• Lidia E. Gómez García
  • 28 Marzo 2016



Mundo Nuestro.
Lidia M. Gómez García es Profesora-investigadora del Colegio de Historia-Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Estudió Licenciatura en Estudios Religiosos en la Facultad de Teología, por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Maestría en Historia por la Universidad Simon Fraser, en Canadá. Actualmente candidata a doctora en historia por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Sus líneas principales de investigación son: los indios en la región Puebla Tlaxcala durante el periodo virreinal. Coordina el Seminario Permanente de Náhuatl Luis Reyes García, cuyo principal objetico es el rescate de la historia y tradiciones de los pueblos de indígenas del Estado de Puebla.

 

Bélgica y México están tan lejos uno de otro. Ya casi ni recordamos a fray Pedro de Gante o los lbros impresos en Amberes que nutrieron a nuestros intelectuales novohispanos. Hoy, en medio de la tragedia, debo decir que aquellos pueblo que convivieron bajo un imperio, pueden muy bien reconocerse en la tragedia.

 

Me ha tocado vivir el momento de la angustia y violencia paralizante, sorprendida de ver la calidad humana de quienes tenían que bajar del metro con motivo de las explosiones, o quienes corrían para salir del aeropuerto. Y lo que vi fue a personas con miedo en sus rostros pero que buscaron ayudar al que no podía andar, que vigilaron que nadie quedara atrás, que  apoyaron a quienes no corrían tan rápido y que cuidaron a quienes iban delante.

Hace unos momentos, frente a la famosísima Biblioteca Central de Leuven (Lovaina), donde se resguardan verdaderas joyas del saber humano, vi reunirse a muchos jóvenes estudiantes belgas y de otras partes del mundo, para guardar un minuto de silencio. Me impresionó la organización sin organizadores, el respeto por el momento. Las campanas de la ciudad tocaron su lánguido sonido que anuncia duelo; todas las iglesias de la ciudad sonaban su dolor, mientras los jóvenes guardaban un silencio profundo. Recordé entonces que hace siglos compartimos ideas, imágenes, devociones y tradiciones. Me sentí tan reconocida en ese duelo, tan genuino y tan espontáneo, modulado por el sonido de un tañer que ilustraba cómo nos sentimos: tristes pero esperanzados.

La esperanza radica en esta Bélgica que ante la tragedia no se lanzó a declararle la guerra a nadie (como sucedió en ocasiones pasadas), quizás consciente de que su capacidad militar no da para tanto. Pero se centró en darnos una lección que conmueve: la solidaridad y el encuentro son la única manera de enfrentar a la violencia.

Me siento agradecida y bendecida de pensarme parte de esta esperanza. Si bien el dolor a veces consume, su propia naturaleza trae la semilla de la esperanza. Porque en la muerte hay vida, como suele afirmar el pensamiento mesoamericano.

Ojalá en México tuviéramos el tiempo para tañer campanas a duelo, y pensarnos más como una semilla de esperanza que como un fruto podrido. Si pudiéramos transformar el odio en solidaridad, tal vez entonces tendríamos un motivo de esperanza.

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