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1. Eficacia y ridículo

 

El día de la segunda fuga de Guzmán Loera recordé en este espacio un dicho según el cual lo único irreversible en la política es el ridículo. La captura del Chapo desmiente el dicho o lo completa: en política, la eficacia  puede revertir todo, hasta el ridículo.

 

La recaptura del Chapo revierte el ridículo de su fuga, es un golpe de eficacia que tranquiliza el ánimo de la república y le abre al gobierno de Peña una rendija de credibilidad que le urgía.

 

Celebremos la tercera captura del Chapo: felicidades al gobierno sin reserva alguna.

 

Ahora, qué karma tener que hablar una vez más del Chapo Guzmán como de un acontecimiento central de México. Qué desgracia pública tener que chapotear sobre los hechos y los dichos del Chapo, que el Chapo sea nuestro tema nacional y el tema de México en el mundo.

 

¿Cómo hemos llegado a esta deleznable notoriedad? ¿Qué secuencia de errores ha vuelto central en nuestro presente a este sangriento personaje y a su sangriento oficio que,  para colmo, tiene los rasgos de una mitología, de una leyenda mexicana?

 

¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Qué hemos hecho tan mal para ser medidos como país por si agarramos o se nos escapa el Chapo? Terrible que sus fugas y sus capturas sean la medida de nuestro fracaso o nuestro éxito como país.

 

Terrible también la cantidad de gente, empezando por la autoridad, que dice o parece decir que hay que extraditar al Chapo porque somos incapaces de mantenerlo preso.

 

Hay una triste y resignada idea de nuestro propio país en este diagnóstico: “No podemos con éste, dénselo a los gringos que sí pueden”. Es como una renuncia incluso a la idea de a que podemos corregir nuestros errores y mantener preso a un delincuente en una cárcel segura donde no tenga las ventajas que tuvo para escaparse dos veces.

 

¿No podemos corregir ni siquiera esto, luego de habernos equivocado a fondo? ¿No podemos tener preso ni siquiera al más peligroso preso de México? 

 

Extraditar al Chapo no dejaría de ser también una vergüenza, otra forma del ridículo.

 


2. ¿Extradición o corrección?

Extraditar a Guzmán Loera en vez de retenerlo y hacerlo pagar sus crímenes en México, será una penosa confesión de impotencia por parte del gobierno mexicano.

 

Y algo más: una especie de inaceptable renuncia a corregir sus errores en servicio de la seguridad de los mexicanos. Extraditar a Guzmán Loera le resolverá un problema al gobierno, no a los mexicanos, cuyas cárceles son una desgracia.

 

La lista de correcciones que el gobierno tendría que hacer para garantizar  la prisión de Guzmán Loera, está lejos de ser compleja.

 

Basta con echar hacia atrás las decisiones que permitieron que el delincuente se fugara, una acumulación de necedades que desde luego explica la corrupción, pero también  el relajamiento institucional y la tontería hija del exceso de confianza.

 

En todo caso, ¿será tan complicado revertir las decisiones que fueron desmontando paso a paso el sistema de alta seguridad del penal, hasta permitir la  fuga?

 

Por ejemplo:

 

Los presos eran monitoreados desde tres lugares: el penal mismo, la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) y el Cisen. Alguien decidió quitar el sonido  de los dos primeros sitios y dejar sólo el del Cisen. 

 

Los policías federales presos hacían turnos de 24 horas frente a los monitores, cuando lo que indican los manuales es una rotación cada ocho horas.

 

Alguien decidió suprimir las alarmas perimetrales del penal que hubieran denunciado la excavación del túnel. Unas notas dicen que fue el ex comisionado Mondragón y Kalb, otras dicen que fue la responsable de reclusorios, Celina Oseguera. ¿Será tan complicado regresar las alarmas?

 

Alguien decidió relajar las condiciones de reclusión de Guzmán Loera, empezando por no cambiarlo nunca de celda y   facilitar  su contacto con el exterior.

