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La tercera ruta de la conversación con Adán y Paúl Xicale

 

 

Dos veces corta por el llanto su relato Adán Xicale. Cuesta ver llorar así en el patio de una cárcel en la que se hacinan más de 700 presos a este hombre templado y sereno, expresión de lo mejor que una sociedad quebrada como la nuestra tiene, pero tratado como criminal por la justicia poblana.

La siguiente, narrada en primera persona, es la historia de vida de Adán Xicale Huitle, el luchador social cholulteca preso político del régimen de Rafael Moreno Valle. El relato transcurre a lo largo de cinco visitas al penal de San Pedro Cholula, donde ha vivido su encierro desde su detención que este miércoles 7 de octubre cumple un año, a pesar de los dos amparos federales con sentencia de libertad otorgados a Adán y a su hijo Paúl. En paralelo al análisis de su proceso penal, plagado de irregularidades y actos abiertamente ilegales por las autoridades judiciales –que le llevan también a analizar el funcionamiento del sistema de justicia y la realidad de las cárceles mexicanas--, Adán ha relatado sus primeros años de vida como niño campesino en San Andrés Cholula, los conflictos sociales vividos en los años setenta y ochenta que marcaron su derrotero como luchador social y defensor de los derechos de los pueblos campesinos en Puebla.


Detalle del emblema de los Xicale colgado en el despacho de Adán Xicale en San Pedro Cholula; tomado del Códice Borbónico por Manuel Tlahtea G.




Adán Xicale Huitle.

 

Yo me apellido Xicale Hueytetl, y este segundo apellido quiere decir Gran lumbre, o Lugar de Lumbre. Mis papás no me registraron así, lo dejaron en Huitle, pues no querían que en la escuela me molestaran por lo de güeytle. Es que en Cholula ya se daba el choque de lo náhuatl con lo mestizo, ya había un estigma por ser indígena. Mi abuelita hablaba la lengua, y yo de niño la entendía.

Fui a la escuela primaria Paz Montaño, en San Andrés Cholula. Ahí hice mi primer año. Luego mi papá enviudó, yo perdí a mi mamá cuando tenía cinco años. Entonces no hubo quien se responsabilizara de mí y por lo tanto ya no me inscribieron al segundo año. Después me metieron a la Juan C. Bonilla en San Pedro, y ahí hice mi primaria. Para la secundaria quise entrar al Centro Escolar, pero nos engañaron, dijeron que el examen era a las 9, y lo hicieron a las 8 de la mañana, así que acabé en la García Cisneros, en San Pedro, donde por primera vez escuché hablar de comunismo, es el demonio, nos decían los frailes. Entré ahí por necesidad, rezábamos todos los días al entrar y para salir, y la misa los viernes y la palabra salvación todo el año.

Yo ya había estado en este edificio, muy niño, cuando todavía esta vieja construcción era el hospital en San Pedro Cholula. Me mordió un perro y me tuvieron que poner 14 inyecciones para la rabia. No había más que este sanatorio.

Yo vengo de una familia campesina, no tenía idea de la ciudad, no sabía que existía la UAP, no sabía nada de nada. A Puebla sólo iba al mercado de La Victoria, me iba en un camión café con blanco y en ese mismo me regresaba. Y siempre que fui ahí me quedaba, nunca conocí entonces el zócalo. Yo iba a vender los bultos de manzanilla, de cebollas, de acelgas. Era un niño campesino.

