".$creditoFoto."

El despertar del insomnio futbolero es amargo. Amanece el lunes 30 de junio con 22 criminales masacrados por el ejército para contemplar la verdadera derrota nacional, la guerra civil que no nombramos y que ha dejado miles de mexicanos muertos en los últimos treinta años. A regañadientes, los gobiernos sucesivos  del PAN y del PRI, reconocen más de 70 mil en no más de ocho años.

Más los 22 narcos aniquilados por el ejército.

Hoy es miércoles 2 de julio. La noticia de esta masacre ha desaparecido de la primera plana digital en la revista Proceso y en los diarios La Jornada y El Universal. Sólo el periódico español El País mantiene el texto que ha dedicado desde ayer martes 1 de julio al tema: Solo 12 palabras para cada muerto (http://tinyurl.com/kkrlj34).

 Las fotos que encuentro en internet no dicen mucho, salvo una, en la que al fondo a un lado de la carretera, parece que han alineado a los cadáveres:



Soldados, policías federales, algunos civiles. Una mañana nublada en una carretera regional. Al fondo, arriba, sobre la camioneta de seguridad pública, un manchón obscuro. Pero nada más. La foto puede ser de cualquier otro enfrentamiento, pero algún medio en internet la presenta para ilustrar lo ocurrido.

No hay cadáveres, no hay nombres. Ni idea de lo que ocurrirá después con esos cuerpos: la fosa común, el posible reclamo por sus familiares, un anfiteatro para su identificación. Nada. Veintidós muertos que dos días después se han reducido a veintidós narcos menos.

VIDEO



https://mx.noticias.yahoo.com/video/22-presuntos-delincuentes-mueren-en-145723974.html


+++++

La guerra del narco en México.

Y a la vista los infiernos en Michoacán y Tamaulipas, los territorios perdidos por el Estado. En el primer caso el esfuerzo de rescate lo encabezan los movimientos civiles de autodefensa, con un gobierno central que más se esfuerza en paralizarlos --o descabezarlos, como ha ocurrido esta misma semana con la detención del doctor José Manuel Mireles--, que en acabar de fondo con las estructuras criminales que han tomado instituciones y pueblos en lo que ha significado la derrota total del Estado mexicano. En el segundo caso, ni siquiera está a la vista una insurgencia social para enfrentar el sistemático fracaso de las acciones federales por rescatar de la catástrofe institucional a los tamaulipecos.

Y luego este sur nuestro, con sus sierras y sus innumerables pueblos viejos. Con sus pequeños infiernos como el del triángulo fronterizo entre Michoacán, Guerrero y el Estado de México, en ese vértice caliente de la cuenca del río Balsas, el territorio perdido por el Estado Mexicano frente a la fragmentación de los cárteles  en un mar de nombres inverosímiles y que tienen en el sicariato, la extorsión y el secuestro la caja chica en el negocio de la producción y tráfico de mariguana y amapola: Guerreros Unidos, La Barredora, El Comando del Diablo, El Vengador del Pueblo, Ejército Libertador del Pueblo, el Nuevo Cártel de la Sierra, el Comando Negro, Los Pelones, Luzbel del Monte, la Nueva Alianza de Guerrero, La Tejona, Los Calentanos, Los Rojos, el Pueblo Pacifista Unido, La Empresa y La Resistencia.

Y con los soldados del ejército convertidos en actores principales.

Y una comunidad, Cuadrilla Nueva, con no más de 230 habitantes, una más entre miles y miles de pequeños pueblos campesinos inermes ante la violencia criminal, acostumbrados a las extorsiones y secuestros, a los policías cómplices, a los cuerpos amanecidos en cualquier cuneta. Los pueblos campesinos, atados al maíz y a la migración al norte, con sus jóvenes sin futuro y sus viejos vencidos,  convertidos en halcones y parapetos, sometidos todos por el miedo.

+++++

 

¿Qué partido es este de nuestra derrota nacional? ¿Cómo nos puede dejar indiferentes tanta muerte en un amanecer así? ¿Qué país se nos ha perdido que ya nos nos conmueve la muerte?

 

22 a 0 fue el resultado final de un enfrentamiento en la  sierra baja en la que el Estado de México deriva hacia la tierra caliente de Guerrero en una serranía de selva baja y potreros a no más de 120 kilómetros en línea recta de la ciudad de México.

 

Uno de tantos territorios perdidos por el Estado y ganados por los grupos del crimen organizado.

 

22 a 0. Todos los muertos son del bando de los narcos. La acción del ejército mexicano nos recuerda el verdadero partido que se juega en nuestro país, el de una violencia extrema e inenarrable. Sólo las fotos y los videos posteriores, siempre acotadas por le censura. Y un boletín de la Secretaría de la Defensa Nacional.

 

No hay nombres, no hay rostros, ni siquiera hay cadáveres. Sólo un amanecer en un poblado perdido en el clima extremo de una de tantas sierras mexicanas que el crimen organizado ha convertido en territorios autónomos y en los que el Estado libra una guerra brutal.

 

Porque no es un juego este del que despertamos el lunes a las 5.30 de la mañana. Es una guerra que deja cadáveres sin nombre amontonados a la orilla del camino.

 

Y de la que nos enteramos estrictamente por el boletín emitido por la Secretaría de la Defensa Nacional:

 

 ‘‘Aproximadamente a las 5:30 horas, en inmediaciones del poblado Cuadrilla Nueva, municipio de Tlatlaya, personal militar, al realizar reconocimientos terrestres, ubicó una bodega que se encontraba custodiada por personas armadas, mismas que al percatarse de la presencia de las tropas abrieron fuego, por lo que el personal castrense repelió dicha agresión.”

