• Sergio Mastretta
  • 03 Abril 2013

Viaje al Zempoala con Alicia, Semana Santa del 2003            (Primera parte)

De memoria, ideas y luces del viaje con Alicia mi hija a la Sierra Norte de Puebla en la Semana Santa del 2003, entre miércoles y domingo de un abril caluroso y sin lluvia que nos permitirá guardar paisajes largos de la montaña entrañable.

 

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Carretera Chignahuapan-Tetela. Se les mira parejos, aserraderos y caseríos, pero no han crecido juntos. En el vaivén del mercado maderero y su vertiginosa carrera en los noventa ahora ya forman un enredo mal encarado de costras en la planicie yerma de Chignahuapan. Penetrados por la tala, los cerros que perseguimos han sabido de permisos y legalidades sin freno en los años noventa para el abasto del boom de los rústicos muebleros. El camino asciende hacia Tetela en una cuesta de la montaña que hacia el norte quedará frente a Zacatlán, con un barrancón de por medio que llevará el escurridero de aguas a la cuenca del Necaxa por el río Ajajalpan. Ahora cruzamos el bosque que distingue a los de Chignahuapan igual por taladores que por cultivadores de pinos en un monte contradictorio por sus parajes densos o baldíos. Ignoro todo de esta trama maderera: quiénes son los propietarios; qué tan extensos son los ejidos; qué organizaciones existen; cuántos aserraderos operan; qué tanto controlan los políticos regionales, etc. Preguntas para el arranque de un viaje que guarda preocupaciones de fondo, y que ahora expongo.

      El río Zempoala. Este sistema hidrológico, el río que conglutina la aguas centrales de la Sierra –completada en sus vertientes por el Necaxa, el Ajajalpan y el Apulco para caer en la costa veracruzana en el Tecolutla--, carga también con una enorme dispersión de pueblos indios antiguos, todos ellos de agricultores minifundistas en lucha por la tierra contra el bosque y las extensiones ganaderas y de cultivos perdidas por el despojo de los caiques en el siglo XX. Son más de setenta kilómetros de cañadas y caseríos que van desde los tres mil metros en la frontera de Puebla y Tlaxcala, a los menos de doscientos en la frontera veracruzana. El bosque sobrevive igual a la depredación humana que a los incendios y las tormentas.

   La cuestión forestal. La perspectiva histórica, social, económica de la región serrana, la de más alta densidad maderable en el estado. ¿Qué ha ocurrido en el último siglo para que eventos naturales como el de las lluvias de octubre de 1999 afecten de manera tan brutal este ensamble de montañas y pueblos?

 

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   El arranque de la cuenca se mira al bajar la cuesta hacia Aquixtla, un pueblo con un territorio municipal dispuesto entre Chignahuapan y Tetela, pero que se desprende desde el sur, por el rumbo de Ixtacamaxtitlán y Tlaxcala, desde donde arrancan las primeras hebras de las aguas en riachuelos imperceptibles. La cumbre que dejamos atrás es lo suficientemente alta como para percibir el arranque del río en esa suma de arroyos y quebraderos que corren hacia el norponiente, con la vista de los cerros más altos de la Sierra,  el  Zotol y el Cozolt, que crecen  descomunales entre la bruma para escurrir sus aguas en la cañada profunda, fuera del territorio de Aquixtla. La carretera domina todo el valle entre las dos sierras que lo albergan; los cerros alcanzan los 2,900 metros sobre el nivel del mar, más de setecientos sobre la línea más baja, la del río Cuautolonico, que ya en la frontera con Tetela forma despeñaderos profundos que anuncian los que el río Zempoala ha logrado formar en Cuautempan.

   Aquixtla, con su referencia nominal a la abundancia de agua, es de los pueblos serranos que guardan la huella de la guerra imperial; el paso de los franceses tal vez se encuentre en el colorido distinto de las casas o en el cabello rojizo de algunos niños. El jardín de su plaza empinada tiene un tono de otro hemisferio, nunca lo recuerdo sombrío. Tal vez sea el paisaje conjunto del valle hacia Tetela, el que suma todos los pueblitos, recortadas por la luz poniente las fachadas blancas de las casas, con las torres de las iglesias entrometidas en las colinas, el que figura esa cualidad distinta de la que arranca la cañada del Zempoala.

   En la cuesta norte de la cañada de Aquixtla se encuentra ineludible la realidad de la devastación de la Sierra. La carretera serpentea al lado del río que poco a poco se perfila en el valle, y es en esa línea de cerros que la ausencia del bosque sobreviene en la conciencia como la falta misma de la niebla. Antes de llegar al pueblo hay un borbotón reciente de pinos, y es esa mancha pequeña en la cuesta enorme de la montaña la que echa en cara lo que la tala histórica se ha llevado. Y no hay rastro, no hay registro alguno de lo que pasó, ni cómo ocurrió que los árboles desaparecieron. ¿Cómo eran estos montes hace cien años?

 

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La Cañada, espesa de monte, hacia el sur, ahora simplemente cae en un arroyo que no anuncia el cañón profundo río abajo. Al pueblo lo han dispuesto sus fundadores en una loma que deja correr desde el sur un arroyo sereno en el que escurrieron los lavaderos de oro de las minas que le dieron fama a Tetela –todavía quedan las ruinas con sus silos de acero para la fundición, en una de las escenas más espectaculares de la arqueología industrial serrana, lamentablemente perdida para los turistas por la falta de difusión sobre su existencia. También, si se quiere encontrar uno de los movimientos de piedra más espectaculares provocados por el aluvión de 1999 en los ríos de la Sierra, este rincón que la gente conoce como La Cañada contiene un bosque de liquidámbar sembrado de miles de redondos pedregones lunares arrojados desde la montaña  para la eternidad del arranque del río Zempoala.

