• Por Sergio Mastretta
  • 03 Enero 2013
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Por Sergio Mastretta

La fortuna del Mendrugo

Por: Sergio Mastretta

Profética, Casa de la Lectura y la Casa del Mendrugo. Dos noticias gratas para Puebla en este 2013. La primera, dirigida por José Luis escalera, cumple diez años el próximo mes de julio como centro cultural promovido desde la sociedad civil. La segunda, igualmente generada por el ánimo ciudadano a través de la Fundación La Casa del Mendrugo, A.C., arranca a la vida pública en los primeros meses de este año luego de cuatro años de intenso trabajo de restauración arquitectónica que alumbraron dos hallazgos fundamentales para la historia de la ciudad: un entierro olmeca de más de 2,500 años de antigüedad y un conjunto de piezas de cerámica rotas en mil pedazos --tiestos, le llaman los especialistas--, que ha han dado lugar a la recuperación de mayólica o talavera poblana de los siglos XVI y XVII más importante de los últimos cincuenta años. Más de treinta piezas recuperadas por arqueólogos y restauradores del INAH, platos y jarrones que son prueba del grado de desarrollo alcanzado por los maestros alfareros en aquellos primeros años de la vida de una ciudad que en ellos funda uno de sus principales valores históricos.

Mundo Nuestro hará un recuento de estos dos proyectos civiles en la ciudad a lo largo de los próximos meses. Ello con el ánimo de recuperar lo mejor de nosotros mismos. Hoy arrancamos con una breve crónica de la perspectiva del proyecto cultural La Casa del Mendrugo escrita por Sergio Mastretta. Un video documental (“Los misterios del Mendrugo”) elaborado por la Fundación Casa del Mendrugo A.C., y una breve reseña fotográfica.  

Cuántas palabras nos vienen de los tiempos viejos. Mendrugo. Pan duro, expresión de la abundancia y de las sobras. Mendrugo. La palabra muerde, corta ilusiones, aprieta desde el estómago, asoma a espacios siempre visitados, abriga la orfandad de una mayoría, alumbra el fracaso anunciado de la tierra prometida. Reitera este México desigual e injusto en el que vivimos. Mendigo.

Mendrugo. De los viejos tiempos, el hombre marcado. Cuando el castellano todavía no conquistaba entera la península, cuando la lengua se cruzó de razas y continentes, sonidos de la nieve y el desierto, frontera de mar mediterráneo, de guerras y comercios cruzados. La lengua en el poder y el movimiento.

 Y de los viejos tiempos también mendigo, menesteroso, indigente, pobre, limosnero, pordiosero.

El mendrugo. La palabra perfila lo que ha sido la ciudad de Puebla en uno de sus extremos más terribles: la desigualdad y la miseria. Porque la pobreza no empezó ayer, ha estado ahí, en esa orilla de la mendicidad que se asoma en el aldabonazo en un portón centenario o en la enjundia de los limpiaparabrisas en este nuevo siglo. De los tiempos idos quedaron las mirillas que todavía se encuentran en las casonas coloniales. En los tiempos nuevos la ciudad entera es una mirilla en cada esquina.

Y de limosnas, de mendrugos, se construyó en dos siglos, por los Jesuitas, esta casona que guarda sin mayor alarde la historia entera de la ciudad de Puebla. Por rezos, misas, indulgencias y caridades pasaron estas piedras. Para mayor gloria de Dios, dirían.

 

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