• Tarzana-Sama
  • 21 Marzo 2013
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Tarzana-Sama

 Con esta crónica elaborada por una estudiante de secundaria que rememora su visita al Congreso del Estado de Puebla cuando cursaba el Sexto de Primaria, Mundo Nuestro inicia una nueva ruta en su propósito de contar historias. Crónica Joven será el espacio de búsqueda de nuevos talentos en el periodismo y la literatura a través de un género que se lleva en la sangre: el ánimo narrativo que se construye con la disposición de contar una anécdota por escrito, el esfuerzo creativo para que vaya más allá de una conversación en el patio de recreo. La memoria escrita de la vida nueva que se abre y descubre el mundo.

Crónica joven

“¿Y cuánto gana un diputado?”


“112 mil 290 pesos aproximadamente.”

Con esa respuesta nos despertamos todos. Ahí, en ese edificio extraño. Íbamos en Sexto de Primaria.

Cuando me gustaban Crepúsculo y Justin Bieber, y no conocía el mundo del albur, ni suspiraba por los chicos de grados superiores, cuando no comprendía lo que es el feminismo, ni leía mangas, ni veía animé, cuando hablaba usando el “si” o “güey”, tartamudeaba al decir groserías e incluso me daba pena hablar con los niños, cuando no le respondía a las mamonas, no cruzaba sola la calle, tenía Facebook y chatear era muy importante para mí, cuando me preocupaba de que todo mi atuendo combinara, era algo insegura y muchas otras pendejadas. De entonces, cuando estaba en sexto de primaria. La escuela, a los alumnos de sexto y quinto, nos llevó de visita a… ¿cómo se llama ese lugar donde trabajan los diputados…? No lo recuerdo.

Sé que era un martes 28 de Junio (mentira, lo consulte en la página de Internet de mi escuela). Además estaba sumamente indignada. Pues tuve que ponerme mi uniforme escolar, algo que en mi escuela sólo se utiliza los lunes para la ceremonia. ¡Pero NO! Tal parece que cuando vas a visitar el… ejem… lugar que íbamos a visitar… ejem… tienes que vestirte adecuadamente. ¿Adecuadamente? ¿Acaso si te vistes arreglado eres más inteligente y ya no pareces un corrupto? Creo que mis maestros y el gobierno lo creen. Echando de lado eso y que el diseño era horrible --consistía en un feo jumper rojo hasta las rodillas, estampado de cuadros, acompañado de zapatos negros, calcetas blancas y un suéter rojo--. No me hubiera quejado de usar el uniforme, pero todo me quedaba sumamente chico. En especial el jumper. Lo tenía desde cuarto de primaria. Por razones obvias el frente, la cadera y el abdomen estaban muy apretados. Como a mi escuela le gusta molestar, el uniforme cambia de primaria a secundaria, además el ciclo escolar estaba a punto de terminar. Por eso mi mamá decidió que no era necesario comprar un vestido de mi talla. Lamentablemente, ella no sentía la línea de la costura a lo largo del abdomen.

En el trayecto, como todos, o la mayoría, seguro alguno lo olvidó, comía mi almuerzo. Devoraba apresuradamente la típica comida que me manda mi papá para las salidas; platicaba con mi mejor amiga de toda la vida, cuando de improviso, llegamos. Después de consultar en Internet, recuerdo su nombre: El Congreso Del Estado De Puebla. Me asomé por la ventana para observar el edificio de grandes paredes. Cuánto me gustaría que fuera el Ministerio de Magia de Harry Potter o el Consejo Mágico de cierto animé, pero me encontraba frente al edificio por el cual usé un apretado uniforme escolar en martes.



Comenzamos a bajar en fila. Todos estábamos ya hartos del camión, incluso las bestias de mis compañeros nos empujaban. Salir brincando los escalones, fue un gran logro siendo chaparrita y con esa ropa tan ajustada. Las maestras nos reunieron a todos, para comenzar con el típico sermón que dicen las profesoras en las salidas escolares. Sin saber cómo, quedé hasta adelante. Buena idea, sacrifiquen a los pequeños e inocentes. Fingí que escuchaba mientras asombrada me entretenía viendo los bellos pilares. Pero noté que eso no resultaba muy convincente estando tan cerca de las miradas de mis maestros. Comencé a mirar a Karen, maestra de inglés. Estaba muy enfocada revisando que todas las autorizaciones de los padres estuvieran completas. Recuerdo que yo perdí la circular que nos dieron. Lo que llevó a mi mamá a escribir una notita, en la cual decía que me permitía ir de visita al congreso. Lo hizo porque me vio muy emocionada, y lo estaba, antes de saber que usaría el uniforme.

Como típicos estudiantes arrastrados por maestros entusiastas, entramos. Quedé asombrada de la decoración del techo y las paredes. Ahora en segundo de secundaria, al hacer una tarea de historia sobre el arte mudéjar, recuerdo esa sala del consejo. Nos recibió una señora de cabello castaño y rizado. Habló sobre lo que era el Congreso Del...bla, bla, bla. Lo siguiente que recuerdo es estar bajando muchas escaleras y todo pintado de blanco. No me gusta el blanco se ensucia muy rápido. Prefiero colores con voluntad.

