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Partimos rumbo a Chiapas por primera vez en auto a mediados de los 80. Los viajes anteriores habían sido en tren. Memorable. Se trataba del Peras, Sopas, Hell, Peco y yo, a bordo de un VW Caribe diésel. Nuestro único contratiempo: el mal humor de todos. Éramos mucho más que camaradas. Carnalitos pues. Pero en esa ocasión no más no se dio la química. Iniciaba una de las aventuras más intensas y maravillosas de mi vida.

 Llegamos al Mayabel; el mítico camping park en las afueras de Palenque dónde tocaba base todo  jipiteka nacional y extranjero que se aventuraba por esos rumbos. Teníamos la intención de encontrarnos con Charlie, un buen amigo que estaba chambeando con comunidades marginadas en un cargo semi burocrático y semi populista lopezportillista. Para nuestro desencanto resulta que el Lic Charlie (sic) andaba de "ruta" y a lo mejor volvía en cinco días o más. Esto no estropeaba el plan, pero si nos restó la posibilidad de aventurarnos al corazón de los Montes Azules, al Usumacinta y nuestro último destino: Bonampak. La primerísima noche en la cafetería del Mayabel, conocimos italianas, quebecuas, gabachas, vascos,  y muy particularmente a unos muchachones de Villahermosa que sacaron un churro gigantesco que nos puso a girar. Obviamente nos hicimos cuates.

Al día siguiente estos últimos nos ofrecieron a Peras y a mí un deal. Se trataba de un cuarto de kilo de la mejor mota que habíamos visto (y probado) a un precio de me-lo-llevo. Sin consultar con los otros tres, decidimos en corto y ¡ya vas! ...Haciendo cuentas; si vendíamos la quinta parte, recuperaríamos la inversión, y llegaba el aritmético y abarrotero punto en que si lográbamos venderlo todo,  nos alcanzaría, ya sea para irnos bailando reggae hasta Jamaica o de perdis a Belice. Más nos valdría, ya que gastamos absolutamente todo nuestro dinero. Cerramos la transacción en nuestra tienda y tuvimos el tino de esconder el guato en sus narices.

A la hora de la cena les compartimos al resto de los cuates, nuestro secretito y ardió Troya.

--¡No mamen… Nos van a apañar!

--¿Quién chingaos se creen? ¡¿que se gastaron cuánto?!

-Ni está tan buena la mota y hay muchos retenes --cosa cierta--, y nos van a desaparecer los milicos (cosa de moda en los 80’s).

No hubo forma de apaciguarlos. Al día siguiente por la mañana Peras y yo reptamos fuera de la tienda y lo primero que vimos fue a nuestros tres camaradas empacando y doblando sus tiendas para regresarse al DF. ¿Te caí? Más de trece horas de carretera y ¿por un leve desacuerdo se regresan después de una sola noche? Así como así, nos vimos Peras y yo solos en el culo de mundo con cero pesos pero con un cuarto de kilo de mota.

Antes de medio día ya habíamos vendido a unas italianas una velita y después de comer otra, a un grupo de vascos. Éramos los más chavos del lugar y pronto se supo que estábamos "cargados" o sea que no iba a faltar clientela y además… ¡gancho pa'l ligue!

A la hora de la cena pedimos a tutti plen, sin miserias vaya...Se nos aceró un tercer cliente potencial y cuando accedió, fui a la tienda por la mercancía. ! Ah chingá! Pos la había dejado entre el sleeping y mi mochila....

-!Peras! ¿tu cambiaste el escondite?...

- No... ¿cómo que no?...pos ya valió madres.

Por inverosímil que pudiera ser, nuestra aventura había naufragado el mismo día que comenzó. Que sombría puede ser la selva. La gente que nos rodeaba ya no era luminosa ni amistosa. Entraron a la cafetería, que por cierto no era más que una palapa con mesas, unos judiciales inconfundibles y me percaté que por arte de magia los de la mesa de al lado se esfumaron; los pedotes irigoteros de la esquina también hicieron mutis, el mismísimo mesero (era de Guadalajara, recuerdo) se sacó el mandil y brincó una bardita que colindaba con la selva. Puro rufián prófugo.

Los vascos, una chica y dos barbudos, se nos acercaron a hacer plática y  escucharon nuestra desventura. ¡Joeer! No os preocupeís. Al irse los judiciales nos invitaron un churro de nuestra propia mota y nos invitaron unas chelas. Atando cabos no podría haber otros culpables de semejante hurto que los propios tabasqueños. De hecho se habían esfumado.

En eso estábamos, planeando nuestro regreso en aventones o aventurándonos a pedir un giro a los jefes cuando, con todas su blonda melena a contraluz y saludando a diestra y siniestra, entró ni más ni menos que el Charlie. Nos vio, nos abrazamos y nos dijo con el aplomo de un Dr. Livingstone I presume, preparen sus cosas nos vamos mañana a los Montes Azules.

Partimos muy temprano en su camioneta 4X4. Invitamos a los vascos y ni tardos ni perezosos se treparon a una travesía que sólo es posible hacer cuatro meses del año, dadas las condiciones climatológicas y de la inexistente carretera hacia los destinos más espectaculares que jamás pude haber imaginado.

Lacanjá, Lacanja Chansayán, Najá, Bonampak y puntos intermedios. Mariposas de turquesa metálico y orquídeas fosforescentes, ríos y lagunas de esmeralda y azul cielo nos dieron la bienvenida a la sierra Lacandona. Los aullidos de los monos nos silenciaron.

Horas después al girar una curva tuvimos cara a cara a una familia de lacandona. Con sus arcos a cuestas y su túnica de manta, el pelo: una maraña cenicienta. Es una imagen que me voy a llevar para siempre.

Nos alojó Mateo Kin cuya foto apareció en un National Geographic años más tarde -¡Really!- en la cabaña que habitaron, luego lo supe también por el artículo de susodicha publicación, el matrimonio Bloom, los antropólogos alemanes que dieron a conocer al mundo a los lacandones; y ellos a su vez a los lacandones las grabadoras panasonic que cargaban pa' rriba y pa' bajo.

Esa noche alrededor del fuego, al cobijo de frondas infinitas y los aullidos espectrales, en un momento de éxtasis cósmico, sin alcohol ni canabis de por medio; nuestros acompañantes vascos sacaron sus pasaportes y carnés de identidad de sus mochilas, se miraron unos a otros y  lanzaron al fuego su ciudadanía. Esto está a tope tío...

Varios días después, habiendo visitado las fastuosas y entonces inaccesibles ruinas de Bonampak, y después de haber nadado en las aguas más sagradas de la vida, Charlie nos dejó en las afueras de Palenque rumbo a Villahermosa. Nos dio una lana para irla llevando. El Peras y yo alzamos el dedo gordo y antes de una hora estábamos a bordo de la caja vacía de un camión frutero que nos dejó un día después en la esquina de División del Norte y Miguel Ángel de Quevedo.