Cuando era todavía un niño, un jovencito, hubo un conflicto político en San Andrés Cholula. El pueblo tomó la presidencia. Fue el pueblo contra el partido único, contra la imposición, pues ahí el que mandaba era Filemón Pérez Cáceres, de la CROM en la fábrica de San Diego Textil, compadre de Antonio J. Hernández en Atlixco. Él quiso un vez más imponer a su candidato, se llaman Vicente de Aquino Meza, pero la gente se reveló contra el caciquismo, se organizó y pidió ayuda a los estudiantes de la UAP. Vamos a ver a los estudiantes, dijeron. Entonces apareció un tipo que le decían “El Manitas”, porque al parecer perdió las manos con una bomba casera, yo no lo sé. Pero a los estudiantes buscó la gente, y encontraron ayuda. Por el pueblo encabezaron Prisciliano Zamora, Pedro Solís, Diego Coyópol, Pablo Tomé, Margarito Tomé, pero participaron muchas mujeres, ellas tomaban las decisiones en las asambleas. Llegó un momento en que una asamblea los estudiantes dijeron “hay que tomar la presidencia”. Y no era la única que se tomó. Eran muchos los pueblos descontentos, y fueron varias presidencias las que se tomaron: San Pedro, Cuautlancingo, Coronango, Tlaltenango, Calpan, además de la de San Andrés.

Ese día estábamos en la casa, yo tenía unos doce o trece años. Dice mi tío Constantino Xicale, “vamos a cortar palos”. Él tendría unos veinte años, y trabajaba en la fundición Fraga. Con mi papá hicieron unos tercios, era parte del plan. Ahí mismo en casa mi abuelita se puso a moler chile para revolverlo con cal, y se lo echó en el delantal, yo no sé, pensarían que con eso se defenderían de los granaderos. Y dicen, “se llevan a Adán”, y ellos estuvieron de acuerdo, y que me llevan. Nos trepamos en las bicicletas y nos fuimos a casa de Prisciliano Zamora, que estaba a media calle de la presidencia, y cuando llegamos ya había como doscientas personas entre mujeres y hombres. Recuerdo que dijo mi abuelita: “ai están ya los estudiantes…”

 

Adán corta el relato. El llanto le gana. Las lágrimas corren pronto. Sigue.

 

Veo que ya estaba la asamblea, reunida la comisión del pueblo. Y en medio, un hombre de lentes, bajito, moreno, delgado, de cabello lacio, le hablaba a la gente, decía “compañeros”,  y a mí me llamaban la atención sus manos, lo que quedaba de ellas al final de unos brazos cortos, unos dedos como pinzas. Era “El Manitas”. Decía: “Compañeros, vamos a ir a la presidencia, de un lado las mujeres y de otro los hombres. Vamos  a detener a los policías.”

A mí me dicen, te vas con las mujeres. Ya era de noche, no había alumbrado público, y todavía estaban esos árboles enormes, los fresnos de la plaza de San Andrés que años después (en 1993) un presidente municipal tumbó en tres días. El pueblo atacó con una táctica de pinzas, y se encontraron con que la mayoría de los policías dormía. “¡Ahora!”, gritaron, y atacaron a los policías, la gente empezó a golpearlos, y muy pronto tomaron la presidencia. A unos polis rebeldes los amarraron, pero uno de ellos logró escapar y dio aviso al gobierno. Para entonces ya serían como las 11 de la noche.

A la 1 de la mañana vino el contragolpe. Yo todo lo veía desde el jardín, entre los árboles. Unas personas empezaron a disparar contra la presidencia. Entonces conocí de los cañoncitos de bronces que se utilizaban en las iglesias para lanzar las bombas en las fiestas. La gente fue por ellos, tenían cohetones, por lo menos harían ruido, darían la apariencia. Pero por la esquina de la calle 5 de Mayo vimos que llegaba la policía.

Así nos amaneció.  Yo me fui para la escuela. En el barrio había inquietud, temor, efervescencia. Me dice una tía: “El gobierno va a recuperar la presidencia.”

