• Sergio Mastretta
  • 24 Julio 2014

La vida tiene puntos de quiebre que llegan cuando menos lo imaginas. Y a la larga, puede que en ellos encuentres el sendero por el que acabas construyendo tu destino.

 Puedes entenderlo en un día de sol ardiente en un campo de Jamaica en Chiautla, en uno de tantos corazones mixtecos en ese sur profundo de México. Beatriz Martínez Espinosa no había contemplado nunca el esfuerzo físico al que se ve sometido un campesino en la Mixteca, y ahí están a hora los cortadores para probárselo. ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Cómo pasó del análisis de las relaciones comerciales en un mundo capitalista de mercados implacables a la creación de un proyecto de desarrollo turístico a partir de los valores históricos económicos y culturales de los pueblos campesinos? ¿Un programa turístico para los productores de jamaica en Chiautla, para los canteros de Tepexi, para los alfareros de Acatlán? ¿A quién pudo ocurrírsele algo así?

A Beatriz el recuerdo le llega entonado con los acordes metálicos de los machetazos en esta huerta florida azotada por el sol.

Y lo contrasta con su propia historia.

“La universidad te va a dar la beca --le dijo un día a principios de la década pasada el padre Escandón, uno de los jesuitas directivos en la Ibero Puebla--, pero una sola cosa te pido: que cuando salgas de aquí, cuando termines tu carrera y busques tu camino piensa en las necesidades de tu país… Y no creas que se van a resolver con regalar un kilo de arroz, no, procura hacer el bien desde tu profesión.”

Fue ese su primer punto de quiebre.

Estudió y terminó Comercio Exterior en esa universidad. Y gracias al convenio que la Ibero tenía con la Red de Comercio Justo Mundial pudo realizar su servicio social en la ciudad de Wapseburg am Inn, en Alemania, con la organización One World Shop, un organismo civil de trabajo voluntario dedicado a la vinculación entre sociedades cooperativas de comunidades campesinas en diversos países del mundo y un mercado consumidor solidario y alternativo a los esquemas tradicionales de la comercialización agrícola capitalista. “Queremos contribuir en la construcción de un mejor mundo”, le decían sus colegas voluntarias alemanas al tiempo que decidían las compras de alimentos y artesanías producidos igual en el Congo que en Guatemala. O en México, como el café cultivado por los campesinos tzeltales chiapanecos.

Pasó el tiempo, y la vida le dio oportunidad de conocer a los hombres y mujeres de los pueblos del sur de México. Como los que ahora le explican a golpe de machete el cambio que el cultivo de la Jamaica ha traído a muchos campesinos hoy organizados en la Integradora Agroindustrial de Chiautla de Tapia, S.A. de C. V.

Los campesinos golpean con el machete la planta y el filo riguroso va cortando una a una las ramas con las frutitas rojas al tiempo que platica de las cualidades de la Jamaica poblana y de lo pulgones y los chapulines que se la tragan si te descuidas y del riesgo altísimo de que aparezcan las hormigas arrieras y te lleven al baile con la cosecha entera.

La vida tiene puntos de quiebre. Enrique, ese campesino que al mismo tiempo es socio de la integradora de productores de Jamaica en Chiautla y director del Icatep, puede aparecer cualquier fin de semana en una esquina del centro de la ciudad de Puebla para ofrecer licor de Jamaica a 50 pesos la botella, y no deja de pensar en las penurias que por un año sufrió para producirla. Y sueña en que pueda cumplirse ese proyecto que escuchó de voz de la académica formada en la IBERO y en la BUAP, Beatriz Martínez, algo impensable, la promoción turística en la mixteca a partir de la experiencia de vida de los cultivadores de Jamaica.

Beatriz y Enrique siguen con la mirada el corte de la jamaica, y ella repasa aquel año en Alemania. Comercio exterior estudió en la Ibero, y de ahí llevó el interrogante: ¿puede haber un comercio justo?, ¿es posible otro camino para las relaciones comerciales que no sea el dominado por las corporaciones internacionales?

