• Francisco Pérez Arce Ibarra
  • 06 Febrero 2014
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Muchos han sido los crímenes cometidos por los gobernantes mexicanos en la historia reciente. Algunos extremos, como las matanzas de estudiantes en la ciudad de México el 2 de octubre de 1968 y el 11 de julio de 1971, cuyos autores por supuesto nunca han sido juzgados. Otros se han cometido en una escala local y regional, y difícilmente quedan grabados en la memoria nacional.  Ejemplos poblanos los tenemos en los asesinatos cometidos contra dirigentes estudiantiles y populares por policías a las órdenes del gobierno estatal (Bautista O’farril en 1973, Piña Olaya en 1989).

Sin embargo, de cuando en cuando son rescatados por investigadores y cronistas que nos ayudan a los demás a no olvidar de dónde venimos. Tal es el caso del asesinato cometido el 14 de febrero de 1974, justo hace cuarenta años, contra el dirigente estudiantil yucateco Efraín Calderón Lara, conocido en Mérida como “el Charras”, convertido en activista laboral en el marco de la insurgencia obrera en los primeros años de la década de los setenta. Pocos crímenes dejaron una huella tan clara que llevaba hasta la oficina del gobernador en turno. Y nunca por confesión propia (Carlos Loret de Mola: confesiones de un gobernador, Ed. Grijalvo, México, 1978) se reconoció a los autores del crimen.

La crónica que el historiador y novelista Francisco Pérez Arce expone un tiempo que no se ha ido: el de la impunidad con la que en México han actuado gobernantes y policías cuando la acción civil afecta abiertamente sus intereses.  Para no olvidar. Y para no dejar de ver cómo vivimos.

 

 

El gobierno de Yucatán asesinó a un joven abogado de nombre Efraín Calderón Lara también conocido como Charras. Sucedió en 1974. Fue un crimen político cuyos autores intelectuales se sentaban en altas sillas de la jerarquía política.

Efraín era sindicalista, daba asesoría jurídica a trabajadores, promovía su organización. El golpe iba dirigido contra un movimiento que en Yucatán adquiría fuerza: se llamaba Insurgencia Obrera, despuntaba desde 1971 en el país y demandaba cosas aparentemente simples como sindicatos democráticos, mejoras salariales y respeto a la constitución y a la Ley Federal del Trabajo.

Charras era el organizador más visible en Yucatán, pero no era el único. Había un grupo grande, de origen universitario, que había transitado de la causa estudiantil a las causas populares. El fenómeno se dio en todo el país. Empezó, quizá, con el mítico movimiento del 68 que liberó una energía juvenil inédita.

Empezó, quizá, en 1968 en las calles y en las plazas de la ciudad de México. Esas jornadas de manifestaciones gigantes  sacudieron al aparato del Estado. Pusieron de cabeza al régimen presidencialista. Sometieron a una crítica despiadada  a la cultura política de la simulación y la demagogia. A una democracia electoral inexistente. Confrontaron a una rígida estructura política y ponían en duda los beneficios sobrevalorados y mal repartidos del crecimiento económico. Fiesta estudiantil de ideas y frases compartidas por todo el mundo. La primavera de la rebeldía juvenil fue frenada brutalmente el 2 de octubre en Tlatelolco con el asesinato masivo ordenado desde la presidencia. El autoritarismo personalizado en el presidente llegó a su cúspide. Ese crimen resultó inolvidable, pero no sólo esa imagen criminal sobrevivió; sobrevivieron también los miles de estudiantes que ya no volvieron a ser los mismos. Sobrevivieron las críticas a una democracia que nadie podía tomarse en serio.

En Yucatán los universitarios realizaron acciones aisladas de solidaridad con los estudiantes de México y de condena a la represión violenta. Pero realmente el movimiento estudiantil despuntó en los años siguientes. Una de sus características fue su cercanía a las causas populares y particularmente con la lucha sindical.

En los primeros años setenta se desataron en el país movimientos sociales en el campo y en la ciudad. En el campo se sucedieron numerosas tomas de tierra que denunciaban la existencia de latifundios y daban cuenta de una población campesina dispuesta a luchar por un pedazo de tierra. En ocasiones las luchas no fueron por la tierra sino bajo otras formas, vinculadas al crédito y la organización productiva. Pero el conjunto muestra una geografía en la que el movimiento campesino se extiende y se agrupa al margen de las organizaciones oficiales. Es decir, se trata de movimientos independientes.

