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Por: Fernando Fernández Font, S.J./Rector de la Universidad Iberoamericana Puebla

 

Este texto fue leído por el Dr. Fernando Fernández Font, Rector de la Universidad Iberoamericana Puebla, el miércoles 10 de octubre en la inauguración del Foro El Poderhoy, dentro de la Cátedra Alain Touraine que la institución académica de los jesuitas en Puebla tiene desde hace diez años.

El evento, que cuenta con la participación del propio pensador francés --a quien le otorgarán el Doctorado Honoris Causa el viernes 11 por la mañana--, y con intelectuales como el sociólogo portugués Boavista de Sousa Santos --a cargo de la conferencia inaugural “Pensamiento y poderes: La construcción de horizontes civilizatorios”--, y el mexicano Adolfo Gilly y la francesa Ivon Le Bot, con el panel “El Estado, la erosión de la territorialidad del poder y los movimientos sociales”, es un ejemplo concreto del esfuerzo que lleva adelante la Ibero en Puebla para cumplir con el compromiso que la funda: “Formar personas útiles, con espíritu de justicia y de servicio; no a los mejores del mundo, sino a los mejores para el mundo; a los mejores para enfrentar las diversas formas de desigualdad y exclusión social con el fin de promover el desarrollo sostenible, teniendo como horizonte la construcción de una sociedad más justa y humanamente solidaria”.

Difícilmente se pudo haber encontrado mayor coincidencia entre la temática que en estos días se discutirá y la situación que no sólo nuestro país sino el mundo entero vive permanentemente. Hoy nos estamos permitiendo poner sobre esta mesa de discusión uno de los temas más importantes y trascendentales –el del poder- que más está acaparando mundialmente la atención. Una realidad que ha puesto en jaque, que ha amenazado más de alguna vez la vida entera del planeta y que lo sigue haciendo.

Los cañones en el Mediterráneo que hoy han apuntado a Siria –y mañana no sabemos- nos hablan del “poderío” de una Nación que sin otro derecho que el del poder que tienen y ostentan, se ha convertido en árbitro ilegítimo del resto de los países del mundo. Estados Unidos tiene poder; como también lo tiene Rusia o el mundo árabe que igualmente fue capaz de destruir las Torres Gemelas sin que los grandes sistemas de espionaje del País del Norte lo hubieran podido advertir.

El P. General de los jesuitas, Adolfo Nicolás[1], a propósito de una entrevista que le realizaron respecto a las declaraciones de paz que externó el Papa Francisco, comentó lo siguiente:

“Todo abuso de poder ha de ser condenado y rechazado. Y, con todo respeto por el pueblo Norteamericano, creo que este concreto uso de poder que se está preparando constituye en sí mismo un abuso de poder. Estados Unidos tiene que dejar de actuar y reaccionar como el chico Grande en el barrio del mundo… Lo que más me preocupa es que precisamente este país está al borde de cometer un gran error. Y podría decir algo parecido sobre Francia: un país que ha sido un verdadero líder en espíritu e inteligencia, que ha contribuido en gran manera a la Civilización de la Cultura, pero que está ahora tentada a conducir a la Humanidad hacia atrás, a la barbarie, en abierta contradicción con todo lo que ha simbolizado a lo largo de muchas generaciones. Que estos dos países se unan ahora para una medida tan horrenda es parte de la ira de tantos países en el mundo. No tenemos miedo al ataque; nos aterra la barbarie a la que somos conducidos”.

En el mundo entero hay grandes sistemas de poder que igualmente se manifiestan no sólo a través de armamentos sino de manipuladoras propuestas ideológicas, de decisiones unilaterales, de capitales económicos, de alianzas estratégicas que sólo buscan sus propios intereses… Poderes que se concentran en unos cuantos países que permiten, a quienes los poseen, convertirse en los dueños del planeta, como bien sabemos, más allá de las instancias que los pueblos han creado con la esperanza de lograr un orden mundial más justo, como la Organización de las Naciones Unidas.

