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Por: Sergio Mastretta

(Segunda parte)

         Cólera al pie del volcán.

          En San Juan Tejupa, el cólera corre por las acequias que encausan los manantiales que brotan del volcán. Viernes 3 de septiembre de 1991. Son doce los casos de cólera confirmados en esta región de Atlixco desde que el sábado 31 de agosto pasado se detectara en la comunidad de San Miguel Aguacomilucan el primer brote. Ello ha obligado a las autoridades de salud a organizar una campaña urgente para evitar que la infección se extienda más allá de estas comunidades ubicadas en las faldas del volcán Popocatépetl,

         La presencia del mal intestinal la confirmo en un viaje por comunidades campesinas como San Juan, predominantemente indígenas, ubicadas al poniente del municipio de Atlixco, en la miseria común del agro poblano. En está población no existe clínica de salud dependiente del estado, la casa de una médico particular fue convertida en un pequeño hospital –habilitada con camas y surtida de sueros y medicinas- donde se han atendido los casos de diarreas identificadas como cólera.      El rumor y la desinformación sobre lo que realmente sucede en estos pueblos motiva a que entre la población prevalezca una situación de incertidumbre, que se manifiesta en el hecho de que muertes como las ocurridas los últimos días en la comunidad de Magdalena Yacuiltlalpan –que, según información recabada en la Clínica IMSS Solidaridad de Tochimilco, nada tienen que ver con las diarreas provocadas por el cólera-, sean vistas por los campesinos como resultantes del mal que afecta ya a la región de Matamoros y Tehuacán.

         Entrevistada brevemente en el consultorio de la doctora Irene Martínez –la médico que detectó el día 31 de agosto el mal en un enfermo de la comunidad de San Miguel Aguacomilucan-, la doctora Estrella Flores Olintz, directora del Centro de Salud de la SSA en Atlixco, afirmó al reportero que el brote de cólera ha sido controlado tanto en San Miguel Tejupa, y que no se han detectado más casos en ninguna otra comunidad de la región. La responsable del sistema de salud en la región de Atlixco se negó a ofrecerme una versión más amplia de lo que ocurre, aduciendo razones de trabajo.

         La doctora Flores, quien dijo que la labor de los periodistas en torno al avance del cólera sólo logra afectar el trabajo de los médicos –“Mañana esto va a estar lleno de periodistas”-, invitó al reportero a la ciudad de Atlixco, y que sólo allí, y en base a un cuestionario previo, ella estaría dispuesta a responder sobre la situación que prevalece en la zona. Sin embargo, el recorrido por las comunidades de Tochimilco y Magdalena Yacuintlalpan les impidió estar a la hora propuesta por la responsable de la SSA de la región.

         No obstante, los reporteros pudieron saber que desde el 31 de agosto pasado, día en que el campesino de San Miguel Aguacomilucan, Gregorio Hernández, fue llevado por sus familiares a San Juan Tejupa con los síntomas característicos del cólera –diarreas intensas, vómitos y calambres-, hasta el jueves 11 de septiembre 26 personas habían sido atendidas en el consultorio de la doctora Irene Martínez, de los cuales se habían comprobado por la vía de los análisis en los laboratorios de la secretaría de Salud 12 casos.

         El señor Juan Matamoros, campesino de 58 años, nativo de San Juan Tejupa, me dice que él se enfermó en la madrugada del sábado pasado, y que dada a la rapidez con la que sus familiares lo llevaron al consultorio de la doctora Martínez pudo ser tratado de inmediato con suero y tretraciclina. Según versión de su esposa, los médicos manifestaron que se trataba de un caso más de cólera, aunque el señor Matamoros, convaleciente, de tenis y sentado bajo la sombra de un árbol, achacó su mal a la ingestión de “unos honguitos del campo”.

         En San Miguel Aguacomilucan pudo saberse de la muerte de una persona, una señora de edad de nombre Joaquina Flores, quien afectada por el mal diarreico no fue llevada por sus familiares en busca de atención médica. La mujer murió en su casa la semana pasada, y es el único caso de defunción que pude confirmar.

         Versiones de los campesinos de San Juan Tejupa refieren que en la comunidad de San Antonio Cuautla ocurrieron varios decesos, sin que esto pudiera ser confirmado por los reporteros dado que no fue posible visitar esta comunidad. A pregunta directa, la doctora Estrella Flores negó que en aquella comunidad se hubieran producido casos de diarreas.

