• Lidia E. Gómez García*
  • 16 Octubre 2014
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La autora es catedrática en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. La suya es una de las voces cholultecas que desde la investigación académica ha registrado la profunda carga cultural del culto de los pueblos a la Virgen de los Remedios. Lidia participa en el Seminario Permanente de Náhuatl “Luis Reyes García”, cuyo principal objetivo es el rescate de la historia y tradiciones de los pueblos de indígenas del Estado de Puebla. Es Profesora-investigadora del Colegio de Historia-Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Estudió Licenciatura en Estudios Religiosos en la Facultad de Teología, por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Maestría en Historia por la Universidad Simon Fraser, en Canadá. Actualmente candidata a doctora en historia por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Sus líneas principales de investigación son: los indios en la región Puebla Tlaxcala durante el periodo virreinal. Coordina el Seminario Permanente de Náhuatl Luis Reyes García, cuyo principal objetico es el rescate de la historia y tradiciones de los pueblos de indígenas del Estado de Puebla.

 

Una aproximación a la fe, la tradición y la religiosidad en Cholula

El pasado viernes 3 de octubre de 2014 un manto gris de nubes cubría la gran Cholula cuando, hacia el mediodía; el tañer apagado y pausado de las campanas inundó de plegarias toda la ciudad. El toque de rogativa cambió de pronto el espíritu de las calles por donde empezaron a caminar, con paso preciso de siglos de saber hacerlo, las procesiones que parecían salir de todos los rumbos de la urbe milenaria. El silencio en plena ciudad y al medio día era imponente, sólo interrumpido por el rugir de las maderas de las andas en las que los santos patrones caminaban, en hombros de los cargadores, hacia el santuario de Nuestra Santísima Madre la Virgen de los Remedios. El sonido solemne de las campanas marcaba con su insistencia pausada el tono rogativo que imprimían los fiscales, mayordomos y principales, en su andar sobrio y silencioso hacia el corazón de la vida cholulteca.

 

Al pie de la subida al santuario se fueron colocando los santos patrones de los pueblos o barrios, o en su defecto (en el caso de pueblos lejanos), las varas de mando, platos petitorios o bien estandartes. Venían desde todos los 44 pueblos y colonias donde la Virgen baja a visitarles, tanto en el municipio de San Pedro como en San Andrés Cholula (también visita otros municipios, como el de San Juan Cuautlancingo).

 

Las imágenes de los dos santos patrones: San Pedro y San Andrés,  más la de Santa María Xixitla (que tiene a su cuidado el circular este año), se abrieron paso ante la multitud que ya se agolpaba frente a los santos patrones, ubicados cual si de una valla de honor se tratara, para subir a “traer” a la virgen. Todas las miradas se apostaban en lo alto de la pirámide (el “cerrito”) cuando por fin se logró vislumbrar el momento en que iniciaba la bajada de la Virgen de los Remedios, que hizo estallar a los presentes en vivas, aplausos y porras, para dar así inicio a una procesión rogativa que marca un hito en la historia de esta región.

Con precisión calendárica cual de un presagio milenario se tratara, hacía exactamente 300 años (octubre de 1714) que la virgen no bajaba a San Pedro y San Andrés en una procesión conjunta, mucho menos en una rogativa. Ni siquiera las guerras de independencia, las pestes asociadas a este proceso violento, o las invasiones norteamericana y francesas en el siglo XIX, o el movimiento armado de la Revolución Mexicana y la epidemia consecuente en 1913, habían sido capaces de unir en una misma plegaria colectiva a estos dos pueblos, herederos de una cultura milenaria. En sí mismo la procesión representa un momento lleno de simbolismo, porque logró unir a dos entidades que llevan tres siglos enemistadas, pero sobre todo porque el motivo que los une es un fenómeno difícil de encontrar entre los fieles católicos de la actualidad: la certeza incuestionable de su vínculo con la divinidad; la fe y la esperanza inquebrantable que sólo la seguridad del vínculo con lo sagrado puede proporcionar.

 

Esta certeza ha sido construida a partir de una religiosidad surgida desde la llegada de los franciscanos a la región, tanto por su labor evangelizadora como por su preocupación por la cura de almas de los pueblos. Los obispos, por otro lado, han sembrado una tradición pastoral en este episcopado desde su propia fundación que es digan de destacar. En el siglo XVI, el obispo fray Julián Garcés se preocupó por los pueblos. y es recordado, como otro frailes novohispanos, por su defensa de los indios frente a los abusos de los encomenderos. El obispo Diego Romano estableció en los pueblos la pastoral tridentina que dio forma a su organización procesional, y que les permitió tener sus cofradías y mayordomías con reconocimiento conforme a derecho canónico, lo que garantizó que pudieran ejercer su religiosidad sin competir en privilegios con otros grupos.

 

El hoy beato don Juan de Palafox y Mendoza escribió un elocuente tratado De la Naturaleza del Indio y se preocupó por la educación de los curas lengua para que pudieran cuidar de la formación espiritual de los pueblos. El obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, siguiendo esta misma línea, cuidó la pastoral de su obispado con un profundo cuidado al grado de morir justamente durante una visita pastoral, y se distinguió por la suntuosidad que hubo en el obispado en los rituales festivos (entradas de virreyes, Corpus Christi, juras reales, piras funerarias), que eran contundentes expresiones religiosas pero también políticas. Los obispos del siglo XVIII, inmersos en las ideas liberales, atendieron la evangelización de los pueblos a través de la educación y el catecismo, a lo cual se sumaron los jesuitas que establecieron el colegio para indios en la ciudad, el Colegio de San Xavier.