   Al norte de Tetela, más allá del barrio de Juárez al pie de la carretera que lleva a Ometepetl, han construido un conjunto de casas para los damnificados por las lluvias de octubre de 1999. No se ocupan más de tres de un total de ciento cincuenta. ¿Por qué ha ocurrido esto? El gobierno prefiere no hablar al respecto, pero el interrogante se mantiene y apunta a los errores cometidos en un proceso de reconstrucción medido en millones de pesos para casas, escuelas y carreteras; millones de tabiques y  metros cúbicos de tierra removida. Aquí en Juárez, en el arranque de las veredas que remontan el inmenso Zotol, también se desbordó el río y arremetió contra la propiedad del pintor Rafael Bonilla, arrebató la huerta y la fuente de una de las casas más hermosas de la Sierra, con sus esculturas en piedra y sus sobre relieves de figuras autóctonas. Profesor nacido en Cuautempan, se hizo pintor tras una larga carrera magisterial en la ciudad de México; con el tiempo plantó su taller y abarrotó de cuadros todas las piezas dela casa; y modificó también la perspectiva de sus paisanos hacia la pintura, los hizo entender la locura por la acuarela en la persecución del paisaje tras la niebla entrometida. Don Rafa el pintor, cazador de zorros en las faldas del Zotol, enamorado de la Sierra, no ha tenido en los años últimos la salud indispensable para la reconstrucción paciente de su jardín y su huerta.

Tetela es un enjambre de cerros en el corazón de la Sierra. Tiene el Zotolo inmenso que cierne el viento para mecer la niebla que guarda decenas de valles pequeños en los que los campesinos no dejan de sembrar maíz y frijol junto con ajos y frutales de todas las especies. Cerros y quebradas tan difíciles como sus nombres: Coyoco, Texcalo, Quimisuchio, Tepitz, Zoyayo, Polocojco. Finalmente, el Zotolo reina en la Sierra entre pares que no le envidian porque no le deben traza ni caseríos antiguos, iguales y remotos como Zontecomapan, a una hora en carro más dos de caminata, con sus recuerdos de zuavos derrotados por los machetes en el filo de la niebla.

   La humareda expone el incendio más reciente en las faldas del Zotol. La vemos al oriente de la carretera que enfila por la barranca hacia San Pedro Huytentan, el primer poblado del municipio de Cuautempan. Hace unos días ha intervenido el ejército para sofocarlo, pero el humo ha quedado a la espera del próximo,  que no tardará en brotar, esta vez al otro lado de la barranca del Zempoala, todavía más inaccesible a la respuesta humana para controlarlo. Encandilados por la luz del mediodía abierto sobre el Zotol, los manchones de bosque todavía ganan esa mole tendida hacia la cañada, pero casi se pierden, como si el verde obscuro no contara para un sol que año con año gana más días en su batalla brutal contra la nube.

 

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   Los pueblos en el camino a Cuautempan, como San Pedro Huytentan, se emplazan en un llano fértil y cultivado a pesar de la sequía. Hay que mirarlo suave, tendido como si nos engañara y se dijera un pueblo más del altiplano. En adelante no veremos más estos planos, y recorreremos los pueblos de Cuautempan,  Totomoxtla, Tlamanca, Tepetzintla, Ahuacatlán, Tepango, Zapotitlán, Ixtepec, Zongozotla, Huitzilan, etc. En un instante el camino quiebra y todo será un revolvedero de curvas que se pronuncian contra el cañón profundo del río. Todo el territorio por venir es el de la contienda agrícola contra la pendiente implacable de la montaña que, en su beligerancia contra la insensatez humana, terminará por abatirse sobre sí misma.

   El río Zempoala, entonces, se arma poco a poco en su ruta al norte con dos grandes cruces que lo abisman. Cerca de  Tetela, la cañada que viene de Aquixtla, ya de suyo profunda, choca con la carrera de los ríos que circundan la ciudad; el camino pavimentado deriva por un llano breve hasta San Pedro Hueytentan y poco a poco se va repegando al cerro para, a la altura de la cañada que guarda a Cuautempan, asomarse a un cañón de prismas negros, precipitados en fondos sin veredas, que rebotan el vuelo de los pájaros y sus cantos que le disputan al río su rumor y sus silencios. En un punto casi se tocan las aristas de las dos riberas, no más de cien metros separan los dos paredones; de cuando en cuando pasan los ingenieros de CFE y añoran cerrar esa garganta para la generación de electricidad, discurren sobre estudios elaborados en años recientes y que ningún profano ha leído y siguen su camino para olvidar pronto otro sueño de progreso perdido entre el disparate y la carencia de recursos y planes insensatos que caracterizan a las políticas de desarrollo del Estado mexicano.

En esa duda, yo me quedo tan sólo con la broma campesina de los dos vecinos que se miran, abismo de por medio, discuten por algún borrego perdido, pelean por pleitos olvidados y se invitan a convites venideros; los dos conocen las veredas que los unen cortadas por el río. Y también el tiempo que los sobrevive.

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