 

Durante el tiempo de su reclusión, entre febrero de 2014 y octubre de 2015, Guzmán Loera recibió 386 visitas: 272 de sus abogados, 68 familiares y 46 conyugales. Un promedio de 19 visitas por mes. (Yuriria Sierra en Excélsior, 16/10/15).

 

¿Será tan complicado volver a los protocolos de reclusión previstos, cambiar al preso continuamente de celda y restringir su contacto con el exterior?

 

¿Será tan complicado que el gobierno pueda mantener preso y bien preso al preso del que depende su prestigio?

 

Lo que urge es corregir lo que está mal, no salir corriendo del Chapo.



3. La acusación americana

 

Hay dos argumentos interesantes a favor de la extradición de Guzmán Loera a los Estados Unidos. El primero es que le dolería más. El segundo, es que la acusación criminal americana tiene una seriedad de la que las acusaciones mexicanas carecen.

 

En México Guzmán Loera está acusado de “delincuencia organizada”, “delitos contra la salud”, “violación de la ley  federal de armas de fuego y explosivos, “uso de recursos de procedencia ilícita” y “cohecho”.

 

Brilla por su ausencia el cargo de homicidio, la verdadera especialidad, el verdadero oficio de tinieblas  de Guzmán Loera.

Según Guillermo Valdés, ex director del Cisen, a partir de  2008  el Chapo y su Cártel de Sinaloa  libraron cuatro guerras simultáneas contra bandas rivales.

 

Pelearon por el control de Tamaulipas contra el Cartel del Golfo y de los Zetas. Por el control de Ciudad  Juárez, contra el Cártel de Juárez, de Amado Carrillo. Por el control de Tijuana, contra  el Cártel de Tijuana, de los hermanos Arellano Félix. Y por el control de Guerrero, Nuevo León y sus propios dominios en Sinaloa, contra sus antiguos aliados, los hermanos Beltrán Leyva.

 

Según Valdés, para el año 2010 estas cuatro guerras del Chapo explicaban el 67 por ciento de las muertes producidas por las bandas del narcotráfico: más de 45 mil muertos. (“Historia del narcotráfico en México”, p. 408)

 

La última acusación contra Guzmán hecha por la titular del  Departamento de Justicia estadounidense, Loretta Lynch, ha hecho subir  de 9 a 21 el número de cargos criminales contra Guzmán Loera, “entre ellos 13 homicidios de personas específicas, un atentado en 2008 contra el narcotraficante Arturo Beltrán Leyva y un número no especificado de asesinatos de miembros de los cárteles de los Carrillo Fuentes, Arellano Félix, Los Zetas, además de policías, militares mexicanos, testigos e informantes que cooperaban con autoridades estadounidenses”. (Reforma, 9/1/16)

 

Creo que el gobierno mexicano debe retener a Guzmán Loera en sus cárceles , no escurrir el bulto ni eludir su responsabilidad.

 

Pero creo que haría bien en imitar al Departamento de Justicia y acusarlo con seriedad de sus crímenes imperdonables, que no son el narcotráfico ni el lavado de dinero, ligeros en comparación, sino el asesinato de seres humanos en cantidades industriales, en todas sus variantes de violencia, tortura, impiedad  y terror.


 

 4. El Chapo y quien lo puso

 

Joaquín Guzmán Loera es un hijo natural de la guerra contra las drogas y de la estrategia correspondiente de descabezar a los cárteles para debilitarlos.

 

En 1985 el Chapo era un amanuense invisible del Cartel de Sinaloa  que manejaba desde Guadalajara Miguel Ángel Félix Gallardo,  cuando   un segundo de éste, Rafael Caro Quintero, torturó y mató  al agente de la DEA, Enrique Camarena, según él “por dedo” (soplón).

 

El homicidio fue un escándalo diplomático mayúsculo y dio a Estados Unidos y a la DEA el mando sobre la guerra contra el narco en México.

