El Ing. Luis Rivera Terrazas y crítica al proyecto de Reforma en la BUAP/7 Sept 1989

BUAP 1989-1991: Crónicas de una ruptura histórica (2) 

 

En torno a la vida de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla una pregunta se sostiene: ¿Cuál es el papel que juega la universidad pública en una sociedad con las carencias como la nuestra? ¿Cuál su responsabilidad como la principal estructura de creación de conocimiento en Puebla?

Mundo Nuestro se propone en los meses que vienen contribuir en la construcción de una respuesta colectiva crítica y propositiva. Y empieza con la presentación de veinticinco crónicas escritas por Sergio Mastretta entre 1989 y 1991 y publicadas en el periódico Cambio de entonces, el momento histórico en el que la Benemérita redefinió su destino para la siguiente generación. La primera que se presenta es una especie de preámbulo de la guerra interna que se le vino encima a la universidad. “Del desánimo al encono” narra una de las primeras reyertas entre los grupos que encabezaban Vélez y Malpica; la escena transcurre en una sesión del Consejo Universitario.

 

            Jueves 7 de septiembre de 1989

 

            A sus 69 años  el ingeniero Rivera Terrazas tuvo “un sueño de marihuano”: regresó a la universidad que imaginó en aquellos sufridos y anticomunistas años sesenta, “una universidad académica, una universidad donde se enseñara bien, donde las carreras fueran profesionales, donde los maestros fueran capaces y donde se desarrollara la investigación científica”. Pero en su ilusión se cruzó la idea de democracia, aquel concepto que los universitarios de entonces introdujeron para modificar la estructura orgánica de la UAP y acabar con aquellos hombres “autoritarios del avilacamachismo” que dominaban la institución. De lo que pasó en esos 25 años de su sueño queda una imagen borrosa que lo llevará a decir que al fenómeno “no le puede dar una explicación racional”.

            A él, como a la ciudad, se le vinieron encima las masas.

            Ing. Luis Rivera Terrazas

           

            Por eso el Recuento que le hizo a brincos Florencia Correas por sus años universitarios, acaban por dejarlo desarmado en ese páramo terrible de la contradicción que da la vida a todos los políticos. Obstinadamente el ingeniero se aferra y conjuga la democracia al tiempo que deshace paso a paso –al imaginar una universidad ilusoria- la obra de esos poblanos de izquierda que sobre sus mil divisiones llevan ya 17 años en el poder de la Autónoma de Puebla.

            Porque de su recuento, luego de una narración de esos años de epopeya –finalmente suya, válida en ese sentido, aunque jale agua siempre para su molino-, se desprende un rosario de lo que quiso ser y no fue, para acabar por delinear una universidad que no está lejos de los bosquejos que se hacen muchos modernizadores.

            Ayer, mientras hablaban tres universitarios –Altieri Megale, Pedro Hugo Hernández y Moreno Botello-, y el alcalde Pacheco Pulido atestiguaba el apremio con el que subrayaron las críticas del ingeniero, uno repasaba esa UAP que brota del Recuento: su duda –y su cruz--  sobre la democracia imposible en los niveles académicos; sus invectivas y mandatos “al demonio” a un sindicato que paraliza a la institución, su furia contra la mediocridad en las escuelas y sus centros de investigación; su mea culpa –además de la imposibilidad de un “sindicato de nuevo tipo” –en torno a la elección por voto secreto y directo de todos los universitarios que subordinan los problemas académicos a la decisión de una mayoría estudiantil; la lucha por un subsidio sin calidad académica. En fin, un repaso de acontecimientos acumulados en los últimos quince años en lo que jugó un papel fundamental –hay quien lo recuerda respondiendo a los reporteros de DF en una visita de López Portillo, sobre los riesgos de una masificación de la universidad que simplemente generaría desempleados, con el argumento de “es un problema del Estado si se exacerban las contradicciones, yo ahora estoy resolviendo un problema inmediato”-, pero que en actitud a pesar de toda crítica lo llevan a plantear la necesidad de revisar el concepto mítico de universidad democrática, crítica y popular.

            A qué le sonaran a él las ideas de dos universitarios, uno de ellos ex-rector, el otro ese vencedor del ICUAP respetuoso –y aturdido por el paquete de una modernidad que no espera-, entrevistados al final del acto en la Casa de la Cultura.

            Dijo el doctor Lara y Parra: “Se requieren medidas urgentes. Hay que acabar con el academismo. Y el factor estudiantil debe ser seleccionado, genética y sociológicamente no tenemos la misma capacidad. Por eso necesitamos de una selección honrada, digna, pero que asegure un verdadero aprovechamiento estudiantil”.

            Mucho más amplio, pero igualmente conciso, dijo Juvencio Monroy, coordinador de la creación de Rivera Terrazas más aplaudida por el ingeniero: “La UAP ya no puede sostener como dogma el concepto de democrática, crítica y popular. No digo que deba suprimirse, pero sí revisarse a fondo. En la práctica se han tomado decisiones que la afectaban profundamente. Por ejemplo, es absurdo que para la elección del rector participen estudiantes recién egresados de secundaria. Y su carácter popular ¿cumple con su función social realmente con el hecho de dar entrada a todo mundo? Creo que para enfrentar esto habría que condicionar la permanencia, exigir cuadros de compatibilidad de materias, si se reprueba no se puede seguir adelante y que se ponga un número razonable de semestres dentro de la universidad. La permanencia debe ganarse. ¿Pero cómo puede exigirse al estudiante si no hay para libros y los laboratorios no funcionan por falta de materiales? Por eso creo que la universidad debe cobrar una inscripción a los estudiantes. Un ejemplo, si los 7,500 alumnos de Físico-Matemáticas pagaran 10 mil pesos por semestre, podría contar con más de 65 millones de pesos que nunca ha tenido en su vida esa escuela, habría para libros y reactivos y los maestros podrían trabajar más allá del esquema pizarrón papel. Cobrar sin ser gravosos, y con una descentralización y un control administrativo rígido por las propias escuelas, estás mejorarían sustantivamente. Nosotros en Posgrado ya cobramos entre 350 mil y 500 mil pesos, es un hecho. Si este problema no se ha abordado es por la falta de una sincera preocupación de los universitarios”.

            Tal vez suena a eso que el ingeniero puso en boca de un profesor hipotético vilipendiado por las masas: “Señores la única forma de lograr nuestros objetivos es la de reflexionar sobre nuestro funcionamiento, revisar el tipo de profesores que tenemos, el tipo de administradores que tenemos. Y recordar que la única arma de lucha que tenemos para conseguir subsidios es nuestra superación académica”.

Años setenta. Intento frustrado de golpe contra la rectoría de Luis Rivera Terrazas.