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Este texto fue leído por el autor en la presentación del libro Cholula: ciudad sagrada en la modernidad, de Anamaría Ashwell, Julio Glockner  (BUAP, 2015), la semana pasada en Profética, Casa de la Lectura.

 

Desde su nacimiento en los albores del siglo XIX el Estado mexicano ha hecho un esfuerzo constante por consolidar una nación. Esta gigantesca tarea se ha llevado a cabo partiendo de un principio liberal que hasta la fecha ha sido inamovible (a pesar de las reformas constitucionales que reconocen la diversidad cultural del país), ese principio establece que la unidad nacional se construye a través de la unidad cultural.  Se trata de una idea que al ser traducida en políticas públicas se ha convertido en una poderosa fuerza homogeneizante que elimina, en los hechos, la diversidad cultural, aunque en el nivel discursivo sostenga una y otra vez el respeto y el orgullo por las tradiciones de los pueblos originarios y su interés en “rescatarlas”.

Las tradiciones culturales no necesitan agentes externos que vengan a "rescatarlas" o a “dignificarlas”. Ellas permanecen o se transforman respondiendo a sus propias necesidades internas y de esta manera “se rescatan” a sí mismas. No necesitan instituciones culturales oficiales para existir, al contrario, el acoso de estas instituciones es casi una garantía de su pronta desaparición o de su definitiva conversión en otra cosa, en algo digerible para el consumo turístico. No me sorprendería, por ejemplo, que haya quien piense que el Atlixcáyotl es una tradición indígena e ignore que es la invención de un antropólogo norteamericano, muy querido en Atlixco y conocido como Cayuqui.

Una cultura es experiencia histórica acumulada –decía Guillermo Bonfil- y se forja cotidianamente en la solución de los problemas grandes o pequeños que afronta una sociedad. En el caso de los pueblos tradicionales esa experiencia histórica ha sido ignorada, subestimada, bloqueada, cancelando sus probables vías de desarrollo, y en consecuencia, frustrando toda posibilidad de construcción de un futuro propio. La cultura dominante en México ha manejado, irresponsable y torpemente, un proyecto que tiende a empobrecer la realidad pluricultural del país.

 

Paralelamente a este proceso de desprecio por la cultura popular que preserva antiguas tradiciones, ha existido un proceso de impostura, más o menos acentuada, con la que el Estado ha construido la imagen de una indianidad aceptable, es decir, presentable como atracción turística o utilizable en eventos oficiales. Una indianidad postiza en la que políticos y  funcionarios públicos puedan mostrar la burda simulación de su aprecio a los pueblos y sus tradiciones.

En esta lógica se inscribe el proyecto comercial en la zona arqueológica de Cholula y el santuario de la Virgen de los Remedios. En el primer caso se trata de dejar las cosas como están en lo que se refiere a la investigación arqueológica. ¿Para qué investigar más si con lo que hay podemos hacer negocio? Esa es el razonamiento de los gobiernos estatal y municipal de san Andrés Cholula. Que este sea el pensamiento de políticos y empresarios ignorantes no es nada nuevo, nunca se han caracterizado por ser personas cultas y ya nos han dado muestras suficientes de su hilarante estupidez como para repetirlas aquí. Pero que el Instituto Nacional de Antropología e Historia respalde y avale este razonamiento es absolutamente escandaloso e indignante, pues significa poner de rodillas el conocimiento y la inteligencia ante la torpeza y la ambición de gobernantes que van de paso.

Quizá en otros lugares la peregrina idea de los “Pueblos Mágicos” funcione atrayendo turistas, pero en Cholula el mote de Pueblo Mágico es totalmente inadmisible, es, simple y llanamente, un disparate. Les propongo que una de las acciones que llevemos a cabo sea la de quitarle a las cholulas este ridículo membrete que las degrada en su condición auténtica de ciudades sagradas, con una tradición milenaria única en el mundo.  

El conflicto generado en san Andrés y san Pedro Cholula a partir de la presentación en internet del llamado “Proyecto de las 7 culturas” es una confrontación más entre tradición y modernidad, confrontación que se ha producido reiteradamente en nuestro país a lo largo de su historia y que encuentra hoy nuevas formas de incomprensión, entre una modernidad urbana que se abre paso violentando las formas de vida tradicionales, y una tradición que ha ido construyendo su propia modernidad, sin agredirse a sí misma y buscando colocar las costumbres ancestrales de manera que puedan perdurar en un ambiente que las hostiliza y pretende su desaparición en nombre del progreso. Cuando hablo de tradición me estoy refiriendo a las sociedades que conservan la noción de lo sagrado como núcleo a través del cual se organiza buena parte de su vida social, familiar y personal como ocurre en san Pedro y san Andrés Cholula y en todos los pueblos y comunidades católicas que forman esa constelación de cultos a santos patronos y vírgenes encabezados desde el santuario de los Remedios, en lo alto de la gran Pirámide. Ese mundo de gente noble, generosa y trabajadora es el mundo del mexicano común que los funcionaros y empresarios sin escrúpulos  no comprenden. A esa insensibilidad de políticos y comerciantes debemos enfrentarnos pacíficamente, con paciencia e inteligencia. Diseñando creativamente acciones ciudadanas que nos conduzcan a hacer crecer la voluntad popular que rechace contundentemente estos proyectos que atentan contra el interés y el bienestar de los cholultecas y contra el derecho de todos los mexicanos al conocimiento de la historia cultural de su país.    

