• Verónica Mastretta
  • 19 Junio 2014
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Soy parcialmente villamelona con respecto al futbol. No lo soy del todo porque el futbol llegó a mi casa en infancia, cuando mis hermanos entraron al colegio Oriente y el fut se volvió la pasión de sus vidas. Los domingos de partidos buenos, si es que los había, mi papá y hermanos se iban corriendo a la misa más temprana para regresar al recinto sagrado que era la salita en donde estaba la televisión con su reinante y solitario canal Dos.

Mi papá se aliaba a los defenestradores del futbol mexicano, al que no paraba de criticar, pero no se perdía un partido acompañado de mis tres devotos hermanos, que se dormían cuando mi mamá nos ponía a rezar tres jaculatorias, pero que se soplaban hasta los más aburridos y abyectos partidos todos los domingos sin falta.

Me acuerdo de la “Tota” Carbajal, del eterno Nacho Trelles, de los equipos claves tales como el Atlante, los Pumas y el elegante América, odiado entonces en mi casa sepa Dios por qué. Desde la salita surgían los gritos de “¡gooool!, “¡chin!”, “¡carajo, dale, guey!” y otros, y en partidos de finales las mujeres solíamos entrar a ese cuarto que era un caldo de cultivo de humores, arommeas y pasiones.

Muy temprano en sus vidas mis hermanos entraron a jugar al Duckla, equipo con el cual libraron tormentosos partidos, en el que una vez a mi hermano Daniel que jugaba de portero, le metieron diez goles.

Carlos era el líder y el rey de su equipo, el que metía los goles. Fue mi contacto más cercano con un crack. Sergio, ya entonces apodado por mi padre como “El Cerillo” por su carácter de cortas pero ardientes explosiones, jugaba también. Antes de un partido, se hincaba afuera de la cancha, perfectamente uniformado y serio, y entre persinadas encomendaba su triunfo a Dios, como lo hacen hoy un gran número de los jugadores que vemos entrar a la cancha en el mundial. Sergio solía ser expulsado tarde o temprano por peleonero, mal hablado, o por hacerle una pataleta al árbitro.

Muchos años después me tocó vivir de cerca la aventura de la mejor directiva que haya tenido el Puebla de la Franja, la de 1987-1992, cuando fue por última vez campeón de todo, y sobre todo, uno de los mejores equipos del país, respetado y querido.

Traté a los entrenadores de cerca y tuve en mi casa a esos niños eternos y seductores que son los jugadores profesionales, así que algo entiendo y algo se ver. Con ese algo puedo decir que a mí me encanta “El Piojo”.

Me gusta porque el tipo es primario, original, inteligente y con un leve toquecito de loco. Un comentarista de futbol dice que cómo puede México aspirar a algo si a su entrenador le dicen “El Piojo”, que desde ahí estamos mal y desubicados. ¿Cómo compararlo -dice- con nombres de estirpe, elegancia y estilo como “Del Bosque”? Pues así, comparándolos, aunque las comparaciones son odiosas. Con todo el nombre y estilo al pobre equipo de Del Bosque le metieron 5-1.

Regresando a mi tema: “El Piojo” me gusta porque se atreva a peinar su rudo cabello de raya en medio ¿No se necesita valor? Me encantan sus brincos de desaforada alegría cuando su equipo tiene un logro. Me gustan sus pataletas cuando las cosas no van bien. Me gusta como pierde figura sin recato. Es parte del espectáculo. Odio a esos entrenadores que olvidan que lo principal del fut es que es un juego, y observan la cancha como si fueran las playas de Normandía antes del desembarco aliado. ¡Que le bajen! Si algo aprendí como villamelona es que el fut es lúdico, divertido y de locos porque aunque reír y divertirse es un asunto clave y serio de la vida, no lo es tanto como para poner cara de circunstancia y velorio ante una derrota.

“El Piojo” sabe reír, enojarse, apasionarse y apapachar a sus jugadores cuando se lo merecen. Ante el peligro, se jala los pelos divididos en dos de la manera en que lo haría el más vulgar aficionado o una mujer villamelona. Esa espontaneidad me encanta. El pasea por el mundo con una absoluta aceptación de su persona, sin máscaras y lleno de una buena y apasionada actitud. ¿Eso nos llevará a algún lado en el mundial? No lo sé. Solo sé que este mundial será más divertido porque él es una parte del espectáculo de ver jugar a México. Ojalá que pasemos al quinto partido sólo por el gusto de verlo desempeñarse como entrenador mundialista una vez más.

Definitivamente soy muy villamelona. ¡A mí me encanta “El Piojo”!

 

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