• Anamaria Ashwell
  • 27 Octubre 2014
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Crónica de una protesta ciudadana en el día de “Las Chinas” en San Andrés Cholula

 

A invitación de unas cuarenta mujeres sanandreseñas que me dicen “arqueóloga” (y con mucho respeto honrando mi profesión de antropóloga y de cholulteca) me trasladé a San Andrés Cholula para atestiguar una protesta que organizaron en el día de “Las Chinas”. La fiesta patronal dedicada a San Andrés (30 de Noviembre) inicia con una invitación a las autoridades civiles y se realiza el último domingo de octubre que cayó en este día 26. Le llaman a este convite el “Día de las Chinas”.

 

 El Fiscal Mayor, Joel Torres, asistido por unas muchachas vestidas de chinas poblanas, con una banda y un mojiganga (una suerte de panzón o muñeco de papel maché) con la figura de un charro formaban su séquito. Él iba acompañado mayormente de familiares. Después que la comitiva oficial se adentró en el Palacio Municipal detrás de ellos se introdujeron alrededor de 100 o 150 manifestantes con pancartas. Una pancarta decía: “No estamos todos. Faltan Adán Xicale, Paul Xicale, Primo Tlachi y Albino Tlachi”. Me detuve detrás de un policía que con radio en mano pedía “instrucciones” desesperado; una mujer policía rebasada se hizo a un lado y pasaron a los manifestantes. Las mujeres gritaban fuerte y festivamente le decían a los policías en su cara “la presidencia es del pueblo”.

 

Si en ese momento Leoncio Paisano estaba ya presto para recibir a la comitiva oficial despareció porque en su lugar llegaron una veintena (si no es que más) degranaderos con armas y metralletas. Yo saque mi cuaderno y subí las escaleras para tener una mejor perspectiva de lo que estaba sucediendo. Cuando de pronto escuché un  golpe porque cerraban  los enormes portones de entrada y todos, manifestantes y comitiva oficial y yo, quedamos encerrados. Los manifestantes no dejaron de corear consignas y las mujeres se le acercaban a los policías diciéndoles “no les tenemos miedo”; otras gritaban “somos pueblo”. Oí que afuera repicaban las campanas del templo y la banda que acompañaba al Fiscal Mayor empezó a tocar. Los policías separaron a la comitiva oficial y las chinas y los jóvenes vestidos de matachines fueron separados de los manifestantes que quedaron rodeados por unos treinta policías fuertemente armados. Un policía regordete con lentes oscuros y cargando una metralleta automática se subió la escalera y se colocó (casi rozándome) a mi lado. Y cuando me empezaba a entrar miedo sucedió lo más inesperado: el mojiganga que se había puesto a bailar con la banda de pronto se acercó a los manifestantes y las mujeres con sus pancartas pidiendo la liberación de los Xicale y Primos se pusieron a bailar con él. Un funcionario del Ayuntamiento que mascaba chicle nerviosamente no alcanzaba a detener al mojiganga danzante y trataba de acceder a la ventana abierta en el estómago del charro para dirigirlo hacia la comitiva oficial; el muñeco con varios metros de altura  giraba y giraba y el funcionario con la asistencia de un policía finalmente logró que se detuviera y se desvista. En verdad el bailón había terminado porque de adentro salió un joven sonriente que se arregló los cabellos alborotados mientras unas muchachas de la comitiva oficial le festejaban con abrazos y besos. Los manifestantes fueron en ese momento escoltados afuera y salieron tan pacíficamente como entraron. Las puertas del Ayuntamiento se volvieron a cerrar. Nos quedamos adentro resguardados unas cuarenta personas la mitad eran policías; y el gordito con metralleta que estuvo a mi lado subió  a un descanso superior de la escalera.

 

Y entonces se apareció Leoncio Paisano.

