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"No es la falta de amor sino la falta de amistad y solidaridad lo que hace infelices  a las parejas". Anónimo

 

--No hay final para la tristeza-- fueron las últimas palabras que dijo Vincent Van Gogh a su hermano Theo antes de morir. Vincent se dio un tiro en el pecho cuando estaba viviendo y pintando en el sur de Francia. Murió dos días después y eso dio tiempo para  que su hermano Theo llegara a acompañarlo. Theo y Vincent fueron almas gemelas desde niños. Uno puede encontrar su alma gemela temprano en la vida, en medio de ella, o  en el momento más inesperado. Puede encontrarla en su círculo familiar o más cercano,  cruzando una calle, o al escuchar la música que suena  en una tienda de discos y libros, sorprendidos por la misma belleza que llega a los oídos de quienes de casualidad cruzan sus miradas y comparten un momento de belleza. Me pasó recientemente escuchando música en la Ghandi. La hermosa melodía  me obligó a detenerme para apoyarme contra el estante y cerrar los ojos. Un amable señor  se me acercó, me tocó el brazo y me dijo: "eso que la conmueve se llama  Peer Gynt y es de Grieg.", y me dio en la mano el disco abierto que él iba a llevarse.

--Solo hay éste, 39 pesos, pero la grabación es excelente.


Eso costó la música encerrada en ese disco. Y esa posible alma gemela se fue como llegó. A veces quien pudo ser nuestra alma gemela solo pasa por nuestras vidas un instante, otras, se quedan un rato largo o nos acompañan  toda la vida, como un firme soporte incondicional.

 Las almas gemelas nos ayudan  a encontrar salidas  de oxígeno en este laberinto que llamamos vida. Es posible que la  imponente obra de Van Gogh no hubiera sido posible sin el apoyo constante de  Theo su hermano y, coincidentemente, también su alma gemela. Van Gogh pintó por poco tiempo, de los 28 a los 38 años, pero  a partir de que se enamoró de la pintura no dejo de pintar un solo día. Antes hizo muchos intentos por encontrar su rumbo y un  incierto camino a la felicidad. No tuvo suerte con las mujeres. Una probable epilepsia, una enfermedad  difícil de diagnosticar y sobrellevar en ese tiempo  y aún ahora, no solo por los prejuicios existentes  hacia la enfermedad, sino por las secuelas que  va dejando en quien la padece cuando no hay medicina, hicieron de Van Gogh un hombre introvertido, místico y excéntrico siempre. Su sensibilidad a flor de piel quedó en carne viva conforme fue pasando su vida. En su primera juventud  se hizo predicador  y misionero. Se fue a vivir con los mineros holandeses,  a compartir con ellos una vida dura e implacable.  Ahí empezó a pintar sus primeros cuadros,  ya con movimientos y pinceladas únicas pero  con colores obscuros y ocres, reflejo de la triste  realidad que vivía. Su radicalización en defensa de los mineros en busca de mejores condiciones de vida  para ellos, lo confrontó con los dueños de las minas y ocasionó que lo expulsaran de la orden  misionera .Su hermano Theo  lo protegió y le dio trabajo en una elegante tienda de venta de arte en la que él mismo trabajaba. Ahí conoció mucho de pintura y se familiarizó con el arte japonés, con su  aparente sencillez  y su estructura áurea perfecta, arte que tendría una enorme influencia en su forma de  pintar. Peleaba con los clientes que buscaban pinturas que combinaran con el tapiz de sus sillones. Odiaba la superficialidad.  No duró mucho ahí. Decidió irse a París, a donde llegó a  descubrir el color  y la luz al entrar en contacto con el efervescente movimiento de los impresionistas. Se hizo amigo de Gauguin, un banquero que abandonó a su familia para convertirse en pintor profesional y que acompañaría a Vincent durante un tiempo cuando ambos se fueron a pintar al sur de Francia.- La pintura de Van Gogh, como es bien sabido, no tuvo éxito mientras vivió. Muchos de sus cuadros  los adquirió el  dueño de la tienda de  materiales de pinturas, a cambio de  los colores, brochas y telas  que le proporcionaba a Vincent. Su hermano Theo lo mantuvo a lo largo de esos diez años, y Vincent le iba enviando todos sus cuadros junto con cartas en las que explicaba el porqué de cada trazo en una tela, el porqué de un color o de una composición innovadora. Otro de sus grandes adquisidores de cuadros fue el señor Marchant, su doctor, a quien Vincent pagaba  sus cuidados médicos con pinturas, autorretratos y retratos del doctor y su familia .La colección del doctor Marchant es hoy uno de los grandes patrimonios del museo de los impresionistas en París. Además de ser el doctor de Vincent, fue algo más valioso: su amigo. En Arles, en los últimos meses de su vida, Vincent se enamoró locamente de una prostituta que lo despreció y a la cual le mandó como regalo su oreja envuelta en un pañuelo. Luego pintó su autorretrato con la cara vendada. Fueron los últimos meses. Su vida había entrado ya en el despeñadero final. Aun así, hasta el último cuadro que pintó en esos días, un campo de trigo sobre el que vuelan unos cuervos negros, con un cielo violentamente azul, es hermoso. Y seguía enviando su obra metódicamente a su hermano, quien un día le avisó, dichoso, que había vendido una de sus pinturas y le envió el dinero. Theo dio a Vincent todo: cariño, cuidados, dinero, amor incondicional. De las cartas intercambiadas entre ambos surgió el libro "Cartas a Theo", un monumento a la hermandad y la solidaridad, no solo entre hermanos, sino entre seres humanos. La obra de van Gogh es un canto a la vida, a la sensibilidad, a la belleza, al color deslumbrante. Su cuadro de "Noche Estrellada" es un compendio de todas las noches  estrelladas del mundo. Cuando todo está obscuro, la memoria de ese cuadro visto en París me llena de luz el alma. Seis meses después de la muerte de Vincent, Theo se suicidó.  Los dos hermanos están enterrados juntos en una sencilla tumba.

Theo tuvo otra alma gemela cerca de él: su esposa. Muertos ambos hermanos, se dedicó a clasificar con todo cuidado la obra de Vincent, a documentar su vida y sus cartas, a recopilar cuadros desperdigados aquí y allá. La madre de Van Gogh no supo darle amor,  nunca lo entendió, mucho menos su arte. La esposa de Theo todavía rescató un maravilloso cuadro de Vincent que su madre tenía  cumpliendo la función de puerta de su gallinero. Quizás por cosas como esas Vincent  no encontró el camino a  la felicidad y a la serenidad.  Aun así, nos legó sus amarillos feroces, sus cielos desafiantes, los retratos de sus zapatos, el cuadro de su cuarto en Arles. Hay almas gemelas a las que nunca conoceremos en persona, pero nos han dejado su luz  y su aliento en un cuadro, en una  melodía inolvidable o en un libro excepcional; destellos que nos sorprenden  poniendo un final a la tristeza.