• Sergio Mastretta
  • 14 Septiembre 2012
Por: Sergio Mastretta

El zócalo en círculos alrededor de la fuente de San Miguel, asiento poblano de todas las ilusiones y sus desvaríos en esta nueva y ajada y asombrosa etapa de la democracia mexicana. Y ahí están, moderados por una mayoría de jóvenes que han tomado la organización del movimiento antifraude como lo que desde mayo pasado ha sido: suya. “Esto es como el agua que se escurre entre las manos --me dice el doctor Dómínguez, de los viejos de mi generación acostumbrados a ir por delante en las asambleas--, aquí no hay mando, aquí no detienes a nadie, porque aquí no hay cabeza. Y ni caso que le hacen a uno”. Y lo veo dar de vueltas en torno a sus recuerdos y sus propios círculos estudiantiles en los setenta, y maravillarse, y decir que no, que no va a ser posible que aquel cuate tome posesión. “Esta masa no lo va a dejar”.

 

1.- Pero la masa llegó tarde. O ya estaba ahí, pero en otros asuntos. La miro a las doce alrededor del payaso y la muchacha al lado de Catedral. El sketch es simple: ella en el centro, él a su lado micrófono en mano, vienes sola, no, pásate de este lado, tienes novio, sí, pásate de este lado, y dónde está, ahí, pásate de este lado… Y la masa que lo ha visto mil veces, a la espera del desatino. Y la masa que no llega, pues me enteraré más tarde, los correos y las redes han retrasado la marcha hasta las tres. Ya llegará, me digo.

2.- El viejo carga una red de pepenador, y la cuelga del hombro apretada de latas mientras con la mano izquierda sostiene el micrófono ante el público reunido en la fuente a la espera de los marchistas. Ha ido de bote en bote por todo el centro, con la precisión y la paciencia del gambusino, y ha detectado el aluminio y ahora ya lo carga con garbo para dar el mejor de los discursos matutinos: “Acabo de escuchar esa canción de salario mínimo (salario mínimo al presidente, para que comprenda lo que es vivir como indigente), y claro que es cierto (al pueblo de este país lo chinga el narco y lo chinga la policía),  los que nos gobiernan son unos hijos de la chingada (salario mínimo a los senadores, que hacen las leyes como sus calzones), por eso yo les digo a los estudiantes, pónganse a estudiar las leyes, porque con ellas podemos meter a la cárcel a los que las han pisoteado, pónganse a estudiar y organicémonos”.

3.- El mundo es de los mirones, escribo en la libreta. Y a la masa se le mira o se camina con ella. Por ahora estoy entre los mirones, desde el balcón de los portales. Más alá de las tres han llegado los marchistas. Y en el zócalo el mundo canta, baila, marcha, payasea, vende globos y chicharrines, danzonea, increpa, pregunta por los chiles en nogada, lanza consignas y vuelve a cantar y a marchar y a explotar mientras mira y come y bebe y canta y desafina en un jolgorio de tacos, pizzas, crepas, espaguetis, helados, churros y cartulinas con mil consignas. Y la masa quiere ir a tono, acostumbrada a los albedríos y los silencios intrusivos a la mitad del grito (fuera peña nieto, fuera peña nieto, pueblo escucha esta es tu lucha, si hay imposición habrá revolución), el himno serio, que empezó quién sabe dónde, más allá, frente al Palacio tal vez, siempre institucional, maternal, con la orden serena de guardar silencio a todo ruido que no sean las voces, de callar a todo lo que no ilumina ese minuto de silencio entrañable en la que el mexicano se ve y se escucha a si mismo.


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