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Por: Mariana Rita Ramírez

Así se puede leer en una placa al final del  vagón de metro de la ciudad de México.  Tantos cabemos en un vagón. Los suertudos pasan su viaje sentados, otros tantos van de pie y muchos serán los que entran y salen de las puertas con sus bocinas y productos para vender.

Metro hidalgo

Las puertas se abren y entra la gente empujando por los cuatro costados, el chiste es ganar un lugar no importa si es de pie. Karina es una mujer joven que regresa de trabajar;  es bella, de no más de 35 años, Lleva una carpeta con un nombre grabado”Karina”, piel morena clara, cabello castaño, lleva una falda café con una blusa pegada que deja ver su busto abundante; lleva un bolso y unas botas altas.  Va en el vagón de en medio, está rodeada de hombres, un joven  junto a ella, que ya la mira sin pestañear y dos señores más.  Karina parece que no se da cuenta que altera los sentidos de los hombres, o bien ya se acostumbró. El joven se acerca cada vez más a ella. Karina no se mueve, alcanzó a mirar su cara en la ventanilla, su mirada y pensamientos están fuera del vagón.

Un vendedor de música camina entre la gente, joven, con una camiseta sin mangas y lleva sus bocinas que le cubren la mitad del cuerpo a lo largo. Los tirantes de la mochila que sostiene las bocinas están estirados al máximo, no me imagino cuanto pueden pesar. El  sonido de la música puede escucharse hasta la parte media del vagón. Lo que el sonido le hace a los oídos del vendedor.

 

 Metro Revolución

La gente regresa de trabajar y se nota  cansada, harta, casi no habla. Sólo se escuchan  las cumbias a todo volumen del vendedor. Un niño llora entre la gente, no se ve la gente lo tapa con su cuerpo. Su madre lo intenta callar, pero es en vano.

Karina sigue ausente, y ya no es solo el joven del principio. Ahora son tres señores que no le quitan la vista. El niño deja de llorar y un hombre se apiadada de su madre y se levanta y le dice que puede sentarse. Tres niños van sentados con sus libros de iluminar. Se ve que están acostumbrados a largas horas de transporte.

El vendedor se prepara para salir en la otra estación, nadie le compra disco alguno.

 

Metro San Cosme

Muchos bajaron en Hidalgo, pero todavía hay pretexto para que Karina lleve a los hombres junto a ella. Están tan cerca que me comienzo a preguntar por qué ella no hace nada para alejarse de esa situación. La miro y es entonces cuando ella me voltea a ver, sonríe y toma tu bolsa y sale caminando airosa. Se aleja y deja a sus admiradores sin saber qué hacer con su admiración.

Sube una mujer joven con una placa de oro al cuello que dice "Priscila", comienza a gritar y saca unas lamparitas que lleva como anillos; proyecta en el techo figuras de alguna caricatura. “Son de a diez, son de a diez” grita, y su garganta se hincha,  las venas de su cuello se hacen grandes. Luego guarda los anillos luminosos y saca unas tijeritas que vende como una maravilla para los pequeños.

“O si lo prefieren estas tijeritas para el niño o la niña, le valen diez pesos”.

Deja de gritar.

La gente no compra ya nada. Va en silencio. Los vendedores salen rápido del vagón, miden la temperatura del cliente y mejor se sientan en el andén a descansar.

 

Metro normal

El vagón ya no lleva gente de pie, solo quedan los asientos ocupados. Ya no hay vendedores. Una estudiante vestida de blanco, lleva en su manos un libro con un seño de la Universidad Nacional, “Anatomía Humana", dice el título. No despega la vista, no le importan los jalones que da el tren, ella sigue su lectura.  Entran algunos estudiantes de Politécnico y de la Normal, van a su casa; una de ellas no encuentra lugar y se sienta en el piso, cruza las piernas, abraza su morral y cierra los ojos.

 Una pareja se pica las costillas, sonríe, él le besa el cuello y ella se estremece, le regresa unas cuantas cosquillas en el costado, él le da un beso. Sonríen, ella lanza una carcajada cuando su pareja repite el beso al cuello.

“¡No!”, le dice ella, pero de tal manera que parece que lo invita a seguir.

“¡Oh!”, le dice él y de la otro beso en el cuello.

Ella se retuerce, va feliz,  sus hoyuelos en las mejillas se marcan cada vez que sonríe. Sus mejillas rojitas encendidas de tanto beso.

 

Colegio Militar

La necesidad de descanso flota en el ambiente, la gente va en silencio y algunas de ellas con ojeras cabecean. La estudiante del piso se ha cuajado profundamente, pero no suelta su morral. Un hombre de 30 años, con barba y cabello largo deja en el piso una bocina y la conecta a un violín; comienza a tocar melodías de Mecano, aquel grupo español de los 90, y la música arrulla a los pasajeros, el joven toca bien, tal vez es estudiante de música. Se inspira y su cabellos vuela con los movimientos de su brazo. La gente lo mira, tararea la canción, hay admiración en los ojos de los pasajeros, voltean sus ojos hacía el músico  poco a poco, como encantados por el sonido del violín. "Hijo  de la luna", se escucha en su violín.

La que sigue es mi estación. Antes de salir del vagón dejo unas monedas en el estuche de violín del joven que hace las veces de alcancía.

 98 pasajeros, entre olores de bolsas llenas de frutas y verduras; entre amores y tristezas. Historias de gente que trabaja, estudia, vende, canta. 98 Pasajeros que reciben todos los días a jóvenes que se acuestan en vidrios, o bien que cantan y bailan  rap, otros que hacen versos, o bien historias increíbles como aquellos que dicen que tienen un  amigo, que ha sufrido un accidente, o una esposa que murió al dar a luz, o un compañero de trabajo que murió cuando la maquinaria se le vino encima. Y todos  están en espera de un ataúd.  98 pasajeros que ven pasar historias de vida por tres pesos.

 

Mariana Rita Ramírez Flores