• Hermenegildo Castro
  • 09 Enero 2014
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Por: Hermenegildo Castro

Sobrevivir entre los peligros de la guerra, shows y desveladeros

 

San Cristóbal de las Casas, Chis.– 7 de febrero. ¡Ah, qué ganas de cubrir esta guerra! ¡Todo lo que dure! Salir de aquí con el título de corresponsal de guerra, pero, amigo lector, sobrevivir no será fácil.

Mire: en los últimos cuatro días ni el senador Eduardo Robledo Rincón ni el excelente narrador Eraclio Zepeda ni Andrés Fábregas Puig –todos ellos miembros de la Comisión Estatal rebautizada Anónima en vez de Autónoma– han venido a exponer la vida.

–Está en Tuxtla Gutiérrez, pero no creo que venga– explica una secretaria, morena de grandes ojos negros, en la oficina del senador.

Hace más de un mes que no se dispara un tiro pero mídales, lector, el valor a los diputados federales de la Comisión plural: llegaron el viernes, hicieron algunas preguntas y se fueron. Desde luego, se ganaron un lugar entre las líneas… ágata.

Todos los partidos políticos, se presume, quedaron bien enterados de la guerra en Chiapas. Nada se les escapa y sin embargo hablan como hablan.

Aquí, en cambio, las causas del conflicto se deslavan, se pierden en la calma de la tregua.

Mañana llegará la comisión que encabeza Beatriz Paredes a recoger, para lo que haga falta, unas conclusiones de los campesinos sobre la situación en Chiapas.

Por lo pronto, del peligro hablan las confusiones: que los titulares de la prensa registren el aplazamiento de una reunión que nunca tuvo fecha, resulta uno de los riesgos de la guerra. La primera víctima –dicen los teóricos y hasta un exfuncionario– es la verdad.

Lo difícil, en consecuencia, será sobrevivir. No crea, lector, el periodismo no es fácil, menos en época de tregua en Chiapas.

Imagine el peligro de otro día como hoy:

El Comisionado para la Paz y la Reconciliación, Manuel Camacho Solís, no da conferencia de prensa y, por tanto, no hay nota, hasta el momento.

El obispo y mediador Samuel Ruiz está en (la ciudad de) México. Tampoco hay adelanto para las pláticas de paz.

La lista de acreditaciones aún no está lista, pero la curia ya tranquilizó a los 450 periodistas: en principio, van todos los medios. Hasta el momento está por definirse la fecha y lugar del encuentro entre Camacho Solís y los representantes del EZLN.

Imagínese además el peligro de estar aquí y salir a la calle para encontrar buenos restaurantes que ofrecen langosta y vinos de importación, cortes finos y del país. Shows y desveladeros. La guerra se trivializa, sobre todo en la tregua.

O encontrar, sin salir del hotel, que un grupo de indígenas de Ocosingo llegó hasta la sala de prensa para exponer que en su comunidad fueron detenidos por el Ejército, el 2 y 3 de enero, 31 personas a las que se acusa injustamente.

Más peligroso todavía resulta, lector, en esta tregua, esperar el comunicado del EZLN, que llega a la curia o a la sala de prensa, porque empieza ahora la otra guerra, entre los dueños del boletín, que son cuatro, y los demás.

Al final todos lo obtienen, pero dura un buen rato la disputa con disimulo. Después llegan las recriminaciones entre los reporteros dueños del boletín: ¿Por qué se los pasaste? Demasiado tarde.

El peligro no acaba allí: imagínese ahora que no encuentra libre una máquina de escribir o que las líneas telefónicas están ocupadas. O que no sirven los faxes. Así no se puede cubrir una guerra.

A pesar de todo, ¡qué ganas de cubrirla! y, después, en la ciudad de México, caminar, igual que aquí, con ese paso de “el cielo no me merece”. Después de Chiapas, nada será igual.

Excepto, quizá, para los tres niños indígenas de San Antonio de los Baños que en el albergue Don Bosco aún no salen de su asombro de descubrir los columpios metálicos y ríen y juegan, ajenos a los ojos que los convierten en una fotografía o en elemento de una crónica.

Sus padres han perdido tres gallinas y ganaron una cobija. Ellos no han conquistado aún la esperanza.

Los desplazados de El Corralito, en los últimos 30 días, han sido entrevistados, fotografiados, filmados, convertidos en estampa folclórica de la rebelión, imágenes de exportación. ¿Y después qué?