A las 2 de la tarde regresé al zocalito de San Andrés. Llevaba mi pantalón beige, mi camisa blanca y mi suéter, el uniforme oficial de la García Cisneros, venia de la escuela. Ahí estaban las señoras, muy asustadas, nerviosas. “Les echaremos cal a los ojos”, decía mi abuelita. Estábamos frente  a la Parroquia, del otro lado del jardín, y por ahí vimos que llegaron los soldados en un camión, y de otro bajaron los policías. Los soldados se emplazaron en una calle, y adentro, hacia la presidencia, se formaron los agentes con rifles, escudos, palos y pistolas de gas lacrimógeno. Empezaron a avanzar los polis contra la gente que resguardaba la presidencia, y atrás de ellos caminaban los soldados. Yo de nuevo me metí entre los fresnos enormes. Todo sucedió rápido, lo recuerdo como si lo viera en una película: los polis se dispersaron, se metieron entre los árboles y no avisaron, empezaron a aventar las bombas de gas contra la presidencia y arremetieron a garrotazos contra la gente. Vi cómo golpeaban a mi prima Eugenia y a las mujeres que estaban al frente. A mi lado pasaban corriendo los policías, pero yo era un chamaco desnutrido y como si no estuviera, ellos iban contra los que resguardaban la presidencia. Duró como una hora la refriega. A mi papá, a mi abuelita, vi cómo los golpeaban. Detuvieron a todos los hombres que pudieron. No agarraron a las mujeres. Así el gobierno recuperó la presidencia.

Eso me marco.

            Pero el pueblo se reorganizó. Con la ayuda de los estudiantes se organizó una manifestación en la ciudad de Puebla. Entonces caminé por primera vez por la avenida Reforma, nunca había visto esas casonas altas, esos edificios. Y nunca había visto una multitud protestando. Fue entonces cuando conocí por primera vez el zócalo, con la gente gritando su coraje. Fue entonces cuando vi por primera vez la catedral. Pero también fue la primera vez que participé en una manifestación y supe lo que es un mitin.

Y por primera vez vi el triunfo de un movimiento. Eran otros tiempos: el gobierno cedió, liberó a los presos, negoció con el pueblo, desapareció el gobierno municipal y nombró un consejo municipal. Entonces se nombró por primera vez a una mujer como presidenta, y fue la maestra María Zamora Totozintle. Ella gobernó bien al principio, tenía autonomía frente al gobierno estatal, pero después, por la falta de claridad y conciencia política, fue cooptada por el gobierno.

Así empezó mi vida de luchador social. Sufriría dos intentos de asesinato y dos intentos de detención. Pero eso vendría después. Entonces no tenía más de trece años de edad.

Adán, su iniciación en la política

 

Adán: Yo estudié la secundaria en el Instituto García Cisneros, una escuela católica, confesional, de frailes y maestros laicos muy conservadores. Ahí iban los niños acomodados de Cholula, los hijos de la clase pudiente, la clase política gobernante de San Pedro. Por ejemplo, ahí tuve de maestro de matemáticas --él era muy joven--, a Arturo Carranco, que luego fue presidente municipal de San Pedro; ahí fueron compañeros los Blanca, los Jiménez, los Covarrubias; ahí iban los niños ricos de Chipilo. La verdad es que nos segregaban a los de los pueblos, ellos se juntaban con sus similares, el ambiente era muy religioso, pero había clases sociales.

Ahí fue donde por primera vez escuché hablar de “comunismo”. Decían los curas: “El comunismo es malo para los pueblos, va contra la religión católica.  “Yo entonces sólo me preguntaba, bueno, ¿y por qué?”

Cuando terminé la secundaria solicité entrar a la prepa de la BUAP, pero no lo logré. Así que me enteré que había una nueva prepa llamada Salvador Allende en San Martín Texmelucan, incorporada a la UAP. Yo no lo sabía, pero a los pocos días me entero que era creada por los FUAS (Nota: Frente Universitario Anticomunista). En fin, pagamos la inscripción y los exámenes, pero muy pronto nos enteramos de que la prepa no estaba inscrita en la UAP, que no existíamos como estudiantes. Hicimos una manifestación en el Carolino, no una, varias, ahí conocí el Paraninfo. Y ahí escuché a un funcionario de la universidad que dijo: “¿Cómo los vamos a reconocer si los directivos de su prepa no presentaron la documentación, ni el trámite de incorporación, ni los derechos de exámenes? O a ver, que les muestren los papeles.” Efectivamente, no había papeles. Empezó la deserción.