         En la comunidad de Magdalena Yacuintlalpan, junta auxiliar del municipio de Tochimilco, confirmamos que en días pasados se produjo un brote diarreico que provocó gran alarma entre la comunidad. De hecho, en esos días murieron tres personas, pero pláticas con los familiares de estas personas aclararon que no se trató de enfermedades relacionadas con las diarreas. En particular, en el caso de la niña Catalina Alonso, de nueve años de edad, quien falleció el martes pasado, víctima al parecer de una desnutrición extrema, motivó entre la población el temor de que el cólera hubiera llegado a la población. Su padre, el campesino Isidro Alonso dijo que la niña sufría una anemia aguda y que, al no encontrar posibilidades de cura en Atlixco, la llevaron a Huejotzingo con la esperanza de que allá pudieran aplicarle una transfusión sanguínea. La niña murió sin que sus padres pudieran saber si la causa fue una leucemia o una desnutrición extrema.

         La médico pasante Inés Munive, responsable de la clínica IMSS Coplamar en Tochimilco, dijo que efectivamente en Magdalena se produjo un brote diarreico, pero que de inmediato analizaron las evacuaciones, sin que se encontrara en ningún caso el virus del cólera. Según ella, se han tomado todas las medidas necesarias para prevenir el cólera en la región.



         Cólera Cañero

         Raboso, en la región cañera de Matamoros. Cuatro de la tarde del viernes 6 de septiembre en una casa campesina en la región cañera de Izúcar de Matamoros: dos niños de ojos negros, silenciosos, acompañan al enfermo con la fuerza del calor del sur sobre cuatro costales de fertilizantes que son el mobiliario de sala. Miran a su abuelo que duerme tendido en el camastro, entre las cuatro paredes con sus calendarios de los tiempos idos. En la cabecera, un atado de escapularios y una guitarra cuelgan de un clavo. En el suelo, unos huaraches inertes a la espera del viejo. En la puerta que da al patio, una mujer alarga un paquetito de tetraciclina que le devolvió la vida al cañero.

         Es una casa común, de pobre, a la que ha llegado el cólera, como parece ha llegado a toda la región cañera, a pesar de que las autoridades de Salud no han informado al respecto, como sí se han visto obligadas a reconocerlo en la región de Tehuacán. Miro al viejo Mariano Alonso, cañero de 66 años, tendido en su cama, en un abatimiento que da idea de lo que ha vivido en tres días de convulsión intestinal. Es una enfermedad de pobres, se ha repetido una y otra vez, y pobres son los pueblos campesinos de México.

         Me pregunto aquí, en esta habitación del sur agrario de Puebla, por una realidad que nadie, empezando por los funcionarios del gobierno, quisieran ver: ¿sufrimos ya una extensión incontenible del cólera, con hombres como don Mariano atacados todavía más en su miseria, como una maldición final en su vida de paria?

         No lo sé, no lo han dicho las autoridades. No hay versión oficial sobre el número de enfermos, comunidades afectadas, defunciones en la zona cañera. Sólo hermetismo y su hijo entenado, el rumor.

         Por eso en la región cañera sólo tenemos las cuentas abrumadas de mujeres como la que ahora cuida de don  Mariano.

         “Porque es cólera lo que tiene su marido”, le dijeron apenas hoy en la mañana a la mujer que nos larga el paquetito de la salvación.

         “Adivinar qué me hizo mal”, dirá medio despierto Mariano Alonso, sobreviviente de la convulsión intestinal de la miseria, tres días hospitalizado la semana pasada en la clínica del Seguro Social.

         “Aquí me duele, se siente duro”, y se aprieta, ahí acostado, la sien izquierda. Y asoma unos dientes amarillos como una mazorca aguachinada: filosos, encarnados en encías negras como la tierra. Mariano Alonso es un campesino de la región cañera, tiene 66 años, y además de la caña siembra maíz y calabacitas, cultivos que en veranos de lluvias escasas como este del 91, los ejidatarios riegan con agua contaminada de las acequias que cruzan como veneros de vida y muerte por Matamoros.

         “Pensábamos que se iba, se puso todo morado mi señor”, estira ahora la voz de la mujer.

         Lo trajeron a medio día, pero ha despertado del limbo como si la anciana lo extrajera de la resequedad de su garganta.

         “Me dijeron que tenía el cólera los doctores –cuenta la vieja-, allá lo tuvieron. Se enfermó el martes, como aquellas de las doce de la noche, no sé bien, porque no vivo ya con él, tengo mi casa aparte. Fue mi´jo por mí, ya lo vimos, unas diez veces hizo del estómago. En la madrugada me lo llevé con aquellos calambres, y el vómito, hasta morado se puso...”

         Los dos niños pelan los ojos. El viejo vuelve al estertor del sueño. Los huaraches lo esperan.

         “Yo digo que fue que comimos calabacitas –sigue la vieja-. El fue en la mañana a traer calabacitas al campo, onde tenemos el maíz, como no ha llovido, regaron con agua de las acequias la milpa”.