En la ciudad aparecieron organizaciones en las colonias populares que se crearon por la migración campo-ciudad en medio del crecimiento caótico de las ciudades. Demandaban regularización de la propiedad y servicios urbanos elementales. En todas las ciudades grandes hubo luchas que dieron lugar a lo que empezó a llamarse Movimiento Urbano Popular; se dieron al margen de las organizaciones controladas oficialmente. Nacieron siendo movimientos independientes.

En el ámbito sindical sucedió la insurgencia. Brotaron huelgas obreras por todas partes y en todo tipo de industria. Había razones económicas: los salarios empezaban a sufrir un deterioro continuo y las corporaciones sindicales oficiales eran incapaces de responder a las demandas  espontáneas de la base. Eran corporaciones, como la CTM, acartonadas, autoritarias y obedientes a las políticas gubernamentales. Naturalmente tendieron a convertirse en agrupaciones independientes que debían confrontar no sólo a los patrones sino al mismo tiempo a los sindicatos antidemocráticos, insertados en el PRI,  y que eran coloquialmente llamados sindicatos charros.           



El Frente Sindical de Yucatán

 

Los estudiantes yucatecos no se sumaron a la rebeldía del 68. En 1972, sin embargo, empezó una efervescencia que sumaba las resonancias del movimiento estudiantil nacional y un conflicto en el PRI donde la corriente más popular se sintió desplazada con la elección de Carlos Loret de Mora como candidato a gobernador. Era el último año del presidente Díaz Ordaz.

Las federaciones de estudiantes, habitualmente controladas por el partido oficial, adoptaron entonces posiciones críticas. Pero lo más notorio fue la rápida coordinación entre los campos universitario y sindical. La paz cetemista empezó a resquebrajarse en 1973; en ello desempeñó un papel destacado el Frente Estudiantil Cultural Jacinto Canek, que desde los primeros brotes de sindicalismo independiente fue activo organizador de acciones solidarias. Relacionado con esa organización universitaria, un joven abogado (recién egresado de la Universidad de Yucatán, y que había sido dirigente estudiantil), Efraín Calderón Lara, abrió un despacho jurídico al que empezaron a llegar grupos de obreros en busca de asesoría para formular sus demandas laborales y organizarse en sindicatos independientes. También contribuyó al auge la presencia de los electricistas del STERM y de los ferrocarrileros vallejistas que no sólo dieron apoyo político sino que aportaron, cuando fue necesario, su infraestructura: locales para reuniones y aparatos de impresión.

            En 1973 hubo movimientos en fábricas de calzado, de confección, panaderías, gasolineras, empresas de transporte y de la construcción, así como de empleados universitarios y de oficinas públicas. La CTM fue incapaz de controlar el movimiento. El despacho de Efraín Calderón Lara, conocido como Charras, se llenó de trabajo. Con el apoyo estudiantil y la suma de nuevos contingentes,  el movimiento consiguió varios registros sindicales, estalló huelgas, logró contratos colectivos en empresas en las que ni se soñaba en conseguir algo así. Y con una fuerza considerable, con grupos organizados por todos lados, en octubre de 1973 se constituyó el Frente Sindical Independiente. El nuevo año, 1974, empezó con varias huelgas y un pronóstico muy favorable para el recién constituido Frente.

 

Gobierno y delito

 

 En pleno ascenso de la lucha sindical, el 11 de febrero, estalló la huelga de Construcciones Urbanas del Sur Este, S.A. (CUSESA). El gobierno, la CTM y las organizaciones patronales decían “estar cansadas” de la agitación que se extendía en el Estado.

El libro editado por Grijalvo en 1978.

 

El gobernador Loret de Mola atribuye ese ambiente de agitación a distintos factores: está obsesionado por la supuesta mano negra de sus enemigos políticos Carlos Sansores Pérez, cacique de Campeche y líder de la cámara de diputados, y Víctor Cervera Pacheco, también diputado federal y ex alcalde de Mérida. Ellos eran, según Loret, los principales interesados en que no hubiera paz en Yucatán. Le concede una parte de la culpa, no menor, al presidente Echeverría quien, según él, toleraba la agitación estudiantil yucateca y aun la propiciaba. Pero en lo laboral el principal culpable era Charras, el asesor sindical.