Eso fue allá por 1975. Perdí el semestre. Cada quien le buscó en donde pudo. Yo me inscribí de nuevo en la prepa Zapata, al año siguiente, y fui a dar al Carolino. Entonces conocí a muchos que tenían un discurso comunista, como el doctor Sergio Flores, que a últimas fechas resultó gobiernista, un hombre muy listo, muy hábil, gran orador, muy de izquierda. Yo era jefe de grupo, y por eso me acerqué mucho a él. Qué decepción, después me lo encuentro cuando él es subsecretario de Desarrollo Urbano, lo sentí como una traición a sus ideales.

Conocí entonces  varios maestros de Cholula, como el profesor Miguel Hernández, de Coronango. Entonces se corría el rumor de que muchos eran comunistas, esa era la característica de aquellos años. Vivíamos la efervescencia de las marchas y las manifestaciones, muy pocos eran los que iban al villar o al cine, éramos la gente de los pueblos, los de bajos recursos, quienes íbamos a las marchas. Del otro lado estaban los que tenían padrinos en la universidad, esos no estudiaban, no les preocupaban los exámenes. Eran los tiempos de la lucha por el subsidio a la universidad pública, por eso peleábamos. En mi salón, tan sólo, éramos más de 50 alumnos. Lo cierto es que en los siguientes semestres había muchos menos, la gente ya no seguía.

Fue por esos tiempos en la Zapata cuando surgió un movimiento en mi barrio de San Juan Aquiahuac por el problema de los pozos de agua, los pozos caseros que eran los que las familias en San Andrés siempre han tenido para abastecerse de agua, hasta la fecha, pues todavía hoy no hay sistema de agua potable en muchos barrios. Entonces hubo un gran carestía de agua en la ciudad de Puebla, y algunos en el pueblo empezaron a sacar agua para vender, empezaron a perforar más profundo, cuatro pozos profundos que se chupaban el agua, lo que provocó que nuestros pozos caseros se secaran. Fueron los señores grandes los que se empezaron a organizar, mi papá entre ellos.

Me dice mi papá: “Quiero hacer un escrito a Recursos Hidráulicos, se tiene que parar esta explotación del agua, ayúdame.” Pero yo no sabía nada, no tenía idea de cómo hacer un escrito. Entonces fui a la prepa y le pregunté a un maestro que cómo se podía hacer, y me dice, no sé, pero ve con tal maestro, ya ni recuerdo quién fue, y ese me dio la idea de ir a la 17 Oriente número 10, así me enteré que esas eran las oficinas del Partido Comunista. Y ahí estaba Jorge Chávez Palma, ahí conocí a Luis Ortega Morales, a Neftalí Garzón Contreras, a Enrique Condés Lara y a uno de apellido Tovar. Ellos me ayudaron con el escrito, y ellos me dijeron que la lucha no era nada más por el agua, que no era sólo lo legal, que teníamos que concientizar a la gente, organizarla en comités, hacerles entender que se trataba de un problema social.

 

Adán corta el relato por segunda vez. Las lágrimas escurren por su rostro.

Ellos no me hablaron de marxismo, no me dieron a leer nada, pero me explicaron que era el gobierno el responsable, me hablaron de los pobres, que el gobierno no les daba respuesta, que favorecía a los poceros.

A la larga, el movimiento fracasó, aunque duró más de diez años la bronca. Pero yo por eso quise estudiar leyes, para aprender a defendernos. Yo quería estudiar agronomía, porque yo era campesino, mi papá tenía algo menos de una hectárea, pero yo desde jovencito trabajaba en los terrenos de otros. Pero entonces iba en la prepa, y decidimos organizarnos contra el movimiento de pipas de los poceros.

