tiempos, piden contundencia policial. El nerviosismo es síntoma de que el descontento social está encontrando vías de expresión que rebasan los canales tradicionales y que, en consecuencia, por inesperado el asunto puede volverse peligroso.

Es cierto que al cabo de unos meses las plazas empiezan vaciarse. El ritmo varía según la localidad pero sin duda esta es la tendencia. El establishment respira. Ha sido un breve mayo del 68 sin adoquines. Pero el error de cálculo es de bulto. El 15M ha abandonado las acampadas permanentes en las plazas pero continua funcionando a través de las asambleas de barrio, a través de redes sociales y de mareas ciudadanas (en defensa de la educación, de la sanidad, de los expatriados económicos), en plataformas -como la de antidesahucios- y en cooperativas de desempleados. Bajo un conjunto de medidas comunes relativas a la profundización de la democracia y la transformación del modelo productivo, cada uno de estos colectivos se centra en problemáticas específicas que les afecta de manera directa, resultado de la crisis económica, política y de legitimidad del sistema. Desde 2011 hasta la fecha, buena parte de los colectivos nacidos a raíz del 15M continúan activos. Muestra del vigor de la Indignación fueron las marchas por la dignidad del 22 de marzo de 2014, en las que convergieron en Madrid 2 millones de manifestantes[1].

Resulta complicado medir el alcance que tuvo el 15M y cómo contribuyó a dar forma a un nuevo escenario político. Quisiera solamente centrarme en tres aspectos que a mi juicio resultan claves. Primero, el 15M puso en contacto con fines políticos a mucha gente que, sin embargo, no provenía de los partidos tradicionales. Creó nuevas redes de sociabilidad política y muchos de los que intervinieron en esta experiencia colectiva tuvieron su primer contacto con la política activa a través de las asambleas. No sólo se trataba de gente joven, aunque es innegable que la mayor parte de sus integrantes pertenecen a esa generación que nació con la Transición, que no la protagonizó y que por tanto no siente un apego afectivo por ella. Junto con la falta de profesionalismo en el mundo de la política, otra característica de este nuevo agente colectivo es que era resultado de una estrategia de inclusión que buscaba generar una mayoría social, integrada a partir de problemas y consignas comunes, apartando aquellas que contribuían a la segregación. Es cierto, no obstante, que sociológicamente el activista del 15M respondía a un perfil específico (joven, urbano, con formación universitaria) y que la participación activa de otros sectores sociológicos (por ejemplo, gente mayor, con bajo nivel de estudios, migrante o provenientes del movimiento obrero más tradicional) era más limitada[2].

En segundo lugar, resulta esencial la forma en la que se llevó a cabo este proceso de politización. La forma asamblearia fue la característica del 15M. La horizontalidad en la toma de decisiones y, algo fundamental, en el uso de la palabra constituyeron signos de identidad del movimiento. Se promovió ampliar la participación, incluyendo en los debates asamblearios al mayor número de personas posibles, a la vez que se fomentaba la responsabilidad política al promover la libre asunción de tareas. Organizar, hacer, hablar, censurar, acordar de forma colectiva constituyó una auténtica escuela de ciudadanía activa que contribuyó a generar un inconsciente compartido, a que miles de personas incorporaran un conjunto de disposiciones que apuntaban hacia nueva forma de hacer política. Es cierto que el asamblearismo no dejó de lastrar muchos problemas. La constitución de liderazgos como consecuencia de la diferencia de capital político con el que contaban los participantes, la irrupción de militantes profesionales que monopolizaban la atención de las asambleas, el maximalismo revolucionario de algunos iluminados, fueron motivo de que la participación en las plazas decayera con el tiempo. Otro problema fundamental fue el de la toma de decisiones por consenso, que provocaba que las asambleas quedaran bloqueadas por un pequeño número de personas y que se alargaran de manera indefinida, hasta quedar reducidas a un pequeño número de activistas, normalmente sin otros compromisos sociales que el propio activismo. Quizás, haciendo de la necesidad virtud, este fenómeno de aristocratización contribuyó a que el movimiento se difuminara en todas esas experiencias concretas a las que nos hemos referido más arriba: plataformas, mareas, redes, barrios, etc.[3]

El tercer elemento que me parece esencial del 15M fue su capacidad para elaborar un nuevo espacio simbólico y discursivo. Las consignas que se lanzaron a la calle eran el producto de un nuevo marco en el que las oposiciones del discurso oficial de la Transición habían entrado en crisis. Por ejemplo, la relación entre gobernantes y gobernados se problematiza y se redefine bajo una nueva categoría que apunta hacia alguna variante del “mandar obedeciendo” (control ciudadano, rendición de cuentas, rotación de cargos, etc.). El ímpetu integrador que guía la búsqueda de puntos en común genera un espacio compartido por el referente de la indignación que inhabilita las viejas señas identitarias de los partidos políticos y las rebasa. Incluso la antigua oposición entre reforma y revolución se diluye, al hacerse visible que la incapacidad del discurso oficial para reinventarse y el anquilosamiento del régimen convierten a las reformas en potencialmente revolucionarias. La indignación como sentimiento moral rompe el vínculo afectivo con la plácida narrativa de la Transición, cuestiona el sentido natural de las relaciones de dominación y establece un nuevo horizonte de expectativas[4].

