• Ángeles Mastretta
  • 13 Noviembre 2014
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Cada quien tiene un río cerca, el mío ha sido siempre el Atoyac. Lo recuerdo como un cauce de luz, ahora es oscuro. Mucha gente se ha ido acostumbrado a vivir cerca de él mientras lo ignora. O lo devasta. Pero hay quienes desde siempre están preocupados por él. Mi sobrina Daniela, a los siete años, le escribió una carta al presidente De la Madrid contándole que el río que pasaba cerca de su casa tenía basura. Eso fue hace treinta años. Lo que no habrá ganado en espanto desde entonces. Antes no ha desparecido el río cuyo nombre quiere decir “agua que canta”.

Esto he escrito hace un tiempo para nuestro río:

Soy la voz del río, la vieja voz del bien amado río.
La voz que añora, la que espera
la voz del que recuerda, la memoria del río,
la que sabe cómo fue su canto,
la que aún sueña, la que lo nombra,
la que en su nombre quiere hablar.

Agua que corre: ¡ATOYAC!
Así llamaban a mi cause los antepasados
Agua que nace de los montes
Fui claro tantos años que era impensable imaginar el infortunio.
Se acercaban los niños hasta hundirse en mi luz,
con los pies desnudos anduvieron sobre las piedras acariciándolas durante siglos como yo.
Y todo era posible en ese juego de pies y piedras enlazados en mí,
confiados en mi estirpe de cristal al ruido de mi agua humedeciendo los oídos del mundo
¡ATOYAC! se dijo siempre con dulzura
porque mi nombre sonaba altivo y entrañable como la luz que lo rodea.
Era yo el río ATOYAC, no el río sin nombre
en este movimiento que ahora invoco
no era la necia mugre que hoy me aquieta ,
era la vida misma, el suave andar de una fuerza que no se daba tregua
que no interrumpía a nadie, que a nadie dañó nunca.
La corriente que hoy soy provoca miedo,
lastimado como ando parezco sólo mi alma y pena,
se habla de mi como si trajera la muerte,
como si nadie me lo hubiera puesto dentro,
como si culpa de mi voluntad fuera este caos
y no culpa del caos mi quebrantada voluntad.
A mí que fui el orgullo de esta tierra, el más noble horizonte,
la palabra precisa, la imprescindible ayuda, la mejor compañía.
Hay ahora quien me teme
porque hubo quienes lastimaron mi andar tranquilo,
quien me desprecia porque no supo nunca lo que fui.
Quien creció sin ver, sin imaginar que alguna vez estuve iluminado,
que el sol se veía en mí, andaba en mí, anduvo conmigo.
Como andan los amigos, cuando se cortejan,
como comparten un imperio quienes lo crean,
sol y río fuimos uno como ahora somos uno en este caos.
Luz y cause hacíamos una dicha,
hoy cause y luz somos pura añoranza.
Soy un río triste.
Agua que corre quiero ser otra vez, ¡ATOYAC!,
agua que no tropieza con escombros,
agua que no pinta la oscuridad,
agua que no huele a borrasca,
agua que sueña o que acompaña el sueño de otros.
¡Quiero ser ATOYAC!
Agua que corre sin ser avasallada.
Fui río de luz, río de ustedes
no me dejen morir, oigan mi voz revivan y revívanme,
pongan su añoranza en mi futuro
y volvamos a jugar entre las piedras bajo el brillo de lo que puedo ser…
¡ATOYAC!

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