            Escribe Loret:

La sociedad entera parece aliada contra el díscolo, representante del diablo mismo. Gamboa (el jefe de la policía) es el ángel. Charras, el demonio. Tal la imagen simplista que los conservadores de Mérida se forman de estos dos singulares personajes. (1)

            El jefe de la policía, coronel Felipe Gamboa y Gamboa, le dice en lenguaje críptico: “señor gobernador, yo quiero servir a usted y a Yucatán. Esto de Charras está insoportable. Creo que ha llegado la hora de ser enérgicos con él”.

            Según él mismo, le contestó: “Cuidado, coronel, con tocar físicamente a ese muchacho. Presiónelo, aconséjelo y vigílelo… No vaya a pretender algo ilegal en CUSESA. Pero mucho, muchísimo cuidado, coronel, con tocarlo físicamente…” (2)

            Gamboa interpreta esas palabras como la luz verde de su jefe y de inmediato se reúne con su plana mayor (Enrique Cicero, subdirector de Instrucción; Marrufo Chan, subdirector administrativo; Chan López, comandante de Patrullas) y planean desaparecer a Charras. Encargan la tarea a dos agentes (poco conocidos en el estado y con características físicas de gente de otro lado), el sargento Néstor Martínez Cruz y Eduardo Sáenz Campillo, y a José Pérez Valdés (ex agente, contratado especialmente para este caso).

            El capitán Marrufo Chan recurre al subdirector de Tránsito Javier Angulo Marín quien les proporciona un automóvil Dodge Dart azul y dos juegos de placas y tarjetas de circulación falsas. Además del auto, a los comisionados les entregan tres mil pesos, dos pistolas y ampolletas de Seconal, por si el “sujeto se resiste”.

            El miércoles 13 de febrero a las diez de la noche localizan el Volkswagen café de la víctima. Lo siguen. Efraín y sus dos acompañantes (Pedro Quijano Uc y Miguel Ángel González Sulub) se dan cuenta de que los van siguiendo y salen por la carretera a Chichén. Unos minutos después creen haber perdido a sus seguidores y dan vuelta en “U”. Los estaban esperando.

Como a las once de la noche los obligan a detenerse. Pistola en mano lo separan de sus acompañantes y lo secuestran. Se llevan las llaves del Volkswagen.

Los secuestradores le inyectan el Seconal pero no tiene efecto inmediato. Charras se resiste. Lo golpean brutalmente, lo amarran de pies y manos, lo meten a la cajuela y salen de la ciudad por la carretera de Chetumal.

A la mañana siguiente –escribe el gobernador-, cuando presido el acto de homenaje a Vicente Guerrero, el procurador general de Justicia licenciado Rodríguez Rojas me informa confidencialmente que hay una denuncia en el sentido de que Calderón Lara fue secuestrado la noche anterior… “Habla con el coronel” le digo. Pienso que Gamboa lo tiene a buen resguardo para evitar que haga algún despiporre en la diligencia de CUSESA, citada para primera hora de ese mismo día 14. Me traslado al aeropuerto para asistir a la inauguración de los vuelos de la empresa Bonanza. Al llegar me entrevistan los tres líderes estudiantiles y piden que se busque a Calderón Lara, porque ha sido secuestrado. El coronel está ahí, cerca de ellos. Lo llamo y le ordeno, delante de los muchachos, buscar a Charras…

            Voy después a mi despacho de palacio. Ordeno que me comuniquen con el coronel para preguntarle dónde está el desaparecido, pero no logro dar con él. Me tiene doce horas en suspenso, mientras los estudiantes bloquean la calle 60 en su esquina con la 57, es decir, frente a las oficinas centrales de la Universidad, en señal de protesta por la desaparición de Calderón Lara. (3)

            Mientras esto sucede 80 golpeadores de la CTM rompen la huelga de CUSESA.

En la madrugada de ese día jueves 14 los secuestradores habían asesinado a Efraín, de un balazo en la cabeza, en el kilómetro 101 de la carretera a Chetumal. El ejecutor, Pérez Valdés, lo cubrió con una toalla para no verle la cara al dispararle. Lo entierran a la orilla de la carretera. Los asesinos informan a Chan López que Efraín ya estaba “11 definitivo”, lo que en clave policiaca significaba que ya estaba muerto. Chan informa a su vez a Gamboa quien ordena que quemen el coche, cosa que hacen.

El mismo jueves los estudiantes y las organizaciones del Frente saben que ha sido secuestrado y se movilizan. Los estudiantes toman las calles e interrumpen el tránsito. Exigen que aparezca Charras. Responsabilizan al gobierno, a los empresarios y a la CTM.