         “Adivinar lo que fue”, revive el cañero.

         “Por allá tome un jalón de agua que me dieron los amigos –continúa-, yo la vide limpia”.

         “No, fueron las calabacitas –ataja la mujer-, porque también se enfermó un niño como estos, de once años, ni nieto, pero lo llevamos rápido, y más pronto se alivió”.

         “Adivinar que jue”, vuelve a cavilar el viejo, en tránsito a su sueño.

         Se quedan ahí, entre las cuatro paredes de su miseria, con la orden de los médicos de desinfectar su casa con cloro y cal. Tendrá que hacerlo por su cuenta y riesgo, porque sí efectivamente es cólera. No se han visto por aquí las brigadas médicas de Salubridad.

         Sábado 31 de agosto, el doctor Jesús Kumate, secretario de Salud, enfrenta al toro y planta los pies en la arena de la miseria: Casa Blanca, a diez minutos de Matamoros sobre la carretera a Chietla. Está ahí porque es una realidad que las diarreas que se han presentado en la región de Tehuacán a mediados de julio, y que han afectado a por lo menos 250 poblanos, han aparecido en los pueblos cañeros de Izúcar de Matamoros, asentados en los alrededores de los cascos en ruinas de las haciendas y trapiches, porfirianos como Tepeojuma, Santa Ana Necoxtla, Raboso, Matzaco, San Nicolás Tolentino o Ayutla.

         Ya no es un pueblo, como originalmente ocurrió en Santiago Miahuatlán, en la región de Tehuacán. Como parece ser que ocurre allá, aquí la enfermedad corre por el agua de los arroyos y canales. Como allá, la causa inmediata se encuentra en la defecación al aire libre, la inexistencia de drenajes y el uso y consumo de aguas contaminadas provenientes de los ríos Nexapa y Atoyac, que por canales y acequias cruza el distrito de riego de Matamoros.

         Busco en un mapa la caída del río Nexapa desde Atlixco hasta Matamoros; corre parejo a la vía del tren y la carretera: Tepeojuma, la Garlaza, Alchichica, Matamoros. Más al poniente, pero paralelo al Nexapa, baja otro arroyo desde la Sierra de Tenzo. Sé que desde el otro lado de esos cerros pelones, en el valle de Puebla, de una represa en el Atoyac traen por canal agua para riego de los campos cañeros, agua contaminada de la capital poblana. A la altura de La Garlaza, desde la línea en que la tierra es más caliente, represas y canales contienen y guían el agua en una red vieja, tal vez sobreviviente de los tiempos coloniales, que inunda los campos por la fuerza del hombre con el propósito simple y brutal de producir azúcar.

         Ahora la duda abraza a los hombres cañeros: el agua turbia de siempre, por la que sus campos producen la caña para la molienda de Atencingo, tal vez traiga el cólera. No lo saben, no se los han dicho los técnicos de la SARH y de la Comisión Nacional del Agua.

         Dudan y caen los hombres más probados, como Tiburcio Pantaleón Lezama, campesino de Matzaco, que contra las prevenciones de sus compañeros se come la semana pasada un pepino recién cortado por él y cultivado con agua contaminada de las acequias, para caer enfermo ese mismo día víctima de las diarreas.

         A todos esos pueblos, al parecer, llegaron el fin de semana pasado los brigadistas de Salubridad, en visitas casa por casa en una intensa campaña de higiene. Así fue en san Nicolás Tolentino, donde por lo menos ocho casos de diarreas se han presentado, con tres de los confirmados como de cólera: los del campesino Manuel Flores, de 50 años, su madre Dacia Rojas, de 80 años y el señor Guadalupe Campos, de 70 años. Los familiares de Primitivo y Cruz Alatriste y Angela Cielos, afectados por la enfermedad, dicen que apenas si estuvieron unas horas hospitalizados en el Centro de Salud de Matamoros por encontrase repleto de pacientes de la región.

         En tres días, los brigadistas cloraron pozos de agua potable y fumigaron calles y caminos entre Ayutla, San Nicolás y Matzaco. Las casas de personas enfermas aparentemente fueron desinfectadas con mayor rigor. Algunos maestros y padres de familia recibieron indicaciones directas sobre medidas de higiene y, como en Santiago Miahuatlán, se intentó detener el problema.

         Pero no es sólo un pueblo. Por la carretera a Matamoros hago un recuento de las comunidades afectadas por el cólera: La Galarza, Alchichica, Santa Ana Necoxtla, Raboso, Calantla, Tejaluca, San Juan Epatlán, Matzoco, San Nicolás Tolentino, Ayutla, Casa Blanca. Hago cuenta también de los rumores de que en Cítela y Atencingo se han producido casos. Sólo una investigación directa podrá corroborarlo.