Ese movimiento no tenía descanso entre las 6 de la mañana y las 10 de la noche, así que decidimos hacer un encuesta para ver cuánta agua estaban sacando las pipas, pues había más de cien, de a cuatro mil, ocho mil, 12 mil y hasta 40 mil litros, así que calculamos que llegaron a sacar hasta 10 millones de litros al día, era una explotación terrible. Es que la ciudad de Puebla no tenía agua, todavía no perforaban los pozos de Nealtican. Además, destrozaban los caminos, los frentes de las casas, así que la gente se reveló, empezamos a volantear, a informar a la gente, a parar a las pipas, a hacer manifestaciones en Puebla, lo que obligó a que el secretario general del gobierno del estado nos llamara a negociar, era Jesús Morales Flores, quien tenía sus oficinas en la 7 Norte, entre la 10 y la 12, donde hoy está el registro público de la propiedad. Así que nos llamó ese funcionario, y por abajo, los poceros quisieron comprarme, me ofrecieron un pozo y una pipa si traicionaba a mi gente, que me hiciera tonto. Para entonces ya iba en primero de Leyes.

Jesús Morales nos dijo que entendiéramos, que ellos, los poceros, estaban legales, que tenían permisos y pagaban impuestos. Nosotros lo rechazamos. La respuesta fue que nos fincaron un proceso penal. Inventaron que asaltamos a un pipero, a mí, que lo atraqué con una pistola y le quité 19 mil pesos, a mi papá, que llevaba una navaja y le robó 11 mil pesos, a mi abuelita Refugio Tomé y a la señora Cleotilde Tomé, que se treparon a la pipa y agarraron a palos al camión. Nos metieron al bote a mi papá y a mí. Era, por cierto, otra cárcel, no ésta, la del antiguo hospital, era un patio junto a la presidencia municipal, y no había más de veinte presos metidos en tres cuartos.

Estaba yo trabajando en el despacho del papá de Roxana Luna, Eulogio Luna Montiel, que era un luchador social. A mí me detuvieron a las 2 de la tarde, a mi papá poco después, antes de que entrara a su trabajo en el Hospital Psiquiátrico ahí en la Pirámide. Los compas se movilizaron en Puebla, y el gobierno ofreció sacarme a mí, pero que se quedaba mi papá, lo que no acepté, yo me negué. Así que me tomaron mi declaración. Pero para entonces yo era regidor en el ayuntamiento de San Andrés, por eso ofrecieron soltarme. El juez puso una fianza de mil pesos, y el gobierno la pagó. Tal vez entonces los funcionarios eran más sensibles, “no se preocupen, nosotros cerraremos el caso”, nos dijeron, y nos acabaron soltando a los dos.

Así eran las luchas en aquellos años. En la UAP la movilización estudiantil la dimos contra el aumento a los pasajes y por el descuento a los estudiantes. En Cholula había una Asociación Cholulteca Estudiantil, y ahí estábamos de todos los pueblos, queríamos el 50 por ciento de descuento en todas las líneas que corrían a Puebla, pero igual peleaban los de Atlixco, los de San Martín, los de Tepeaca, los surianos. En esa lucha conocí a Dulce María Gregorio, hoy convertida en abogada y académica, docente en prepas particulares y en la BUAP. Con ella formamos la Organización Estudiantil de San Andrés, que no tuvo mucho éxito. Pero ella me invitó a ingresar al Partido Comunista, en 1978. Ahí conocí a muchos campesinos que hablaban de su lucha, de la toma de tierra, de los asesinatos. Yo no había leído nada, sólo participaba en las movilizaciones, lo poco que sabía de marxismo era lo que nos daban en la prepa y luego en leyes: economía política, filosofía, lógica.

Fue entonces cuando se dio otro conflicto político en San Andrés. Y de nuevo, un pleito entre los priistas, no fue como en los años setenta, cuando el pueblo se reveló contra el caciquismo de la CROM. Eso ya había pasado, de nuevo imperaba la despolitización, esa lucha se desaprovechó. Esta vez el pleito era dentro del PRI, pues había un candidato de la CNC, Octaviano Melo, que era de San Francisco Ecatepec, pero los de la CROM no lo querían y se pelearon entre ellos. Mi papá iba como regidor en la planilla de Melo, que fue el que ganó la elección, pero pronto se deslindó de él. Dulce y yo participamos en una planilla como del PC, con un señor Antonio Memehua Xicale, pariente lejano mío, a quien convencimos de que participara. No nos fue mal, sacamos unos 300 votos. El PAN también participó con su candidato, tuvo 800 votos y alegó fraude en la elección. El caso es que ganó Octaviano con 1500 votos y los de la CROM se enojaron, tomaron la presidencia y no lo dejaron que gobernara. Se dio la lucha conjunta, en contra de la imposición del candidato del PRI, en contra del fraude y por la limpieza de la elección. Intervino Gobernación estatal y finalmente se desaparecieron los poderes y se nombró un consejo municipal, el segundo, pues ya antes, con la rebelión en contra de la CROM en los setenta, hubo otro con María Zamora Totozintle de presidenta municipal. El gobierno equilibró las fuerzas entre la CNC y la CROM, y entonces quedamos Dulce y yo como regidores, ella de Educación y yo en Industria y Comercio, y como presidenta Guadalupe Coyópol.