Estos tres elementos (nuevo sujeto político, nuevas prácticas y discursos) son parte fundamental del legado del 15M. Constituyen la expresión de la triple crisis sistémica a la que nos referimos en el apartado anterior y apuntan hacia el deseo de construir una alternativa. Porque si bien es cierto que la Indignación surge frente a la ruptura del pacto entre gobernantes y gobernados desde arriba (fueron ellos los que, sin consulta ciudadana, cambiaron esa Constitución que durante 36 años se encargaron de recordar que no podía cambiarse) ahora lo que se pide no es ya su restitución, sino la instauración de un nuevo acuerdo social sobre nuevas bases.

El 15-M, en definitiva, hizo algo extraordinario y poco común: inauguró una nueva cultura política en España, creando nuevos valores, ideas y prácticas. Partiendo del sentimiento moral de indignación, puso en contacto y logró politizar a amplios sectores de la población y los movilizó en contra de un sistema que tras 30 años revelaba los auténticos resortes oligárquicos sobre los que se sostenía. En realidad, valdría decir que más que la invención de una nueva cultura política lo que hizo el 15-M fue retomar el viejo principio político que los griegos inventaron para contrarrestar el poder de la oligarquía: la democracia radical. Las hipotecas con las que nació la Transición española podían empezar a revisarse.

 

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De Lavapiés a Estrasburgo

 

El 12 de enero de 2014, en el madrileño barrio de Lavapiés un grupo de ciudadanos presentaba el manifiesto “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”[1]. El documento invitaba a crear una candidatura para las elecciones europeas que tendrían lugar unos meses después, apostando por la recuperación de la soberanía popular frente a los poderes financieros, la profundización democrática mediante consultas ciudadanas y el fin de la aplicación de las políticas neoliberales. El texto finalizaba remitiendo al grito de “Sí se puede” que se escuchaba en las calles y daba como respuesta: “Podemos”.

            Entre los firmantes del manifiesto se encontraban ciudadanos vinculados a dos grupos. Por un lado, al partido Izquierda Anticapitalista, que ya había publicado con anterioridad un esbozo del texto en forma de documento interno. Originariamente bajo las siglas de Espacio Alternativo, la organización estuvo integrada en Izquierda Unida hasta que en 2007 rompió con la coalición y comenzó su andadura en solitario. Aunque en diversas elecciones logró cierta visibilidad con el apoyo de reconocidos intelectuales internacionales[2], el partido constituía un grupo minoritario sin representación parlamentaria. Con la irrupción de Podemos, algunos de sus miembros formaron parte del equipo promotor, conformando una de las principales tendencias dentro de la joven formación. No obstante, la posterior aprobación de unos estatutos que prohibían la doble militancia llevó a la disolución de Izquierda Anticapitalista y a la definitiva integración de sus miembros en las estructuras de Podemos.

La disolución de Izquierda Anticapitalista constituía un síntoma de la pérdida de influencia de este sector a favor de un segundo grupo, también presente en la fundación de Podemos. Este grupo se articuló en torno a una serie de profesores de la Universidad Complutense de Madrid quienes, en algunos casos, contaban ya con una larga trayectoria colectiva. De esta colaboración fueron hijas dos experiencias claves. El Centro de Estudios Políticos y Sociales sirvió como un laboratorio de ideas políticas y se volcó especialmente hacia la experiencia de los populismos latinoamericanos[3]. La percepción de que había importantes similitudes entre el caso español y la “década pérdida” de América Latina avalaba la atención que el Centro iba a dispensar a los procesos populistas y a las lecturas que intelectuales como Ernesto Laclau hacían de los mismos. Junto con el Centro, la experiencia que adquirieron en la producción televisiva a pequeña escala resultó a la postre esencial. La Tuerka o Fort Apache[4] fueron espacios de tertulia y análisis político donde se ensayó la difusión mediática de las ideas que estaban cuajando. Es en estos medios donde Pablo Iglesias empezó a forjar su imagen pública, dotándose de una experiencia en los medios que supo utilizar adecuadamente cuando llegó el momento de dar el salto a la televisión nacional. El momento llegó cuando, un buen día, conocidos “opinólogos” de la derecha más conservadora se levantaron con el pecho henchido de fervor democrático y queriendo mostrar a los españoles la naturaleza totalitaria de las movilizaciones populares que se extendían por la geografía hispana concibieron la idea de invitar al programa a un sparring que defendiera la protesta, con el fin de evidenciarlo y maltratarlo dialécticamente entre todos[5]. Pero la jugada salió mal y el sparring no sólo se volvió contestón e incisivo sino que desquició a sus oponentes con sus serenos modales. El programa se convirtió en trending topic en internet, de manera que muchas televisoras -en plena guerra a muerte por la audiencia- no tardarían en ver la oportunidad de hacer su agosto invitando a Pablo Iglesias y a sus colaboradores a discutir con conocidos tertulianos. Uno tras otro, los fast thinkers del estatus quo salían con el ojo morado del cuadrilátero.