Bajaba mientras reía y platicaba con otra amiga. Nos decían que guardáramos silencio, pero las carcajadas son inaguantables. Vi muchas máquinas expendedoras de comida, situadas junto a oficinas de aspecto aburrido. Así, ya con los pies quejumbrosos. Cómo piezas de dominó nos empujamos unos a los otros, pues súbitamente nuestras “autoridades”–nótese el sarcasmo-- hicieron un alto frente a una gran puerta. Supuestamente ya ordenados, entramos en fila india, como nos indicaron. A los guapos, inteligentes, sexys, atléticos, fornidos, únicos, irremplazables, divertidos, ingeniosos, es decir mi generación, en esos tiempos sexto, nos mandaron para la izquierda, y a los morritos, aburridos, más chaparros, equis, de quinto para la derecha.
La verdad es que recuerdo poco de esa sala. Sé que es muy importante. Pero no sé su nombre. Rascando en mi memoria, veo la imagen de un lugar muy amplio, parecido a una iglesia, pero aparte de las bancas enfrente del altar, alrededor hay otras bancas acolchonadas; dónde nos mandaron los profes. Pero con certeza tengo la memoria de mi mano acariciando el asiento, disfrutando del suave tacto del terciopelo; es mi recuerdo favorito del día, supera al que me llevó a escribir esta crónica, pues son esos detalles, curiosidades, luminosidades que a uno no se le olvidan nunca, claro, son los que te impiden resbalar.

No sé si rápidamente, la señora de cabello rizado y castaño se aplicó una operación para cambiarse el sexo, la fisonomía, el atuendo, la voz, etcétera, o cambiamos de guía. Este era un hombre algo panzón, de traje, cuatro ojos, con una voz algo cómica, pero tenía el cabello y la barba rizados, lo que provocó mi duda. Lo llamaré hombre de barba rizada. Parado en el centro de la sala, con un micrófono en mano, hablaba con un entusiasmo que negaba el hecho que nadie prestaba atención. No recuerdo absolutamente nada de lo que dijo. No soy la única, seguro si le preguntó a una amiga, ni se acuerda de la visita.
A causa de mi estrecho uniforme y mis apretados zapatos, los buitres tardaron en sacarme los ojos, comer mi cerebro, hacer collares con mis tripas, escupir mis hormonas, usar mi sangre como tinte para el pelo, amenazar a sus hijos con mis huesos y hacer arte contemporáneo con los restos, así que alcancé a oír el tiempo para preguntas y dudas sobre el recorrido. Nadie levantaba la mano, no importaba cuanto insistiera el hombre de barba rizada. Ni los niños, amigos imaginarios, maestros o buitres manifestaban algún interés.

Hasta que un guapo, inteligente, sexy, atlético, fornido, único, irremplazable, divertido, ingenioso niño, no se crean era de quinto, levantando la mano con timidez preguntó: “¿Cuánto ganan los diputados?” Y el hombre de barba rizada casualmente contestó:
“112 mil 290 pesos aproximadamente.”

Silencio… Ni un murmullo.

Inmediatamente muchas manos se fueron levantando, emocionadas, todas con una nueva pregunta…

…¿Al mes o al año? ¿Qué se debe hacer para ser diputado? ¿Cuánto dura la carrera? ¿Es necesario pertenecer a un partido? ¿Usted es diputado? ¿Es muy difícil la carrera para ser diputado? ¿Yo podría ser diputado? ¿Desde qué edad se puede ser diputado? ¿Siendo diputado, cuándo te puedes jubilar? ¿Una mujer puede ser diputada? ¿Se tiene que pertenecer a un partido político?... Tratando de hacer cada vez más elaborada las preguntas, mis compañeros, bajitos, niño, niña, flacos, delgados, feos, feos (no hay guapos en mi escuela), interrogaron apresuradamente al hombre de barba rizada.
Poco a poco los buitres se fueron volando. Indignados. ¡Puag! ¡Materialismo! ¡Nos da asco! Gritaban. Me dejaron sola, no me interesaba ni interesa el tema, ni el dinero, ni encerrarme en una oficina; prefiero imaginar, moverme entre dos mundos; a mis catorce años, sigo hablando con personajes de mi historia. Pero admito que quedé impresionada por todo ese dinero. Ya sin la compañía de los buitres saca tripas, esperé pacientemente a que acabaran las preguntas. Al terminar bajamos al centro de la sala y nos tomaron una foto grupal. Salgo riendo, como debe de ser.



Siempre he dicho que amaría que se inventara la tele transportación, me mareo demasiado en cualquier medio de transporte. Pero me he dado cuenta de que si existe. Es la memoria. Pues mis recuerdos de la visita pasan de la toma de la foto a ya sentada en el camión. Todos hablábamos y reíamos, sin querer llegar a la escuela. En los asientos de junto, estaba una de mis mejores amigas acompañando a una de sus mejores amigas. Mi amiga estaba del lado del pasillo y mi compañera miraba hacia la calle, acomodándose el pelo de una manera que la despeinaba más reía sobre algún chiste que hiso su ligue del día. Mamonaaaaaaaaaaa. ¿Ella o yo? Ese no es el caso. Mientras trataba de que no me callera ningún proyectil que aventaban los niños, trataba de ver lo que empezaban a hacer. Amontonadas en la ventanilla reían. Luego regresaron normalmente a sus asientos, llamando la atención de los niños. ¿Dónde estaba la botella de refresco que traían? No dije nada. Ahora me arrepiento.

En esa salida escolar quedé marcada. La verdad, al estar en esa sala, me sentí pequeña. Pero como dice una elfa chaparra “los hobbits salvaron la tierra media.”  Incluso, siendo pequeña, mi imaginación tiene más espacio para volar (¡¡¡esa va para mis compañeros que me molestan por chaparra!!!). Además las hormigas son pequeñas, pero entran en la trompa de cualquier elefante. También me impresioné por la reacción de mis compañeros al oír el salario de los diputados, y de aquella botella que sigue sin biodegradarse.

Pero no fue eso lo que me marcó. Cómo ya he mencionado, fue la costura de mi uniforme escolar.

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