Según el gobernador, Gamboa le informa de la muerte de Charras hasta la tarde del día 15:

Llega a palacio a la una de la tarde, muy pálido, y me pide un aparte. Al concluir la audiencia que sostenía en aquel momento, penetro al saloncito donde me aguarda Gamboa, me siento sin decir palabra, le señalo un asiento, y me quedo mirándolo:

                        -Señor gobernador –dice-, Dios quiere que usted gobierne en paz.

            -Pues, por favor que lo demuestre, porque están bloqueando las calles. ¿Dónde está Charra, coronel? ¿Por qué no lo devuelve usted inmediatamente? ¿Por qué me deja usted sin comunicación tantas horas? ¿Qué pasa?

                        -El pobre muchacho se les ahogó en la cajuela del carro en que lo llevaban.

            (…)

Me quedo solo bajo el peso de una angustia tan profunda, tan aguda y amarga, como nunca conocí otra. Pienso en suicidarme. ¿Cómo? ¿Confesar así algo que yo no había hecho? ¿Dejar una mancha sobre mi familia? Jamás. Hay que demostrar la verdad –me digo; pero luego analizo que, ante el seguro problema político previsible, mi deber es actuar en coordinación con el gobierno federal… (Vuelo a México)… Dejo a Mérida en ascuas, bajo una protesta estudiantil en ascenso... Siempre hallaba a Moya (secretario de Gobernación). Esta vez no está. Me dirijo al capitán Fernando Gutiérrez Barrios, subsecretario. Le relato los hechos tan escueta y exactamente como yo los conozco, y le ruego que me dé orientaciones, en tanto vemos al ministro.

                        Gutiérrez Barrios no se altera. Inmutable, me dice:

            -Desde luego hay que proceder dentro de la ley. ¿El coronel está en sitio seguro, no desaparecerá?

                        -No creo; sigue al frente de su responsabilidad –respondo.

-Bien, no hay que levantar polvo antes de resolver. ¿Qué cree usted que debe hacerse? –me pregunta.

-Estimo que debo renunciar para defenderme fuera del poder…

-Valerosa actitud. No me parece conveniente…

A la mañana siguiente hablo con Moya. Me dice:

-Ni el señor presidente, a quien ya informé por teléfono a las Bermudas, ni yo, aceptaremos que usted renuncie. Nada remediaríamos; y además, lo harían polvo a usted. Ya sé que no tiene culpa. Tampoco el señor presidente la tuvo en la jornada de Los Halcones. Estas cosas son así. Usted debe encabezar la investigación y esclarecer el caso y consignar a los responsables. Saldrá fortalecido. Asuma inmediatamente la responsabilidad. (4)



Portada de la publicación Por Qué. Mérida, 1974.

 

            El viernes 15 Mérida está que arde. Los estudiantes en huelga han puesto barricadas en dos cruceros céntricos de la ciudad. En la tarde realizan un gran mitin en la plaza principal.

            El sábado 16 la policía, al mando del coronel Gamboa, intenta destruir las barricadas. No lo logra. Después, tiradores anónimos balacean el edificio central de la universidad. Esta nueva agresión calienta más los ánimos y amplios sectores de la sociedad se suman a las protestas. Los estudiantes secuestran 30 camiones en coordinación con los choferes del sindicato independiente Jacinto Canek. A las cinco de la tarde la policía retira todos sus efectivos y entra el ejército a patrullar la ciudad.

Los días 16 y 17, a pesar de que el ejército patrulla las calles la huelga continúa y el movimiento estudiantil conserva la ofensiva. Pintas en las paredes y en los camiones, volanteo, mítines en calles y mercados, grandes concentraciones diarias en el edificio central, tienen que ser aceptadas por las patrullas del ejército que en general se mantienen a la expectativa. El Consejo Universitario publica un desplegado denunciando la represión, Radio Universidad informa regularmente pese a las amenazas por parte de Gobernación y los intentos de interferencia de las radiodifusoras privadas. (5)

El lunes 18 se informa que han encontrado el cadáver de Charras. Tiene indicios de haber sido torturado.

Si el secuestro moviliza al Frente y a algunos estudiantes y el ametrallamiento de la Universidad extiende la lucha a casi todo el estudiantado, el descubrimiento del asesinato indigna a numerosos sectores populares hasta entonces pasivos y los pone en acción.

El sepelio se lleva a cabo el día 20 y se convierte en una manifestación de más de 15 mil personas, con banda de guerra al frente y una gran caravana de camiones manejados por los choferes del Sindicato Jacinto Canek.

El gobernador viajó varias veces al D.F. pidiendo instrucciones para enfrentar la crisis política. La línea del gobierno federal fue, en todo momento, oponerse a la renuncia del gobernador y presentarlo como el principal impulsor de las investigaciones.

El 14 de marzo, después de un mes de huelga, y coincidiendo con una manifestación silenciosa de aproximadamente mil personas de la Universidad al cementerio, el gobernador informa que el director general de Seguridad Pública del Estado, Teniente Coronel José Felipe Gamboa Gamboa, el subdirector Carlos Manuel Chan, el comandante Víctor Chan y cinco de sus subalternos son los responsables del asesinato de Efraín Calderón Lara… (6)

            El movimiento duró 60 días. Se levantó la huelga universitaria y Mérida volvió paulatinamente a la normalidad después de que apresaron a los jefes policiacos y a los ejecutores del crimen. (Uno de los tres participantes directos nunca fue encontrado). El comandante Gamboa y los mandos involucrados fueron juzgados. Les dieron sentencias amigables y recibieron trato de privilegio en la cárcel de Chetumal. Salieron libres tres meses antes de que Loret dejara el poder. El autor material, el que jaló el gatillo, Pérez Valdés, recibió apoyos económicos generosos mientras estuvo preso; se fugó mucho antes de cumplir su condena. (7)

            El Frente Sindical Independiente adoptó el nombre de Efraín Calderón Lara y mantuvo una actividad intensa hasta 1977, año en que la Insurgencia obrera, en todo el país, estaba declinando.



Esbirrismo como política de gobierno

El libro de Carlos Loret de Mola, Confesiones de un gobernador, publicado en 1978, tiene el título apropiado. Las páginas dedicadas al caso del asesinato de Efraín Calderón y la airada reacción popular, ocupa un capítulo IX, que titula “El Drama”, y continúa en el capítulo X, “Ante el odio”. En su propia apreciación los 60 días posteriores al asesinato constituyeron el peor momento de su gobierno y la crisis política más aguda. En su relato busca obsesivamente justificar su actuación y subrayar su inocencia. No lo logra, sin embargo. Consigue por el contrario hacer el bosquejo de un crimen de estado en el que está involucrado él mismo y los mandos policiacos que sienten la necesidad de responder a exigencias airadas de los empresarios y la CTM. Pero también acaban siendo involucrados el subsecretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, el secretario de gobernación, Mario Moya Palencia y el presidente Echeverría. (8)

La autodefensa del gobernador se basa en que él no ordenó el asesinato. Sin embargo en su mismo relato reconoce que el coronel Gamboa le dijo refiriéndose a Charras, precisamente un día antes del recuento que se llevaría a cabo en la huelga de CUSESA, “esto de Charras está insoportable, creo que ha llegado la hora de ser enérgicos con él”, a lo que Loret contesta: “Cuidado, coronel, con tocar físicamente a ese muchacho. Presiónelo, aconséjelo y vigílelo… pero mucho cuidado, coronel, con tocarlo físicamente”. Gamboa responde: “No se preocupe, señor gobernador. Yo sé lo que hago”.  Un día después el procurador le informa que hay una denuncia en el sentido de que Calderón Lara fue secuestrado la noche anterior… Le dice Loret al procurador: “Habla con el coronel, pienso que Gamboa lo tiene a buen resguardo para evitar que haga algún despiporre en la diligencia de CUSESA…”

