".$creditoFoto."

La carnicería. La mejor. La mejor carnicería de la historia de este país. Una fila de cabezas, otra de troncos o esternones, como se diga, torsos, troncos. Lo que uno diría: cuerpos. Esa palabra, cuerpo, lleva a eso, la gran masa central. Cuerpos colgando de sus ganchos en el re­frigerador, atrás. La sangre no congelada pero sí quieta, una combinación única de limpieza y sangre. La tabla que no es tabla en realidad, porque la madera, cómo le digo, la madera está viva, más viva que todas esas pa­tas y cabezas. En la madera se quedan residuos, sangre, mugre, se lava y se queda agua y se hacen hongos, todo se infecta. La enorme tabla de plástico, fibra de vidrio dicen, ahormada al brazo y codo del carnicero. El maes­tro carnicero, el jefe. El cuchillo delgado para lo fino, el cuchillo gigante para quebrar ligamentos, separar extre­midades. El afilador de mango blanco. La paleta de fierro para aplanar, en la que el maestro, antes de ser maestro, dejó un dedo. Uno diría que ahí empezó a ser el maestro, una vez que dejó ahí un dedo. La carne suave, maneja­ble. Todo lo que hacen con la carne. Separarla, trocearla, limpiarla, desdoblarla en cien capas. El molino. Los sue­ños donde uno mete la mano al molino, o a un ventila­dor. El mostrador con las mejores piezas. Las manos que se mueven solas. Las manos que ablandan, aplastan, so­ban, arrancan tres pellejos, sacan rebanadas. Hacen bola todo, las manos, meten todo a una bolsa. Las manitas, las orejas, los cubos de tocino. Las cabezas rosas, son­rientes, los ojos cerrados. El delantal blanco, con sangre. La tabla blanca, con sangre. El mostrador blanco, el re­frigerador blanco y antiguo, la sangre enfriada y quieta, como un barniz. El cazo de cobre para hervir la manteca y dorar el cuero. La lámpara antimoscas. La cenefa, o como se diga, la pared de azulejos, la mitad de pared con azulejos. Un muchacho de sombrero y camisa arreman­gada que ara la tierra, nubes, un árbol frutal, la mucha­cha sentada que limpia semillas. Ese dibujo campestre en la media pared de azulejos. Los azulejos descoloridos de una de las mejores carnicerías de México.

Gabriel Wolfson (Puebla, 1976) es profesor del Departamento de Letras de la UDLAP. Publicó Ballenas (2004) y Los restos del banquete (2009). Participa en La Cleta Cartonera, de Cholula, y en la colección editorial cabezaprusia, de Profética Casa de la Lectura. Próximamente aparecerá también en El Guardagujas su libro de relatos Profesores.