• Saúl Escobar Toledo
  • 01 Octubre 2015
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El autor es economista e historiador por la UNAM. Trabaja como investigador en la Dirección de Estudios Históricos del INAH, especializado en sindicalismo, salarios, empleo y partidos políticos en México en el siglo XX.  Algunos de sus textos: Los Trabajadores en el siglo XX. Sindicatos, estado y sociedad en México (1907 – 2002) Ed. UNAM, 2006, “Las batallas en el desierto: los trabajadores mexicanos 1980-2000”. Colección Claves de la Historia del siglo XX. Ed. INAH, 2010 y ¿A dónde va la historia? Revista Conemporánea, DEH- INAH, 2015. Forma parte de la corriente perredista Movimiento.

 

El movimiento estudiantil que se desató hace casi cincuenta años y que fue duramente reprimido el 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco se propuso luchar por las libertades democráticas, la libertad de manifestación, de expresión, de reunión, de palabra. Una de sus demandas centrales fue exigir la libertad de los presos políticos, particularmente de Demetrio Vallejo y Valentín Campa, dos luchadores sociales encarcelados a raíz de  la huelga ferrocarrilera de 1958-59 y castigados ejemplarmente   por encabezar un sindicalismo democrático.  El movimiento estudiantil llamó a defender el derecho a disentir, a ser oposición, a protestar  frente a un régimen despótico que controlaba la prensa, monopolizaba casi totalmente  la  política electoral y  controlaba a los sindicatos y  a las asociaciones campesinas mediante la cooptación, el miedo  y la represión.

El movimiento estudiantil tuvo lugar en una etapa en la que el crecimiento económico del país alcanzaba tasas superiores al 6% anual: los salarios y el empleo crecían rápidamente y las oportunidades de educación, el acceso a la salud y a la seguridad social alcanzaban a cada vez más mexicanos. Fueron los años estelares del capitalismo mexicano, aunque ese crecimiento acelerado mantenía aún en  la pobreza a millones de mexicanos sobre todo en las áreas rurales y hacinaba en la periferia de las  ciudades a la nueva clase obrera cuyas condiciones de habitación y de servicios básicos cuestionaban los resultados del llamado “milagro mexicano”.

A la manera de un pacto fáustico, el régimen ofreció  a su imaginada  jeneusse dorée de los años sesenta  mejores universidades, un empleo seguro y bien remunerado después de titularse, y la promesa de ingresar a una clase media en expansión, a cambio de su silencio, de quedarse callados frente a la desigualdad y la injusticia que sufría la mayoría de los mexicanos, y a la corrupción y el autoritarismo del estado.

El movimiento estudiantil de1968 echó abajo ruidosamente esa oferta y durante más de cuatro meses conmovió al país y sacudió millones de conciencias. Aunque de inmediato no logró  cambiar la naturaleza represiva  del régimen ni su carácter corporativo y clientelar,  ganó una batalla  muy importante en el orden de las ideas: derrotó a  la cultura política dominante al poner en crisis la legitimidad del gobierno de Díaz Ordaz y cuestionar la viabilidad del régimen despótico surgido de la Revolución Mexicana.

Después del 68, la movilización social se multiplicó y las organizaciones sociales independientes fueron ganando terreno. Sin embargo, los cambios se dieron poco a poco. En 1988, sin embargo,   a pesar del fraude electoral perpetrado a favor del candidato oficial, Salinas de Gortari, en contra del  triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, se fue dibujando  por fin un sistema de partidos plural y se abrió la posibilidad de la alternancia en el poder. En 1997 el partido oficial perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y luego en el año 2000, un partido de oposición ganó la Presidencia de la República.

El movimiento del 68 marcó el inicio de lo que después  se llamó la transición a la democracia, entendida como un régimen de partidos plural y competitivo con alternancia en el poder en los  tres niveles de gobierno. Muchos protagonistas del 68 no querían (no queríamos) sólo eso. Aspiraron (aspiramos)  a mucho más: a una transformación de fondo del Estado y del capitalismo mexicano pero  logramos convertir la lucha por la democracia en parte sustancial de nuestras esperanzas  y en el motor del cambio del país.