Dando voz al estado de indignación de buena parte de la sociedad española, Iglesias y sus colaboradores lograban trasmitir un discurso de denuncia que apelaba al sentido común, a la vez que contribuían a reelaborarlo al redefinir las oposiciones clásicas del imaginario político colectivo. Términos como el de “casta” (que hace referencia al complejo político-financiero) en oposición al de “gente”, lograba desarticular la oposición “izquierda-derecha” y redefinía la principal línea de conflicto político en términos de “los de abajo” contra “los de arriba”. La reapropiación de términos cargados de sentido positivo, como patriotismo o democracia, contribuyó además a situar al adversario político en el bando contrario a estos valores. Aunque esta estrategia de comunicación -de claro signo populista- no gustaba a todos los que empezaban a interesarse por lo que estaba ocurriendo, poca duda cabe de su eficacia al lograr conectar con gran parte del descontento social, dotarlo de nuevas categorías y, en este sentido, contribuir a articularlo. En cualquier caso –el lector se percatará de ello- el éxito de esta estrategia no se entendería sin la ruptura y las nuevas posibilidades discursivas que abrió el 15M.

            Esta creciente exposición a los medios en el trasfondo de una conflictividad social en aumento desembocó en la apuesta electoral de enero de 2014 para el Parlamento Europeo. Tras la presentación oficial de Podemos, se lleva a cabo una campaña artesanal, sufragada por los propios militantes. Los gurús de los grandes medios le otorgan a lo sumo un diputado. El 25 de mayo la sorpresa es mayúscula: cinco europarlamentarios y un millón y medio de votos que van a desencadenar un terremoto político en España y una honda preocupación en Europa. ¿Cómo es posible que unos parias recién llegados y apenas sin medios generen tal conmoción?

            Las elecciones europeas no sólo significaron la inesperada irrupción de Podemos. Esta no se entiende sin la apertura de un espacio de oportunidades políticas consecuencia del primer gran descalabro del bipartidismo en la historia del régimen. Por primera vez la suma de votos del Partido Socialista y el Partido Popular quedaba por debajo del 50%, tras perder más de cinco millones de votos y 30 puntos sobre el resultado de las europeas de 2009[6]. La crisis del sistema da una señal de alarma que no tarda en cobrarse sus primeras víctimas de insigne nombre: la anunciada dimisión del líder del Partido Socialista –cuyo descalabro ha sido aún mayor que el del Partido Popular- abre un proceso de primarias y en consecuencia un escenario impredecible en uno de los pilares del régimen. En la Casa Real cunde el nerviosismo ante este panorama y las presiones por renovar una monarquía acosada por los escándalos de corrupción desembocan en una decisión histórica: Juan Carlos I, conductor y símbolo de la Transición, abdica en junio de 2014. En Europa empiezan a preguntarse si España se encamina hacia un escenario griego -donde Syriza ha devorado al PSOK- y si, de ser así, no será este el comienzo de la creación de un bloque en el sur de Europa opuesto a las políticas de austeridad de la Troika y al estatus quo del capitalismo alemán. Ese 25 de mayo, en Bruselas y en Berlín alguien debió pensar que todo este asunto de las elecciones resultaba en ocasiones un auténtico fastidio.

 

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Un viejo debate que quizás no sea tan viejo

 

La campaña artesanal y autofinanciada que llevó a cabo Podemos tuvo dos pilares básicos. Por un lado, la creciente y exitosa exposición a los medios a la que nos hemos referido más arriba. Por otro, la organización de base que dotaba al joven partido de una implantación a nivel territorial y local. Es aquí donde entran en juego los Círculos[1]. A lo largo de 2014 y de manera espontánea, van surgiendo cientos de Círculos por la geografía española y en los países donde residen ciudadanos españoles[2]. Los Círculos, territoriales o sectoriales,  constituyen la herramienta a través de la cual Podemos se vincula con la sociedad, colaborando con el tejido asociativo y ciudadano propio de cada lugar. Abiertos a la participación de cualquier persona, pertenezca o no a Podemos, funcionan de manera asamblearia y promueven la rotación de cargos, la participación y el uso de la palabra, así como las decisiones por consenso. Los Círculos constituyen en este sentido una herramienta de politización para la ciudadanía que retoma muchas de las enseñanzas del 15M. 

            Ahora bien, la irrupción de Podemos tampoco podría entenderse sin la demanda que existía en el propio 15M de dar salida política e institucional al movimiento, con el fin de alcanzar el gobierno e impulsar un cambio de régimen. De ahí que fuera necesario generar una estructura complementaria a los Círculos adecuada a este fin partidista. Esta sería el cometido de la “Asamblea Ciudadana Sí se puede”, que tuvo lugar entre el 15 de septiembre y 15 de noviembre. A través de los Círculos y de herramientas telemáticas[3] se llevó a cabo una intensa discusión de los borradores políticos, éticos y organizativos realizados a propuesta de un grupo promotor encabezado por el propio Iglesias. En las elecciones de noviembre eran dos las principales propuestas que competían: la de “Claro que Podemos”, encabezada por el propio Iglesias, y “Sumando Podemos” con Pablo Echenique y Teresa Rodríguez a la cabeza. Esta última había sido resultado de los acuerdos y fusiones de más de una treintena de documentos. “Sumando Podemos” también buscó el acuerdo con “Claro que Podemos” pero no lo logró.

