• Sergio Mastretta
  • 25 Febrero 2015

Hubo un tiempo, en la selva, en que no hubo fronteras.

Parece una más de las mil veredas que van a dar a los potreros por la seis kilómetros hasta Cuarto Pueblo, una comunidad que guarda en la memoria la historia trágica de la tierra arrasada aplicada por los militares en contra del Ejército Guerrillero de los Pobres, en esa región del Ixcán.

La historia me la cuenta Manuel en Ixcán, el pueblo mexicano por el que pasaron todos los colonizadores de Marqués de Comillas, plantado a la orilla del río del mismo nombre y a no más de un kilómetro de la frontera.



Campamento de refugiados guatemaltecos en Chiapas, 1987.

 

“Aquí nomás estaba el campo Peña Blanca, y ahí seguían por toda la línea: Flor de Café, San Vicente, San Mateo, San Andrés, Puerto Rico, Chajul… Por todos lados, entre 1981 y 1982. Cuando nos dimos cuenta ya se contaron 25 mil refugiados. Yo llegué a Puerto Rico que ahí tenía un rancho. Estaba joven, y lo que viví no lo volvería a hacer. Sufrimos mucho los fundadores en estas tierras.  En 13 de Septiembre se abrió un campo con cuatro mil gentes. Y a mí me dieron trabajo en la COMAR, que quiere decir Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados. Muchas dependencias aparecieron por aquí, nuestra función era ver sus necesidades, sobre todo de salud y alimentación, para ver qué se hacía. Me tocó desde Boca Lacantún hasta Chajul, y de aquí hasta Montebello, Santiago el Vértice, el Rosarito. Como yo era del lugar y conocía la zona, les daba confianza a los que venían de fuera. Y como se les quería reubicar, me dieron la consigna de ir campo por campo a explicar las razones que tenía el gobierno mexicano. Acabé en Campeche llevando a un grupo, pero eso fue después.

“Esa gente sufría mucho, y yo tenía que identificar sus problemas. Ahora lo que veo es que había desde Ixcán hasta Lacantún 25 mil hambrientos que le empezaron a partir la madre a la selva. Más que la bronca de la seguridad era que le estaban partiendo la madre a la selva, y no había pa cuándo se acabara la guerra. Se acabaron los peces en los ríos, las aves, los lagartos los acabaron, las lagartijas, de hecho les gustan las lagartijas, los zopilotes, lo que agarraban se comían, ¡tenían hambre! La ayuda llegó mucho después. Ora muchos dicen que explotamos a esa gente aquí en Marqués, y sí hubo abusos, pero velo así: venían con el ejidatario, don Manuel, ¿no me da una hectárea para comer?, pues si, por qué no, y además aquí el campesino no era que tuviera reserva, en los primeros meses empezó a acabarse el maíz. ¿Y qué iban a hacer tres mil gentes? ¿De dónde iban a comer? Aquí la tierra es de una sola cosecha, no da para dos cultivos, así que al otro año los chapines se fueron a la otra y a la otra, cien compas, cien hectáreas en un año, ¿y cuantos te gusta que había?, abundan mucho, como los ratones, ponen muchos huevitos. Pronto veíamos pasar las cosechas e lanchas de 15 toneladas, porque tumbaron muchísimo monte para sembrar maíz. Nosotros cuándo íbamos a tumbar una hectárea por año. Probamos con el cardamomo y el cacao, pero no dio resultado, esas eran las estrategias del gobierno, pero todo cambió cuando llegaron los refugiados. Muchos acahuales que ves, son de entonces. Así que no jodan conque nosotros fuimos los que talamos la selva, el gobierno se tardó en poner remedio. Así de fácil y así fue, y nunca se ha tomado en cuenta lo que sucedió en ese periodo. Puedo decir con conocimiento que la mitad de la deforestación en Marqués viene de los refugiados. Decían de nosotros que éramos los ogros, que los estafamos, que los utilizamos para abrir la selva.



Refugiados. Foto de Marco Antonio Cruz/Archivo La Jornada.



“En el 84 me contrató ACNUR, con una comisión especial: convencerlos de la reubicación. Me dicen, hay que hacerlo de manera inteligente, y todo el mundo presionaba, la iglesia, la prensa, los de los derechos humanos. Asi que yo les decía, es por su seguridad, hay riesgo de que se metan los kukes, ora los guachos decimos nosotros, ellos hablaban de los kukes, los que aplicaban el terror, y lo que platicaban no era para menos, niños reventados de la cabeza contra el quicio de la puerta, embarazadas a las que le sacaban los niños a bayonetazos. Muy duro lo que sufrió esa gente. Con el tiempo, ya cuando vieron que no entraría el ejército guatemalteco, ya que estaban consentidos, ya que vieron que no iba a llegar el tigre, empezaron a sacar las uñas.

Campo de refugiados guatemaltecos/Foto de ACNUR.

 

“Aquí éramos cuates de los guerrilleros, nunca teníamos problemas, ellos estaban en la reserva, ora Montes Azules. Iban, guerreaban, echaban bala y regresaban, no más se oía la tronadera de los fusiles a lo lejos. ¿Quién los agarraba?, eran puras selvas, no había caminos, ni aquí ni en Guatemala. Hasta que entraron esos kukes a masacrar a los fronterizos.

“Muchos refugiados no se querían mover, digamos la mitad estuvo de acuerdo. Me tocó llevar al primer grupo en camiones hasta Campeche, y después otros a Chetumal. Había gente muy sensible, tenían sus grupos, sus pueblos, su religión, le ponían nombres, Las Limas, Cuchumatán, Maya Balam, La Laguna. Los llevábamos en lancha hasta Boca Lacantún, en Benemérito, se censaban, se etiquetaban los autobuses y se mandaban. Muchos se dispersaron, otros se repatriaron, otros se quedaron en México, a algunos hasta el gobierno les reconoció la tierra, como en Poza Rica, ese era un campamento, ora es un ejido.

“No sé cómo aguanté todo eso. Era muy joven. Me dio de todo, paludismo, dengue, tifoidea, a puros cloroquines y primaquinas me la pase, unas calambreras con el sol de mediodía, unas punzadas enormes en la cabeza. Sí, sufrimos mucho los fundadores. Ahora vemos como llegan los narcos y compran parcelas, siembran palmas, meten ganado, rentan pastos… Tanto sufrimiento para terminar esclavos de esa gente que lo último que le importa es la selva.”



Migración de guatemaltecos a Chiapas a principios de los años 80/Cuadro elaborado por Verónica Ruiz Lagier, Nuevas comunidades en chiapas. Identidad y transnacionalismo (2008)

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