–Extraño mi casa, mi café y mi petate–, dice una mujer encorvada, en mal español, envejecida, sentada en una cama de tablas en el refugio. Atrás, con el hijo a la espalda, el rebozo cruzado sobre el pecho, una niña de 14 ó 15 años pregunta algo en tojolabal.

–Quiero volver a mi casa–, dice la señora y espera, en silencio, una respuesta.

A lo lejos un campesino sucumbe al posh, aguardiente, y forcejea con un sacerdote que lo contiene.

La tarde declina. Hoy hubo comida suficiente. ¿Y después qué?

¿No me van a detener si me lo encuentran? –pregunta un joven campesino que en esta guerra ha ganado el miedo.

La dueña de El Mono de Papel, el único establecimiento que vende periódicos capitalinos en San Cristóbal, responde que no, que no lo van detener por comprar el periódico local Tiempo, que reproduce los comunicados del subcomandante Marcos.

Precavida, sin embargo, le entrega la publicación en una bolsa de papel estraza.

En este nuevo miedo, provocado por los dos ejércitos, ¿qué cambiará una comisión más o una comisión menos del gobierno? ¿Un comunicado más o un comunicado menos del subcomandante Marcos?

–Cuando nuestros antepasados fueron acorralados contra las márgenes del Grijalva y recibieron el ultimátum de la rendición política y espiritual de las tropas españolas, prefirieron arrojarse a las aguas antes que traicionarse a sí mismo– escribió el subcomandante el 31 de enero.

Eso ocurría en el año de 1527, la primera rebelión indígena bajo el poder español. Combatían contra Diego de Mazariegos, en cuyo homenaje existe hoy el hotel donde se instala la sala de prensa.

Vinieron más rebeliones, durante 450 años y nada cambió, sólo el nombre de los dueños y los siervos. No es que nunca triunfaran los redentores, simplemente no cambió la concepción y el uso de poder.

En esta guerra, ¿qué han ganado los indígenas?

Mientras se hace la lista, se impone un breve balance de lunes por la tarde:

Del EZLN: popularidad del subcomandante Marcos; la causa, más conocida.

Del Gobierno: el proceso de paz avanza una vez reestablecida la tranquilidad.

De los periodistas: ¡que desorden para la acreditación!

De los escépticos: todos cuidan sus intereses, los únicos que pierden son los indígenas.

De los optimistas: todos ganan, hasta los indios.

Del vocero oficial: nada más.

Por la noche, en algún lugar de la sala de prensa, entre cervezas y botanas, al menos un centenar de periodistas aguarda las señales que los convierta en el contingente más numeroso en el esperado encuentro entre el comisionado Camacho Solís y los representantes del EZLN.

El escenario está pendiente; la fecha, por definir.

Aquí, el número de periodistas rebasó los 400, pero sólo 20 tienen un lugar asegurado, según el ezeta.

A querer o no, la prensa se ha convertido en un problema para el encuentro. ¿Qué hacer con más de 400 que reclaman estar ahí, donde quiera que sea? Son un dolor de cabeza.

En esta guerra no hay enfrentamientos, ni territorios liberados, ni rehenes, sino un solo prisionero en vías de liberación, el general Absalón Castellanos, ni tampoco hay hechos, sino unas cuantas declaraciones y muchas, muchas, especulaciones.

Durante todo el día los reporteros especularon y difundieron más de una noticia sin comprobar: por ejemplo, que Camacho y el Subcomandante se reunieron en secreto en algún lugar de la selva. Así se publicó y nadie dijo esta vergüenza es mía.

Alguno más, sin nada que hacer, consignó en su crónica del día que a las 13:30 salió de Catedral una quinceañera con su cauda de chambelanes y damas, levantó su vestido y caminó hacia el estudio fotográfico. Pura normalidad.

Y sí, esta noche hay un centenar de periodistas en la sala de prensa, pero falta el corresponsal de CNN, invitado especial, públicamente convocado por el Subcomandante Marcos. Se está perdiendo los boletines y la espera. Aquí también hay buenos vinos tintos, reserva y gran reserva.

Así, mientras llega el encuentro, se agarra camino a la sierra para llegar hasta San Miguel y allí le dirán a uno que el camino se acaba, que ya no hay más.

 


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