Eso fue en 1981, cuando San Andrés era un municipio al que todavía no se tragaba la ciudad. La presidencia era pobrísima, tenía un camión de volteo, una combi y una camioneta de tres toneladas; no había sistema de agua potable y la fuerza pública la componían dos policías y un comandante. La presidencia era muy chiquita, tenía una recepción con el archivo del registro civil, el escritorio de la Junta de Reclutamiento y una salita de espera que daba a la oficina del presidente, y ésta sólo tenía un escritorio, un sillón largo, unas sillas de madera, la vitrina con la bandera nacional y un foto del presidente de la república. El único que tenía salario era el alcalde. Eso era San Andrés Cholula.

 A la mitad del periodo, un día, al presidente se le ocurre informar que se le había perdido un cheque por 184 mil pesos. De explicación dio puros pretextos. Se le vino encima el revanchismo de la CROM. Nosotros, Dulce y yo, exigimos la devolución del dinero por la vía de la denuncia y la exigencia de auditoría, y se nos unieron los demás regidores. Así se hizo y se comprobó la responsabilidad del presidente. Por supuesto, llegó el gobierno estatal a negociar, y a mí el delegado me propuso bajarle a los ataques al presidente, que mejor fuera yo su asesor, que me darían una lana y que terminando me darían chamba en el gobierno de Puebla.

Yo no acepté, y eso que estaba recién casado. Sí, me casé a los 23 años con Hilaria Isabel Coyópol, la mamá de Aurora, Josué, Norma y Alejandro Paúl. Así fue, en ese momento se da el conflicto. Triunfamos, se hizo la auditoría, se nombraron nuevos regidores y presidente y Dulce y yo terminamos el periodo. El gobierno intervino y nuevamente disolvió el gobierno, echó fuera a ocho regidores del PRI y puso a Rafael Cuautle Rojas, de otro grupo priista, pero ya no de la CROM ni de la CNC. En Cholula siempre ha habido el poder tras el trono, el gobierno del estado controla a los municipios.

Así fueron mis primeros años de lucha. Muy joven me casé. Seguí la carrera de Leyes, pero por las dificultades económicas no la terminé. Me puse a trabajar como abogado, primero como asesor agrario de la organización UGOCEP (Unión General de Obreros y Campesinos del Estado de Puebla), con Jorge Méndez, sobrevivía a duras penas, llevando casos pequeños. Como militante formé parte del PSUM (Partido Socialista Unificado de México), en el PRS con Alejandro Mercado, y después en el Frente Democrático Nacional que impulsó a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Fui de los fundadores del PRD en Puebla. Con el tiempo participé como candidato a la presidencia municipal de San Andrés, no gane, pero tuve 2,500 votos.

Co el tiempo mis hijos crecieron. Entonces me di cuenta de que por la militancia había abandonado a mi familia, y que fue un gran error. Por eso, en 1990, entré a un despacho asociado con Joaquín Moisés Totozintle, pero pronto tronamos. Mejor puse mi propio despacho, muy poco después, en la 5 de Mayo y la 12 Poniente, empecé a llevar asuntos civiles, pleitos por terrenos, divorcios, etc., nada penal. En esos mismos años noventa me pasé al despacho actual, en la avenida Hidalgo 504, a una cuadra de este penal en donde nos encontramos.




Emblema del apellido Xicale.