La mentalidad tecno-globalizante del sistema  neoliberal que impera y los muchos poderes que confluyen en nuestro mundo de conflictos generalizados, han ido generando caldos de cultivo propicios para los regímenes represores y totalitarios basados en una visión reduccionista y unilateral del sistema económico, como eje central de sus decisiones, dejando a los Estados ejercer todo el poder sin divisiones ni restricciones.

En palabras del propio Alain Touraine, “en este mundo totalmente instrumentalizado y en gran parte autoritario, en donde la fuerza de la globalización y la hegemonía parecen dominarlo todo, ¿cuál puede ser el principio de universalismo, que no sea sólo la expresión de una racionalidad instrumental, sino un principio de moral universal que guíe la conducta humana?”[2]

El “mal común”, así llamado por Ignacio Ellacuría, representa todo este absurdo que hoy vivimos. Es “un mal histórico, radicado en un determinado sistema de posibilidades de la realidad a través del cual actualiza su poder para configurar maléficamente la vida de los individuos y grupos humanos.  Se trata de una negatividad encarnada y generada en y por las estructuras sociales, que niega o bloquea la personalización y humanización de la mayoría”[3].

Curiosamente, como más de alguna vez lo señaló el Padre Arrupe, “el hombre tiene la oportunidad de dar respuesta a los graves problemas de la humanidad, pero no quiere”. Esta afirmación, sin duda, nos mete de lleno en el corazón del problema que en estos días se va a debatir: ¿qué relación existe entre el ser humano y el poder? ¿Quién domina a quién? ¿Qué se requiere para que el poder sirva al hombre y no para que unos cuantos se sirvan del poder? ¿Cuál podría ser el nuevo orden mundial que asegure la sana convivencia entre los pueblos?

Se trata de verdaderos dilemas, en última instancia, éticos, pero que necesitan justamente una iluminación desde la sociología, la política, la economía, la filosofía, la teología. El poder no es ni bueno ni malo; es una cualidad de la realidad y, por ende, del ser humano, cuya máxima expresión es la del amor, como el poder para entregar su vida al otro, incluso hasta la muerte, como señala el Evangelio.

Pero la pregunta sigue presente: ¿por qué el hombre no quiere solucionar los grandes problemas que él mismo ha creado, como  la hambruna, el crimen organizado, los abusos dictatoriales, las discriminaciones raciales, las agresiones de género, el tráfico de personas? ¿Es cuestión de poder o de querer? ¿Es cuestión de “sujetos” o de “estructuras”? ¿Se trata de construcción de modelos económicos sobre la base del beneficio de unos cuantos, como nuestro actual sistema neo-liberal, o de cuestiones que dependen de la libertad de las personas? ¿Nos tendremos que resignar a una pasividad mortecina?

El reto vuelve a ser encontrar la palabra verdadera –como afirman los zapatistas-que pueda orientar el rumbo del planeta. Es necesario formular los dilemas civilizatorios que puedan generar esperanza en una humanidad que cada día está más carente de ella, ¿De algún lugar del baúl de los recuerdos, podremos sacar restos de utopía que revivan los ánimos de este mundo cada día más convulso? Esta es una de las grandes tareas de este foro: comprender el nuevo territorio de las relaciones sociales, identificar tanto los procesos de dominación como los nuevos espacios de libertad que parecen avizorarse en el horizonte.

El poder, además, está íntimamente ligado con la libertad. ¿Se puede decir que México es un país libre cuando el 80% de sus decisiones más importantes tienen que ser sometidas a los intereses del G-8? ¿Se puede decir que somos libres como mexicanos cuando la corrupción, los poderes fácticos, los Consorcios de los Medios de Comunicación que desde la llamada tele-democracia nos dicen por quién votar –como en las elecciones pasadas- o a quién condenar –como es el caso de las protestas de los Maestros-? ¿Puede ser libre un país en el que más del 50% de su población es pobre? ¿Puede hablarse de libertad cuando un 43% de los mexicanos de 15 años o más no cuenta con una educación básica completa?