“Me fui creyendo que iba a cambiar el mundo --piensa--, que lo que yo hiciera ayudaría a cambiar las cosas, pero no es tan fácil…”

En Puebla, de regreso, con el entusiasmo guardado en el cajón de los sueños, convertida en licenciada en Comercio Exterior conoció el otro extremo: trabajó en Wall Mart, en Big Cola, en el gobierno. Pasaron los años y el ir de un trabajo a otro. Hasta que, y de nuevo por la Ibero Puebla, apareció en el sendero un nuevo punto de quiebre: la maestra Marisol Martínez, que dirigía el programa CEFORMA que vinculaba a la universidad con el mundo empresarial, la llamó para que la ayudara en un nuevo programa vinculado a la UNCTAD (ONU) que tenía como propósito la formación y certificación de consultores empresariales a través de la Asociación Centroamericana y del Caribe de Consultores en Comercio Internacional (ACACCI-COMPITE), punto focal del Centro de Comercio Internacional CCI (UNCTAD/OMC). Ahí conoció a JurI Jenkins, quien la llevó a trabajar en proyectos con pequeñas empresas en Perú, Colombia y Ecuador. Y entre viaje y viaje comprendió que su vida tendría que ver con la de aquellas pequeñas comunidades, con sus conocimientos antiguos, con su ritmo sereno, con sus enormes necesidades.

Y ahí enfrentó la disyuntiva: ¿un empleo urbano, asociado a las corporaciones, a los grandes números comerciales, o la creación de alternativas para los pueblos y comunidades en México? Y un nuevo punto de quiebre: ¿qué tan lejos puedes llegar en tus propósitos si no profundizas tus conocimientos? Apareció la BUAP en su camino, y la buena suerte que le ayudó a ganar una beca del CONACYT. Y las ponencias, y los congresos académicos, y los viajes, y en uno de ellos, en la sierra de Puebla, nuevamente la Ibero: el doctor Gerardo Reyes y una investigación en los municipios de Huehuetla y hueytlalpan dentro del programa “La universidad adopta un municipio”. Y de las vistas espectaculares en la sierra pasó a conocer las pequeñas comunidades, como Xaltetempa de Lucas, en Tetela de Ocampo, y a una pregunta profesional aparentemente sencilla: ¿puede una pequeño pueblo tener éxito turístico? La respondió en su tesis de maestría en la Facultad de Economía de la BUAP Impacto del turismo en el desarrollo comunitario. Ecoturismo: El casos de Tetela de Ocampo, y en el examen el 21 de enero del 2012.

Ya para entonces los quiebres habían marcado un sendero. “La experiencia en Tetela me marcó muchísimo. La gente de Xaltetempa, con sus cabañas cerca de la cascada, fui muy generosa conmigo. Me esperaban a la hora que llegara, aunque fuera de madrugada. Ahí empecé a responder con más fuerza el interrogante que traía desde los tiempos de la universidad con el padre Escandon, ¿trabajar para una corporación o dedicar mi esfuerzo a las comunidades campesinas como Xaltetempa?”

Es el destino, y las encrucijadas se repiten. En el 2012 apareció la convocatoria del CONACYT, y vio que lo que solicitaba era justo lo que ella había desarrollado para aquella comunidad de Tetela: “¡Pero el proyecto involucraba a toda una región de la Mixteca, Tepexi, Acatlán, Chiautla”. Regresó entonces a la Ibero Puebla y encontró el respaldo académico y administrativo y su proyecto fue seleccionado para desarrollar el "Programa de Investigación e Intervención para el desarrollo de la Región Mixteca a través del impulso y fortalecimiento al sector turismo 2012-2014”. El gobierno a través del CONACYT invirtió un millón de pesos,  y Beatriz y sus compañeros se pasaron dos años en decenas de comunidades mixtecas construyendo con los grupos organizados un programa turístico. Canteros, danzantes, alfareros, ganaderos, agricultores. Poco a poco, invitando a través del perifoneo, la radio, la invitación casa por casa. No fue sencillo. El proyecto que presentó con su equipo de trabajo en Acatlán de Osorio el 10 de abril pasado.

¿Y luego? ¿Cuál es el siguiente punto de quiebre? Beatriz contempla el plantío de Jamaica apretado de flores rojas quemadas por el sol mixteco. Y se imagina que su proyecto tenga éxito, ya ve los cultivadores de Jamaica platicando bajo una sombra bien ganada alguna historia vieja de esas sierras, o comiendo en el restaurant que han construido un salmón a la Jamaica acompañado de quesos chiautecos y legumbres frescas cultivadas sin agroquímicos.

Puede ser, piensa Beatriz. “Pero lo que sigue es que este programa se convierta en política pública. Ahí están las historias de toda esta gente en Tepexi, en Acatlán, en Chiautla. Y por ahí, de tantos pueblos cargados de cultura y conocimientos. Y que reclaman un comercio justo.”

El punto de quiebre, la salida para México,  está en los pueblos. 


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