            Las diferencias se centraban fundamentalmente en aspectos organizativos. Mientras “Claro que Podemos” optaba por un modelo de partido más tradicional (una Asamblea General, órganos ejecutivos -como el de Secretario General, Consejo Ciudadano- y órganos de vigilancia -como la Comisión de Garantías-)[4], la propuesta de “Sumando Podemos” era más innovadora y horizontal[5]. Apostaba por sustituir la Secretaria General por un órgano colegiado de tres portavoces, reservaba un porcentaje importante de miembros del Consejo Ciudadano seleccionados por el método del sorteo y reivindicaba un mayor protagonismo de la Asamblea Ciudadana y de los Círculos en la toma de decisiones cotidianas del partido. La cuestión que en el fondo se estaba dirimiendo era cómo resolver la ecuación democracia-eficacia conservando ambos polos. El debate contribuyó a que muchos ciudadanos que intervenían por primera vez en este tipo de discusiones adquirieran competencias en el ámbito de la cultura y el pensamiento político. Cabe recordar, por ejemplo, cómo la cuestión del sorteo trajo consigo una interesante discusión que contribuyó a actualizar el pensamiento político de la democracia ateniense y a una problematización de los procesos, a veces inadvertidos, por los cuáles las organizaciones democráticas acaban derivando en formas aristócráticas[6]. Lo mismo cabría decir del debate sobre la razón populista y su adecuación a realidad nacional[7].

            El resultado de las elecciones –que se llevó a cabo de manera abierta a toda la ciudadanía a través de voto telemático- dio una aplastante mayoría a la propuesta de Pablo Iglesias (80 %, frente a un 12%), quien salía claramente reforzado para las elecciones a los órganos de dirección del partido. De hecho, el mismo Iglesias había advertido que, en caso de salir elegida otra propuesta organizativa que no fuera la de “Claro que Podemos”, lo normal sería que él se echara a un lado[8]. El órdago sin duda le benefició, ya que la militancia era consciente de su papel en los medios y la relevancia de este hecho para futuras elecciones. Esto resultó abaolseUNAMBIO EN 5 ACTOS.los Cs de crisis) - l papel de una E, Ciudadanos) que parec so de crear un estado de opinisponsables  también determinante en la elección de las listas para ocupar los órganos del partido. Iglesias, que arrasó con más de un 90% de los votos, logró que su equipo monopolizara todos los órganos gracias a un procedimiento que, aunque respetaba las listas abiertas, permitía al votante elegir en bloque: si se votaba a Iglesias, se podía automáticamente seleccionar a todo su equipo[9]. Las críticas contra el modo de elección apuntaban especialmente hacia la falta de representatividad de las sensibilidades que se daban cita en la experiencia de Podemos.

Ambas discusiones (la forma de organización y la monopolización de los órganos ejecutivos por parte de un sector) han acompañado desde entonces el proyecto de Podemos. Desde el inicial “Todo el poder para los círculos” a los acuerdos de la Asamblea de noviembre y de ahí a las nuevas estrategias que se plantean a raíz de las elecciones de mayo de 2015, el debate sobre la manera de lograr el mejor equilibrio democracia-eficacia ha sido y es constitutivo de Podemos. Quizás algunos puedan ver en esta vieja dicotomía el origen de la manzana de la discordia que en algún momento acabará convirtiendo al partido en algo similar a las viejas organizaciones políticas de izquierdas, más ocupadas en su rencillas internas que en establecer una relación productiva con la ciudadanía. Pero personalmente creo que esta vieja oposición es especialmente creativa, pues contribuye a mantener vivo el debate interno y a generar nuevas ideas sobre la toma de decisiones, la inclusión de la militancia de base y la selección de cargos. De hecho, son los partidos tradicionales los que, en nombre de la eficacia, han clausurado este debate (excepto cuando entran en etapas de crisis). Y debemos recordar que fueron sectores del propio 15M los que sostuvieron la necesidad de trascender la horizontalidad representada en Podemos por los Círculos para asumir el principio de representatividad en aras a dar el salto a la lucha política partidista. Conservar este debate, hacer que estos asuntos sean discutibles y no queden en el impensado, lejos de ser una debilidad es muestra de vitalidad y conciencia de nuestra humana condición, que a diferencia de la de los dioses del Olimpo no cuenta con soluciones eternas para encarar los desafíos de un mundo siempre cambiante. 

 

“¡Todos son igual de ladrones y éstos, además, vienen de Caracas!”