 

La batida que siguió descabezó  al Cartel de Sinaloa, un virtual monopolio. Cayó Félix Gallardo. Siguió la guerra a muerte entre los jefes menores del cártel: los Arellano Félix, Amado Carrillo, Guzmán Loera, El Mayo Zambada, los Beltrán Leyva.

 

Las  fragmentación del Cártel de Sinaloa, trajo al negocio al Cártel del Golfo, que se fragmentó también al ser descabezado, luego de la detención y extradición de su jefe, Juan García Abrego.

 

La guerra intestina  del Golfo produjo a los Zetas, usados por Osiel Cárdenas Guillén para ganar el sureste, por cuyas ciudades venía la droga  que ya no dejaban pasar por aire, y el puerto michoacano de Las Truchas, mina de contrabando y seudoefedrina.

 

Siguió la guerra de todos contra todos por las rutas de paso y  las ciudades fronterizas norteñas, hasta el año 2005, en que las matanzas entre Zetas y Chapos en Laredo dieron paso a la ocupación militar de la ciudad.

 

Siguieron años de la misma medicina, corregida y aumentada: la sangrienta pesadilla de la que no podemos despertarnos.

 

En todas las guerras del narco creció el Chapo, descabezando a sus rivales o aprovechando los descabezamientos  del gobierno. Fue  el superviviente,  el mayor engendro criminal de la prohibición de las drogas, y de su persecución draconiana con la estrategia de descabezar  a los cárteles, implantada por la DEA en 1985, en Guadalajara.

 

El agente Enrique Camarena fue muerto por denunciar un plantío de mariguana que Caro Quintero había sembrado en Chihuahua para no batallar con su traslado a Estados Unidos, donde ahora es legal.

 

Por aquel asesinato y aquel plantío empezó la matanza de treinta años en la que el Chapo fue  rey.

5. Crimen y leyenda

 

Hay algo irresistible a la imaginación en el crimen, lo mismo que en la violencia de la historia.

 

En sus melancólicas cavilaciones sobre la guerra Freud reparó en el hecho de que los grandes héroes de la historia universal fuesen por lo común grandes guerreros, grandes conquistadores. En el fondo, grandes homicidas. 

 

El crimen es una vertiente menor de la fascinación humana por la violencia en la historia. Una fascinación que puede estar bañada de horror, como en la incesante recreación del Holocausto, cuya atracción es más profunda que el horror que produce.

 

El crimen carece de esas dimensiones catárticas, o las tiene  menores, pero es un río favorito del periodismo, el cine y la literatura. En el fondo, de la imaginación popular.

 

Hay ese pasaje de Orwell que describe a un apacible hombre de clase media llegando a su casa.  Se pone una bata, se sirve una copa y se sienta a leer el periódico frente a la chimenea.

 

¿Qué lee este hombre tan concentradamente en el acogedor y apacible entorno de su casa? Orwell responde: lee la página policiaca. 

 

Si algo potente ha construido la imaginería cinematográfica del siglo XX es un romance con el crimen y la violencia. Sin vaqueros ni gángsters ni violencia, Hollywood no sería lo que es. Y la cultura popular americana, en el fondo la única global, perdería algunas de sus leyendas mayores.

 

Algo de esta pulsión irresistible a la imaginación hay en los hechos criminales de México o Colombia para el caso del narco, y para  el caso de los jihadines violentos en el mundo musulmán.

 

En el crimen o en la historia, el personaje violento gana si su violencia puede asociarse a un fondo de justicia plebeya o de rechazo a la opresión.

 

Es el caso de Robin Hood en la historia universal, y de Francisco Villa en México, cuya violencia  plebeya está cubierta por un aura  valiente y justiciera.

 

El tema del valor crea su propio espacio mítico, lo mismo que estar huyendo por haber desafiado a la autoridad.

 

De  estos ganchos imaginarios  penden las leyendas  de los violentos y los criminales, aunque tengan las manos llenas de sangre.