 

Y algo más: “En el evento (sic) se liberaron a tres mujeres secuestradas y se decomisaron 38 armas.”

 

Y que entre los 22 muertos hay una mujer.

 

Y que “se aseguraron 25 armas largas, 16 de ellas eran fusiles AK-47, calibre 7.62x39mm, seis fusiles AR15, calibre 0.223, un fusil marcar Calico, y dos escopetas calibres 12 y 0.22, y 13 armas cortas, cuatro de ellas calibre 9mm, tres calibre 0.45, tres calibre 0.38 súper, una calibre 0.22 y un revólver 0.38 especial, además de una granada de fragmentación, 112 cargadores y cartuchos de diversos calibres.”

 

Y que los efectivos del ejército pertenecen a la 22 Zona Militar, con sede en Santa María Rayón, en el Estado de México.

 

Los medios ni siquiera  se ponen de acuerdo en la ubicación del lugar: Ancona de los Laureles, dice Proceso; Ancón de los Curieles  se afirma en La Jornada. Al final el sitio se identifica como Cuadrilla Nueva, en el municipio de Tlatlaya.

 

Sencillo entonces: el ejército pasaba por ahí, a las 5.30 de la mañana, descubrió una bodega con hombres armados que dispararon a la tropa que, simplemente, “repelió la agresión”.

 

Qué poder de fuego: 22 a 0.



+++++

 

Son los soldados de la guerra. Nada sabemos tampoco de ellos.  ¿De dónde vienen? ¿De qué región indígena? ¿De qué campo expulsor de fuerza de trabajo? ¿Dejaron una novia en su pueblo? ¿Qué los llevó a darse de alta en el ejército? ¿Qué piensan de la guerra que libran? ¿Es un azar el que estén en el bando del gobierno?

 

Nada sabemos. Están ahí, rostros impenetrables en sus cascos y sus fusiles, anónimos en la custodia de la seguridad nacional y como única respuesta de un Estado enredado en el palabrerío histórico de la justicia social.



+++++ 

Desde la computadora no es posible saber mucho de la comunidad de Cuadrilla Nueva, en el municipio mexiquense de Tlatlaya. No hay una foto en ningún lado que nos muestre algún detalle de la comunidad. Y por INEGI sólo averiguo que tiene en el 2012 no más de 234 habitantes con un grado de escolaridad quinto de primaria y que viven en 49 viviendas en las que no se registra ninguna computadora.

Busco en Google Earth el sitio:



Tlatlaya, en el extremo sur del Estado de México. Ahí, Cuadrilla Nueva.



La montaña en la región de Tlatlaya, al sur del Estado de México.



Cuadrilla Nueva. Un caserío colgado en una curva de la carretera.

 “Tlatlayan, tierra que arde”, “la tierra del negro y del rojo”. Encuentro pronto esas descripciones en internet. Parece que con la caída del sol la tierra se enciende de amarrillos que figuran el fuego en un pastizal. Su propio glifo refiere que los antiguos pobladores se emocionaban con esos reflejos vespertinos en las laderas del monte.



No puedo dejar de ver el territorio de esta matanza. La selva baja, los frutales en los solares, los potreros  con el pasto mojado por el temporal, algunas reses dispersas, los maizales que han crecido como niños inquietos este mes de junio. Y el calor sometido por la nublazón que ha traído lluvia y esperanza campesina.

Y ahí, una más entre 134 comunidades, Cuadrilla Nueva. Y luego, probablemente a la vera del camino, la bodega, los sicarios, el armamento. ¿Cuántos de esos hombres muertos eran de ese pueblo?

+++++

Busco las cifras que ofrecen las oficinas federales.

32,997 habitantes tiene Tlatlaya, y poco más de 8 de cada diez vive en alrededor de 130 comunidades con menos de mil habitantes. La mayoría trabaja en el campo en tierras de temporal y de agostaderos resecos. El Estado mexicano ha llegado aquí con una carretera pavimentada que baja del altiplano a la cañada caliente del Balsas y de la que se desprenden decenas de terracerías polvosas. Y con 309 escuelas rurales en todos los niveles: 106 planteles de preescolar, 118 primarias, 39 secundarias, cinco de Media Superior y dos de nivel  Superior. También cuenta con 5 bibliotecas públicas.

Y ha llegado también con el INEGI, sus mediciones y sus índices de marginación (0.72040) y su grado (Alto), y su ubicación en la contienda nacional de la pobreza: número 7 a nivel estatal y 577 a nivel nacional. Y más: uno de cada cinco adultos no sabe leer; 4 de cada diez no terminó la primaria; siete de cada diez tiene ingresos debajo de los dos salarios mínimos; 24 de cada cien casas no tiene drenaje, y 62 de cada cien carece de agua potable entubada. Y cuatro de cada diez familias viven hacinadas. Y tres de cada cuatro viviendas mantienen los antiguos tejados campesinos y en 64 de cada cien todavía sobreviven las paredes de adobe o madera.

Y algo ocurre en Tlataya que sus habitantes se van: en el 2005, y siempre con cifras de INEGI, 1390 personas vivían fuera del municipio de un total de 28,300. Cinco años después la cifra subió hasta los más de 2,600 tlatlayenses residentes que buscaron la vida en otro lugar.

 +++++

 Cuadrilla nueva, que no pasa de los 240 habitantes es un caserío con no más de cincuenta viviendas. En una bodega tenía su guarida una célula del grupo Guerreros Unidos. Hasta allá llegó el destacamento de soldados. Lo que siguió podemos imaginarlo, porque nunca sabremos nada más allá del boletín de la Secretaría de la Defensa.

Un infierno. El de la derrota nacional.