Además de dotarse de un modelo de organización, la Asamblea Ciudadana aprobó cinco documentos que constituirían, junto con los principios éticos y políticos[10], la fuente de inspiración de las futuras líneas programáticas del partido: defender la educación pública, medidas urgentes anticorrupción, frenar los desahucios y derecho a la vivienda, derecho a la salud y auditoria y reestructuración de la deuda[11]. Posteriormente se elaboró un borrador económico titulado “Democratizar la economía para salir de la crisis mejorando la equidad, el bienestar y la calidad de vida” y que partía de la tesis de que las economías que mejor funcionan son las que reducen las desigualdades y mejoran las condiciones de vida de toda la población[12]. Se apostaba, a corto plazo, por una reestructuración de la deuda y por una reactivación de la economía basada en el impulso de la demanda interna mediante el combate al desempleo y una nueva política impositiva que redundara en la redistribución de la renta. A mediano plazo, se apostaba por la implantación de un nuevo modelo productivo orientado hacia la autonomía, la sustentabilidad y la participación ciudadana.

            A medida que el partido iba cobrando forma, intentado manejar una situación que desbordaba las previsiones más optimistas –al finalizar la Asamblea, por ejemplo, los registros de Podemos contaban con 150 mil miembros, el número de Círculos se elevaba a comienzos del nuevo años a más de 600 y los sondeos, pronto, lo iban a situar como primera fuerza en intención de voto- los ataques desde la prensa del estatus quo del 78 se intensificaron de manera dramática. En una maniobra no exenta de lógica -pero completamente de ética-, se intentó destruir la imagen pública de algunos de los dirigentes de Podemos, con el fin de lograr identificarlos con las desprestigiadas élites políticas. Daba igual que las acusaciones fueran mentira como se demostró en ocasiones, sin rectificación por parte de la prensa, o de meras cuestiones administrativas -todo hay que decirlo, convenientemente filtradas desde agencias gubernamentales-. El objetivo era desacreditarlos moralmente y equipararlos con quienes habían llevado cabo el saqueo sistemático del país. Y todo ello con el fin de conjurar uno de los principales activos de Podemos: su capacidad para presentarse como alternativa a la crisis moral y de legitimidad del régimen. De esta manera se quería conjurar las expectativas de cambio de unos ciudadanos cuyo sentimiento de indignación los había llevado a la desafección.  

La segunda estrategia consistió en sacar del cajón y desempolvar lo que Eduardo Galeano tuvo a bien denominar como “malos de larga duración”. La idea era completar el efecto desmovilizador de la campaña contra los líderes de Podemos con el miedo ante la posibilidad de un cambio real. Los fantasmas de Venezuela, la Guerra Civil y ETA deambulaban por las portadas de los periódicos y los platós de televisión. No importaba cómo, lo importante era lograr que el mismo titular contuviera algunos de estos tres términos vinculados a Podemos. Nunca, en la historia reciente de España se puso de manifiesto de manera tan clara que la finalidad prioritaria de los medios no era generar un mensaje sino un estado de ánimo, no se trataba de producir un discurso sino de generar emociones. En una especie de nihilismo informativo, la ética periodística tocó fondo en España.

Es importante hacer hincapié en este punto porque puso sobre la mesa que para quienes tienen grandes intereses en defender el régimen es más importante conjurar la amenaza del cambio que conservar las formas democráticas. Es evidente que la vida pública y el ejercicio de la democracia dependen hoy día en gran medida del papel de los medios. Y también lo es que medios independientes y veraces son suelo fértil para la creación de una ciudadanía activa, capaz de intervenir en al arena pública de manera informada y competente. Esta labor pedagógica y crítica, más allá del legítimo enfrentamiento de posturas e ideas, dignifica la profesión periodística y la convierte en referente de la virtud ciudadana. Pero la perversión de este ideario mediante el uso de la mentira sistemática y del infundio, la doble moral, la grotesca manipulación y la destrucción del enemigo político han sido el pan que cada día nos servían para desayunar las grandes empresas de comunicación españolas, cómplices de un modelo de periodismo que envilece la convivencia cívica y erosiona la democracia.

Ciertamente, esta doble estrategia de desilusión y miedo pasó factura a Podemos y logró frenar en seco la dinámica ascendente en la que estaba instalado desde su fundación. Ciudadanos, un partido sin aparentes vínculos con la vieja corrupción y que se presentaba como  adalid de una “regeneración responsable”, logró recabar el apoyo de los poderes financieros y se convirtió en el último eslabón del cordón sanitario en torno a Podemos. Se trata de un partido diseñado para movilizar a ese electorado que también estaba indignado con los viejos partidos pero que tiene miedo al cambio. Un partido al que los mismos informativos que defenestran a Podemos encumbraron hasta la cuarta fuerza política en discordia, abriendo un escenario de futuros pactos a tres bandas (PP, PSOE, Ciudadanos) que parecía alejar a España del escenario griego y, por tanto, del posible proceso de cambio de régimen. Los resultados en las elecciones andaluzas –tercera fuerza política, muy lejos de los dos grandes partidos- parecían confirmar que Podemos había tocado techo y que la campaña del miedo y la desilusión daban resultado. El régimen parecía haber dado con la fórmula para frenar el cambio. Pero entonces, llegó mayo….