¿Qué es realmente el poder? La realidad es poderosa, como afirma Zubiri; más que las personas. Ella muestra la finitud del ser humano; sus límites. El hombre no lo puede todo; el hombre es gigante poderoso, pero sólo si está montado sobre los  hombros de la realidad. El problema es cuando pierde la cabeza y se cree que él es el dueño del poder; cuando se engolosina con lo que “puede” y se deja arrastrar por la hybris o el mareo del poder, como lo señalaron los griegos; cuando decide usar su capacidad, su dynamis, para sus propios intereses. El ser humano no puede usar a discreción el poder, como si fuera su soberano absoluto, pues sin duda tarde o temprano se le revertirá. Lo vemos con la grave crisis ecológica en la que estamos inmersos. Nos fuimos de bruces…

Ya lo ha dicho también el Papa Francisco al afirmar que “la crisis actual no es sólo económica y financiera, sino que tiene sus raíces en una crisis ética y antropológica. Seguir a los ídolos del poder, del provecho, del dinero, por encima del valor de la persona humana, se ha vuelto una norma básica de funcionamiento y el criterio decisivo de la organización. Se ha olvidado y se sigue olvidando que por encima de la lógica de los negocios y de los parámetros del mercado, está el ser humano; y que hay algo que es debido al hombre en cuanto hombre, en virtud de su dignidad profunda: ofrecerle la posibilidad de vivir con dignidad y de participar activamente en el bien común”[4].

En realidad el poder es un arma de dos filos: con él, podemos destruir o podemos amar; podemos acaparar o podemos entregar. Sin poder nada podemos; pero sin uso ordenado y justo del mismo, nos acercamos peligrosamente al abuso, al dominio y, quizá, a la autodestrucción. ¿Es posible acotarlo? ¿Quién, quiénes?

Nos enorgullece y nos hace sentirnos privilegiados tener este acto académico de tal envergadura en nuestra Universidad. Es una muestra más de nuestra coherencia con los principios y valores que nos fundan; de nuestro compromiso por develar la verdad y por comprometernos con ella; por buscar nuevas formas conceptuales para expresar la realidad actual del poder en nuestras sociedades. Nuestra Universidad ha optado por ser del Sur y para el Sur: esta es su opción epistemológica y su decisión política. Y esta cátedra da muestra de ello. Que todo este esfuerzo sea capaz de reforzar el lema que caracteriza a nuestra Universidad: que la búsqueda de la verdad nos conduzca a colaborar en la creación de mejores condiciones para la auténtica libertad y autonomía de los pueblos.

Gracias a todos y cada uno que de los que han hecho posible esta discusión de tan alto nivel, que hoy comienza en el marco de los 30 años de nuestra Universidad y de los 10 años de esta Cátedra. Gracias a todos los que han tenido que viajar y han venido para encontrar un poco de luz en medio de las oscuridades ideológicas y manipuladoras de nuestro ya entrado S. XXI. Deseo que este espacio de diálogo libre aporte un poco más de inteligencia a este tema tan fundamental y refuerce el deseo de tantos hombres y mujeres que se empeñan en la construcción de una sociedad más al modo de lo que hombres y mujeres nos merecemos. Después de todo y citando de nueva cuenta a Ignacio Ellacuría, “la realidad no es sólo lo que existe, sino también sus múltiples posibilidades”. Que podamos pues, imaginar y recrear la esperanza en nuestras sociedades a partir de la misma realidad.

¡Bienvenidos y bienvenidas!

 

Fernando Fernández, sj

9 de octubre del 2013



[1] (Roma, 4 de septiembre del 2013)

[2] (Conferencia de inauguración del año académico 2009, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile).

[3] (Ellacuría: justicia, política y derechos humanos en Estudios Centroamericanos, Marzo, 2013)

[4] (Roma, 25 de Mayo de 2013, Encuentro internacional de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontífice)