• Sergio Mastretta
  • 14 Septiembre 2012
Por: Sergio Mastretta

5.- Zaira está en uno de los círculos de reflexión. Ya han hablado varios de los asistentes que, como ella, están sentados en montones de diez o doce personas alrededor de la fuente de San Miguel. No sé de dónde salieron las reglas de discusión, pero las siguen como en un circuito religioso o de alcohólicos anónimos. Todos escuchan al que habla, nadie interrumpe hasta que termina el que lleva la voz; si estás de acuerdo el aplauso es con las manos abiertas y temblorosas, sin golpe alguno; si no te pareció, el pulgar abajo como Calígula. Alguien escribe en una cartulina líneas breves que resumen propuestas. Todo muy bien, aunque para escuchar los mirones tenemos que hacer maravillas o cucuruchos al oído con alguno de los periódicos que por ahí han repartido.

Pero la voz de Zaira es firme, la escucho cálida y sobre todo distinta. Habla de su pueblo, su pueblito mixteco, Santa Cruz Tejalpa, con sus ochocientos habitantes, sobre la ribera del río Atoyac en los rumbos de Tehuitzingo, en el que todos los años  organiza un festival de arte, literatura y ciencia. Ella es estudiante de biología en la BUAP, y sabe por tanto de flores e historias antiguas que acompañan la memoria de su pueblo en las fiestas de mayo por la Santa Cruz y de julio por el Cristo del Santuario del Señor de Tejalpa Crucificado, muy venerado en los pueblos de los alrededores como Molcajac y Tepexi, pero también del Distrito Federal y Oaxaca. “Hacíamos la fiesta para el festejo de la Santa Cruz, el 3 de mayo, pero allá los señores esos días sólo quiere ir al toro, al jaripeo, así que ya pasamos nuestro festival para el 15 de mayo. Nos apoyan los del INAOE, con sus telescopios y sus talleres y sus planetarios, les gusta mucho a los niños. Pero la BUAP no nos ha apoyado, eso sí, vamos los estudiantes de Biología, de Física, de Matemáticas, de Historia, pero no hemos logrado que nos apoye la institución. Se pone bonito.”

Antes les ha dicho a sus compañeros de círculo: “Yo los invito a que vayamos a las comunidades, que visitemos a la gente en los pueblos, que escuchemos lo que por allá se piensa, lo que hacen, lo que viven. Allá la gente tiene muchas cosas que decirnos”.

Como ella, experta a sus veintidós años en las flores y las festividades, y por eso va a hacer su servicio social en la recuperación de la flora de esas vegas del Atoyac: como el cacalosúchitl, la flor de mayo, la que llevan las niñas con sus vestidos blancos a la virgen; o la flor de totorito, la que llevan los niños en junio vestidos de blanco al Sagrado Corazón de Jesús; o el lináloe, a la que su abuelito todavía sabía cómo sacarle la esencia.

Ahí se quedan los muchachos en sus asambleas, ajenos al aguacero que se nos viene encima. Como Zaira, en ellos está la flor de mayo.


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