 

Prometeo desencadenado 

El 25 de mayo de 2015 tuvieron lugar en España elecciones municipales y autonómicas. Podemos había decidido no presentarse a las municipales con marca propia, sino integrado en Candidaturas Ciudadanas o de Unidad Popular (CUP), que eran el resultado del encuentro de ciudadanos independientes, movimientos sociales y miembros de partidos de izquierda que se sumaban a título individual; mientras, en las autonómicas lo haría en solitario, bajo las siglas de Podemos[13]. La lectura de los resultados electorales es compleja, si bien resulta evidente que la erosión del bipartidismo que había comenzado justo un año antes en las elecciones europeas se mantiene. Por otro lado, la fórmula de las CUP abre un interesante debate en el seno de Podemos de cara a las elecciones generales de noviembre.

            La primera lectura que cabe realizar es en clave electoral. El Partido Popular resulta el gran perjudicado al perder unos 2,5 millones de votos y el poder territorial con el que hasta ese momento contaba de forma holgada. Especialmente dramática fue la pérdida de ciudades emblemáticas como Madrid o Valencia, así como la mayoría absoluta en diez de las Comunidades en las que gobernaba, de forma que en muchas de ellas no podrá volver a hacerlo. Muestra de este descalabro es el hecho de que toda una generación de figuras representativas del partido van a abandonar la vida pública o al menos la primera línea de combate. Con esta retirada se resentirá toda una red de fidelidades locales sobre las cuáles, no sólo se sostenía la base territorial del partido sino, en muchas ocasiones, las redes de corrupción que lo han salpicado a lo largo de estos años (de manera significativa, en Madrid y Valencia). Si bien es cierto que conserva gran parte de sus apoyos en zonas rurales y entre la población de mayor edad, no sería extraño que fuéramos testigos de una auténtica estampida en los próximos meses, donde unos se pisen a otros presa del pánico de ser señalados como responsables del desfalco nacional.

El Partido Socialista parece recuperar poder institucional, ya que reconquista algunas plazas autonómicas y municipales. Ahora bien, el resultado es engañoso. En primer lugar, porque esta recuperación se debe más al descalabro del PP que a méritos propios, como nos recuerda la pérdida de más de 700 mil votos con respecto a las anteriores elecciones municipales. Segundo, porque allá donde logra desbancar al PP debe hacerlo con el apoyo de Podemos o de las CUP, ya que en la mayoría de los casos no puede sólo con el apoyo de Ciudadanos; esa “gran esperanza blanca” del Ibex 35 que, sin embargo, no logra los resultados esperados. El electorado del PSOE y su militancia de base –bastante más a la izquierda que el aparato del partido- jamás entendería que no se pactara con Podemos para desbancar al PP, lo que sin embargo puede convertirse en el abrazo del oso y situar al partido, de nuevo, en un escenario de PASOKización.

Porque efectivamente, el vencedor moral de estas elecciones ha sido Podemos y las CUP. Estos han logrado retomar la iniciativa dentro de la izquierda y del panorama político general. Si bien es cierto que Podemos en solitario no ha logrado vencer en ninguna autonomía, el triunfo de las CUP en ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza, La Coruña, Cádiz o Santiago de Compostela, ha supuesto un verdadero revulsivo y una advertencia de lo que puede ocurrir en las elecciones generales de noviembre. Hay que recordar que en muchos casos estas plataformas estaban en marcha en las grandes ciudades antes de la Asamblea General de Podemos y que fue aquí donde se aprobó la participación en estas listas conjuntas sin comprometer el nombre del partido.  

El éxito cosechado por las CUP en las grandes ciudades ha abierto un interesante debate en la izquierda española y en concreto en Podemos ¿se debe acudir a las generales en candidaturas de confluencia o en solitario? En el primer caso, ¿debe realizarse bajo nuevas siglas o conservando el logo de Podemos? Lo que hay en juego son dos cosas: el liderazgo de Podemos como principal agente político del cambio y el papel de la ciudadanía en el proceso de confluencia. Son dos las principales posturas. Por un lado, hay quienes consideran que estas elecciones han puesto de manifiesto que el electorado prefiere un modelo de partido más parecido a lo que era Podemos antes de la Asamblea Ciudadana, donde se daba cita una mayor pluralidad, un contacto más estrechos con los Círculos y las propuestas más radiales –como la renta básica o el proceso constituyente- no estaban sujetas al cálculo electoral[14]. Al reactivar la fórmula municipalista para las elecciones generales, por lo que se está apostando también es por una apertura en la estructura del partido, pues más allá de cómo se realice la confluencia lo que se espera es que esta sea protagonizada por la participación ciudadana, como forma de articular una mayoría social por el cambio más allá de la mera lucha partidista. En cierto sentido, esta postura es un reclamo de las formas organizativas del 15M, que el municipalismo parece haber resucitado[15]. El manifiesto Abriendo Podemos, encabezado por Pablo Echenique es una clara muestra de este intento por vincular la fórmula municipalista con una concepción más abierta del partido[16]