 

Para el momento de la guerra de independencia, el obispo Salvador Biempica y Sotomayor enfrentó la difícil coyuntura que le tocó vivir con eruditos argumentos teológicos,  estuvo atento a las necesidades de los pueblos en los momentos de tribulación e instruyó a los curas para llevar a cabo la cura de almas con profundo amor cristiano.

 

Esta relación entre el clero y los fieles permitió que, durante los momentos más difíciles del conflicto entre iglesia y estado mexicano, en Cholula los feligreses establecieran altares en sus hogares donde se celebraba el culto divino, y cuyas evidencias encontramos en algunas casas antiguas de San Andrés Cholula, por ejemplo en Santa María Tonantzintla para ser precisos. La religiosidad cholulteca se mantuvo firme al cuidado espiritual del clero, y sus feligreses recompensaron con creces esa relación, atendiendo sus iglesias, guardando sus tradiciones y cultivando sus devociones.

 

El actual arzobispo es heredero de esta tradición pastoral de los obispos poblanos, y hoy tiene bajo su cuidado entre su amplia feligresía a la cholulteca, que se distingue por su fidelidad a la iglesia. Los mencionados prelados que le antecedieron han pasado a la historia por su compromiso con los fieles católicos, preocupados y atentos del cuidado de la cura de almas, en especial de los más necesitados de apoyo y protección, de atenderlos con profundo amor cristiano.

 

En la actualidad el arzobispo de Puebla tiene ante sí un panorama que se distingue por el aciago momento que se vive en el país, que demanda más que nunca de una pastoral cristiana, a fin de consolar en su dolor a millones de mexicanos que hoy sufren. Entre ellos, los fieles de San Pedro y San Andrés Cholula llevan, además, sobre sus hombros una dura lucha contra un proyecto que pretende transformar toda la zona sagrada alrededor del santuario de los Remedios (protegida por una ley federal) en un parque con instalaciones para comercios, una zona para servicios sanitarios, estacionamientos, foro, un hotel y hasta fuentes saltarinas. La banalización de la cultura que exhiben los proyectos del gobierno del estado sobre este lugar sagrado, pretende convertir en zona turística un sitio que es el centro ordenador de la vida social y ritual de toda una región. Olvida que el turismo no mantendrá las tradiciones, ni tampoco podrá sostener a la iglesia, y romperá un frágil tejido social que permite mantener la región con índices de delincuencia manejables.

 

Fieles a su tradición religiosa y a la convicción de su vínculo con lo sagrado, los cholultecas decidieron pedir protección divina para cuidar de un lugar que ha sido la razón de su vida ritual por más de mil años de manera ininterrumpida. El santuario y sus alrededores, parte de la plataforma piramidal prehispánica que representa la sacralidad que ha mantenido unidos a los pueblos desde tiempos inmemoriales, ha sido el sustento en momentos de angustia, y así se sostiene en sus tradiciones que comparten como punto central la devoción por la virgen de los Remedios. En consecuencia, los principales, fiscales y mayordomos de la gran Cholula organizaron y llevaron a cabo la procesión rogativa del viernes 3 de octubre, que recorrió con sus bendiciones todo el sitio sagrado. Ante tal acto de fe hubo algunas declaraciones y reacciones del clero, particularmente del párroco de San Pedro Cholula, el padre Amador Tapia (quien se ha caracterizado por “esquilmar” –para usar un adjetivo propio de los documentos novohispanos–, a los pueblos y barrios cholultecas desde hace ya muchos, demasiados, años), que desestimó la intención de procesión rogativa por considerarla un acción política. Parece haber olvidado que la imagen de la Virgen de los Remedios fue traída por los conquistadores en sus monturas, o que el propio Amador Tapia prestó la Capilla Real de Naturales para un concurso de belleza, con motivo de apoyar un evento del actual presidente municipal.

 

Al anochecer del viernes 3 de octubre, la procesión rogativa terminó frente al patio de los altares del sitio arqueológico, con la reunión de todos los fieles en espera de una misa que consagrara este momento sagrado. Sin embargo, tanto el cura párroco de San Andrés Cholula como el capellán del santuario decidieron no acudir, como se habían comprometido, a presidir la celebración litúrgica. El clero mismo renunció a su papel intercesor ante la divinidad, negando con ello toda la tradición del episcopado poblano y las órdenes religiosas que trajeron el mensaje cristiano a estos pueblos hace casi quinientos años. En su lugar, el tintineo de los faroles, la luz de las velas, el olor del incienso, el crujir de la madera de las andas, los cantos y rezos de los fieles, se elevaron en forma de plegaria que, por primera vez en trescientos años, reunió en una misma esperanza a San Pedro y San Andrés, en espera de un milagro de la virgen.

 

La noche se cubrió de lluvia cuando las imágenes de los santos patrones acompañaron a la virgen de regreso a su santuario el pasado viernes 3 de octubre. Al finalizar, la emoción de los presentes se hizo patente en forma de llanto, de emoción, de esperanza y de fe. El silencio de la noche no fue suficiente para acallar los corazones que, con la seguridad renovada en su vínculo con la virgen, se reconocieron en una misma fe en espera de un milagro. 

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