 

Haciendo las muecas que le hemos visto en videos porque le molesta su dentadura postiza se dirigió a la concurrencia. Yo me baje de las escaleras para escuchar porque el ruido era intenso. Empezó pidiendo disculpas por los manifestantes aclarando que son “unos pocos” y que él siempre está abierto al dialogo. Una “china” le dijo en voz alta “Cállate, no vinimos a eso”. Leoncio Paisano no se dio por enterado y continuó diciendo “que esas pocas personas” han sido mal informadas porque “yo apoyo las tradiciones”. Y prometió que en lo que falta de su administración “va a haber apoyos”. Su discurso fue improvisándose pero yo apenas logré oír algunas frases por el ruido de golpes en las puertas y las campanas; pero escuche por lo menos tres veces referencias “a esas pocas personas”, a “las familias de bien”, otra vez “lamentablemente unas pocas personas” y también “estamos unidos”. Después se acomodaron todos para las fotos y Paisano pidió se acerquen también las “chinas”. Yo me volví a subir a la escalera para poder ver desde lo alto pero los golpes en la puerta del Ayuntamiento eran fuertes e insistentes. Pensé que los manifestantes no se habían retirado. Me ubiqué en el medio descanso de la escalera lateral para llevar apuntes y como no traía cámara ¡chin! le pedí a una jovencita que las foto que tomó con su teléfono me las enviara (nunca me llegaron);  el policía con lentes oscuros aguardaba en el descanso superior y acariciaba su metralleta automática.

 

De pronto se me aproximó una jovencita de suave y pausado hablar que llegó a saludarme con una hermosa niña de la mano. En medio del ruido escuché que me dijo algo como “Ud. es la antropóloga”, oí algo del INAH después, y ella se presentó como la Secretaria de Cultura (los gritos y golpes a la puerta se volvían cada vez más fuertes). Y para mi sorpresa ¡me invitó a sacarme una foto con Leoncio Paisano! Le di las gracias pero le dije que yo no podía sacarme una foto con un alcalde que autorizó ese parque en suelos sagrados de las Cholulas. Ella me explicó que Leoncio Paisano ni sabía de ese parque: “No estaba enterado” dijo. Alcancé a decirle que si no estaba enterado ¿por qué procedió a expropiarle sus tierras a los cholultecas y en gran perjuicio de la cultura de los pueblos cholultecas? Me sonrió y sin respuesta aproveché para despedirme; al dirigirme al frente vi cuando los policías abrieron la puerta. Una docena de personas se volcaron hacia adentro y eran los que estaban gritando y golpeando la puerta desde afuera; algunos vestidos de ciclistas (porque habían organizado una rodada para este evento) entraron airados reclamando que se habían quedado afuera del “convite”. Los policías les dijeron “Disculpen pero se nos perdieron la llaves”.

 

Cuando caminé unos pasos ya en el zócalo me encontré con la policía montada y uno de ellos con la cara cubierta con pasamontañas. Los que protestaron largo tiempo se habían dispersado y solo algunas mujeres permanecían en una calle lateral del templo porque una periodista las entrevistaba. Escuché a algunas de ellas decir “Queremos la libertad del Lic. Xicale, su hijo y los hermanos Tlachi. Queremos que Paisano se retracte de su parque y las expropiaciones en público y en Cabildo porque nos ha mentido muchas veces”. Otras comentaron que los delincuentes son otros no el Lic. Xicale. ¿Por qué no están presos los borrachos que le tiraron piedras? Todos los vimos. No eran de aquí y están bien identificados”. Y una mujer suspirando cansada le dijo a la joven reportera: “Mire señorita. Solo pedimos que Paisano  libere al Lic. Xicale y nos dé un documento que se echa para atrás con su bendito parque y nosotros ¡le dejamos en paz!”.

 

¿Oyó usted Lic. Paisano? Porque yo lo oí y anoté en mi libreta y más claro que el agua y en el medio del ruido del convite de las chinas poblanas.

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