El gobernador sabe que la policía ha secuestrado a Calderón. Ordena a Gamboa que lo devuelva. Éste lo hace esperar casi un día antes de informarle que “se les murió” asfixiado en la cajuela. La ciudad está encendida. Estudiantes y sindicalistas toman las calles.  El gobernador vuela al D.F. “dejo a Mérida en ascuas, bajo una protesta estudiantil en ascenso”.  Informa al subsecretario de Gobernación Gutiérrez Barrios lo sucedido. Al día siguiente habla con el secretario, Moya Palencia, quién ya informó al presidente. Le prohíben que renuncie (lo que supuestamente él ofreció). Le dicen que debe ponerse al frente de la investigación y castigar a los culpables. Vuelve a Mérida. Pregunta al coronel dónde está el cuerpo de Calderón. El coronel responde: “Nadie lo encontrará jamás. Está en el monte más intrincado de Quintana Roo”. El gobernador advierte: “Sí lo encontrarán, de eso puede usted estar seguro”. Gamboa se justifica: “La orden era sacarlo de circulación por una horas, darle un susto; pero mis gentes llevaron la cosa hasta apartarlo fuera del Estado, a ver si se calmaba… Y se les ahogó en la cajuela”. El gobernador reflexiona: “El esbirrismo es una cadena de conductas oficiosas que conducen desde una buena intención  equivocada hasta un final aberrante. Elige bien la palabra: Esbirrismo. Se trata de una forma de ejercer el poder por encima de la ley. Pero el gobernador es el eslabón más alto de esa cadena. En los hechos él autorizó la acción de coronel. Supo que estaba secuestrado y no lo denunció ante el procurador. Supo que lo habían asesinado y tampoco lo denunció. Supo que habían escondido el cuerpo en un monte intrincado y no ordenó que lo entregaran. Supo el nombre de los organizadores del secuestro y lo ejecutores del asesinato y tampoco los denunció a la procuraduría.

El cuerpo es encontrado y trasladado a Mérida el miércoles 20. Ha pasado una semana desde el secuestro. La autopsia realizada en Mérida encuentra que la causa de muerte fue un balazo en la cabeza. (Sorprende que en una primera autopsia, realizada en Carrillo Puerto, no detectaron el balazo.) Loret vuelve a México el 5 de marzo a informar de las nuevas circunstancias. La protesta social va en aumento. Lo mandan de regreso con la misma consigna: que siga las investigaciones. El día 9 es convocado por Gobernación y viaja nuevamente a México.  “Tanto don Fernando (Gutiérrez Barrios) como el licenciado Moya me dan precisas indicaciones. Una línea de conducta señalada por el gobierno federal: justicia y esclarecimiento pleno. Consignación de todos los responsables.” El día 11 la policía judicial de Yucatán tiene en sus manos al autor material, Pérez Valdés.  Días después entran a prisión todos los involucrados en la organización del secuestro y asesinato, desde Gamboa para abajo.

 

 

La mala conciencia del gobernador

El secuestro y asesinato de Efraín Calderón fue organizado y llevado a cabo por el gobierno. Se trataba de un líder sindical y estudiantil con gran arraigo y prestigio. La sociedad vio de inmediato en este crimen las manos del gobierno. La detención del coronel Gamboa, sus allegados y los ejecutores materiales logra pacificar la protesta que se mantuvo durante 60 días.

La sociedad reaccionó ante un crimen del gobierno. El liderazgo de Charras era auténtico. El movimiento sindical que pretendían frenar con ese crimen tenía raíces largas y causas legítimas. Los dichos y las acciones de Loret de Mola dan cuenta de un pensamiento superficial expresado en un lenguaje ramplón. En su mente, la movilización social no responde a otra cosa que las acciones malévolas de sus enemigos políticos personales (dentro del mismo sistema) Carvera y Sansores. O bien, o también, a la intervención de “agitadorcillos” o “lidercillos” de intenciones oscuras. Es un pensamiento que desprecia profundamente a obreros y estudiantes. Éstos son incapaces de rebelarse, organizarse y luchar por sus demandas; son simplemente materia de manipulación. De un pensamiento de esa naturaleza proviene la conclusión de que basta con desaparecer a un líder para que la protesta desaparezca con él. O que es necesario dar lecciones ejemplares: y entonces reprimen a los movimientos con violencia.    

Efraín Calderón Lara, conocido como Charras, era un líder auténtico, respetado y querido por estudiantes y obreros. Él no era el movimiento sino parte del movimiento. Por su edad y por sus ideas representa a una generación rebelde que buscó con insistencia cambiar al país por la vía pacífica. Fue una pérdida grande. Fue una tristeza grande. Cuarenta años después de su muerte sigue siendo recordado con calidez… y también con rabia. Que no se olvide su nombre; tampoco los nombres de los asesinos.

 

 

NOTAS

(1)              Carlos Loret de Mola: Confesiones de un Gobernador, Ed. Grijalbo, México, 1978, p.206.

(2)              Ibid, p. 207.

(3)              Idem.

(4)              Idem.

(5)              Frente Sindical Independiente Efraín Calderón Lara, Yucatán 1973-1977, (S.F), p.46.

(6)              Idem.

(7)              Ibid, pp. 47 y ss.

(8)              Las citas de este apartado provienen del libro citado de Carlos Loret de Mola, capítulos IX y X, pp. 197 y ss. 



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