• Verónica Mastretta
  • 27 Marzo 2013
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Por: Verónica Mastretta

El hallazgo del entierro  y ofrenda de 3500 años de antigüedad  encontrados durante la restauración de la casa ubicada en la 4 sur 304  del centro histórico  de Puebla , "La Casa del Mendrugo", es, según el arqueólogo Arnulfo Allende Carranza, "un shock  que representa un hecho extraordinario que complementaría las versiones de los orígenes de la vida humana en este valle."

Se abre la teoría de que  podría haber sido un valle sagrado utilizado únicamente para entierros. El valle habría permanecido intocado debido a su sagrada belleza. Para mí tiene todo el sentido del mundo. Desde este valle se pueden ver cuatro volcanes majestuosos: la Malinche, el más viejo de todos, un volcán apagado y colapsado hace treinta millones de años, de ahí su forma extraña no cónica. Luego vendría en antigüedad la Mujer Dormida,  Iztacíhuatl, con una decena de cráteres y también apagado desde hace millones de años pero  unida a un volcán aún activo y más joven, el Popocatéptl.  Más lejano, el volcán más alto de México, el extraordinario Pico de Orizaba. Todos se podían ver con absoluta claridad desde el valle cercano al centro ceremonial vivo más antiguo de América: Cholula. Esos volcanes, cubiertos de bosques de encino-pino de muchas variedades, alimentaban al valle con un sinnúmero de arroyos, manantiales y ríos. Todo ese entorno maravilloso, casi intocado, aún seguía ahí en el siglo XIX y principios del siglo XX, aunque  parte de los bosques del Izta-Popo y la Malinche habían sido  afectados al extraer la madera para construir andamios y acabados de las casas de la ciudad de Puebla y sus Iglesias. Aun así, está documentado que la debacle del ecosistema del  Valle de Puebla se debió a varios factores, pero la  variante clave para el deterioro del entorno fue la explosión demográfica  del siglo XX: en 1910 éramos diez millones de mexicanos. En 2010 cerca de 106 millones. En 1970, Puebla y su zona conurbada tenían 300 mil habitantes concentrados en un pequeño espacio de las miles de hectáreas que conforman el Valle. Hoy, hay más de dos y medio millones de habitantes. Sin planeación, la ciudad creció sobre la compleja figura jurídica del ejido, espacios casi imposibles de ordenar que derivaron en un crecimiento irregular y desordenado. La otra "planeación" fue la de los desarrolladores y especuladores de la tierra. Luego, la destrucción consistente de los bosques de la Malinche y el Izta Popo, agudizados por la concesión salvaje que Lázaro Cárdenas diera a la papelera "San Rafael" en 1938 sobre 300 mil hectáreas de esos bosques,  para  continuar con la monopólica producción del papel por parte del estado mexicano; ese deterioro  impide ahora la adecuada recarga de los mantos acuíferos del valle, pues los árboles que hacían la función de retener el agua  han sido destruidos, talados y quemados. Remediar eso llevará muchísimos años y políticas sabias para lograr  su rescate. Las políticas de estado  para la conservación de los bosques, el cuidado del agua y la planeación del crecimiento urbano, han sido durante  el siglo XX y lo que va del XXI, fallidas, deficientes, clientelares, estúpidas, insuficientes, irresponsables...y añádanle las palabras que se  le ocurran. Por eso los ríos corren contaminados por los desechos y actividades de esa enorme masa humana  de la manera más impune. Los ayuntamientos del valle carecen de las mínimas políticas ambientales  de limpieza  de las aguas residuales municipales. Se limitan a entubar y conducir todo a la barranca más cercana. Como la limpieza de la cuenca no se puede inaugurar, ni se cosecha en un trienio,  a nadie parece  interesarle. El actuar de la CONAGUA, el órgano rector federal de la aplicación de la ley en materia de aguas residuales  y responsable  de la correcta explotación de los acuíferos, ha sido vergonzoso. No ha podido  impedir la contaminación de los principales ríos, lagos, barrancas y vasos reguladores que  existían. Los gobiernos de los estados no se han quedado atrás en cuanto a la falta de priorización de los recursos dedicados al saneamiento de los ríos que aún cruzan el valle. El río Atoyac, allá por 1970, aún era disfrutable en época de lluvias, pero ya era una cloaca mal oliente en la secas. El San Francisco fue dado por muerto y enterrado a mediados de los sesentas. De sus hermosos puentes solo queda como muestra el que está en Analco, hermoso por sí mismo, pero adornado con unas inútiles fuentes de latón azul  horrorosas ¿A qué hora fue que perdimos el sentido de la belleza en este valle? ¿Cómo fue que nadie notó a tiempo su profanación? ¿Por qué hemos tapado con construcciones equívocas la vista de casi todos los puntos en que se observaban los volcanes? ¿A qué hora fue que todos, ciudadanos  y autoridades, fuimos tomados por la estupidez, la falta de armonía y el mal gusto? Solo cien años nos tomó profanar, destruir y afear el entorno. Cuatro generaciones. Nos merecemos un primer premio en devastación. Aun así, todavía es posible un rescate ambiental y un ordenamiento urbano razonable en el valle; hay propuestas generadas  por las mejores mentes de diferentes especialistas. Existen, ya están hechas y ordenadas en buenos documentos. Así también existe el marco jurídico para proteger el entorno, solo hay que aplicarlo.  El río Atoyac cruza la metrópoli de norte a sur, corre libre y aún puede salvarse ¿Qué  toca?  Valorar, exigir, movilizar, rogar, valorar, proponer e implementar las medidas y  aplicación del presupuesto federal, estatal y municipal para su debido rescate. Gran tarea y reto  para todos los habitantes de los municipios del valle y sus autoridades. Esas sí serían acciones invaluables y un legado de honor de nosotros para las futuras generaciones. ¿El problema? Que son acciones con  rendimientos políticos a  muy largo plazo  y eso no parece interesarle a ningún partido político más que en el discurso.

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