Frente a esta posición, especialmente desde los órganos directivos, se recuerda que la premisa de que las CUP obtuvieron mejor resultado que Podemos en solitario no es cierta, si consideramos todo el territorio español y no nos fijamos sólo en los casos de las ciudades más significativas[17]. Sin renegar a priori de la confluencia, se defiende sin embargo la necesidad de definir un marco de partida que no suponga la renuncia a una serie de referentes que se han instalado ya en el imaginario colectivo y que han demostrado su capacidad de interpelar y movilizar a buena parte de la ciudadanía[18]. En concreto, se trata en primer lugar del propio logo del partido y la necesidad de conservarlo, de que el espacio ganado por Podemos no sirva en definitiva para rescatar, diluyéndose, a otras formaciones de izquierda en declive (como Izquierda Unida). Por otro lado, frente a la horizontalidad que se supone en la fórmula municipalista, se apela a la cuestión del liderazgo como una manera de lograr la suma de voluntades y de movilizar a sectores que no participan de forma activa en la política de base, como de hecho, se considera que confirman las recientes elecciones municipales, donde el papel protagónico de Manuela Carmena (Ahora Madrid) y Ada Colau (Guanyem Barcelona) han sido claves[19].

En todo caso, de lo que se discute es sobre la mejor forma en la que Podemos puede actuar como una herramienta de cambio en un futuro inmediato. De su manera de responder a las demandas de la población y de resistir a los ataques que, seguro, recibirá desde el establishment, de cómo las CUP gestionen la confianza que les ha otorgado la ciudadanía y de cómo se resuelva el pulso entre Grecia y la Troika, dependerá mucho lo que ocurra en España en las próximas elecciones generales.

Pero más allá de la cuestión electoral, a lo que estamos asistiendo en este momento histórico es una muestra de la vitalidad de parte de la ciudadanía española, consciente de que el momento de protagonizar un cambio profundo y autónomo es ahora. Instalarse en este estado de ánimo y contar con la confianza para llevarlo a cabo es esencial de cara al futuro inmediato. En los grandes procesos de cambio histórico o en los sistemas políticos que amplían de manera radical las formas democráticas es posible percibir cómo quiénes participan en ellos han adquirido la convicción en la capacidad humana para resolver los problemas colectivos, para dotarse de metas conscientes y orientar el esfuerzo común hacia su realización. Esta reapropiación del destino por parte de la ciudadanía es un acto de rebeldía frente a la fatalidad, sea ésta la del mercado, la de la tradición o la del sentido común del poder. A la manera del viejo Prometeo, el proceso que comenzó en España en mayo de 2011 ha contribuido a instalar a la ciudadanía española en esta nueva sensibilidad, donde la creencia en la capacidad de apropiarse del futuro y orientarlo por una senda alternativa se presenta como algo posible.

 

 



[1]
Fernand Braudel: La historia y las ciencias sociales, Alianza, 1995.

[2] Contra la imagen idílica de este proceso puede consultarse: Juan Manuel González Sáez: “La violencia política de al extrema derecha durante la Transición española (1975-1982)”. Se puede consultar en: http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=0CCEQFjAA&url=http%3A%2F%2Fdialnet.unirioja.es%2Fdescarga%2Farticulo%2F4052259.pdf&ei=OD-CVd_xJYjXsAXS8YHQAw&usg=AFQjCNGfOxXxr5crzS-SXsNExT7BDahFAw&bvm=bv.96041959,d.b2w

[3] Julián Casanova: Breve Historia de España en el siglo XX, Ariel, 2012

 Enrique Moradiellos: La España de Franco (1939-1975): política y sociedad, Síntesis, 2000 

[4] Ángel Viñas: En las garras del águila: los pactos con Estados Unidos de Francisco Franco a Felipe González, 1945-1995, Editorial Crítica, 2003.

VV.AA. Claves internacionales en la Transición Española, La Catarata, 2010

[5] José Manuel Roca: La oxidada transición, La Linterna Sorda Ediciones, 2010 .

Julio Pérez Serrano: “Franquismo y postfranquismo: el trasvase de cuadros políticos en los años de la transición democrática”, Congreso Historia de la Transición en España, Universidad de Almería, 2000.

Juan Carlos Monedero: La Transición contada a nuestros padres: nocturno de la democracia española, La Catarata, 2013

[6] http://europa.eu/eu-law/decision-making/treaties/pdf/treaty_on_european_union/treaty_on_european_union_es.pdf

[7] Julio Pérez Serrano: “El fin de la Guerra Fría y la formación del IV Reich” en Propuesta Comunista, nº20-21. 

Julio Pérez Serrano: “De la CECA al Mercado Común: transformaciones jurídico-políticas e institucionales” Revista de Estudios Europeos.  Nº 46-47.

[8] Vicenç Navarro: Bienestar Insuficiente, Democracia Incompleta. De lo que no se habla en nuestro país, Anagrama, 2002. 