Si bien es cierto que toda tradición se sustenta en la preservación de las prácticas y valores del pasado y que la modernidad es una permanente propuesta de futuro, el conflicto entre tradición y modernidad no es un conflicto entre gente aferrada a un pasado que quiere inamovible y gente que se propone mejorar el presente, como astutamente nos dicen los políticos interesados en presentarse como eternos benefactores invocando la modernidad.

El conflicto entre tradición y modernidad es, más bien, una contradicción entre dos presentes, cada uno con su propia y singular actualidad. La modernidad tiene su propia tradición, que Octavio Paz calificó como la tradición de la ruptura: una permanente ruptura con el pasado. La tradición, por su parte, tiene su propia modernidad, que ha consistido en la búsqueda de continuidad para adaptarse a una cambiante actualidad, es decir, para construir un futuro propio, que le pertenezca realmente y no que le sea impuesto. En suma, en un país multicultural como el nuestro, la identidad cultural y la identidad nacional no necesariamente coinciden. Sin embargo, esta diferencia no tiene porqué ser un obstáculo, ni para la unidad nacional, ni para el desarrollo de la sociedad en su conjunto y para cada una de las unidades socioculturales que la componen. No tiene por qué serlo, siempre y cuando esta diferencia exista en una auténtica democracia que sea capaz de crear los espacios adecuados para la convivencia entre las distintas expresiones culturales. Una democracia donde sea posible la unidad en lo diverso. La construcción de esta democracia es, justamente, la gran tarea que tenemos pendiente.

La decisión de publicar esta antología de ensayos sobre Cholula responde precisamente a la urgente necesidad de informar, reflexionar y debatir sobre el presente y el futuro del patrimonio cultural cholulteca, en momentos particularmente difíciles en los que tanto la emblemática pirámide como el templo cristiano que se encuentra en su cima se ven amenazados por la posible imposición de estos proyectos, que si realmente fueran modernos deberían comenzar por llevar a la práctica la modernidad democrática por excelencia, que consiste, simple y sencillamente, en consultar a la población sobre la viabilidad de proyectos que afectarán su vida.

Por defender justamente este derecho a ser consultados y oponerse a la imposición de un proyecto que parece concebido en una juguetería, hoy continúan presos el licenciado Adán Xicale y su hijo Paul, con la amenazante renovación de 10 o 12 órdenes de aprehensión más contra ciudadanos que legítimamente reclaman su derecho a ser escuchados. Estas son las prácticas autoritarias de los gobernantes que se dicen “modernos”,  de los funcionarios que tienen a su servicio a un vergonzante poder judicial que atiende sus peticiones como si fuesen mozos de cuadra, para que el señor monte su caballo y cabalgue plácidamente sobre su proyecto político personal, que ya dará alguna dádiva más adelante. Es una vergüenza y un asco esta condición sumisa del poder judicial.

El libro que hoy presentamos reúne una serie de artículos escritos por Anamaría Ashwell para la revista Espacios de la BUAP y otro para el libro colectivo La realidad alterada. Se incluyen también un par de textos inéditos sobre la situación actual y los riesgos a los que se ha expuesto el patrimonio cultural de los mexicanos en la zona arqueológica de Cholula, uno de ellos escrito en colaboración con el antropólogo Víctor Blanco, quien se ha visto a obligado a abandonar el país debido a una injusta y aberrante orden de aprensión girada en su contra por el hecho de defender el patrimonio de la ciudad donde vive. Finalmente incluimos, como anexo de significativa importancia, el dictamen que un grupo de especialistas del INAH-Puebla realizaron al conocer el proyecto gubernamental. 

Los miembros del Consejo Académico Ciudadano por la Integridad de Cholula hemos buscado dialogar con las autoridades estatales y federales sin encontrar en ellas disposición para hacerlo. Somos conscientes de que los males que padece una nación no sólo se deben a las deficiencias del Estado, que en nuestro país son muchas y muy graves, sino también a la falta de virtudes individuales de sus ciudadanos. Nosotros estamos haciendo lo que nos corresponde: defender con argumentos bien sustentados las tradiciones y el patrimonio cultural e histórico de san Andrés y san Pedro Cholula, este libro es una contribución en ese sentido. Ahora esperamos que las autoridades estén a la altura de las circunstancias y de nuestros reclamos y actúen con la responsabilidad y la actitud democrática que los tiempos modernos exigen.