No fue un logro menor si consideramos que el autoritarismo y el monopolio del poder se habían convertido  en el modo de vida normal de nuestra escena política, legitimados en el discurso del gobierno por la causa de la  Revolución Mexicana y la modernización del país. Poner en crisis  esa cultura de la obediencia y despertar la esperanza de lucha por una democracia de verdad fue una gran conquista  del movimiento estudiantil.

 

Casi cincuenta años después de aquel 68, el 26 de septiembre de 2014, la desaparición forzada de 43 estudiantes y la brutal agresión que dio muerte a otras seis personas, desató otro movimiento social que, como aquel, ha sacudido millones de conciencias. Encabezado esta vez  por los estudiantes y los padres  de la Normal de Ayotzinapa, el movimiento surgió de la indignación y el dolor por los hechos acaecidos esa noche, pero pronto se proyectó a un cuestionamiento del Estado mexicano en su conjunto. La búsqueda de la verdad ha sido la consigna principal de este movimiento. ¿Dónde están los estudiantes? ¿Quiénes fueron los autores materiales e intelectuales de esa agresión? ¿Qué fue lo que realmente sucedió esa noche? y ¿Por qué?

La verdad, en este caso, es necesaria, por supuesto, para castigar a los culpables y saber el paradero de los normalistas. Pero el cuestionamiento va más allá: la lucha por la verdad está poniendo  al descubierto, en primer lugar, la estructura operativa de un sistema de corrupción que abarca desde las autoridades municipales y llega hasta los centros neurálgicos del poder nacional e internacional que manejan el tráfico de drogas y a las instituciones básicas del Estado, los partidos políticos, el sistema judicial, la procuración de justicia, los organismos de seguridad. Este sistema ha convertido al país (e incluso a una amplia región que abarca desde El Salvador en Centro América, hasta los Estados Unidos) en un páramo dominado por la violencia cotidiana, extrema y masiva.

Se trata entonces también de detener la escalada  de desapariciones forzosas, de asesinatos y ejecuciones en las que participan sicarios y ejércitos irregulares, pero también las fuerzas del orden a cargo del Estado.

La lucha por la verdad está poniendo en evidencia, igualmente, el fracaso de un régimen, surgido de la  transición democrática, encabezado primero por el PAN y luego por el PRI, que no sido capaz de proporcionar  mayor bienestar a los mexicanos y  que  tampoco  ha garantizado el derecho más elemental de todos, el derecho a la vida.

Y  finalmente la búsqueda de la verdad está cuestionando la naturaleza de un Estado que parece insensible e incapaz de responder a esta crisis, una crisis que va más allá, aunque la incluye, del modelo de desarrollo neoliberal y que ha llegado a los extremos de la noche trágica de Ayotzinapa (a la que antecedieron masacres  como la de San Fernando o la de Villas de Salvárcar y Tlatlaya, y  a la que siguieron después otras como la de Apatzingán).

A un año de ese 26 de septiembre, la movilización social  ya ha cosechado algunos triunfos en el plano de las ideas, de las conciencias: el derrumbe de  la verdad histórica del gobierno anunciada por el entonces Procurador Murillo Karam; el reconocimiento del gobierno de que, en efecto, no se sabe realmente  lo que ocurrió esa noche y de que hay que seguir investigando; el repudio de amplios sectores de la sociedad a las mentiras oficiales; la duda de que el Presidente pueda resolver este conflicto y quiera realmente aclarar los hechos; y la necesidad de que un organismo internacional apoye la investigación. Todo ello apunta no sólo a cuestionar la legitimidad del régimen político, sino también a la necesidad de una transformación profunda del Estado. A lo largo de todo este año, la movilización por los 43 está convenciendo a cada vez más mexicanos de que hay que pasar del hartazgo y la rabia, a la propuesta de un nuevo proyecto de Nación.

En la historia de México, el triunfo  de las ideas no se ha traducido siempre, inmediatamente, en cambios políticos de fondo o en el surgimiento de nuevas instituciones. Pero ninguna transformación sustancial  ha ocurrido sin que  se haya ganado primero la batalla de las ideas, de la credibilidad y de la esperanza en el cambio.  El movimiento por los 43 está avanzando. Su (nuestra) persistencia es necesaria para  detener esta crisis y construir algo nuevo.

 

Twitter: @saulescoba

Foto tomada de lacuestión.mx

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