[9] Oriol Malló: El cártel español. Historia crítica de la reconquista económica de México y de América Latina (1989-2008), Editorial Foca, 2011.

[10] Sobre las políticas liberalizadoras de los populares a lo largo de estos años: http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1996/06/08/017.html

[11] Carlos Marichal: Nueva historia de las grande crisis financieras: una perspectiva global, 1873-2008, Debate, 2010. 

Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón: Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España, Sequitur, 2011 (http://www.vnavarro.org/wp-content/uploads/2011/10/hayalternativas.pdf)

[12] Sobre el problema de los desahucios puede consultarse la web de la Plataforma Afectados por la Hipoteca.  http://afectadosporlahipoteca.com

Sobre el exilio económico, la del colectivo Marea Granate: http://mareagranate.org

[13] Manolo Monereo: Por Europa y contra el sistema euro, Intervención cultural, 2014.

[15] http://juantorreslopez.com/impertinencias/aquel-tratado-de-maastricht/

[16] http://www.mientrastanto.org/boletin-122/notas/el-coste-del-rescate-bancario-las-cifras-reales

[17] https://15mpedia.org/wiki/Lista_de_recortes

[18] http://elpais.com/elpais/2015/02/27/media/1425063738_603384.html

http://www.euroxpress.es/index.php/noticias/2014/6/30/entre-el-pib-y-el-indice-de-gini-la-desigualdad-aumenta-en-espana/

http://www.oecd.org/social/inequality.htm

[19] Baltasar Garzón: El Fango, Debate, 2015. 

[20] https://marchasdeladignidadmadrid.wordpress.com/category/prensa/

[21] Adriana Razquin Mangado: Tomar la palabra en el 15M. Condiciones sociales de acceso a la participación en la asamblea. Un estudio de caso. Tesis doctoral. Universidad de Cádiz.

[22] José Luis Moreno Pestaña: “Democracia, movimientos sociales y participación popular: lógicas democráticas y lógicas de distinción en las asambleas del 15M”  en Movimientos sociales, participación y ciudadanía en Andalucía,  coord. Javier Escalera y Agustín Coca, 2013.

[23] Íñigo Errejón: “El 15-M como discurso contrahegemónico”, Encrucijadas, 2011

[24] http://tratarde.org/wp-content/uploads/2014/01/Manifiesto-Mover-Ficha-enero-de-2014.pdf

[25] http://www.anticapitalistas.org/spip.php?article22620

[26] http://www.ceps.es

[27] http://www.latuerka.net

http://www.fortapache.es

[28/] https://www.youtube.com/watch?v=5dKkeGybvFw

[29] http://politica.elpais.com/politica/2014/05/25/actualidad/1401029782_739281.html

[30] https://web-podemos.s3.amazonaws.com/wordpress/wp-content/uploads/2014/05/GUÍA-PARA-CÍRCULOS.pdf

[31] https://www.google.com/maps/d/viewer?mid=zlX2lkb7XjVc.kct6T1Drbfc8

[32] http://www.reddit.com/r/podemos/

[33] http://claroquepodemos.info/wp-content/uploads/2014/09/Borrador-de-Principios-Organizativos.pdf

[34] https://web-podemos.s3.amazonaws.com/wordpress/wp-content/uploads/2014/10/Sumando-Podemos-.Documento-organizativo.pdf

[35] José Luis Moreno Pestaña: “El sorteo o la socialización del capital político”, El Viejo Topo, nº 327, 2015.

[36] https://www.youtube.com/watch?v=-q9oxr54X_Y

[37] http://www.eldiario.es/politica/Pablo-Iglesias-abandonara-Podemos-prospera_0_310769826.html

[38] http://politikon.es/2014/11/24/la-vieja-eleccion-de-podemos/

[39] http://www.podemosciudadreal.info/2015/01/documentos-eticopolitico-y-organizativo/

[40] https://altersocialismo.wordpress.com/2014/10/22/resoluciones-asamblea-ciudadana-si-se-puede/

[41] https://web-podemos.s3.amazonaws.com/wordpress/wp-content/uploads/2014/11/DocumentoEconomicoNavarroTorres.pdf

[42] Sobre las Candidaturas Ciudadanas o de Unidad Popular:

http://abriendopodemos.org/2015/06/19/el-metodo-ganemos-o-aprendiendo-a-hacer-politica-en-comun/

https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/26745-la-hidra-municipalista.html

El programa general de Podemos para las autonómicas puede consultarse en: http://podemos.info/wp-content/uploads/2015/05/prog_marco_12.pdf

[45] http://blogs.publico.es/contraparte/2015/06/12/el-abrelatas-de-podemos-o-abriendopodemos/

[46] http://www.eldiario.es/aragon/elprismatico/gobierno-imposible_6_397620265.html

[47] http://abriendopodemos.org

[48] http://www.eldiario.es/zonacritica/Aprender-ganar_6_392720738.html

[49] http://www.eldiario.es/zonacritica/Aprender-ganar_6_392720738.html

[50] http://www.huffingtonpost.es/german-cano/el-cambio-o-el-lecho-de-procusto_b_7559624.html